Crónica Literaria

En torno a “El vado de la noche”

Jorge Arturo Flores

Conviene releer los libros que alguna vez gustamos cuando adolescentes, sin la presión escolar, solamente por puro placer. Ha transcurrido el tiempo y ciertamente nuestra visión de las cosas ha mudado.

Así es la cronología.

La recreación de una época de nuestra historia, la vida en la Frontera, como le llaman algunos, especialmente la fundación de ciudades y, posteriormente, la difícil convivencia que se originó con el irrumpimiento de los connacionales en la tierras de los mapuches, es temática que han abordado con éxito algunos autores.(salto)
Pensamos en “Ranquil” de Reinaldo Lomboy.

Lamentablemente, el sólo hecho de reflejar las barbaridades que se cometieron en torno a la pertenencia y usurpación de tierras a los aborígenes, provocó en la crítica literaria y, por supuesto, en los medios conservadores, ( interesados en que aquello no se propalase con la suficiente fuerza), un desdén hacia esos textos, motejándolos rápidamente de ideologías izquierdizantes o de resentidos sociales, minimizando su importancia y abriendo campos para que el chileno común no leyera.

Era cuestión de enanizar su relevancia.

Hubo autores que escribieron mucho sobre ese tema, pero, salvo las consabidas excepciones, no fueron precisamente populares ni best sellers. Inclusive, en las historias, panoramas y semblanzas, no se les ubica a menudo o son tratados con mucha rapidez.

El tema, repetimos, incomoda a muchos.

Especialmente a quienes poseen una ideología que permite la adquisición de bienes muebles e inmuebles mediante esfuerzos poco honestos.


El vado de la muerte

Lautaro Yankas fue un escritor que, preponderantemente, hincó su mirada en el alma mapuche, dibujando su existencia, sus vicisitudes, hurgando en su carácter y mostrando una atmósfera que no difiere de la realidad. Ciertamente inficionado por la percepción de una época poco afín con la permanencia de las minorías y más proclives a extinguirlas, su pluma no abunda en manos levantadas ni propuestas incendiarias ni menos proposiciones alborotadoras.

Expone, no propone.

Eso debió haber molestado a quienes, con más apasionamiento y convicción, exigían que las letras mostraran no solamente la realidad, sino también ofreciera soluciones que no viene al caso indicar.

Su libro El Vado de la Muerte, que obtuvo el Premio Latinoamericano de Literatura en 1954, abunda en ciertos detalles. Nos muestra la vida miserable de algunos mapuches que dependen del fruto de la tierra para poder subsistir. Habla sobre los ranchos miserables, el suelo estéril, las eternas deudas, pero también, nos hace ver la condición enajenante del mapuche borracho, cómo se aprovechan de su ignorancia, cómo atropellan sus más preciados derechos.

El que no entiende eso, no entiende nada.

Así se explican muchas cosas de nuestra historia. Así se infiere una realidad que los textos históricos no nos informaron en nuestra edad escolar. Así se asimila una expoliación a la cual nos estábamos acostumbrados ni se sabía mucho, salvo los eternos rumores.

La tragedia de los dueños de la tierra

José Quintral labora la tierra. No abona. Cosecha puro ballico. El producto le sirve para pagar las eternas deudas que ha contraído durante el invierno. Y siempre queda al debe. Alega , despotrica, se siente humillado frente a quienes le llevan sus sacos de trigo. Pero poco y nada puede hacer. A su alrededor contempla como el hacendado, el rico, tiene campos sanos, prolíficos, donde el trigo se da con facilidad y faltan carretas para llevar los sacos en la cosecha. Observa cómo en sus potreros pastan animales bien criados y en abundancia. Cómo todo reluce y se ve bien. Y siente tristeza y rabia cuando mira lo suyo, pobre, ennegrecido, sin herramientas para trabajar. A su lado su mujer trabaja, corre a buscar los rastrojos, se las arregla para mantener la casa y alimentar los “gueñis”. Todo es pobreza, abandono y desesperanza.

Beber alcohol, entonces, le sirve para sentirse bien.

Quien ha vivido en el sur de Chile recuerda bien esas imágenes de carretas afuera de las cantinas, con bueyes rumiando tristemente; los mapuches en el suelo durmiendo la borrachera, incluso sus mujeres sobre las carretas en estados de somnolencia etílica. Se recuerda sin duda la estigmatización de ellos, en el sentido de tratarlos como flojos, borrachos y pendencieros. Pero se olvida la forma cómo el “huinca” logró jibarizar al pueblo mapuche al través de la ingesta de alcohol.
.

El hurto como medio de supervivencia

Cuando el alcohol y el trigo se acaba, cuando en la ruca reina la pobreza y el hambre acecha, José Quintral recurre al hurto como medida desesperada de subsistencia. Mientras las mujeres (“chinas”) extraen de los campos del “rico” uvas o animales, el hombre comienza su azarosa vida nocturna, pasando ganado para venderlos en Temuco o en otras ciudades.

La cónyuge aguarda días, adivinando lo que el hombre hace.

Así se explican muchas cosas. Y ya no es tan fácil recriminar al mapuche por sus obras. Detrás de él hay una desdicha que cuesta entender.

En todo esto espejea un sentimiento lastimero y melancólico. El autor nos presenta al hombre de la tierra como un ser que, aunque a primera vista no trabaja y no se esfuerza, siempre sobrevive al sino de su raza, un sino que está provocado ciertamente por la acción lenta y terrible del invasor que, con artilugios, engaños y mucho vino, lo ha postergado en sus ansias, sumiéndolo en el abandono y en la pobreza. No obstante este sentimiento lastimero, reiteramos, el mapuche se las arregla para sobrevivir, aunque en medio despotrique contra el “huinca perro” que le roba sus cosechas.

El hurto, entonces, es un medio que permite acarrear billetes a la ruca para poder paliar el hambre que la azota.

La apropiación de los bienes del rico, sin violencia, no perfora las conciencias de los mapuches puesto que la justifican como devolución de lo suyo. Eso les permite vivir, aunque las consecuencia “legales”, al final, siempre caen sobre sus cabezas.

Insoslayable simpatía

Después de leer este libro, claramente se establece un corriente de simpatía con los mapuches. Es insoslayable. Y también se provoca un rechazo hacia los dueños de cantinas, almacenes y “fundos” que, de alguna manera, esquilman al pobre. Esto no es propaganda ni publicidad ideológica. Es una verdad del porte de un estadio.

Lo terrible es que se alarga hasta hoy.

No ha podido la “civilización cristiana” colocar en su justo lugar las reclamaciones de los verdaderos dueños de la tierra ni han conseguido que se terminen los desaguisados legales que se cometen de continuo.

Mientras tanto, su población decrece lánguidamente....