30 años de literatura chilena (una mirada parcial desde el norte)

por Jorge Etcheverry

Puede decirse que la literatura chilena se internacionalizó después del Golpe de 1973. Es verdad que desde mucho antes Chile gozaba de renombre mundial por sus poetas; Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ganadores del Premio Nobel, Vicente Huidobro y su Creacionismo y Nicanor Parra y la Antipoesía. Pero la presencia literaria de Chile en el mundo asumió otro aspecto. El golpe forzó a gran parte de los escritores establecidos y emergentes al destierro, lo que produjo en su momento, al sumarse al estado de cosas iniciado en 1973, lo que se llamó el "apagón cultural", cuyas consecuencias todavía se dejan sentir. A poco andar, escritores e intelectuales exilados produjeron en el extranjero una red de revistas y editoriales destinadas a conservar el entramado de la cultura literaria chilena y a la denuncia de la situación bajo la dictadura. Las revistas más importantes fueron Araucaria en España, Literatura chilena en el exilio en California, América Joven en Holanda. Ediciones Cordillera en Canadá, y LAR y Ediciones Michay, en España, se contaban entre las editoriales.

Así, la literatura chilena se internacionalizó pero privó a Chile de muchos escritores establecidos, como Antonio Skarmetta, Fernando Alegría, Gonzalo Rojas, Humberto Díaz Casanueva, Ariel Dorfmann e Isabel Allende, cuya mezcla de saga familiar y realismo mágico puso la prosa chilena en los estantes de bestsellers en todo el mundo.

La situación postgolpe creó un cisma en el desarrollo de la literatura chilena. Además del exilio de esas figuras bien conocidas, un grupo de escritores jóvenes, denominados promociones emergentes por Gonzalo Millán, se encontraron en el exterior sin su entorno cultural y su público natural. En Canadá fue el caso de la Escuela de Santiago, con libros publicados en Canadá y rasgos que en 1968 anticiparon lo que habría de llamarse en los ochenta la Nueva poesía chilena, representada por ejemplo por Raúl Zurita y el fallecido Rodrigo Lira, caracterizada por fragmentarismo e intertextualidad, y una mezcla de géneros y voces. Las filas de esta Nueva Poesía contaron con poetas retornados a Chile después de años de destierro, principalmente de Europa, entre ellos Antonio Arévalo, Bruno Montané, Roberto Bolaño—logrado novelista recientemente fallecido en el pináculo de su producción-- y Gonzalo Millán, retornado de Canadá, ganador del premio Pablo Neruda y de un premio nacional anual del Fondo del Libro. Hubo también poesía comprometida, reprimida, que perpetuaba una tradición que en Chile había alcanzado su cumbre máxima con el Canto General de Neruda, escrito en el destierro y publicado en 1950. Un ejemplo de esta producción es el libro Dawson, de Aristóteles España, publicado en Chile en 1984, y cuyos poemas fueron escritos en la isla Dawson, donde el poeta fue internado cuando tenía 17 años y donde pasó cuatro años. Una iniciativa quebequense en este sentido, con vasto apoyo comunitario, fue la antología Poemas tras las rejas, compilada por Daniel Hinostroza en 1990, con prólogo de Inés Moreno y que contiene poemas de nueve presas políticas en ese entonces en las cárceles chilenas.

Lo anterior da un vislumbre de las tendencias de la literatura chilena en esos momentos: por un lado una literatura comprometida y a veces testimonial y por otro, una escritura más centrada en el discurso, en que los elementos de metaficción y metapoéticos eran comunes, pero que también se refería en un nivel a la realidad social. El libro más conocido de Diamela Eltit, Lumpérica, daba el contexto social a través de la voz de una prostituta, presentando a la vez una sexualidad y concepción del mundo femeninas, pero con énfasis en la dimensión del discurso. Lumpérica viene de" Lumpen" y" América".

Generalmente hablando, desde mediados de los 1980, el discurso literario de los chilenos que regresaron a Chile tuvo cierta aceptación. En el caso de Canadá, existió brevemente El espíritu del valle, revista de poesía y poética, iniciativa de miembros de Cordillera en Chile y Canadá. Publicada en Chile, esta revista fue concebida por Gonzalo Millán como vehículo para las "promociones emergentes” y la poesía chilena contemporánea en general, y mostró también a poetas canadienses en traducción.

