CHILE FANTÁSTICO (1810 – 2010)

Por Marcelo Novoa

 

 

¿Sabía usted, lector del siglo XXI, que sí existe literatura fantástica en Chile? ¿Y aún más, que esta existe desde el siglo XIX? ¿Y sabía, también, que la Ciencia Ficción (CF), tiene al menos un centenar de títulos y autores en nuestras costas? Aventuro que la inmensa mayoría de nosotros, ni siquiera han hojeado estas sorprendentes novelas y relatos. Por ello, pretendo aquí rescatar del olvido y la difamación, un puñado de autores visionarios, hombres y mujeres que traen informes desde universos paralelos: allí, donde un mañana posible de enmendar, aguarda por nosotros.

 

Primero, debemos aclarar que llamar Ciencia Ficción a este tipo de literatura fantástica, es una denominación cada vez más añeja, pero aún efectiva. Y aunque la mayoría de sus obras maestras trate de los peligros del futuro o suceda en parajes extraterrestres. No son necesariamente ni todas, ni las mejores de estas ficciones especulativas con base científica, divertimentos para adolescentes descerebrados. Sino por el contrario, representan gritos de alerta crítica con sus visionarias utopías. Mucho de ese equívoco es producto del cine norteamericano con sus guerras interplanetarias sin contexto y desastres medioambientales inverosímiles, que buscan encender en nosotros un morbo fácil y pasajero.

 

La literatura fantástica es la matriz de gran parte de la mejor literatura escrita en Chile; pero los críticos, de toda época, con su resignación ideológica tan cuerda, nos han hecho creer lo contrario. Y por ello, el realismo costumbrista, luego, el criollismo, y actualmente, un periodismo desechable socavan la fantasía creadora, difundiendo vulgaridad y superficialidad entre los escasos lectores. Piensen en un puñado de autores, ya canonizados, como Juan Emar, Pedro Prado, María Luisa Bombal, Carlos Droguett, José Donoso y, Roberto Bolaño; ahora bien, piensen en sus obras más potentes: “Umbral” (1948), “Alsino” (1920), “La Ultima Niebla” (1935), “Patas de Perro” (1965), “El obsceno pájaro de la noche” (1970), y “2666” (2005). Entonces, podrán estar de acuerdo conmigo, que este tapiz de notables, se sostiene con un “revés de la trama” conformado por cientos de obras del género fantástico, que no han tenido suficiente difusión, ni menos, reconocimiento. Esperamos hacerles algo de justicia, en las siguientes líneas torcidas.

 

En pleno periodo republicano, Juan Egaña edita en Londres, sus “Ocios Filosóficos y Poéticos en la Quinta de las Delicias” (1829) donde vaticina descubrimientos y adelantos aún lejanos para nuestro presente. En 1842, José Victorino Lastarria publica “Don Guillermo”, que permite atisbar en mundos paralelos comunicados por la Cueva del Chivato. Esta novela que ha sido leída exclusivamente en clave de alegoría política (pelucones y pipiolos enfrentados a muerte) todavía espera que algún crítico lúcido la reclame como la perfecta obra inaugural de nuestra literatura fantástica. También, Valparaíso, puerto principal, no sólo bursátil y naviero, es pionero de la CF criolla, pues allí Benjamín Tallman presenta: “¡Una Visión del Porvenir! O el Espejo del Mundo en el año 1975” (1875). Empero, la CF chilena dio sus “indiscutibles” primeros pasos con “Desde Júpiter” (1878) de Francisco Miralles, ingenioso sueño de la visita a otros mundos “por un santiaguino magnetizado”. Así, cerramos este período de palio ciencia-ficción chilena, como tan acertadamente la tildara, Roberto Pliscoff, un gran coleccionista y co-organizador de la exposición Chile Fantástico (1810 – 2010) en laBiblioteca Nacional, Octubre-Noviembre, 2008.

 

“El Dueño de los Astros”(1929) de Ernesto Silva Román, recopila relatos, donde comparecen los peligros de la tecnología, envueltos en fantasiosas tramas futuristas. Alberto Edwards, por su parte, crea un “súper agente” panamericano: Julio Téllez, quien lucha contra la opresión norteamericana, con certera premonición política. Luego, nos topamos con “Tierra Firme” (1927), de R. O. Land, seudónimo de Julio Assman, novela utópica escrita para calmar los miedos de la Gran Guerra. Sin saberlo, la novela marinera “Thimor” (1932) de Manuel Astica Fuentes, inauguró en nuestras letras, el mito de La Atlántida. Continuado por la saga mediocre de Luis Thayer Ojeda, “En la Atlántida pervertida” (1934) y finaliza, con “Kronios, la rebelión de los atlantes” (1954) del aviador Diego Barrios Ortiz. Tópico que se bifurcará hacia la mítica Ciudad Áurea, El Dorado, perseguido incansablemente por los conquistadores, como se puede leer en “Pacha Pulai” (1935) de Hugo Silva, un verdadero clásico juvenil de las aventuras del Teniente Bello. Mito que vuelve a reaparecer en “La Ciudad de los Césares” (1936) obra primeriza del gran Manuel Rojas, seguida de otra vuelta de tuerca utópica, “En la ciudad de los Césares” de Luis Enrique Délano, escrita en 1939. “La taberna del perro que llora” (1945) reúne historias fantasmagóricas y suprarreales de Jacobo Danke. Un libro divertido y sorprendente, “El caracol y la diosa” (1950) de Enrique Araya,una provocativa novela de humor ácido, situando sus peripecias veintitantos siglos en el futuro. Una verdadera joya de fantasía y lirismo, es la colección de cuentos “La noche de enfrente” (1952) de Hernán del Solar. Y no debiéramos dejar de mencionar “Un ángel para Chile” (1959) del cronista Enrique Bunster, una sátira sociopolítica muy actual. Este período -cuna de clásicos en la CF anglosajona- se cierra de manera magistral, con la publicación de “Los Altísimos” de Hugo Correa, en 1959. Este autor realiza una labor silenciosa y notable, sumando novelas y relatos de CF durante 40 años, que merecen el elogio internacional y el ninguneo local. Es un claro ejemplo de nuestra tesis inicial, pues deambula por una corriente sumergida, que muy pocos lectores alcanzan a vislumbrar.

