BAR
de Reynaldo Lacámara*

 

En el material traslúcido, brillan los ojos del compadre, cuando le habla la niña, cuando Los Jaivas en un Burlitzer de Peñuelas o cuando Violeta en un local de Pelequén. Hay bares de finas hierbas, con otro compadre envuelto en humo y cantando.

Hay pelambres en Longaví, es la costumbre, donde es necesario estar y no retirarse primero.
Ahora el comidillo es en lo alto, en Las Urracas, en Vitacura, un contertulio da cuenta de sus cuitas bancarias.
Yo les digo a todos que estamos bien, que nadie podrá expulsarnos desde esta barricada.

Más cerca de mi casa, me detengo Jack Daniels y Hotel California y una cuarentona, bella como una promesa que está dispuesta a dejarse convencer.
Un mojito y mis compañeros agitan mundos que existirán, gracias a  nuestras intenciones.
Un Remy Martin para decirle al Embajador que la canción de Rolland no termina de convencerme.
Y otra mirada traslúcida donde se conversa con amigos y certezas, con una muchacha y cierta verdad, con nosotros mismos y un espejo claro, con un desconocido que silba verdades, con el barman, más sabio que cien congresos de sicólogos.
Algo hay sobre los estantes de un bar, al mirar las botellas se intuye un contenido, como un mensaje lanzado al mar y que se busca toda la vida, pero, cuando encontramos nuestra botella, rescatada de un roquerío, al borde de un acantilado, descubrimos con manos temblorosas que el mensaje ya está en nuestro interior. Entonces algo nos rescata, un fantasma amontillado que decidió vivir en los efluvios de un vino, que descorchado en alguna estación te lleva sobre ecuaciones paralelas y fórmulas etílicas, hacia donde siempre el chileno termina por comunicarse con su verdadero ser y a través de él, tal vez, por primera vez llore en público o ría, desenfrenadamente, como lo hacía cuando niño.

Tengo sed en Caracas, un letrero comienza a tener sentido a medida que desciende el Ginebra, “los borrachos somos gente decente”, Bar El Quijote, junto a Bastías y Barrero, serpenteantes.
Tengo sed y un licor pendenciero me defiende del frío y las incertezas, mientras mis amigos ríen entre ocurrencias y planes que pretenden derrotar los dolores, yo tengo sed, siempre tengo sed.
Tengo sed sobre barrancones cubiertos de niebla donde los pobres se entibian con  apiado.
Tengo sed sobre Madrid de capas grises, cuando la gente se defendía en su sangría.
Tengo sed en bares donde un pueblo tembloroso bebe terremotos y sus réplicas.
Tengo sed, siempre tengo sed, en estas calles de Santiago, cuando todos los aparecidos me invitan y mi corazón es una esponja que me lleva hacia donde mi boca se purifica y canta.

 

* Reynaldo Lacámara nació el año 1956 en Santiago de Chile. Vivió su infancia en la ciudad de Rosario, Argentina. De regreso a Chile, residió en el sur del país en las ciudades de Curicó (1970-1982) y Linares (1982-1984) .Desde 1985 reside en Santiago. Estudió Ingeniería Electrónica en la Universidad Católica de Valparaíso. Su obra ha sido incluida en diversas Antologías y revistas especializadas de Europa y América Latina. Actualmente es el Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile. Ha participado en diversos Encuentros y Concursos Internacionales como invitado y jurado. Publicaciones: “Huellas urbanas” (1989);