Panorama de la poesía chilenocanadiense

por Hugh Hazelton

 

 

Entre los millares de exiliados, refugiados e inmigrantes económicos chilenos que se establecieron en Canadá después del golpe de estado contra Salvador Allende en 1973, hubo muchos artistas y escritores. Los regímenes militares toleran mal la expresión artística, y una gran cantidad de creadores chilenos se vio obligada a salir del país por su compromiso político o por el desafío implícito o explícito al sistema que se hallaba en su obra.

La ola masiva de inmigración chilena a Canadá de los años setenta fue la punta de lanza de otras que iban a continuar ocurriendo durante todo el fin del siglo desde Argentina, América Central, Perú, y --recientemente-- México y Colombia. Es por eso que la comunidad artística chilena ha tenido una influencia clave en el establecimiento de nuevas instituciones literarias, tales como casas editoriales y revistas, así como en la formulación de ciertos programas gubernamentales de apoyo a la creación, la traducción y la publicación, que luego se han abierto a la comunidad latinoamericana en general. Había habido otros grupos hispanohablantes que se habían instalado en Canadá de manera semejante, empezando por los españoles que huían de la represión franquista después de la Guerra Civil en España y continuando con los refugiados que llegaban de la serie de golpes militares en Latinoamérica que comenzó en Brasil en 1964. Sin embargo, dentro de la historia de la comunidad hispanocanadiense, fueron los chilenos los primeros en llegar en cantidad masiva y en sentar las bases para la creación de las futuras literaturas chileno y latinocanadienses y, desde entonces, la poesía de estas dos tradiciones ha conocido una continua interacción y simbiosis.

Los poetas chilenos que llegaron a Canadá se radicaron en una variedad de grandes ciudades a través del país, particularmente en Vancouver, Calgary, Winnipeg, Toronto, Ottawa y Montreal. Algunos habían publicado unas obras antes de llegar a Canadá y, después de la interrupción inevitable para reorientarse dentro de un nuevo país y cultura, siguieron con su carrera poética, aunque dentro de un contexto diferente; otros se afirmaron en la creación poética después de haberse instalado en Canadá. Casi todos han continuado escribiendo en castellano, salvo algunos que ahora crean también en inglés o francés. Hay que añadir que no todos los poetas chilenocanadienses han seguido estas mismas pautas: el poeta experimental Ludwig Zeller se estableció en Toronto en 1970, y mantuvo una fuerte presencia en el movimiento surrealista internacional, mientras Renato Trujillo llegó a Montreal como viajero en 1968 y comenzó poco después a escribir únicamente en inglés.

Los poetas que se escaparon del Chile pinochetista trajeron a Canadá todo su idealismo para el futuro, su visión artística y política truncada, y su arraigo a la patria. Se trataba, justamente, de gente que muchas veces había arriesgado la vida por mejorar su país, sin haber tenido nunca el menor deseo de dejarlo; para muchos, Canadá era una nación totalmente desconocida en su mundo --por no decir irrelevante--, con una tradición cultural y artística totalmente ajena. El hecho de terminar en Canadá, Suecia, Alemania u otro país dependía mucho más de los accidentes históricos, tales como qué país tenía la embajada abierta cierto día o quién conocía a alguien en el extranjero, que de las afinidades profundas o francos deseos de inmigrar a cierto lugar. Tal vez la imagen de Canadá ejercía cierta atracción justamente por su falta de definición --una tierra de tabla rasa--, pero la mayoría de los recién llegados se fue de Chile por fuerza mayor y por su profundo apego y lucha por el país, y eligió Canadá en gran parte por azar.

En los primeros años, entonces, aunque física y geográficamente en Canadá, la casi totalidad de los poetas chilenos que se encontraba aquí siguió tenazmente existiendo psicológica y culturalmente en su Chile natal. Los poemas se escribían para expresar su dolor, su militancia, su añoranza o su confianza inquebrantable en el futuro y se presentaban dentro de un ámbito chileno de amistades y actividades vinculadas casi únicamente al país natal. Los poemas se recitaban o se cantaban en peñas en que se anunciaba la caída inminente del tirano y la vuelta a la patria dentro de poco de toda la concurrencia; se publicaban en español en hojas volantes o libritos autopublicados que se vendían en tiendas de abarrotes latinos. Fue un ambiente intenso, dramático, trágico y algo heroico, que nutría la consciencia chilena en tierra lejana.

