Nota sobre Abisal, de Javier del Cerro
Jorge Etcheverry



Este libro de poemas de Javier del Cerro, autor del norte chico chileno, nos presenta una voz muy especial y distintiva, brotada en una zona que ha sido particularmente fructífera para la poesía chilena en las últimas décadas. Estos poemas sitúan al autor junto a Julio Piñones, Arturo Volantines y Julio Miralles, notables voces poéticas de la zona. El poemario (o quizás poema) se inicia con un planteamiento situacional de contenido bohemio, un poco de poeta maldito, en un fácil verso libre, que deja una impresión al menos parcialmente vanguardista, o lo que puede asociarse con esto. A medida que el libro se despliega, va llevando de la mano al lector hacia parajes fantásticos, que sin embargo están construidos a partir de concreciones muy objetivas. En el específico ámbito alternativo construido en este el libro mediante un emisor poético ubicuo y en ocasiones semidivino, a la vez personaje y testigo, no faltan las alusiones y menciones a hechos contemporáneos concretos, que anclan esta imaginería predominantemente marina, de corte fantástico y muy sensorial.

La objetividad presente incluye elementos geográficos, imaginario míticos, marinos, que constituyen el ámbito que despliegan y en que se despliegan estos poemas, o poema largo. Pero no están ausentes las alusiones contextuales contemporáneas, por ejemplo a los desaparecidos, con su macabra connotación para gran parte del mundo y en particular para Chile. Gran parte del texto se dedica a las diversas auto caracterizaciones del hablante, que se refiere en algún momento a su voz de pez. Está por ejemplo la insólita o extraña declaración de amor hacia el género humano de ese pez-hablante poético, o principal o mayoritariamente pez, aunque a veces bastante antropomórfico. Quizás un elemento de esta caracterización aluda al símbolo cristiano del pez, lo que daría más productividad a la siguiente declaración de este hablante íctico:

Pienso.
En un frío país 
de montes, fiordos
y pequeños arrecifes.
Pienso 
en los desaparecidos,    
y mi voz de pez canta
al amor por los hombres. (pág. 4)

Este hablante asume la forma de una entidad multiforme, de contorno general sólo entrevisto, que se va configurando como el hilo que sostiene el conjunto de poemas. Es una entidad mítica que pese a su condición y además de aludir a ‘los desparecidos’ y establecer su ‘amor a los hombres’, hace declaraciones sobre el estado de cosas religioso en la actualidad “Mi dios no es judío, musulmán ni cristiano. No es una mercancía (p.6)”. A esto el hablante contrapone una religión superior a las del Libro, ya que afirma “Mi dios sí hace milagros (p.7.)”. Pero estas ojeadas por así decir contemporáneas, concretas, son una especie de prólogo a  la inmersión en sí misma de esta entidad hablante mutable y cubista, que establece su ámbito en general marítimo y que empieza a enumerar y reiterar sus elementos constitutivos y sus circunstancias. Se posiciona, enfoca aspectos del entorno. Es una entidad que se describe “con mi cuerpo de agua (p.25)”, dice “Mi cuerpo de agua (p.26)”,  y “Mi cuerpo fue agua (p.30)”, menciona sus diversos atributos físicos “mi voz de pez (p.4)”, “mis alas torpes(p.2)”, “mi cuerpo calcinado(p.22)”, de cierta manera abarcando así los elementos cosmológicos constitutivos: agua, el aire, y el fuego, con escasa presencia del cuarto elemento, la tierra. Porque se es mayoritariamente marino.  Este hablante personaje se declara vástago de la diosa Aya, la amamantadora de pescadores, divinidad neobabilónica presente en la novela El Rodaballo de Günter Grass y una diosa madre y de la fecundidad marina.

