El supermercado: Escenario de una triste realidad

por Cristián Brito

Existen acontecimientos que vivimos día tras día, sin pausa. Una rueda que gira sobre un mismo eje y que nos transforma en seres autómatas, casi en máquinas programadas para ejecutar. Ya sea por el trabajo o por la misma convivencia en el hogar, el hombre asume actividades que van diseñando su diario vivir. En este sentido, trabajar para subsistir se ha transformado en el principal emblema en los alocados tiempos que vivimos. Es tan acelerado el ritmo que marca el tránsito de la sociedad –refiriéndonos a la chilena –, que ni siquiera tenemos el tiempo para detenernos a contemplar cómo nuestra vida avanza en esta irreflexiva carrera de la rutina. Este período, también conocido como época posmodernista, donde la influencia de los medios de comunicación, el consumo y la pérdida de identidad se han transformado en la nueva configuración del inconsciente colectivo, es la piedra angular de sustento de la novela de Diamela Eltit “Mano de obra”.


Su argumento se basa en la vida de ocho empleados de un supermercado- institución tan común en nuestros tiempo-, que se debaten en llevar sus vidas lo mejor que pueden, siempre bajo la sombra del trabajo, y en especial bajo la triste y desalentadora realidad de sus alienadas existencias. Con estas características siempre presentes en la narración, los personajes conviven con la incertidumbre de un trabajo repelente e inestable y la miseria que simbolizan sus vidas.


Entonces, y a modo de hipótesis, se concluye que: la rutina es un factor que determina la precaria calidad de vida de las personas.


Luego de la lectura de “Mano de Obra”, en la que se muestra al lector una visión cruda y ciertamente realista de la sociedad actual, la cual se mueve bajo la sombra infranqueable del capitalismo, se puede concluir que es éste factor, la rutina, uno de los principales gatillantes del extremo aislamiento con que se desenvuelven las personas en la sociedad actual.


La interacción entre los personajes se mueve, incansablemente, en efímeros esfuerzos por solucionar los problemas del día, en intentar sobrevivir a lo mediático, en poder sobrellevar veinticuatro horas, sabiendo que las que le sucederán serán tan o más complicadas.


En este sentido, la hipótesis planteada se afirma en los propios diálogos: “Asqueados de trozar pollos añejos. De deshuesarlos. De olerlos. Malheridos por los pescados y los vahos rotundos de los mariscos. Agotados y vencidos por el oprobio de exhibir nuestros nombres. (…) Desolados ante la reiteración de preguntas idiotas, acostumbrados penosamente a que nos gritaran. Que nos vistieran de viejos pascueros en Navidad, de osos, de gorilas, de plantas, de loros de pájaros locos los domingos (sic). Que nos impusieran el deber de bailar cueca el 18, de bailar jota el 12 de octubre, que amenazaran con denunciarnos, que nos recortaran el sueldo, que nos llamaran a gritos por los altoparlantes, que nos ocuparan para cualquier trabajo sucio con los productos”. Aquí se ve claramente que la rutina del trabajo en el supermercado, con los peculiares vejámenes que debían soportar los personajes en este automatismo salvaje y desgastador, será un fiel reflejo del porqué sus vidas son tan miserables. Es importante, y a modo de reafirmar la hipótesis planteada, que la novela está constantemente invadida por la tensión, la tristeza, y el negativismo. La razón será siempre hallada en la rutina de sus vidas, en especial a la vivida dentro del supermercado, pero que desemboca invariablemente en la convivencia hogareña: “Gabriel nos informó que Andrés y Pedro tomaban vino como carretoneros. Nos contó que en las noches se reían y tomaban y se reían y después se iban juntos (“ya están borrachos estos maricones culiados”) a la pieza de Gloria los mandaba a la recontra chucha y trancaba la puerta con una silla. Sabíamos que Pedro tomaba como malo de la cabeza. Y eso podía perjudicarnos”. Se aprecia esencialmente la violencia y crudeza del lenguaje como un recurso utilizado por Eltit para exponer los alcances perjudiciales que la rutina laboral tiene en sus vidas, donde ni siquiera en el hogar existe tranquilidad.


La rutina y lo monótonamente cotidiano, son factores decantadores de estas vidas. Los personajes no encuentran escapatoria, sus perspectivas son sumamente desalentadoras, con respecto a esto el optimismo brilla por su ausencia.


“Mano de obra” supera la ficción de una obra netamente literaria, para situarse constantemente en la frágil línea que separa lo real de lo ficticio. Con claro sustento en la realidad, esta novela se nos presenta como una radiografía de la sociedad actual. Utilizando al supermercado como escenario metafórico, el texto abarca mucho más allá que la historia que narra, cruzándose constantemente con la realidad a la que estamos habituados. “Mano de obra” es una novela que posee una fuerte carga sociológica. La alineada cotidianidad de sus personajes, desempeña la función de espejo de una sociedad cada vez más consumista, sin identidad y con escasos valores éticos que se preserven. La rutina es el factor rutilante en este sistema alocado de vida. Sobrevivir a cualquier costo parece la consigna, en especial para el proletariado, cuyo futuro se perfila como una constante adecuación al sistema imperante. Como conclusión podemos sintetizar que “Mano de obra” es una visión descarnada y realista de nuestra sociedad, donde el agobio de esta rutina que gira sin variaciones sobre la vida de las personas, será el determinante y reflejo de sus tristes y monótonas existencias.