De esa efervescencia surgieron cuatro núcleos de poesía chilena en el nuevo país, frecuentemente ligados a alguna revista literaria, serie de recitales, editorial hispanohablante o antología en español. En Winnipeg, Tito Alvarado, Luis Torres y Dárwin Rodríguez Saavedra, así como otros poetas, comenzaron a publicar, en febrero de 1979, la revista mimeografiada Marinero del alba, que incluyó poemas y cuentos de chilenos de las praderas canadienses y de otros escritores latinoamericanos de todo el continente. En Toronto, Claudio Durán y otros poetas comenzaron a recitar en el café El Caballo de Troya, en la avenida Danforth, mientras Ludwig Zeller, Naín Nómez y el prosista Leandro Urbina leyeron en Harbourfront, lo que constituyó uno de los primeros contactos con el público anglocanadiense. En Montreal, una media docena de poetas comenzó a publicar cada uno por su propia vía. Nelly Davis Vallejos, que había editado su primer poemario en Chile unos meses antes del golpe de estado, continuó escribiendo y publicando en español y francés, pasando de los temas introspectivos a los de la justicia social. Francisco Viñuela publicó dos poemarios bilingües en los años setenta: el primero, un elogio a la militancia, y el otro, una meditación sobre la identidad chilena y quebequense. Los títulos de los dos libros reflejan la transición temática: Exilio transitorio/Exil transitoire y Nostalgia y presencia/Nostalgie et présence. El poeta chileno Manuel Aránguiz organizó Les Éditions Maison Culturelle Québec-Amérique Latine, que en 1979 publicó La ciudad, una colección de poemas de gran sutileza y originalidad estilística de Gonzalo Millán, cuya temática era la ciudad de Santiago bajo la dictadura. Millán, que ahora ha vuelto a Chile, ganó el premio Pablo Neruda de poesía en 1986. Alfredo Lavergne, trabajando en la cadena de montaje de General Motors, empezó a publicar los primeros de sus doce poemarios. Ottawa, donde se había radicado un buen número de ex estudiantes de la Universidad de Chile --algunos de ellos miembros del grupo vanguardista "La Escuela de Santiago"--, se convirtió en el foco principal de la publicación chilenocanadiense con la fundación, por parte de Leandro Urbina, Jorge Etcheverry, Naín Nómez y otros, de las Ediciones Cordillera, la principal casa editora chilenocanadiense de la década de los ochenta.

Poco a poco, entonces, la inspiración poética chilena se arraigó en Canadá, donde floreció en unas condiciones de invernadero, dentro de un clima intelectual particular que estableció su propia mini-estructura poética y literaria. Pero paulatinamente los poetas chilenocanadienses comenzaron a darse cuenta de que tal vez la gran vuelta a la patria no iba a ocurrir sino en mucho tiempo más --eso, si ocurría--, y que, quisiéranlo o no, tenían que hacer las paces también con la cultura canadiense. Esto trajo tres cambios. Primero, nació un gran interés por hacerse traducir a una de las lenguas oficiales del país, para poder alcanzar un público más allá del hispanohablante. Segundo, el calor de la solidaridad y del interés canadiense en la literatura latinoamericana provocó cierto deshielo en el mundo de las letras oficiales del país, y varios antólogos y editores progresistas, tanto anglocanadienses como quebequenses, descubrieron la riqueza literaria de los latinoamericanos que vivían en su propio país. Tercero, con el transcurso de los años, la experiencia canadiense para estos escritores comenzó a tener una relevancia cada vez mayor, mientras que los contactos con Chile se relegaban gradualmente al pasado, lo que convirtió a muchos autores chilenos en el exilio en escritores chilenocanadienses.

