El Tequila Sunrise, de Erik Martínez
Una versión del desarraigo y el exilio en la primera poesía del exilio chileno en Cana

Jorge Etcheverry

 
 
La única agrupación poética chilena que llegó al exilio en Canadá fué la Escuela de Santiago, y lo hizo más o menos incólume: 3 miembros de cuatro, el cuarto, Julio Piñones, alias Carlos Zarabia, ya había renunciado a la agrupación y a sus poéticas, aunque recientemente ha renegado de su renuncia de ese entonces. Este grupo constituyó quizás lo más cercano a la vanguardia en la poesía chilena en la segunda mitad del siglo XX, al menos en intención, no sólo por su experimentalismo en la escritura, sino por su actitud general hacia las instituciones, opuesta a la que en general tenían los otros poetas y agrupaciones de la misma generación. La crítica Soledad Bianchi expresa: “Pienso que también los separaban intereses sociales, políticos y culturales.  Entre éstos, creo percibir: el recelo--y hasta el temor--de algunos de sus miembros de institucionalizarse o de ser institucionalizados”, aunque la revista Orfeo, la primera publicación que los presentó en Chile en su número antológico sobre poesía chilena contemporánea, los universalmente atacados 33 nombres claves de la poesía chilena (Santiago: Editorial Zig-Zag, 1968), pese a esa rebeldía fue “patrocinada por cuatro universidades” (Ibid). Pero por otro lado podría mencionarse el caso de que los cuatro miembros de la Escuela, al momento del golpe de estado, habían pertenecido o pertenecían a la así denominada ‘izquierda revolucionaria’.  A esta mezcla de antiinstitucionalismo, experimentación en la escritura y radicalismo político se agrega la redacción de manifiestos y en algunos casos incursiones en la literatura oculta e iniciática.  Esto forma un cuadro casi clásico de vanguardismo, pero surgido quizás en este caso como una mini antítesis frente a la reacción antisurrealista (y de algún modo antimodernista y antiurbana) que representó la poesía de los sesenta en Chile y pienso que en Latinoamérica. Además, el grueso de la poesía de la década de los sesenta representa una acometida poética de las provincias, principalmente del sur del país, que se convirtió en la poesía de la corriente principal y fue avalada por la izquierda, como consecuencia lógica resultó la escasa fortuna institucional literaria de la Escuela de Santiago, que no hizo nada por congraciarse con esta corriente mayoritaria que además contaba con el apoyo político, la crítica y las instituciones. Tampoco ayudaba la actitud de la Escuela, que no parecía tener en cuenta al escribir la existencia de lectores concretos.
 
En Canadá, la concentración de estos poetas en las tareas culturales no tan sólo de creación de poesía, prosa y crítica, sino en la solidaridad, que siempre involucraba a la cultura, y en la labor editorial, hizo surgir un tipo de exilio literario chileno muy sui géneris, caracterizado por la creación, difusión y publicación de textos poéticos multivalente en contenido y forma, cuya recepción positiva inicial por un público y una crítica canadiense ‘inocente’ marcó por algún tiempo las expectativas de la crítica y público canadienses. Eso fue antes de la normalización y homegenización de la actividad de producción textual chilena/latinoamericana canadiense producto de las necesidades político de acomodar las diferencias etnoculturales y linguísticas en el marco dictado por el sistema de inmigración y multiculturalidad de Canadá. Quedan algunos textos muy especiales, valga mencionar además de textos de los miembros de la Escuela de Santiago los textos de los libros de Luis Lama, controvertidos pero interesantes y a veces excelentes la imaginería de la Escuela que subsiste combinada con el lirismo básico de la poesía de Luciano Díaz, etc..  En el microcosmo que era la Escuela de Santiago, reducida a partir de mediados de los setenta a sus tres miembros ‘canadienses’, había varias gradaciones en lo que respecta, por ejemplo a la referencialidad: la poesía de Naín Nómez era y es, por así decir, la más aterrizada, la mía—autor de esta nota—estaría en el medio, y la de Erik Martínez sería la más autorreferente, podríamos decir. Aunque el aspecto general de su poesía da esa impresión, no se puede olvidar que la materia misma constituyente de un texto es el lenguaje en su ‘materia de uso’, o ‘ser a la mano’, y que ese carácter instrumental del lenguaje de alguna manera se destaca en la sociedad desarrollada anglófona y paradojalmente en las exigencias de comunicabilidad de la literatura comprometida, que junto a la nostalgia y a la vanguardia, constituían para el que habla los rasgos distintivos de lo que era el exilio literario poético chileno hasta 1989--fecha de término del exilio chileno per se con la caída de Pinochet en Chile.  La obra principal y la única en forma de libro de Erik Martínez fue publicada por Editorial Cordillera en 1985, un tomo bilingue inglés/español de poemas, cuya misma existencia impresa es un testimonio de las especiales condiciones del exilio cultural chileno en Canadá, por ejemplo la producción de textos vanguardistas y herméticos en el marco de la solidaridad con Chile y con apoyo de la comunidad chilena exilada. Pero en esa época hay también elementos irreverentes y experimentales en la poesía de los ‘lolos’ antologados por Soledad Bianchi y que vivían en Europa o la poesía, también publicada por Cordillera, de Castellano Girón, junto a la emergencia de lo que Raúl Zurita denominaba la neo-vanguardia.
 
