Hachazos

por Patricio Tello

 

Sin duda convencido de las enseñanzas de su viejo maestro y apoyándose en una larga interrogación que contiene ya su propia respuesta en cuanto al papel cognoscitivo de la literatura, Hernán Neira, joven profesor de filosofía de la Universidad de Valdivia, ha decidido hacer de la literatura ese discurso “otro”, apartado pero complementario de las áridas sinuosidades del pensamiento riguroso, a partir de la publicación de “Los viajes del argonauta”, su primer libro de relatos aparecido en 1985, hasta este último que comentamos (A golpes de hacha y fuego, Editorial Andrés Bello, 1995), libros que, en los extremos de un arco de diez años revelan, confrontados, la búsqueda y encuentro de eso que se ha llamado “voz personal”.

Hallada aquélla, pareciera que al autor no le queda otra cosa que la lid de la lectura -ese ejercicio cuerpo a cuerpo entre el lector y la amalgama verbal conjurada frente a sus ojos- que a veces suele adoptar la forma del desdén cuando se ve precedida por un enjundioso prólogo. O bien no, lo que es perfectamente legítimo y muy probable. En tal caso, el lector creerá que los méritos exhibidos en el exordio brotan de una voz objetiva, aséptica, distinta de la del autor; craso error: la mayoría de las veces, cándido lector, esas palabras son redactadas por los propios creadores o bien éstoshan logrado que alguien los lea críticamente con arreglo a una largaamistad. Si a pesar de todo continuamos la lectura (imposible, a veces, es que sepamos lo antes dicho y ya que hemos comprado el libro no nos queda más que seguir), podremos practicar el arte de la disensión o, en el peor de los lances, creer todo el cuento, lo cual descartamos de plano.

“A golpes de hacha y fuego” es, básicamente, cinco relatos largos, el primero de los cuales, Ameland, aparece como el más logrado. En la disposición general del libro este comienzo está muy bien, amenaza -pese a su extensión- con una filiación que, a partir del prólogo y de las citas, imaginamos gobernará el resto del libro, esto es, la experiencia de vida (el mar y el lenguaje de las embarcaciones que lo surcan) cruzada con la literatura (Melville, Conrad y, manifiestamente, Edgar Allan Poe) para organizar un cuerpo textual inteligente, que hablará desde la literatura, en un intento por alcanzar aquello que se propone en el prólogo: “la literatura, como una nueva teoría científica, otorga a la experiencia humana algo que no puede entregarle la mera contemplación o descripción de larealidad” o, mejor, la literatura “abre posibilidades intelectuales y emocionales mayores que las que puede ofrecer un autor apegado a los hechos, pues, a fin de cuentas, son las nuevas teorías científicas y las nuevas perspectivas morales exploradas por la literatura las que terminan definiendo, a largo plazo, lo que se entenderá convencionalmente por realidad”. Loable, pero lamentablemente teoría y práctica no caminan de la mano en este caso.

Es cierto, el autor exhibe cierta habilidad verbal adquirida en el ejercicio de un oficio, pero eso no basta para justificar un libro. En estricto rigor sólo el relato nombrado goza de un estatuto cercano a las pretensiones antes mostradas, el resto, en especial Mis fotos con Claudia Ripamonti, es definitivamente un relleno con alardes pseudo borgianos, digno de figurar en otro sitio. A golpes de hacha y fuego, relato que da título al libro y que lo cierra, es un ejemplo del embrujo que el lenguaje puede ejercer sobre un escritor: éste, dejándose llevar por la fruición de contar, nos arrastra por páginas y páginas con un asunto que exige brevedad, economía y síntesis, para arrojarnos, hastiados, a la orilla de un final previsible.

Si la intención es hacer de la literatura un arte capaz crear realidad a partir del vislumbrar “nuevas perspectivas morales” sin caer en la ilustración de tesis, se corre el riesgo de ilustrar moralejas. Esto porque los propósitos finales de toda literatura no pueden ser planteados a priori, programáticamente. A nuestro entender es la imaginación, sabiamente desbocada, la encargada de acceder a los planos que moldearán realidad, no la buena voluntad.