Literatura y cotidianidad. Una presentación a La Máquina del placer y otros inventos.
Por Sebastián Barros M.

 

La Máquina del placer y otros inventos es un libro que está compuesto por catorce cuentos; catorce historias cotidianas, de gente común, relatos que podrían surgir en cualquier parte y que sugieren una cercanía implícita con el lector que se va sintiendo con el correr de las páginas del libro. Historias que suceden a diario y donde el escritor, en este caso Rudy Trujillo, fija la vista y la pluma para ir desgranando ese término tan usado, pero al mismo tan complejo de poder definir, como es “cotidianidad”. Término que otros ilustres del género del cuento, como Raymond Carver, han desarrollado magistralmente a través de la literatura.

Carver, por ejemplo, para hacer entender la cotidianidad, se quedaba con esos llamados tiempos muertos, esos pedazos de nuestras vidas donde se supone nada pasa; donde lo espectacular de las acciones que nos tocan vivir o los sucesos que nos marcan (o que pensamos que nos marcan) quedan fuera, aferrándose a esos momentos donde la reflexión, digamos el interior de los personajes es lo que prima; esos mínimos espacios donde encontramos la vida en su esplendor. En un cuento de Carver pareciera que nada pasa, pero realmente pasa mucho; pues lo que realmente nos cambia como seres no es lo que vemos con nuestros ojos, sino lo que pasa detrás de ellos.

Rudy Trujillo, como decía antes, asume el desafío de internalizarce en la cotidianidad y desde ahí intenta poder explicarla. Lo hace desde diferentes voces, desde diferentes miradas; se pasea por narradores en primera persona, en tercera persona, en narrador ajeno al relato, testigo o en narrador protagonista, como en ese brillante relato que consiguió ser finalista del concurso de cuentos que organiza la revista Paula, llamado “Breve desenlace para una historia ridícula”. También los personajes que van hilando las narraciones son muy diversos: un tipo que en un café escucha a una pareja, un hombre maduro que acude a talleres de literatura, una mujer que se empecina por librarse de la rutina, un vendedor que va ofreciendo su producto de puerta a puerta, etcétera.

Obviamente en este ejercicio de establecerse desde distintas posiciones y desde diferentes ángulos hay una intención escritural por parte del autor, una propuesta que se distancia de su libro anterior, 13 veces niño, donde todas las historias se unían por un mismo protagonista. Pero también hay una intención por parte del autor de mostrar una cotidianidad diversa, distinta, poco arbitraria, donde los personajes deambulan sin conciencia de estar amarrados a sucesos, que finalmente terminan arrasándolos. No hay cuento donde el personaje principal termine plano, sino que, concientemente o no, algo que sucede en esa experiencia lo hace cambiar, aunque el mismo personaje no se percate de eso, como suele pasar en nuestras vidas: los cambios son tan sutiles que percibirlos cuesta una infinidad. El mejor ejemplo que los cambios sólo los vemos a la distancia, invadidos por la nostalgia, es el cuento “El afortunado regreso de Don Iván Suárez de la Peña”.

La escritora rumana Hertha Muller, ganadora del premio novel de literatura del año pasado, dijo en una entrevista que “la literatura es un espejo de la cotidianidad”. Creo que con esa premisa debemos abordar esta Máquina del placer y estos otros inventos, para así poder internalizarnos en realidades que se asemejan mucho a las que hemos vivido o que podríamos vivir cualquiera de nosotros. Digo que se asemejan porque a pesar del parecido entre obra y vida, la literatura tiene la ventaja, como las repeticiones en cámara lenta en el fútbol, de mostrarnos la vida con el detenimiento necesario para entender que las acciones tienen su génesis; para abrirnos los ojos y decirnos “a veces hay que mirar las cicatrices que se van formando en el camino”. Y aquí el escritor, en este caso Rudy Trujillo, tiene la última palabra.