Escritor al banquillo

HERNÁN ORTEGA PARADA

 

1.-¿Qué es para usted la literatura?

No es una forma de ganarme la vida. Aunque me hubiera gustado sustentarme en torno a los libros (he tenido que hacer todo lo contrario). No me gusta el best-seller. No me gusta la farándula. Mi íntima biografía no hace más que denunciar el hecho de amar los libros y que la muy temprana experiencia de escribir me hizo diferente, me abrió una ventana sobre mí mismo y sobre los anillos de Saturno que nos rodean. Siento, pues, que existe en la literatura una posibilidad superior de existencia. Con ella he sobrevolado las grietas de hielo más crueles. Es fundamental. Recuerdo que al visitar a Alberto Romero, en su lecho de enfermo del Hogar Israelita, en 1981, pocos meses antes de que él dejara este “conventillo”, la enfermera le dijo que yo era un escritor. Romero se irguó entre las mangueras y tubos que acosaban su cuerpo y me apretó la mano entre las suyas. A él se le llenaron los ojos de lágrimas. Y a mí también.

2.-¿Opinión sobre la literatura chilena actual?

Desoladora. Especialmente la poesía de los que publican más menos del 80 hasta la fecha. No se cansan de imitar a Dylan Thomas, a Ferlinghetti y a los poetas alemanes. Son malos alumnos de Parra, además, y tratan de ocupar un espacio aquí con esa técnica que tiene más de veinte años en Europa y Estados Unidos. Aquellos poetas “malditos” vienen del quiebre que produjo la Segunda Guerra. Aquí, aparecen tras el hotdog y la cocacola con vino. Trastornan la gran línea creativa de nuestra poética. Y le siguen jóvenes de “todo” sexo sin saber ellos lo que hacen. Han aplanado la imaginación. Sus temas son sociales pero no son iluminaciones. No son capaces de abarcar la sociedad y lo que hay tras ella, menos de ser visionarios.

3.- ¿Cómo se relaciona con los escritores de su generación?

No pertenezco a ninguna generación literaria. Ni soy nada especial en este sentido. Y he sido feliz durante mucho tiempo (ahora lo sé), escanciando un buen tinto para regar una buena charla en torno a una mesa con maestros y amigos escritores (a lo mejor compartiendo un pernil de chancho, o cada uno enfrentado a un churrasco con palta y mayo). Por ahora sólo tengo añoranzas y buenos recuerdos en el paladar y en el olfato.

4.- ¿Cuáles son el poeta y el narrador vivo más importantes en Chile?

¿Los más importantes? Según como se mire. Importante es Nicanor Parra, por su aporte lingüístico a la poesía. Importante fue Donoso, por los matices de su obra. Importante es ahora Isabel Allende por su éxito internacional (“La Casa...” y nada más). Importantes son Gonzalo Rojas, Raúl Zurita y, tal vez, Oscar Hahn. ¿Qué determina la importancia de un escritor? ¿Los premios, las ediciones de lujo, el autobombo, las universidades extranjeras?Lo trascendente, la creación de corrientes con influencias orientadoras y vitalizantes, que es lo que vale, sólo se escribe bajo la mano crítica del tiempo. Los que escriben para el monumento, no saben lo que hacen. No tienen grandeza ni generosidad.

5.-¿Qué opina de la institucionalidad cultural?

¿Alguna vez hemos gozado (antes) de institucionalidad cultural, entendida como política oficial abierta y de mecenazgo, como para que añoremos algo semejante? Lo que se está sembrando estos últimos años tiene su correspondencia en los programas que se aplican en importantes países del mundo. Hay, por lo tanto, una revisión de fondo social a contrapelo del liberalismo económico (asesino cultural). Porque es posible crear direcciones y caminos. La enorme bolsa que el Gobierno está abriendo, llega, indiscutiblemente, a muchos. Pero la literatura no es el único rubro para esta inversión. Lo que había tras una realidad ya vieja, era la falta de esperanzas para los creadores de todo género (incluso las letras). Sin embargo, el verdadero escritor, elpensador y arquitecto de una espiritualidad, el que renuncia a las convenciones, el que atraviesa el tiempo, no tiene derecho a esperar mecenas.

6.-¿Tiene planes de publicar próximamente?

 Antes que editar me preocupa no perder de vista el sentido de lo que estoy haciendo y si hago un aporte al granero literario. Puedo lanzar un libro cada año, a lo mejor durante diez. Pero, ¿mi estancia en el reino del arte es un espejismo, es un encubrimiento de la vanidad, o, derechamente, una trascendencia espiritual? Si entrego un texto según algunos preceptos exigentes, las ediciones pueden venir solas. Como los sobrinos de Mickey Mouse, digo que “lo intentaré”.

7.- ¿Cuáles son sus tres virtudes y tres defectos más sobresalientes?

Sólo uno de cada uno. Amar el arte repitiendo como loro “Todo lo que no sea literatura me aburre”. Y, por otro lado, no haber tomado con espíritu no ingenuo la vocación cuando era joven y podía orientar mi vida hacia donde yo quisiera. ¿A quién culpar de aquello y también de esto?

8.-¿Existe la crítica literaria?

La crítica literaria existe. Pero no hay escritores, intelectuales o “académicos” que la asuman con criterio estético y profesional. No dudo, hay buenos lectores que comentan libros, que cumplen con un precepto básico: orientar al lector. ¿Hacia dónde?, es la pregunta dolorosa. Suelen evidenciar la camiseta (editoriales que están detrás para empujar sus propios libros). Los buenos críticos han sido varones, varones independientes de opinión por lo general. ¿Por qué nunca mujeres? También es necesario reconocer que ese ingrato oficio requiere tener un bagaje previo de lecturas muy intenso y profundo (desde Sainte Beuve y Taine, entre los modernos) y que ese ejercicio diario no debe detenerse jamás; y, entonces, ¿se puede vivir exclusivamente como crítico? Los medios de comunicación (los de tinta) no “venden” con la literatura porque se borró la capacidad lectora de las masas educadas. La mismo queja se escucha en Norteamérica y Europa. El sistema económico mercadista es opuesto a la actitud generosa, casi romántica, de los grandes críticos. El mejor libro sobre dicho género, en nuestro medio, es (o fue) “La Evolución de la Crítica Literaria en Chile” (Universitaria, 1965), de John P. Dyson, observador y metódico profesor de Indiana. Asombran esas páginas que muestran el apogeo de la actividaden este país. ¿Cuándo murió esa actividad? Y una pregunta más: ¿qué hace el escritor chileno (residente aquí) para elevar per se el nivel de la autocrítica?