Panorama subjetivísimo de la novísima poesía chilenísima
Por Héctor Hernández Montecinos

Estoy pensando que es lógico
que van a estar histéricas las tipiquísimas

DIVINO ANTICRISTO


El presente grupo de poetas sobre los que he escrito no sé ni me importa mucho si son o serán una generación literaria. Más bien, ellos y ellas configuran una nueva sensibilidad con respecto a la escritura como intervención y exterioridad, separándose de la escena noventera que desde su academicismo se encerró en la poesía como un discurso centrípeto y despolitizado. Varias características distinguen a estos y estas poetas y los oponen a la generación del 90, entre otras podría hablarse de la hibridización de las subjetividades-escribientes en el sentido de que la voz y la mano poética devienen otras partes-órganos del cuerpo como metáforas de la escritura misma.

También podría agregarse que la generación anterior tiene su gestación, formación y referencias en la literatura misma como un discurso bello, de concisión y economía lingüística, en cambio para estos y estas poetas no hay más belleza que la honestidad y la sinceridad de un mundo que comienza a abrirse en su clausura desbordante. Varios de los y las poetas de quienes hablo, si bien es cierto tienen estudios universitarios, su formación literaria es en talleres o definitivamente como autodidactas. Ellos y ellas han cruzado sus poéticas personales con políticas sociales y culturales. Pocos han publicado y los que lo han hecho ha sido en ediciones de escaso tiraje y casi nula distribución. Las temáticas se dispersan como zonas de demarcación de subjetividad dentro de un espectro de misma socialización. Hablan y se hablan. Desde el género, la pobreza, las fiestas pasando por la cita clásica y la parodia estas escrituras se presentan como factura y borde de un momento de la poesía chilena que se cruza con el mercado, los monopolios editoriales, el deseo de libertades éticas con respecto a las sexualidades y los cuerpos. La ironía, la risa y la descomposición de algo que se está gestando en cientos de páginas en blanco y en cientos de noches bajo este país llamado poema.

No soy la persona más indicada para hablar de la nueva nueva generación de poetas, por una simple razón: la mayor parte de ellos y ellas son mis amigos y amigas. Todos hablamos mal del Mal chileno de los amiguismos, los nepotismos, las dinastías y todo eso, pero me atrevo a escribir este artículo no para efectuar alguna estrategia de poder, ni por algún oportunismo disimulado, ni menos con un afán paternalista. Los y las jóvenes poetas que presento son mayormente inéditos, no pertenecen a ningún circuito de influencias, no aparecen en las antologías oficiales, leen sus textos en bares o pequeños centros culturales, no quieren hacerse famosos ni ricos (en poesía, nadie con un dedo de frente). Ellos y ellas escriben desde la desobediencia de sus quehaceres hogareños, estudiantiles, familiares y hasta juveniles. Y a pesar de todo siguen con la palabra como resistencia e intervención. Su poesía es arriesgada, da cuenta de una contingencia personal, no temen a escribir. Su dolor se convierte en ironía y su rabia en belleza.

Los más antiguos autores que conozco son de los talleres de Balmaceda 1215 en Santiago, hablo de Ignacio Briones (1975), un hábil desarticulador de la página en blanco, que ha publicado en varios libros colectivos y el suyo aparece en el año 2002, El mago Zerez, donde reconstruye desde una muerte filial una voz regenerativa de la justicia y un duelo otro. Marcela Saldaño (1981), es una proliferante poeta que eclosiona el lenguaje llevándolo a sus más duros reveses, también ha publicado en varios libros colectivos; Gladys González (1981), una penetrante y eficaz observadora del "tráfico nocturno del paraíso" como diría Ginsberg, ha publicado en libros colectivos y su obra Papelitos,es una pequeña edición hecha en Buenos Aires. Felipe Ruiz (1979) ha ganado varios concursos importantes de poesía, su escritura penetra los intersticios de los contratos civiles como lo es el familiar o el poético mismo, es inédito pero tiene un libro listo: Co bi jo, con el que ganó el premio Armando Rubio el año 2003.

Alexis Donoso (1980) también es inédito y tiene material de sobra para ser publicado, su poesía da cuenta de una nueva sensibilidad urbana que pone en jaque "la microfísica del poder" y sus relaciones entre sujeto hablante y objeto lírico. Eduardo Barahona (1979) ha publicado en Desencanto personal: Reescritura del Canto General de Pablo Neruda (Cuarto propio, 2004) y su poesía reconstruye un lugar "deslugarizado" con la metáfora de la ciudad como una zona móvil y traducible desde la sensación contemporánea de (des)pertenencia. Rodrigo Olavarría (1979) también aparece en el libro anterior, la configuración de sus textos se ve enriquecida por una erudita competencia literaria y una translación del mismo idioma castellano como inscripción y posibilidad de desborde. Diego Ramírez (1982) de igual modo es parte de la re-escritura de Neruda, no obstante su obra es una de las mayores de la nueva escena, en ella construye un increíble imaginario performativo desde sus textos hacia la noche como una escenografía subjetiva dentro del mercado humano neoliberal, tiene libros en coautoría con Gladys González.

