PEQUEÑA HISTORIA DE “HUELÉN”

Por Hernán Ortega Parada

 

Para los nacidos en los años 60 y posteriores, este nombre de “Huelén”, no dice nada. Sin embargo, vale la pena resguardar el ensueño y la realidad que lo envolvió.

Años 1977-1978, “algo” pasaba en Chile. Se habló de “apagón cultural”. Muchos escritores estaban en el exilio, ¿cuántos? No se sabe. Aquí dentro se suprimió la ciencia de la Sociología, también los talleres literarios en liceos de Santiago. Todo escritor, todo artista era “sospechoso”. Había temor de publicar. Los periódicos se cerraron a la pluma tradicional y a la emergente. El panorama literario era gris, ¡qué digo: era light, como se dice ahora! Entonces, el Director de Museos y Bibliotecas, Enrique Campos Menéndez (fallecido este 2007), ideó los Talleres “Altazor”, que funcionaron por dos años en la Biblioteca Nacional. Narativa: Enrique Lafourcade, con 60 alumnos; Arteche, con 15; Braulio Arenas, unos 10; Eduardo Molina Ventura, 10 a 15. Esta sorpresiva apertura atrajo a gente como Marco A. De la Parra, Iván Teillier, Carlos Franz, Carlos Iturra, Gonzalo Contreras, Mariana Callejas, Ana María Güiraldes, para qué seguir. Casi diría que se reclutó desde escritores marxistas a otros que se inscribieron libremente (entre ellos yo). Había profesoras de castellano para que a su vez sirvieran de monitoras en la ejecución de nuevos talleres. Y había, por supuesto, una cantidad indeterminada de agentes secretos de gobierno que apenas disimulaban el peso de la sobaquera, mezclados con el estado llano. Se trataba de apagar el apagón. En balance, hubo cosas buenas –en primer lugar los maestros- y la posibilidad de someterse a implacables juicios literarios que nunca hacen daño (salvo a los débiles). El 78, eso acabó.

Un grupo salido de la nada habíamos trabado amistad en fuentes de soda, al cabo de las horas de taller cuando todavía se sienten ganas de hablar. En efecto, al comenzar 1979 nos llamamos unos a otros y decidimos fundar una agrupación sólo para hablar y mostrar nuestos escritos. Así, aquel año nació el Grupo Literario Huelén, que, al buscar un monitor, tuvo en suerte dar con Martín Cerda, llegado el 78 desde Venezuela, hombre sencillo y claro, libertario, imbuido de las técnicas escriturales y ensayísticas del Viejo Mundo. Todo un maestro Martín. No ha habido otro igual en este pálido país.

A poco andar, observé que se escribían excelentes páginas y quizás más de alguna rescatable en el tiempo. Pero esos papeles volvían a sus anónimas carpetas. Pensé que la dignidad de una revista formal podría ser de gran ayuda a esta rueda de escritores donde asomaban algunos y desaparecían otros. Recuerdo a Jesús Capo, mostrando sus primeros cuentos. Trabajábamos, liberados absolutamente de compromisos idiológicos, en el Instituto Goethe (calle Esmeralda). Creo que entonces nosotros éramos el verdadero “arcoiris” y lo digo sin presunciones, pues había desde marxistas a pinochetistas y jamás nadie se sacó las máscaras pues juntos fundamos ese espacio de reflexión y labor. Y, contra la opinión de Martín, enganché intereses para crear la revista “Huelén”. El maestro había arrugado la nariz al saber del proyecto porque estimaba, muy sinceramente, que no estábamos para publicar y que ese acto era “un acto de vanidad”. Cuánta razón tenía nuestro crítico guía. Sin embargo, cómo cambiaron los textos escritos en simples papeles hasta el instante en que aparecieron ordenados, “limpios”, selectivamente, en esa tenaz publicación.

La idea de la revista “Huelén”, cuyo número 1 apareció en Diciembre de 1980, era aquel ejercicio escritural pero también pretendíamos buscar a los escritores mayores de nuestra literatura, para interrogarlos (aunque estuvieran muertos), rescatar a muchos del olvido y hacerlos caminar con nosotros. Es decir, la revista no fue un balcón para ególatras sino una herramienta de trabajo, un esfuerzo de crecimiento personal cuando no había otro espacio de igual calidad y sustancia. Tal cual. Hubo dos claras etapas: del número 1 al 9, y del 10 al 14, cuando nos pusimos pantalones largos y estuvimos en los kioscos de diarios de muchas ciudades. En las dos etapas, jamás ganamos un peso; al contrario, la mala memoria y la falta de experiencia financiera se llevaron las pérdidas. Pero, en lo esencial, vivíamos. Escribíamos. Entrevistábamos. Y recibíamos experiencias. Etapas llenas de actos simbólicos y emocionantes, y eso no lo pueden olvidar escritores actuales como Paz Molina, Lila Calderón, Teresa Calderón, Jorge Calvo, Edmundo Moure, Ernesto Langer (dipsómano de las letras). Por supuesto que estábamos rigurosamente vigilados, incluso con algún “metiche” de gobierno (como colaborador “desinteresado”) que entregaba informaciones de nuestro quehacer a un servicio uniformado y que, sin embargo, él mismo nos servía de escudo porque nunca hablamos de política contingente y porque tampoco captaban el subtexto de muchas páginas, a pesar de que algunos colaboradores fueron bastante explícitos. Sin embargo, Calvo fué amenazado de muerte.

