Apuntes del natural
(Aforismos)

de Juan Antonio Massone

 

De la palabra escrita

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Las palabras literarias suelen ser los futuros olvidos que nos dejarán sin palabras.

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¿Quieres saber quién es un poeta? Apréstate a escuchar el silencio de sus palabras. Si no pudieres lograrlo, atribúyelo a que tú o a sus palabras los ha copado el bullicio.

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Escribir es señalar lo simple y primordial que habita dentro de sí en relación a cuanto existe; saber quién vamos siendo; qué nos llama o qué nos desdeña en la insignificancia, tanto como en lo posible e imposible.

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Una de las percataciones más permanentes es respecto del hecho de no acertar jamás completamente en este oficio. De allí que volvemos a escribir una vez y otra.

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Existe, entre muchas clasificaciones posibles, dos tipos de textos: aquellos que surgen de la necesidad y la pulsión que culmina en cierta consciencia de las palabras, y esos otros que completan el mundo literario: artículos, comentarios, circunstanciales discursos y comprometidos elogios que son tributarios de las obras.

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Pienso que el esfuerzo por parecer actual revela la insuficiencia de serlo. Después de todo, uno es su propio contemporáneo, de por vida. ¿Para qué buscar agradar a la hora y a la galería si se está lejos, remoto de sí? Solo nos corresponde aquello que somos con naturalidad, venido de un profundo ímpetu. Lo demás es espurio.

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Se ha escrito tanto en los siglos y, sin embargo, parece inagotable ese impulso de registrar, de estatuir una silueta, de confesar júbilos y tormentos al silencio. Los temas, las dudas, los suspiros y las aspiraciones en torno de ese acto de duplicar la vida en la palabra son, en el fondo, los mismos. Nuevo es lo que se puede seguir diciendo, la versión más reciente de una vieja inquietud.

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Un poema tiene mucho de desvelo suspirante, una suerte de inocencia revelada, francamente la liberación de la energía capaz de relacionar lo diverso y de sugerir la existencia subterránea del cielo y el destello de lo más bajo o de lo inadvertido.

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Todo escrito verdadero se cumple en alguien.

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Las obras literarias no deberían ser únicamente el reflejo de insoportables egolatrías.

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La poesía no nos habita las veinticuatro horas del día; lo hace a punta de lejanías y proximidades intermitentes.

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Al escribir uno debería hacerlo de tal manera como si nadie fuere a leer el texto. Sólo así puede franquearnos la ardiente confesión, la indignada repulsa o el acoger presencias, comenzando por la propia  en el habla ventrílocua.

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La poesía espera a todos los hombres. Se aficiona a todo lo vivo y hasta cuando avisa o trata de la muerte sabe atraer a los huesos, las lápidas y hasta los despojos en una forma particular de revivirlos.

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En la literatura, la muerte goza de buena salud.

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La vivencia consciente es la que confiere relieve a los textos.

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Las palabras de los otros, si son auténticas, permiten asomarse al abismo de sí.

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Me declaro más contemporáneo de Cervantes o de Dostoiewski que de mis vecinos y mucho más en casa con don Quijote y Raskolnikow que con la mayoría de cuantos trato y conozco.

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Existen tres grandes disciplinas a propósito de la literatura que suelen disputar el  cetro de la atención: la obra propiamente tal, la historia de las letras y la crítica literaria. Francamente, me gana la atención e interés la primera. Las otras dos son, si bien se mira, sus damas de compañía.

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¡Cuánta perseverancia es necesaria para escribir un diario personal! Pertenezco a otra casta: aquella conformada por quienes sólo llegan a ser víspera y proyecto.

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La poesía, tanto como el amor y la belleza, existe para bien de los hombres.

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Los poetas pueden ser representantes lúcidos del alma dispuesta a hablar a solas.

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Nunca me ha parecido suficiente la actitud de exclusiva crítica que ejerce el escritor y el intelectual. Pienso que la palabra requiere, además de ser formulada, un gesto vivo, el testimonio de alguien que encarne la superación del mero decir, el escueto no estar de acuerdo.

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Recuerda: la eternidad no está en tu verso.

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El poema es gota que resume el océano.

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Leyó tanto que acabó sin palabras.

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Los que venden el alma en la escritura, merecen ser condenados por falsarios.

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La posibilidad y ejercicio de escribir son importantes, mucho más que los escritores.

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El momento sencillo de tu verso leído como un amanecer es luz venida desde más adentro.