Pero la escritura acerca del exilio, su punto de vista y experiencia estaban casi ausentes en la literatura chilena escrita en Chile. Algún trabajo se hizo, cercano al testimonio, como El Laberinto Sueco, publicado en Santiago, 1989, más narración de anécdotas que trabajo de literatura. Aparte del Jardín del lado, de José Donoso, una de las pocas novelas del exilio con difusión en Chile fue Cobro revertido, ganadora del premio del Fondo del Libro, de Leandro Urbina, que vivió en Canadá y ahora enseña en Estados Unidos. La situación hizo difícil la asimilación del discurso exilado. Decenas de miles de personas volvieron a Chile, con nuevos elementos culturales y de formación. En alguna medida la intelectualidad adoptó una actitud distante respecto a los retornados y a los productores culturales chilenos en el exterior, pero a la vez se hacía sentir la necesidad de un nuevo discurso. Al mismo tiempo, se ha ido produciendo un florecimiento literario chileno en el extranjero, con nombres como Luis Sepúlveda, o el novelista Roberto Bolaño, que entre otros, se han venido a sumar a Ariel Dorfman, por ejemplo, y al fenómeno editorial de Isabel Allende.

En tiempos de la dictadura, la literatura chilena en el exterior, en todos sus niveles de difusión y reconocimiento, desde autor best seller al trabajador cultural en el seno de la comunidad, contribuyó grandemente a la divulgación de la situación en Chile. Prácticamente no había ciudad importante que no contara con escritores chilenos en relación variable con la comunidad, pero en general implicados en su mayor parte en la denuncia del régimen de Pinochet o en tareas de solidaridad, ya sea a través de su actividad creadora directa o de otras maneras.

Para el escritor chileno en el extranjero es casi imposible publicar en Chile, si carece de las conexiones, fenómeno ni tan actual ni tan chileno. El escritor cubano, Luis Suardíaz, de paso por Montreal hace bastantes años, dijo que las camarillas entre escritores, intelectuales y editores eran un fenómeno distintivo de América Latina. La relación con el país de los escritores chilenos de la así llamada “catorceava región” sigue siendo problemática, pero en tres décadas se han desarrollado literaturas chilenas en el extranjero con rasgos distintivos, sea en España, Suecia, Canadá, Estados Unidos o Québec, muchas veces con temática local y obra publicada en el idioma de acogida, y por otro lado integradas de diversa manera a la literatura hispánica local en los países no hispanófonos. En el documental Blue Jay, de Leopoldo Gutiérrez, sobre los primeros escritores chilenos llegados a Canadá después del golpe, Gonzalo Millán afirma que escribir en español en Canadá es un acto político.

Entonces, ya no se puede hablar de una literatura nacional chilena restringida tan sólo a Chile, como quizás suceda con muchas literaturas nacionales en estos tiempos de nomadismo, exilio y migración. Por otro lado, la globalización virtual ha puesto en contacto a los escritores chilenos en todo el mundo, y a eliminado el requisito de la ubicación geográfica de la revista o editorial. En el caso de Canadá, el sitio Poetas.com es, además de una referencia de la poesía comprometida en habla hispana, un vehículo de expresión tanto de poetas chilenos de Chile como residentes en Canadá. La primera irrupción colectiva de poetas chilenos en Canadá se dio a través del portal dedicado a la literatura chilena, Escritores cl.

En algunos círculos del Chile actual, adelantado en el camino de la globalización y la economía de mercado, existe la impresión de que los escritores chilenos de afuera siguen pegados en concepciones añejas. Una editorial pequeña, cuyo nombre omito, respondió a la consulta de un amigo sobre una edición de escritores chilenos en Canadá en Chile, que lo que venía de Canadá estaba teñido de rojo. Como en el pasado el exilio literario denunció a la dictadura en Chile, en la actualidad muchos hacen suyas otras banderas que van desde la antiglobalización y el antiimperialismo, a la solidaridad con los pueblos indígenas, la promoción de la paz, la defensa del medio ambiente y la autonomía cultural y lingüística de las naciones. Las numerosas iniciativas culturales y literarias en Montreal, desde el Taller Sur, hasta la novísima Ediciones Alondra, han sabido combinar la literatura con la preocupación por los problemas candentes que nos aquejan como latinoamericanos y gente de este planeta.

Desde Ediciones Cordillera hasta la Editorial Poetas Antiimperialistas de América (poetas.com), pasando por El Dorado, y sólo mencionando algunos ejemplos, es posible certificar una historia de treinta años de literatura chilena en Canadá, diversificada y con múltiples manifestaciones, que además de aprovechar el bagaje patrimonial chileno, ha incursionado en el medio francófono y anglófono. Esta literatura se está inscribiendo con características específicas, además de mantener rasgos de una literatura de denuncia y transplante en el marco de sociedades irreversiblemente multilingües, multiculturales y multiétnicas. Lo que permanece, y quizás debiera aumentar, es el diálogo, tanto con los escritores y la realidad chilena, como con los núcleos dispersos de esto que empezó como exilio y que a treinta años ya se puede llamar diáspora.


Ottawa 2003