La época de los años ochenta fue la de los poemarios bilingües, a menudo traducidos por la compañera o compañero del poeta o por un amigo (lo que no afectó la calidad de la traducción, porque muchos de estos traductores continuaron en la profesión después). En Toronto, por ejemplo, Claudio Durán publicó Más tarde que los clientes habituales/After the Usual Clients Have Gone Home, traducido por el poeta puertorriqueño-canadiense Rafael Barreto-Rivera en 1982. En Ottawa, dos miembros de la "Escuela de Santiago", Jorge Etcheverry y Naín Nómez, siguieron con sus visiones fragmentarias vanguardistas, con El evasionista/The Escape Artist e Historias del reino vigilado/Stories of a Guarded Kingdom, respectivamente, colecciones de poemas que abarcaron todo el material de la primera década de su carrera poética y que fueron traducidas por Christina Shantz, la compañera de Leandro Urbina, traductora por antonomasia de gran parte de los escritores chilenoottawenses publicados por las Ediciones Cordillera. Erik Martínez también publicó las meditaciones surrealistas de Tequila Sunrise en español e inglés, traducidas por Shantz, mientras que Manuel Alcides Jofré eligió publicar un libro de poemas incisivos, Cabos sueltos: Canadian poems, en español. Entretanto, en Montreal, el poeta, dramaturgo y cantautor Alberto Kurapel, que ya había presentado y publicado varias obras de teatro bilingües (español-francés) con cierto éxito, sacó Correo de exilio/Courrier d'exil, un poemario innovador compuesto de múltiples tipografías, cuya forma caprichosa subraya la enajenación del desterrado.

Y, ahora sí, hubo mudanzas temáticas, aunque con algunas sorpresas. Nelly Davis Vallejos, de Montreal, continuó con los temas de exilio, nostalgia, lucha y solidaridad con el sufrimiento de su pueblo, pero de repente, en 1984, apareció su cuarto poemario (de seis publicados en Canadá), un libro de poemas en francés, Ballade, que celebraba el pueblo y la naturaleza de Quebec. Alfredo Lavergne, después de unos vehementes poemas de militancia chilena y otros contestatarios contra la opresión de los obreros en el Norte, se volcó a la filosofía estética (El viejo de los zapatos y Retroperspectiva/Rétro-perspective) y editó un libro de haikus (Palos con palitos). Etcheverry dejó de lado su estilo experimental y sacó La calle, un poemario despojado, sencillo y negro sobre la dictadura, para luego echarse de nuevo al experimentalismo a ultranza (pero de vago ambiente canadiense) en el libro bilingüe The Witch. Tito Alvarado, que se había trasladado de Winnipeg a Montreal, escribió su tercera y más impactante colección politizada, Poema de Santiago, y luego continuó con una serie de minipoemas experimentales que llamó Graffiti. También en Montreal, Elías Letelier mantuvo el tema de la militancia en su segundo libro, Silence/Silencio, pero trasladó el enfoque a América Central, mientras Jorge Lizama pasó del poema largo y casi épico de "Latinoamericano" a una mezcla de poesía y prosa surrealista más individual en El trapecista del infinito. Jorge Cancino, que ya había publicado Juglario/Jongleries, un livre d'artiste de poemas sensuales, líricos y nostálgicos --con dibujos de Ana María Pavela--, se volvió más histórico y filosófico en Opus 13. Era evidente que casi todos los poetas de la generación del '73 sentían el impulso de experimentar y cambiar la dirección de su obra; así, para los muchos que se habían dedicado únicamente a la realidad nacional chilena, que conocían menos de primera mano y más de segunda ahora (salvo Vallejos, Millán, Kurapel, Jofré y Nómez, que volvieron a vivir a Chile), eso significaba cierto alejamiento de los viejos temas conectados estrechamente a la patria.

