El secreto de unas rejas transparentes

Por Juan Antonio Massone


Estela Socías gusta de contar historias. Si alguien dudare de ello, le respondería de inmediato con varios títulos de sus libros que, en entusiasta despliegue, traen su presencia a nuestra literatura. Pero esas historias admiten formatos y destinatarios diferentes. Las hay dedicadas a niños y niñas: Un lugar llamado misterio; Aventuras de Carmelita; Aventuras del club de Hilario; Anastasio, el mago olvidadizo; Carmelita en el país de los corazones; Onailmixan, publicados entre 2001 y 2003.
Historias de la memoria personal son los libros Sólo a mi madre (2001) y Memorias de la casa vieja (2002). El que hoy presentamos es, cabalmente, una novela.
Nos hallamos en un ámbito externo tanto como íntimo. Simonetta es mujer con historia enrejada. Un secreto, diseminados síntomas, urdida trayectoria de nombres propios y de apodos postergados. Lo demás es geografía, familia, distantes orillas que hacen de la protagonista una atractiva habitante de un mapa que es preciso observar, seguir en sus indicios, hasta comprender que lo abstracto en cuanto puede ser una vida conoce de réplica material que la signa en su más estricta clave.
¿Con qué se identifica nuestra vida? ¿Cuál su monumento o representación en el que pueda ella acogerse, amparando las innumerables horas que conforman los años de la memoria?
La vida de Simonetta corresponde a una larga herencia de costumbres y aun de sitio definido. He ahí la presencia de sus rejas protectoras. Detrás de ellas ha visto el vivir; pudo urdir el propio; presumiblemente tranquila y protegida, ha tenido tres hijos. La apariencia nos llevaría a una conclusión tan rápida como insuficiente. Movida de una necesidad de recuperación de proximidades afectivas, viaja a Alemania. Nadie ignora que en un viaje alguien se desplaza con la propia humanidad, aquella que le es afín en el hábito, sin olvidar el habla que mantiene constante en el fuero íntimo esa forma de ser. Pero los nuevos horizontes abren también espacios posibles y, sobre todo, el viajero queda expuesto al imprevisto del mundo. ¿Qué depara el viaje con su séquito de lo ignoto?

La narración se expande. Intervienen otros personajes. Se insinúan recodos; ábrense senderos. El vivir es un trazado que, tal vez, quede grabado en las manos. Sobre todo, en los pasillos y vericuetos del alma. ¿Cuánto ayer, después de transitado, continúa o promete extenderse en los nuevos gestos necesarios de habitar? ¿Son las rejas una prisión o una seguridad? Si lo primero, el viaje sabrá vencer cuanto aquéllas impiden de liberación; en caso de ser respaldo, dejarán caer en la vastedad del mundo a quien tuvieron de habitante previsible y quieto.
Ancestros, terruño, casa, recuerdos son, a un tiempo, referencia y equipaje de Simonetta, por aquello de que somos en buenas cuentas lo que memoramos. Desde la otra orilla, es atraída por el afecto hacia los suyos: los más entrañables. Desde luego, ella quiere más de cuanto es querida. Y aunque esto no se dice de modo explícito, le es moneda de afecto muy propia que ha hecho de su vivir una añoranza. Así, el pasado responde como arquetipo, pero le es necesario admitir que la existencia se desplaza en pos de lo futuro. Es preciso salir para complementar, con periplo y conocimiento, los aspectos formadores de su vida más sedentaria.
De mi parte, eludiré contar la historia. No podría hacerlo ni me asiste tal despropósito. Pero no es concebible callar la irrupción de lo imprevisto, como lo es siempre un accidente. Los efectos de éste son devastadores. Simonetta queda en penumbras. Su identidad parece esfumarse sorprendida por el rayo oscuro de la amnesia. ¿Quién se es cuando se marcha la memoria? ¿Quién la que habita, en este caso, un cuerpo que semeja espacio baldío en donde el acervo de la propia historia resta sumiso en la sombra?
La narración lo es también de una familia. Conocemos de las reacciones de varios integrantes, sobre todo de los hijos. Sin que se detengan un instante, los hechos prosiguen rápidos, inquietos, acezantes. La brevedad de los capítulos apura la historia. De tanto en tanto, la escritora agrega algunas pistas en función de unir cabos sueltos. En este sentido, cumple una cortesía narrativa con el lector.

“Después del trágico accidente de su madre, los dos hermanos tomaron la decisión de radicarse para siempre en Chile. Pensaban que eso era lo que ella hubiera querido. No pudieron hacerlo de inmediato, ya que no era fácil dejarlo todo y preparar un nuevo comienzo en Chile. Por eso, habían pasado ya cerca de dos años, pero en cuanto Claudia publicara el libro de Simonetta…”
El secreto de mis rejas, sintomáticamente escrito en primera persona, es una novela en la que predominan los hechos más que la morosa reflexión. Eso queda de tarea a quien los conozca. No develaré yo el secreto de esas rejas, puesto que con seguridad ellas comprometen el nombre de cada quien que lea la historia. Una historia sencilla en el modo de acercar sus secretos.
Un doble viaje se emprende en el argumento cuando Simonetta empieza la terapia. Hurgar en la memoria; nacer otra vez al amor; recuperar los pasos perdidos. ¿Qué sucederá cuando se desplace a Valdivia, la tierra en donde las rejas son invisibles?
Dijimos al principio que Estela Socías gusta de contar historias. Agrego ahora que tiene historias por contar. Y eso es bueno, muy bueno, puesto que la literatura duplica el vivir; lo enriquece y refleja. Y en tanto esperamos otro libro de la autora, deseamos mantenga el entusiasmo de referir lo más humano. En ese compromiso la sentimos muy decidida. De mi parte, puedo agregar que también me alcanza un renovado interés de conocer los secretos de otras rejas o de otros espejos en que la memoria quede sorprendida, y la curiosidad más viva aún para voltear cada una de las hojas en las que se cobijen peripecias en pos de conclusiones que revelen secretos o anuncien la aparición de otros nuevos.