(Antología de escritores chilenos residentes en el extranjero)

Urbina José Leandro

José Leandro Urbina Soto nació en Santiago el 22 de agosto de 1948 y actualmente reside en Canada, desde 1977. Estudió en el Instituto Nacional y la Universidad de Chile. Luego obtuvo un master en la Universidad de Ottawa y un doctorado en la Catholic Universisty of America en Washington DC.
Ha enseñado en Canadá y Estados Unidos, trabajando como traductor, guionista y periodista aficionado.
Ha publicado diversas ediciones de su libro de cuentos Las malas juntas y su novela Cobro revertido fue Premio del Consejo del Libro y finalista en el concurso Planeta.

Fragmento de su novela inédita Biografía corregida y aumentada de Gervasia López del Nogal: poetisa caribeña.

!Ah, las playas de Sendero! Tras las dunas blancas, donde ocultábamos nuestra desnudez y nos entregábamos al padre Sol, retozábamos somnolientas. El ruido del mar nos despertaba, asomábamos la cabeza y mirábamos la radiante ola levantarse como una mano fresca y caer sobre la arena húmeda en una brusca caricia. Gotitas de sudor nos perlaban el cuerpo, nos salaban los labios. La arena nos cubría de pies a cabeza. Brillábamos, ardíamos. Entonces dejábamos nuestro refugio y saltábamos a los brazos del mar que nos alzaba tierno, como a sus criaturas preferidas.
Desde la orilla nos miraba Salomón, un poco de costado, como mirando a la lejanía. Cuando caía la ola que nos vestía de agua y se derramaba a nuestros pies como una bata fina, cuando el pecho temblaba de frío y orgullo, podíamos sentir su mirada sobre nuestra piel, su mirada recorriéndonos. A mí no me importaba, me gustaba la mirada de Salomón, intensa y avariciosa, la mirada de un sirviente que roba lo que se le prohíbe. Algunas noches, tendida sobre las sábanas, con mi mano posada en mi vientre, intentaba imaginarlo. ¿Qué estaría haciendo esta noche cálida y lunosa allá en la barraca después de una tarde de llenarse los ojos de nuestros cuerpos? Cuando la brisa tibia entraba por la ventana entreabierta yo imaginaba la boca de Salomón soplando suavecito desde el jardín.
Octavio no lo entiende. Él considera que nuestra conducta no es digna de señoritas. No sabe de nuestras escapadas. Sabe que Salomón nos acompaña a bañarnos, que lleva el parasol y las bebidas y que se sienta silencioso entre los matorrales, como un perro viejo, a esperar la señal de su ama. No sabe que con Tala nos desnudamos premeditadamente y nadamos y tomamos sol frente a él. ¡Y qué! Salomón podría ser nuestro hermano mayor. Nos conoce desde pequeñas. Cuando salíamos de paseo con la familia y teníamos que ir al bosque a orinar, él nos cuidaba desde lejos. Sabíamos que nos estaba espiando. Tala me lo advertía y levantaba su trasero blanco y perfecto para que el mulato lo admirara con sus penetrantes ojos amarillos.
Octavio se indignaría, pensaba con deleite. ¡Tan caballero! Así y todo, Salomón nos reveló, en secreto, que un día lo vio vagando por una calle de mala reputación. Yo sé que es hipócrita y a pesar de eso me gusta. Él corteja a mi hermana y ella lo deja hacer. A veces me mira. Intenta rozarme como a la pasada. Un día me tomó la mano para poner en ella un recibo con el que retirar un paquete de libros que esperaba en los almacenes del puerto. Me miró con una sonrisita irónica. “Libros. Quiero hacerte feliz,” dijo.

De su libro " Malas juntas"

"Mientras el sargento interrogaba a su madre
y su hermana, el capitán se llevó al niño,
de una mano, a la otra pieza .
¿dónde está tu padre? preguntó.
está en el cielo, susurró él.
¿cómo?¿ha muerto? preguntó asombrado el capitán.
no, dijo el niño, todas las noches baja a comer del cielo.
el capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho".

 

 

 

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