La frontera de los géneros: Una mirada desde la narrativa policial

(Texto presentado en el Segundo Salón del Libro Iberoamericano de Gijón -

25 al 30 de mayo de 1999).

 

por Ramón Díaz Eterovic

 

Una buena parte de lo que he escrito y publicado, pertenece a esa narrativaque denominada novela policial y más específicamente, "novela negra". Esdecir, un género que desde sus orígenes ha caminado en los límites, en lafrontera de lo que suele entenderse como literariamente correcto o serio, planteando nuevos códigos para mirar y refexionar acerca de lo que en definitiva creo es el objeto de toda literatura: la condición humana.

Desde el instante en que a la narrativa policial se le ha definido o caracterizado como "género" se le han querido establecer fronteras para que no tenga la osadía de contaminar a la narrativa supuestamente "pura" o "seria". Intento inútil, porque si bien es cierto que una literatura de género tiene sus claves, ellas no condicionan su calidad final, y en definitiva, la única frontera que existe en literatura es la que separa los buenos libros de los malos. Y esto no ha sido fácil que se entienda y se acepte. Pero, para fortuna de los que creemos que la llamada literatura de género no se diferencia en su esencia de cualquier otra, hemos contado con escritores como Chandler, Hammett, Jim Thompsom, Simenon, que nos enseñaron que se puede hacer buena literatura desde sus supuestos márgenes, y también lo han hecho, en español, autores como Manuel Vásquez Montalbán, Osvaldo Soriano, Mempo Giardinelli y Juan Madrid.

Por otra parte, basta dar un vistazo a algunas novelas publicadas en los últimos años en Chile y en otros países latinoamericanos, para darse cuenta que el género policiaco ha anulado las fronteras que en algún momento se le impusieron. Hoy, por un lado, impregna a una buena cantidad de narrativa, que a veces no se reconoce a sí misma como policiaca, pero que usa sus códigos y estrategias. Y por otro lado, ha generado la escritura y publicación de autores que, ya sin prejuicios, conscientes de las posibilidades del género, lo han asumido como su forma de expresión literaria. Es decir, como ocurre casi siempre con las expresiones que nacenmarginales, la narrativa policial ha terminado por imponer sus términos, yhoy en día, cuando sus expresiones son de calidad, son acogidas como lo que son: buena narrativa y punto. En tal sentido, el género policiaco es un expresión narrativa victoriosa, capaz de impregnar otras expresiones, y además, capaz de autodesarrollarse, continuamente, adaptando sus códigos a distintas sensibilidades y experiencia por narrar, lo que bien puede ejemplificarse con el auge que la narrativa policial ha tenido en América Latina, vinculada, especialmente, a su acontecer socio político, y señalando que es una forma literaria que en otras circunstancias históricas,geográficas y culturales en las que se originó, es eficaz y profunda.

En Chile, hasta la década de los años 80, la narrativa policial era ungénero poco recorrido por los autores, y hablar de "novela negra" resultabaalgo extraño, poco usual y que, por lo general requería de muchasexplicaciones. Era un género que padecía de los prejuicios de losescritores, críticos y editores. Unos pocos autores, entre los que cabemencionar a Alberto Edwards, Camilo Pérez de Arce y Luis Enrique Délano,habían publicado novelas y cuentos policiacos, amparados en seudónimos, y en su mayoría en casas editoriales argentinas o mexicanas. Sus novelas se enmarcaron en la línea clásica de la narrativa policial, con influencias de los autores ingleses. En los años sesenta, un valioso aporte y cambio de giro, lo hizo el escritor René Vergara, con historias que recogian su amplia experiencia como policía. Lo demás fueron publicaciones aisladas, que no lograron una acogida más allá de un círculo de lectores especialmente interesados en el género. Las aproximaciones críticas a esta narrativa fueprácticamente nula, y a lo más se le veía como algo pintoresco.

