Crónica Literaria
EN TORNO A EL PADRE DE OLEGARIO LAZO BAEZA
Por Jorge Arturo Flores

 

La relectura del cuento El Padre de Olegario Lazo Baeza nos trae remembranzas de otro, el de La Pachacha de Rafael Maluenda. Ello porque en cierta medida se repite el mismo sesgo en los dos, es decir, el encumbramiento de una persona en un corral social que no le corresponde y su posterior desdén por los orígenes familiares.

En ambos, el protagonista se olvida de su cuna (“piojo resucitado” se decía antiguamente), hace omisión de los lazos familiares y sociales, actuando de acuerdo al nuevo libreto en que está inmerso.

En el caso de La Pachacha, ella es dura con la nueva congénere que llega y le hace ver su condición de “medio pelo”, el mismo de ella, pero ya cambiado por causa del arribismo.

En “El padre” se ve la misma cara. El padre de un oficial de ejército, recién egresado, es un campesino humilde, viejo, con la certeza de su condición y la ingenuidad de los años. Sólo desea ver al hijo que el patrón envió hace cinco años a la Escuela Militar. Nunca más supo de él. Cuando va a visitarlo, lleva inocentemente un canasto con una gallina.

Es para su niño.

Pero “el niño” ha perdido contacto con la tierra y con el amor paternal. Ya es un oficial y se codea con otros de clases sociales distinta a la suya, pero que el uniforme, para estos menesteres, “uniforma”.

Cuando le avisan quien está, se enoja, tarda y, frente a lo inevitable, va, lo recibe, lo saca para la calle, lo trata pésimo, lo deja solo, no sin antes advertirle sobre la inconveniencia de visitarlo, ya que estaba de servicio.

De amor filial, nada.

El viejecillo entiende el cambio y con humedad en los ojos se va, no sin antes regalarle la gallina a los soldados de la sala de guardia, pidiendo, ingenuamente, que le dejen un pedazo de pechuga a su “niño”.

¡A su niño!.

Ejemplo de ingratitud e insensibilidad, paradigma del arribista que abandonando la tierra pobre que lo vio nacer, se olvida de ella y prefiere reptar por esta otra escala social, más convincente en sus motivos.

Olegario Lazo Baeza relata con acierto la anécdota, tiene un estilo claro, simple, sin afiebramientos estilísticos. Muy en la onda de Maupassant. Utiliza el metro antiguo, es decir, principio, medio y fin. Caracterizó bien, sin irse por las ramas ni refugiarse en disquisiciones filosóficas y esotéricas, a la cual son tan aficionados algunos escritores chilenos, con la esperanza, claro está, de parecer sujetos profundos y sapientes.

Lazo Baeza se preocupa del lector y éste lo agradece.

Una lectura que se torna agradable y emocionada, que obliga a la reflexión y,aunque el autor no carga las tintas, sino solamente expone, obliga al lector a enfurecerse con el niño ingrato y a conmoverse con el viejo.

O sea, el autor ha dado en el blanco en su pretensión literaria.