Crónica Literaria


LAS DESCRIPCIONES
Jorge Arturo Flores

 

Cuando un autor se da a la tarea de recrear un hecho, situándolo en el tiempo, recurre a la descripción, especialmente si se trata de lugar. Como lo que se imagina o lo que está recreando le gusta, le agrada, lo hace feliz, pone gran entusiasmo en trazar hasta el más mínimo detalle.
Eso le satisface.
Seguramente, al releerlo, debe gustarle más, puesto que le recuerda el lugar o lo que imaginó.
Cuestión delicada saber detallar sin desteñir al relato y, lo más importante, inquietar al lector. Este no tiene idea de lo que le están contando, se imagina a su modo lo que el autor desea inocularle, pero, en general, no se entusiasma y mucho tememos que la pintura del escritor no concuerde fehacientemente con la que se formó el lector.
Es así.
Hubo un tiempo en Chile en que cierto maestro del criollismo implantó la doctrina del describir con pasión. Resultado: el paisaje consumía al personaje, la acción se hacía pesada, cuesta arriba y el interés por el texto se desdibujaba. El lector maldecía, se aburría soberanamente y enviaba el libro lejos de su vista, con los consabidos saludos a la familia del infausto escritor.
Son las exageraciones.
Pero no solamente se dibujan paisajes.
También existe la descripción del alma, lo que se llama el flujo de conciencia. Es darle coherencia a la incoherencia propia del pensamiento. Difícil. La implantó Marcel Proust y James Joyce, con En Busca del Tiempo Perdido y Ulises, si nos falla la memoria. También tuvo mucho que ver William Faulkner, el escritor norteamericano. Es muy posible que existan otros fundadores del sistema, pero nombramos a los primeros que se nos viene a la cabeza.
Fue la nueva tendencia.
La descripción del fluir de la conciencia importa irse por las ramas, supone abundar sin límites, corre a parejas con el vuelo de la imaginación. También aquí participa el entusiasmo, la pasión, mejor dicho, la pasión del autor, entusiasmo que lo hace desmedirse y, por consiguiente, proporciona al desocupado lector un terrible tedio, un fruncimiento del ceño y morisquetas en la boca.
Salvo, claro está, las excepciones.
Y las excepciones se llaman los denominados anteriormente, más los que con talento y vigor, han sobresalido de la línea media.
En consecuencia, describir es un arte difícil, que tiene su ventaja y también provoca complicaciones al despreocupado lector. No siempre lo que se piensa dibujar corresponde a la realidad mental de quien lee y también no siempre se es agudo, intenso, audaz e interesante en lo que trabaja.
Las digresiones, por ejemplo, que son muchas veces descripciones, sacan de quicio, lentifican la acción, provocan tedio.
Por lo tanto, el que tenga aficiones literarias deberá tener mucho cuidado al momento de describir. Tiene que pensar en el lector, en su gozo, no en el propio. De lo contrario, no publique y escriba para sí mismo, para su propia satisfacción.
Así todos ganan.