En los años 80 el género policíaco experimenta una revalorización y no pocos son los autores que utilizan sus códigos, o decididamenten asumen el desafío de escribir narrativa policial con color y acento chileno. Así aparecen las novelas de Mauricio Electorat, José Román, Mauro Yberra, Roberto Ampuero, Luis Sepúlveda, Gregory Cohen, Marco Antonio de la Parra, Jorge Calvo, Poli Délano, Jaime Collyer, entre otros. Junto a la obra de estos autores, tambien se produce una mayor comprensión crítica y editorial del género, e incluso, el crítico literario Rodrigo Cánovas, en su libro "Novela chilena: Nuevas generaciones", a señalado que una de las expresiones destacadas en la narrativa chilena de los últimos años es la policiaca, por cuanto "el formato de la investigación privada permite una mirada inquisitiva sobre instituciones e ideologías, a la vez que logra aprehender un ímpetu de rebelión individual, amén de rescatar discursos marginales sobre la condición alienante del poder".

En los años ochenta se evidencia un renovado interés de los escritores chilenos por abordar, en forma sistemática, el género policial, y específicamente, lo que se denomina la "novela negra", cuyos orígenes estarían vinculados a la situación del hombre contemporáneo, inmerso en sistemas donde prevalece la lucha por la emulación económica, el individualismo, la pérdida de credibilidad en la justicia y la corrupción desus agentes, la marginalidad y el miedo como instrumento de coerción política. Estos elementos son recreados a partir de códigos de la novela negra como los espacios oscuros y marginales de la ciudad, el lenguaje cotidiano, la violencia, la persecusión del hombre por el hombre y un deseo, las más de las veces infructuso, de establecer justicia o un cierto equilibrio entre los que detentan el poder y sus víctimas.

Con motivo de la presentación de mi novela: "Nadie sabe más que los muertos", escribí unas notas en las cuales revisé mis razones para escribir desde los códigos y márgenes del género policiaco. Decía en esas notas que mi opción por "la novela negra" nace como una búsqueda de una literatura que me permitiera expresar el sentir de una sociedad bajo vigilancia, los signos que la identifican y el trasfondo de violencia y poderes ocultos en que se desenvuelve. En esta narrativa encontré el lenguaje que buscaba para enfrentar de una manera no tradicional, al menos dentro del espacio narrativo chieno, esos temas de contenido social que antes mencioné; la posibilidad de explorar la relación crimen-política-violencia que se instauró en el Chile de los años setenta y que aún se mantiene, soterradamente.

El abordaje al género los inicié el año 1986 con la novela "La ciudad está triste", y en ella nació Heredia, un detective marginal y solitario, que lo único que tiene a su lado es a un gato llamado Simenon, sus recuerdos y uno que otro amigo que lo acompaña en sus andanzas. Duro y sentimental es alguien que posee un código ético particular que lo obliga a inmiscuirse en cuanto problema se le presenta con el afán de establecer un mínimo de justicia. Heredia, su origen y posterior desarrollo en una media docena de novelas, es parte de mi proyecto de escribir desde las fronteras de un género que tradicionalmente ha pasado a ser un testimonio crítico, el reflejo de realidades angustiantes en la que los límites entre lo legal y lo ilegal suele ser tenue o inexistentes para los que detentan el poder político o económico. En su momento, cuando nace Heredia, siento que los códigos presente en la novela negra escrita en los Estados Unidos, en los años veinte o treinta, tenían una estrecha relación con la situación que vivíamos en Chile: Una atmósfera asfixiante, miedo, violencia, falta de justicia, corrupción, inseguridad, elementos todos que vivimos en Chile desde el año 1973 y que aún ahora prevalecen con sus sombras e hipocresías.

Mi opción por la narrativa policial, vista desde la realidad chilena, la siente, de alguna manera, condicionada por la necesidad de testimoniar ciertas realidades desde los márgenes, creando el discurso de un antihéroe descreído, pero con la ética y el valor suficiente para mirar un país sin caer en concesiones, sin inclinarse frente al poder; capaz de mantenerse fiel a dos o tres ideas elementales, que probablemente sean las que nos liberen de la comodidad y complicidad de nuestro fin de siglo.