San Vicente de Naltahua, Isla de Maipo

El ejemplar caso de una Biblioteca Rural

Por Hernán Bustos V.

En el sector de Llavería el punto de encuentro social es una pequeña y bien ordenada biblioteca rural fruto del esfuerzo de los habitantes de un villorrio donde el campo se arrima hasta las mismas murallas de las casas.

En las ciudades el punto de encuentro por tradición desde los tiempos de la Colonia ha sido la Plaza de Armas. En el lapso final del siglo XIX y buena parte del siglo XX también lo fue la estación del ferrocarril hasta donde familias completas concurrían a la hora de llegada del tren para enterarse de las novedades y copuchas o simplemente para entretenerse observando el ir y venir del gentío. Hoy, ese punto de reunión social lo constituyen los mall, los grandes centros del consumo en los tiempos de la globalización. Pero en el sector de Llavería, localidad de San Vicente de Naltagua, comuna de Isla de Maipo, el punto de convergencia es una pequeña y bien ordenada Biblioteca rural fruto del esfuerzo de vecinas y vecinos del villorrio donde el campo se arrima hasta las mismas murallas de las casas.

La primera impresión es ver como los niños y jóvenes navegan por el ciberespacio en las laberínticas e invisibles redes de internet y chatean con sus pares de puntos muy distantes que apenas saben que existe un país llamado Chile y a los que les parecería exótico el nombre Naltagua -algo así como lugar de nalcas en lengua mapudungún-. Y en las estanterías, cuatro mil libros esperan a sus lectores, desde infantes que recién empiezan a entrelazar las silabas y consonantes, hasta viejos y ancianas que tuvieron su primer encuentro con las letras en tiempos muy pretéritos, aquellos del silabario Matte o el Ojo, o adultos que aprendieron con el Abecedario.

La Biblioteca funciona en una sede comunitaria que cumple múltiples actividades, como la visita del médico, los pagos del INP y, por cierto, las diversas reuniones vecinales. Abre sus puertas por la tarde, turnándose para la atención del público dos entusiastas dueñas de casa que se han capacitado para cumplir de la mejor manera con esa función, María Cerda y Alicia Vargas, quienes voluntariamente se encargan de cumplir con los pedidos de los usuarios, niños, jóvenes y adultos que no disimulan su orgullo por la Biblioteca pues antes debían desplazarse hasta Isla de Maipo o Talagante, a varios kilómetros, para ir en busca de un libro o material para hacer las tareas. Las autodidactas bibliotecarias son apoyadas por la productora de televisión Alicia Bichendaritz y la periodista Beatriz Berger, quienes con sus conocimientos profesionales se encargan de los proyectos.

“Como los niños no tenían donde hacer sus tareas y buscar material, nos empezamos a juntar un grupo de vecinas y reunimos unos pocos libros y de ahí seguimos trabajando y presentando proyectos para comprar libros”, recuerda Alicia, quien reconoce que hubo algunas dificultades propias de un comienzo. “Empezamos con una decena de libros y ahora tenemos casi cuatro mil títulos”, agrega María.

Pero no sólo de libros vive la Biblioteca. El esfuerzo es premiado por el apoyo de instituciones. Está bien equipada gracias al aporte de la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos (DIBAM) y el Consejo Nacional del Libro y la Lectura; la Municipalidad de Isla de Maipo contribuye con $ 80 mil pesos mensuales para el sistema de banda ancha que en un abrir y cerrar de ojos permite que el usuario se vincule con todo un mundo. Los tres computadores con que cuenta provienen del proyecto Bill & Melinda Gates y el Programa de BiblioRedes, que también aporta capacitación. Asimismo cuenta con varios recursos audiovisuales, todos puestos a disposición de una comunidad campesina en cuyas casas aún están lejos de tener los medios de la era de las Tecnologías de la Información.

El impacto social es innegable. De una comunidad que bordea los 2 mil habitantes esparcidos en un angosto y largo espacio situado entre un cordón de cerros y la ribera sur del río Maipo algo así como entre un 20 y un 25 por ciento de ellos se arrima una vez al mes a la Biblioteca. Claro que hay algunos que baten récores de lectura y reciben su merecido premio. “Mire, nosotros hacemos un recuento de los libros que lleva cada persona y a fin de año premiamos a los tres mejores lectores y les regalamos un libro. La señora Marta Gallardo, Jimena Céspedes y este mismo niñito que está en el computador, es uno de los que más lee”, dice María Cerda. Hay casos en que una sola persona ha leído 53 libros en un año, un promedio altísimo si se considera que la mayoría de los chilenos a veces nunca ha leído un libro completo en sus vidas.

Pero hay un proyecto más ambicioso. La Biblioteca Pública 357 quiere contar con su propio local debido a las múltiples funciones que cumple la sede social. “Acá se están rematando los bienes comunes que quedan de los parceleros y nosotros pedimos que nos dejaran un espacio donde construir una biblioteca, terreno que ya tenemos. Ahora queremos postular a un proyecto que nos permita construirla. En realidad necesitamos un espacio más holgado para atender a los niños y niñas y a todos los usuarios”, dicen las dos voluntarias, mientras otro grupo de pequeños y pequeñas entra al lugar en busca de textos y libros.

Cerca de las ocho de la noche, María y Alicia cierran el recinto y se encaminan a sus casas, con la satisfacción de, tal como lo hacen sus esposos -campesinos del sector- en su condición de cultivadores de la tierra, de haber sembrado otra jornada de cultura para ayudar a cosechar conocimientos a los habitantes de una localidad rural, apacible, afable, acogedora, pero integrada a un mundo vertiginoso y cambiante, gracias al fruto de su propio esfuerzo: la querida Biblioteca rural de un punto llamado San Vicente de Naltagua, por cuyos caminos de tierra la tradición oral, leyendas y narraciones aún galopan entrelazando la memoria de los tiempos de la palabra con un presente donde reina el mundo virtual.