“Mi cuerpo fue agua,
pez y una lágrima”,  (pág.30)

nos confiesa este habitante de corporeidad ubicua, pero que es básicamente un Polifemo de las profundidades,

“Vivo en lo oscuro del Pacífico” (pág.8)

se trata de un ser

 “Bioluminscente,
anaeróbico”(pág.33)

además de tuerto

“el ojo arrojado al mar” (pág.5)

“y un ojo” (pág.9)

“Cierro el ojo” (pág.9)

pero a la vez este ojo no parece formar completamente parte de la entidad emisora, es de alguna manera independiente, una especie de rémora respecto a un tiburón

“Doy vida a un ojo muerto,
de alma transparente.
Pegado a mí.
Como animal
a su hembra.
Como un pez” (pág.12)

En la génesis del personaje se explica este polifemismo “Mi ojo derecho muere desde 1800” (pág.1), Muero en mil novecientos,/apuñalado en el ojo/por una prostituta africana” (pág.29), “El brillo del iris/ provocó la tragedia” (pág.29). Desde entonces el ojo muerto pena y reaparece en la historia del personaje: “Yo canto a los ojos muertos.” (pág.3), “Doy vida a un ojo muerto” (pág.12), “el sonido del mar/que pasa por mi ojo” (pág.13), “con terror mi ojo descendía” (pág.14), “Comensal del párpado” (pág.16), “Abro el ojo/lo cierro...” (pág.17). “a un pez con mi ojo” (pág.23), “Mi cuerpo de agua/y mi ojo” (pág.25), “Veo el rito por el ojo del pez” (pág.27). Estos son ejemplos de la búsqueda que se podría hacer en estos textos de una isotopía relativa al ojo, la vista, etc., lo que daría para mucho. 

Esta entidad emisora poética originaria del ámbito marino, de alguna manera un semidiós polimorfo, no proviene del ámbito tradicional celeste, con o sin paracaídas ala Huidobro, como la mayoría de las divinidades sobre todo occidentales. Se origina en las profundidades marinas, ambiguas, abyectas y tenebrosas, pero a la vez progenitoras de la vida. Y que son en este planeta la fuente evolutiva de toda vida. Ese ámbito de alguna manera consustancial al hablante, es a la postre todos los mares geográficos, que hacia el final del libro la voz poética enumera. Este mar se confunde con el cielo y por extrapolación, con la totalidad de cosmos, donde la entidad que nos habla en estos poemas tiene un rol creador, sin dejar de ser también por su historial un ser desterrado que pareciera estar pagando por alguna trasgresión o pecado original. En su papel de creador o productor de vida, esta figura abarca la parte celestial y la marina de esta totalidad cósmica:

Pueblo los montes,
las llanuras abisales.
Bioluminscente,
anaeróbico. (pág.33)
  
El mar
es el espejo del cielo.

Miro estrellas
y doy forma
a lo inconmensurable.

Lo abisal,
es el universo visto de este cielo. (pág. 31)

Muchos otros aspectos entrelazados podrían examinarse en este breve tomo. Digamos para finalizar que creemos que en este libro anfibológico se narra una tragedia cósmica, que se inicia con la circunstancia anecdótica y humana de una ceguera parcial, para-homérica, del narrador-personaje, que el emisor sitúa en los 1800/1900. Este hecho lo inicia y habilita como poeta y es paralelo al nacimiento mítico correspondiente de este hablante personaje semidivino, que de alguna manera forma parte o abarca nuestro universo bipolar, bivalente, quizás complementario en su innata contradicción. Esa tragedia cósmica es la presencia del dolor universal que nos afecta pero del que somos rescatados en un ciclo sin fin similar a las mareas. Quedan como aportes de este tomo la adopción de un personaje hablante mítico,  la presencia de una imaginería muy distintiva, de definitivo olor y sabor marinos, de una rica concreción material y sensible, y el intento de representación de un proceso cósmico, dotado, que implica el reiterado dolor pero además su superación. El libro finaliza:

Aire de la tierra,
telúrico, social.

Profano y su pez.
Mar de mis excesos.

Todos los cabos son mis costillas.

El amanecer  del Atlántico,
el fuego,
el horizonte,
los rayos.

La rompiente,
la rada,
el pequeño arrecife.

Todo mi cuerpo
picado por el viento.

Mar de la infancia

Mi luz acompaña
a los desaparecidos.