Crónica

CUANDO LOS ESCRITORES NO SABEN ELEGIR

Jorge Arturo Flores

 

 

Asistiendo a ciertos eventos literarios de la capital, reflexionábamos con otro escritor sobre la escasa capacidad que tienen algunos autores para escoger sus lecturas en público y, en consecuencia, la nula percepción que poseen sobre la sensibilidad del auditor. Porque una cosa es leer para sí mismo y otra muy distinta hacerlo para los demás. Para sí es fácil. Allí nadie coarta la preferencia y cada uno leerá lo que más le agrada, lo que infla su ego, transportándolos a alturas formidables. Sin embargo, ese texto que al escritor alucina por considerarlo algo parecido a su opera prima, no es necesariamente recibido de la misma forma por el público cautivo en una gran sala.

Los escritores, entonces, no saben elegir sus lecturas.

Son muy pocos los que aprecian al público y le regalan con mensajes agradables, haciendo más soportable la tortura de estar prisionero en una silla. A esos salvadores se les aplaude con simpatía, hasta con frenesí, porque nos dejan un gusto agradable en la mente y porque, en estos tiempos siempre difíciles, nos permiten, por un momento, asomarnos al reino del espíritu sin tanto equipaje, aliviados, y con cierta sonrisa en los labios.

Abundan, sin embargo, los poetas que leen poemas crípticos, tediosos, oscuros, sólo para paladares académicos o para los amigos de la jerigonza.

Son mayoría, también, los escritores que leen cuentos "breves", sí, "breves", entre comillas, de hasta 20 minutos. Un cuento corto, realmente corto, no debiera durar más de cinco minutos.

Lo demás es una soberana "lata".

Los espectadores comienzan a "nalguear", como dijo un escritor mexicano, cuando transcurren más de dos horas escuchando, tosen, miran a las alturas, al vecino, se entretienen moviendo los dedos o una pierna indómita. En definitiva, se aburren como ostras, si que éstas realmente se aburren dentro de la concha. Los autores que leen adelante, están felices, transportados, creyendo que lo hacen espléndido.

Craso error.

Se supone que los escritores en general tienen patente de inteligentes, por su don de creatividad. Como asimismo, se piensa que al ser "artistas" de la palabra poseen en alto grado el sentido del "espectáculo". Si embargo, escuchando leer sus trabajos esa idea se esfuma con suma rapidez y nuestros ojos quisieran tener, a veces, balas o fuego para aniquilar mental y físicamente a tanto dispensador del tedio.

Sólo nos queda la esperanza que alguna vez cierta luz divina los asista y les muestre un camino más accesible al publico en general, donde la mayoría no son los doctos, los académicos, los eruditos, sino más bien el común de los mortales