 

Hugo Correa (1931 – 2007) quien publicara “Los Altísimos” (1959) se adelantó a clásicos yanquis como Larry Niven (“MundoAnillo”, 1963) y Arthur C. Clarke (“Encuentro con Rama”, 1973) al describir un planetoide artificial en plena efervescencia social, sin soluciones facilistas y con acabadas descripciones sicológicas. Luego vendrá “El que merodea en la lluvia”(1962), donde enrarece un ambiente rural con la presencia del monstruo extraterrestre de rigor; “Los títeres” (1969) que reúne cuatro relatos acerca de robots y sus amos. Para llegar a su novela breve, “Alguien mora en el viento”, incluido al final de la colección “Cuando Pilato se opuso”(1971). Más tarde, en “Los ojos del diablo” (1972) vuelve a incursionar en una variedad del realismo mágico de terror ambientado en el campo chileno, fórmula que repite en “Donde acecha la serpiente” (1988) esta vez, con la figura del mismísimo Lucifer como antagonista. Sólo las reediciones de “Los Altísimos”(73 – 83) asaltan solitarios el paisaje desolado y apolítico de esa década dictatorial. Entonces, publicará “El Nido de las Furias” (1981) que es su aporte a las distopías autoritarias tan queridas por el género. Y con “La corriente sumergida” (1993) que contradictoriamente, cierra su ciclo novelesco con un retorno a su infancia y adolescencia, a través de la narrativa realista de cierta picaresca santiaguina, propia de los autores de la Generación del 50.

 

De todos los infiernos posibles para ser habitados por un escritor de talento, pareciera ser que la CF en Chile es una variante etérea, pero no menos categórica. Fíjense, elegir un género casi sin precursores, y aún más, con discípulos que le reconocerán tarde, mal o nunca, en un país tan poco dado a la diversidad, la tolerancia o siquiera, la curiosidad, sitúa a Hugo Correa, hoy, tras su fallecimiento, como un renegado de su propio futuro, viajando siempre, en una órbita de colisión con nuestra realidad.

 

 

Aunque no debe hablarse de una época de oro de la CF en Chile, casi todos los entendidos coinciden que el momento de mayor relevancia va desde 1959 a 1979. Revisemos, pues, los principales nombres que acompañan a Hugo Correa en este solitario viaje hacia los lectores futuros.Elena Aldunate es la escritora feminista del género en nuestro país. “Juana y la cibernética” (1963) y “El señor de las mariposas” (1967) reúnen historias sensuales y críticas de la modernidad. Sus relatos CF más bellos aparecen en “Angélica y el delfín”(1976). También, debemos nombrar la novela hippie-futurista que ejemplifica su filosofía pacifista: “Del cosmos las quieren vírgenes” (1977). Y por último, esta tríada se completa con Antoine Montagne (seudónimo de Antonio Montero)quien publica sus novelas: “Los Súperhomos” (1967) y “Acá del tiempo”(1969) sin recepción de crítica ni valoración alguna. No así en España, donde Domingo Santos, y su respetada revista Nueva Dimensión, lo saludan como digno continuador de Hugo Correa. Se despide del género con un perfecto libro de cuentos: “No morir” (1971).

 

Debido al exilio, variados autores publicaron sus obras alejados de sus lectores naturales. Ariel Dorfman y “La última canción de Miguel Sendero” (1982), una novela futurista-experimental que describe una dictadura total. Otro notable adelantado en política-ficción es Francisco Simón Rivas y “El informe Mancini” (1983). Otro autor, interesantísimo, es Claudio Jaque, quien publica dos textos primordiales del período, su novela “El ruido del tiempo” (1987) perfecta cruza de CF clásica, con recursos del cómic underground. Y sus cuentos, que revisitan escenarios y personajes suyos: “Puerta de Escape” (1991). Aunque dentro del país -durante la Dictadura- se publicó poco, sí existieron autores dignos de mención. Las novelas: “El dios de los hielos” (1987) y “Vagamundos” (2001) de Carlos Raúl Sepúlveda, son propiamente CF secreta. Luego, Diego Muñoz y sus “Flores para un cyborg” (1997) uno de los mejores ejemplos de CF “dura” y política, muy bien escrita.

 

Hoy, entre la nueva hornada de escritores fantásticos resaltan: Oscar Barrientos, con “El diccionario de las veletas” (2002); Jorge Baradit, con “Ygdrasil” (2005), novedoso cyber-chamanismo; Teobaldo Mercado Pomar con sus cuentos setenteros, “Bajo un sol negro” (2005); “La Séptima M” (2006) de la juvenil autora, Francisca Solar; “El número Kaifman” tecno-thriller esotérico de Francisco Ortega; y quizás, el más destacado, Sergio Meier, con su novela steampunk o retrofuturista: “