En este único libro hasta la fecha de Martínez, pese a su carácter hasta cierto punto hermético, se da testimonio de las circunstancias. En el poema Estado de cosas, titulo favorecido también por otros miembros y aledaños a la Escuela, nos enteramos que
 
“El poeta mismo se desplaza lentamente por las populosas calles de la ciudad;
ciego como el viejo Edipo al comienzo de la última pieza de Esquilo, pero sin sentir esa nostalgia por los territorios enterrados en las oscuras aguas de la memoria;” (TS 11)

Aquí la misma negación de 'esa nostalgia' nos desmiente su ausencia de estos textos. Vemos que el tópico de la memoria, una constante en la literatura exilada/del exilio/transplantada, adquiere la forma de la nostalgia, interiorizada y negada/mostrada por el hablante lírico.  La memoria como un ámbito amplio y abarcador, del que la nostalgia extrae, o no, y trae de vuelta. O no. La memoria aparece a veces manifiesta implícitamente y negada por una voluntad por su opuesto, el olvido, al que se llega mediante una anulación del tiempo:
 
“Yo he sentido que los días del pasado y el futuro no
existían
sino en los calendarios.
Sólo había una extensa geografía de montes desérticos”, leemos en
 
Volando con yerba colombiana (TS 21)
 
Este intento de anulación de la historia, del tiempo es demasiado presente para no evocar lo contrario. El hablante que se sustrae al tiempo institucional se abre a un paisaje interior desolado en proporción directa al carácter frío y enunciativo de este emisor poético que revela así un lirismo desgarrado de base, que curiosamente opera por la misma ausencia del drama lírico desgarrado tan abundante en las versiones de la poesía del recuerdo:
 
“A mi lado, un personaje me insistió en que nunca podría olvidar la muerte de su hijo fusilado en el norte”, leemos en el poema Figuras en el fuego (TS 95) imagen muy concreta y “real” podríamos decir, en un poema en que estos versos constituyen un elemento más de un espectáculo/situación cuya intensidad negativa y por así decir ‘extraña’ es producto del distanciamiento, resultante en parte producto de la heterogeneidad de esa combinación de elementos de imaginería con la distante descripción de unos soldados y sus concretas y siniestra connotaciones:
 
“Alguien me señaló al pintor
que se declaraba hermano de los soles y de la noche
sentado frente a su caballete.
Unos soldados empezaron a empujar un bulto
desde la colina a nuestra espalda.
Era como una especie de masa blanda envuelta en lona.
 ( Figuras en el fuego (TS 95)
 
Aquí queda de manifiesto la productividad de este particular lenguaje poético, que inserta las referencias por así decir ‘actuales’ en este estado de cosas enrarecido, en gran parte producto de la actitud objetiva y de inventario del emisor poético:
 
“Ellos, todos ellos, todos esos rostros
se alejaron como atrapados en burbujas de tiempo”
 
Constatamos en el poema Nosotros (TS 13)
 
Luego en el mismo poema, la perspectiva se radica en un espectador individualizado que da cuenta del estado de cosas y que otra vez nos ofrece ese espectáculo ambiguo, en términos plásticos casi surrealistas. El desaparecimiento de estas caras contra el fondo sereno de un cielo idílico:
 
“y los vi alejarse muy despacio
contra el cielo muy azul de la mañana” (TS 13)
 
 
Y después se culmina con la perspectiva misma del hablante/partícipe, colectivizada en un nosotros:
 
“Para nosotros la extendida red de la rutas internacionales
para nosotros el espeso alquitrán de este mar” (TS 13)
 
Este emisor poético se personifica como separado/alienado/extraño al nuevo espacio, faceta característica de la literatura exilada/del exilio:
 
“Voy caminando por calles llenas de gente extraña”
 
Leemos en Anestesia, (TS 19)
 
“Camino por calles inverosímiles sin creer que soy yo,
pregunto por direcciones y me responden amablemente
como se responde a un extranjero, con una distante
cortesía”

Y podemos leer en Consideraciones (TS15)

La disminución social y ontológica producto del desarraigo y del transplante, lleva a la alienación y a la pérdida de la identidad.  Este poema termina:

“Quiero enterrar mi pasado,
Ansío la protección del anonimato total.
Quiero formarme un rostro anodino”.
 
 
Al menos así se puede leer en un espacio cultural sensibilizado a la situación o vivencia del exilio primero, y luego a su tematización cuasi-institucional, en que el hablante asume el anonimato de la vida en la urbe desarrollada del primer mundo.
Esta poesía nos ofrece una mezcla de lirismo, grotesco, humor, absurdo e imaginería altamente plástica y geométrica en una atmósfera tan enrarecida como kafkeana.  Es una poesía de alta concentración (emotiva, plástica, linguística), que opera en el lector por una transmutación distanciadora vehiculizada por (y cuyos elementos son) la ‘atmósfera’ y la imaginería, operadas a menudo por los avatares del emisor poético que se va construyendo paulatinamente en un carácter, un protagonista, llegando a dar al lector la impresión de una voz cuasi narrativa, que hace del Tequila un poema largo, una crónica del exilio y el desarraigo. Mediante estos dispositivos, el texto se instala así mismo como ámbito alternativo, y por ende representativo, en un sentido ambiental, o de totalidad opuesta o friso, sin destacarse así mismo como mera voz que expresa sentimientos/valores y la actitud frente a éstos, o refiere hacia un mundo desde la especificidad anecdótica del poema individual. El lector y por el ende el hombre mismo se encuentran en una situación de ‘yecto’ de estar ‘botella’ en ese mundo en que predominan el aislamiento y la alineación.