La década de los noventa trajo un grado de reconocimiento, tanto en Canadá como en Chile, así como talentos nuevos. Las obras de poetas más en contacto con las letras canadienses o quebequenses --tales como Nómez, Etcheverry, Kurapel y Letelier-- empezaron a salir en ediciones monolingües en inglés o francés, con lo cual llegaron a un público más amplio. Las editoriales establecidas que se han abierto a sus obras han sido Cormorant Books, de Ontario, en inglés, y Humanitas, Les Écrits des Forges y L'Hexagone en francés, mientras una nueva generación de editoriales bi o trilingües, como Split Quotation/La Cita Trunca y Girol de Ottawa, también se han interesado en publicar la poesía chilenocanadiense. Varias antologías de poesía o de poesía y prosa chilenocanadiense o latinocanadiense se han publicado en versión bilingüe español-inglés: Literatura chilena en Canadá/Chilean Literature in Canada, selección de Naín Nómez y traducción de la incansable Christina Shantz, fue la primera, en 1982; Literatura hispano-canadiense, editada en 1984 por Diego Marín de la Universidad de Toronto, en español, inglés y francés, curiosamente no incluyó a ningún poeta chileno; pero Compañeros, una antología de escritores canadienses sobre América Latina, editada en inglés por el autor del presente estudio y por Gary Geddes, contenía la obra de más de una decena de poetas chilenocanadienses. Otras antologías monolingües, tales como Enjambres y la Antología de poesía femenina latinoamericana del Canadá en español y La présence d'une autre Amérique en francés, tuvieron una fuerte representación chilenocanadiense y chilenoquebequense. Además, revistas de carácter multilingüe, como Índigo de Toronto, Aquelarre de Vancouver, Ruptures y Helios de Montreal, y Alter Vox de Ottawa, han ofrecido un espacio que favorece estos poetas, varios de los cuales, sobre todo Jorge Etcheverry y Alfredo Lavergne, también publican regularmente en revistas literarias en inglés o francés. Las lecturas y recitales han ganado mucha fuerza en Ottawa y Toronto últimamente, mientras que han disminuido en Montreal, sobre todo con la muerte de la indómita Janou St-Denis, que siempre abría las puertas de La Place aux Poètes a los latinomontrealenses. Aunque, por falta de contactos, la gran mayoría de los poetas chilenos residentes en Canadá ha publicado poco en Chile, la comunidad literaria de Santiago está muy al tanto de su existencia y los invita regularmente a recitar y dar conferencias en su país de nacimiento.

También se han oído en la última década nuevas voces, a menudo de otras procedencias. En Vancouver, la poeta y prosista Carmen Rodríguez, activa en el periodismo por muchos años y cofundadora de la revista feminista bilingüe Aquelarre, publicó Guerra prolongada/Protracted War, una colección de poemas revolucionarios y feministas; en Ottawa, Nieves Fuenzalida acaba de publicar Three of Us Remain, unas memorias francas y conmovedoras, en una mezcla de poesía y prosa, sobre sus experiencias en un campo de concentración en Chile en 1974. Su traductor, Luciano Díaz, tiene varias colecciones de libros de poesía concisa y directa --a menudo con cierta influencia literaria canadiense--, en español, en inglés y en versión bilingüe (español-inglés); además, ha hecho la selección de Simbiosis, dos antologías de poesía y prosa de todos los grupos étnicos y tendencias estilísticas de la región ottawense. Jorge Nef, un economista chileno, también ha sacado un poemario lírico y extremadamente pulido, La región perdida, en un estilo esmerado y onírico. Alberto Kurapel, por su parte, lanzó varias colecciones de poemas, principalmente en francés, antes de regresar a Chile. Y, finalmente, una nueva generación de poetas chilenocanadienses está entrando en escena, compuesta por poetas tales como Blanca Espinosa, que escribe con la misma fluidez en español y en francés (lengua que estudió en la universidad en Lovaina, en Bélgica), y que está creando una obra culta, sensual y refinada. Se espera que estos nuevos poetas chilenos, que evidentemente llegan ahora en números muy limitados en comparación con el éxodo o diáspora de la generación del '73, puedan, sin embargo, tomar el relevo para renovar y continuar esta rama canadiense de la poesía chilena, ¿o sería, tal vez, esta rama chilena de la poesía canadiense?