De los pocos poetas que conocí en la Universidad Católica mientras estudiaba literatura quisiera rescatar a Alonso Venegas (1979) quien deconstruye la materialidad del vacío escritural como una zona de ilegalidad de la imaginación fragmentada. Nicolás Cornejo (1979) también desentiende el discurso literario como una convención retórica y trabaja sus puntos de fuga hacia una exterioridad risueña, es inédito. Carolina Díaz (1979) exhibe en sus textos una arista del cuerpo sexuado como suspensión de sí y el fluido como un acontecimiento de verdad. David Romero (1980) encabalga una nueva épica del sujeto trastabillado y pleno da alucinación. Paula Ilabaca (1979) también forma parte de esta nueva escena poética.

Entre los poetas de regiones que he tenido la suerte de conocer algunos son Manuel Valencia (1979) que vive en la quinta región y ha recibido distinciones por su obra inédita en el extranjero, su poética se caracteriza por una multiplicidad de cuerpos literarios que cruzan su producción dando cuenta de una pulsión arrebatada y delirante. Un poeta de la décima región es Pedro Montealegre (1975), él ha sido postergado de los círculos más oficiales de la poesía justamente porque su sensacional obra, como el libro Santos Subrogantes (Universidad Austral, 1999), produce un quiebre al formalismo enfermizo de la endeble generación de la que pudo despegarse. Pablo Karvayal (1975) vive en Rancagua y está preparando su primer libro, allí da cuenta del cruce entre la poesía como un cuerpo erótico en diálogo y las condiciones sociales que la escenifican en un momento determinado por el viaje como correlato. Arnaldo Donoso (1979) de Chillán tiene un libro inédito completamente alucinante que mezcla el lenguaje poético y teórico en la transversalidad de ambas escrituras como gesto y síntoma de la epifanía de la palabra. También de Chillán, pero nacido en Coyhaique, es el poeta más joven que conozco, Nicolás Barría (1989) quien el año pasado publicó su libro Las dos mitades del sol (Aluén editores, 2003) donde repasa partes de la contemporaneidad histórica con su lúcida visión en un lenguaje prístino y notable por su factura. De Talcahuano es Pedro Díaz (1979) quien publicó Claustrofobia (Lar, 2000) lugar desde donde redescubre el cromosoma de la palabra como fractura y quiebre de la representación. Nacido en Temuco pero residente en Santiago es Ernesto González Barnert (1978) quien tiene publicado La coartada de los dragones por el camino pequeño (Pewma, 2000), el poeta recicla los discursos clásicos de la poesía manteniendo su transparencia hasta visibilizar sus propias heridas simbólicas.

Por último, entre los y las poetas que he conocido por diversas razones y con los cuales del mismo modo comparto comunión y comunidad poética quiero nombrar a Pablo Paredes (1982) quien escenifica un racconto personal desde el dolor y la burla como medios de purgar una historia nacional cercenada por la higiene moral y el bienestar económico. Rodrigo Gómez (1975) quien patentiza una ironía extrema y un humor descarnado mediante una musicalización verbal notable, trabaja en su primera publicación. Max del Solar (1978) tiene publicado Las químicas orquestas (Al Margen editores, 2003) en el cual entreteje una fábula posmoderna de burla hacia la conciencia del yo como unidad y lógica. Gregorio Fontén, (1982) publicó Contemplación (Ediciones de la Elipse, 2001) usando el espacio de la página en blanco como una materialidad poética visual y concreta que releva a la letra a una zona de demarcación y ausencia semántica. Eduardo Fariña (1982) es inédito y sus textos muestran el tráfico entre la ciudad como cuerpo posible y el cuerpo como territorio extranjero y legible. Gregorio Alayón (1983) mantiene en su escritura el enjambre del acontecimiento como pura multiplicidad narrativizada por un ojo avizor y profundo. Finalmente, quiero citar a Úrsula Starke (1983) quien tiene publicado Obertura (Maipo ediciones, 2000), en el libro la poeta pareciera crear una banda sonora política y subjetiva de la nueva sensibilidad que implica el hecho de ser joven y poeta en una sociedad antiliteraria y endurecida por el mercado y la bienestarofrenia. Úrsula abre su libro con los siguientes versos: Soy la más mediocre/ de la poesía chilena.

He aquí 27 nombres de la más nueva poesía chilena teniendo presente que tuve que dejar fuera por cuestiones de espacio a una cantidad igual o mayor de poetas que hoy escriben en los rincones de este poema llamado Chile.