Crónica Literaria

EN TORNO A BALDOMERO LILLO

Jorge Arturo Flores

 

Baldomero Lillo es uno de los grandes cuentistas de Chile. Todo el mundo conoce sus celebrados relatos El Chiflón del Diablo, Compuerta número 12, Caza Mayor, Cañuela y Petaca e Inamible. Incluso son estudiados en escuelas y colegios.
Baldomero Lillo dio en el clavo con estas narraciones.
En una época que no se prestaba para analizar el mundo laboral, él, con sus textos, alertó a la comunidad y puso de manifiesto las deplorables condiciones en que subsistían los mineros del carbón. Las narró crudamente, sin adjetivos, mostrando, sólo exponiendo. En el fondo, innovó, alertó socialmente y eso, con toda seguridad, no cayó muy bien en ciertas conciencias, en especial, en las que usufructuaban de ese esfuerzo.
Al leer los cuentos citados, el lector se sobrecoge con tanta atmósfera gris, con tanto sudor y esfuerzo, con tanta pobreza descrita. Abisma pensar que el hombre puede llegar a esos límites de crueldad y dureza.
Pero son cosas que ocurren a diario, ocurrieron y ocurrirán.
Está en el gen humano.
Hay un cuento que sirve de buen ejemplo para lo comentado, donde se conjuga lo bárbaro y la indiferencia. Trata sobre el caballo que vivía en los túneles, sin nunca ver la luz solar, arrastrando carretones. Después de exprimirlo, lo sacan porque no sirve. Lo suben y lo posan en el suelo. El caballo frente a la luz se ciega. Camina unos pasos en la oscuridad intima, aunque afuera refulge el sol. Unos tábanos lo pican inmisicordemente. Su piel está llena de costras por las caricias humanas. Como no ve nada, queda atrapado en un cerco. Los tábanos lo siguen picando. Al final, muere.
Dantesco.
Baldomero Lillo sabía narrar. Va al grano. No pierde el tiempo en digresiones ni rodeos filosóficos. Muestra. Y lo hace bien. Por ahí algunos literatos y crípticos le objetaban su lenguaje, su estilo, su vocabulario.
No se nota al leerlo.
Porque lo hace tan bien, porque transmite honestidad, pasión e interés, que esas cosas pasan a un segundo plano.
Leyéndole, el lector, aparte de estremecerse, piensa indefectiblemente en la maldad humana, odia a ciertos patrones, mayordomos y jefes que son incapaces de mostrar facetas humanas y ser sensibles, piensa en la pobreza, en los miles de seres que viven o han vivido en ese submundo y piensa también cómo es posible que ello suceda.
Acontece, siempre ha acontecido.
La esperanza es que hace tiempo el mundo ha tomado conciencia de esta situación y ya no es un argumento político de ciertas corrientes políticas, sino todos han entendido por fin que en el mundo existen desposeídos y no es posible que ello suceda.
Al menos algo se ha avanzado. Poco, pero algo es algo.