El grupo “huelenístico” dividió su accionar pues el maestro, curiosamente, decía no tener preferencias por la poesía. Y, de hecho, su taller fue siempre de narrativa y ensayo. A él concurría habitualmente una docena de cuentistas y novelistas en ciernes y que, a la postre, colocados unos tras de otros, fueron muchos. Al Goethe, escasos poetas, como la extraodinaria Francisca Ossandón. La segunda sección se instaló misteriosamente en Av. España con Blanco Encalada (la “morada de las sombras” como figura en un enrarecido pero rescatable texto del número 3 de la revista.).

El primer número fue dedicado a Gabriela Mistral, como un llamado esotérico. Allí creamos el hábito de los autógrafos en portada.Recién se había ido Armando Rubio, que lo habíamos conocido en el “Altazor” y recibió nuestro homenaje. El segundo fue un abrazo entre el taller y Humberto Díaz-Casanueva, que se encontraba en Nueva York. Un día, recién llegado, concurrió al Goethe y nos leyó una clase poética magistral (“Mensaje a Huelén”) dedicada pues a los “jóvenes escritores del país” (estos jóvenes tenían entre unos 30 y 75 años de edad). Y se admiró pero reconoció el marco y el valor de nuestra agrupación. Yo gané a un amigo para siempre pues él me invitaba a su casa para hablar de poesía hasta los últimos años de su vida (él hablaba solamente y lo digo con admiración y gratitud).

Se formó para la segunda etapa un equipo de editores: Paz Molina en Poesía, Jorge Calvo en Narrativa, Ramón Camaño en Ensayo; mientras la honorable dirección la sostuve yo sin que jamás tuviéramos un desacuerdo en los temas, personajes invitados y selección de textos. Escribieron en “Huelén” un Jorge Marchant, Jaime Hagel, Guillermo Trejo, Miguel Ángel Díaz, Margarita Schultz, Carlos Olivarez, Diego Muñoz, Carlos Bolton, Miguel Arteche, Juvencio Valle, Aristóteles España, Bruno Serrano, José Carrión, Carlos R. Ibacache, Escilda Greve, Rosa Cruchaga, Elna Quinteros, González-Urízar, Antonio Vieyra, Matías Rafide, muchos más. Pero no hay que olvidar un dato especial: en casi todos los números Martín Cerda escribió notas especiales para la revista, textos que no han sido recogidos por sus estudiosos.

Este trabajo de editor nos permitió conocer a Alone, María Flora Yáñez, Alberto Romero y Francisco Coloane, cuyos retratos iluminaron sucesivas portadas. A Benjamín Subercaseaux ya lo había conocido en un curso de antropología en Puerto Aisén (1959). Respecto de este personaje superior de la literatura chilena, un día Ramoncito andaba peocupado porque nadie sabía donde descansaban los restos suyos (1902-1973) después de haber sido repatriados desde Tacna, donde había sido Cónsul. En la Academia, en la SECH, en la Biblioteca Nacional, nadie lo sabía. Un día partimos en auto, Ramón y yo, hacia Concón y allí descubrimos las cenizas guardadas en el espacio interior del cráneo de un busto suyo forjado en bronce por Marta Colvin. Quien guardaba el tesoro, en medio de un jardín, era Benjamín Subercaseaux (h), médico recibido en Francia y que ejerce aún una cátedra en la Universidad de Valparaíso. Fue una de las “hazañas” de “Huelén” (ver número 8). La próxima fue tener un stand propio en la Feria del Libro del Parque Forestal (¡Qué tiempos aquellos, a pesar de la dictadura!).

Otro breve pero significativo galardón lo entregó Álvaro Cuadra (actual profesor de la U. Arcis), cuando trajo desde París un testimonio grabado con la voz de Julio Cortázar. Era un mensaje a los “jóvenes escritores de Chile” (“...la literatura es como un gato.”). Busquen la revista (N° 13). Está ahí, en la Biblioteca Nacional. La despedida de “Huelén” fue en agosto de 1984, porque no pudimos recuperar los dineros invertidos en ella y porque ya era necesario que se profesionalizase. Ëramos de otra madera.

Conocer, entrevistar a Nicanor Parra, Francisco Coloane, Enrique Lihn, Raúl Zurita, fueron experiencias extraordinarias, porque se extrajo de ellos, de sus textos, de sus palabras, materias didácticas que no figuran en análisis de sesudas revistas universitarias. Si no, lean y comparen.

La postrer “hazaña” fue que todo el equipo editor estuvo en la Feria del Libro de Buenos Aires 1984. Obtuvimos textos inéditos de Borges. Tertulias inolvidables con escritores porteños. La revista N° 14 fue nuestro “canto del cisne”. Ya estábamos trabajando con Juan Radrigán para dedicarle el número siguiente.

“Huelén” es un tema apasionante si su existencia se mira con lupa. ¿Y como editores de libros? ¿Como creadores de talleres y conferencias? Su desaparición dejó, muy a nuestro pesar, episodios dolorosos como la muerte de Ramón Camaño, muy poco tiempo después, porque él perdió el cuerda que sustentaba su espiritualidad, esa que no había conocido en otro ámbito. El más curioso lector, furioso lector del grupo, fue este autor de obras para teatro (premiadas), de cuentos fantásticos (“En torno a gestos de rebeldía”, libro) y ensayos. Estaba siempre al día y nos mostró, por ejemplo, la obra de Jünger, Max Frisch. Se aisló en Bulnes. Murió de soledad y nostalgia literaria.

Hoy, los escritores (narradores y poetas) de esta petit histoire, que han crecido, que perviven, y algunos de los cuales gozan de mucho prestigio, no hablan de esos comienzos, no nos vemos, así como los condiscípulos de muchas escuelas, porque la globalización hizo perder la capacidad de conversar entre artistas y creadores. Quizás algún día...

 

Refugio “Huelén”, Julio de 2007