Visión humanista de la medicina chilena

 Huella y Presencia

por Juan Antonio Massone

 

Al ser humano no le basta suceder mientras dura en el tiempo; necesita revivir en la memoria y obtener de ella réditos de significados más plenarios y perdurables que los aprehendidos en la fugacidadde los instantes. Después de todo, en el alcázar de la memoria-- como mentara a ésta San Agustín--, cada quien tiene la oportunidad de ser otra vez. Y es entonces cuando la percatación de lo vivido crece en matices, torna conscientes vínculos apenas imaginados al momento de responder a las demandas de la existencia. Debido a la memoria nos transformamos en seres cavilosos, quizás rumiantes de aquello pretérito que jamás conoce de alejamiento completo, porque su domicilio ha sido el corazón.

Está visto que la selectiva memoria realiza actos de retención nunca comprendidos por completo. Aún así, es dable afirmar que en el centro de los recuerdos habitamos nosotros, ya en el júbilo rebosante del amor, ya con rostro de efigie olvidada cuando el tedio y el vacío nos tuvieron de rehenes, ya cuando el sufrimiento pareció señorear sin contrapeso y hasta sentimos proyectarse una ilimitada tribulación. Sí; en el centro de la memoria habitamos con nombre propio, aunque tampoco corresponda aquello al total de quienes somos.

Nombres, gestos y situaciones; trabajos, testimonios y afectos constituyen repertorio nuclear de las ediciones que tuvieron por nombre Huella y Presencia. El primer sustantivo dice a las claras de impronta, señal, de trazo profunda herencia por tantos y tantas como son los adelantados, aquellos y aquellas que trabajaron en momentos heroicos en el desarrollo de la investigación, de la docencia y del servicio sanador. Huellas, porque no todo lo consume el olvido, ni se lo traga la muerte, ni es comercio en el mercado.

Mucho más que razón tuvo el doctor Eduardo Rosselot cuando escribiera en el primer volumen de la revista, publicado en 1992, el fundamento y el espíritu que guiaba a la, entonces, naciente Huella y Presencia: “Es porque creemos que el hombre es más esencia que acción, que lo que produce y expresa al exterior de sí mismo es remembranza de su ser interior y éste se traduce mejor en la forma de relacionarse con otros que en la comprobación de sus logros concretos, aunque parezca que lo primero sea efímero y que sólo lo obrado deja huella perdurable”. (pág 15)

Todo trabajo necesita de personas especiales que, a la postre, conformanafiatamiento y armonía de coro en el resultado, siempre y cuando, al momento de valorar lo humano, nunca se olviden el camino, los tropiezos, las noches oscuras del alma que debieron sufrir quienes empeñaban en la acción lo mejor de sí, mientras porfiaban tinieblas. Y esas personas son protagonistas en la esperanza, el ardor y en el sueño de lo que llegará. Porque la diferencia de las calidades humanas no las respaldan títulos, ni endebles famas, ni las sostiene el miope actualismo. Aquellas diferencias son trazos de actitud y en sus frutos conocemos del íntimo sabor que trasuntan las almas que forjan lo que debe y puede ser para honra de todos, como también nos enteramos de las otras, anémicas energías embutidas en gestos mostrencos.

¿Cuántas personas acudieron al llamado de recordar y de agradecer en las páginas de Huella y Presencia? Una generosa nómina constituye elenco valioso en este reparto, porque fueron puente entre los tiempos, decisión de rescate y reconocimiento de legados heterogéneos. La consciente omisión que hago de esos nombres colaboradores, en razón del siempre escaso tiempo de la paciencia ajena, no me exime de calificarlos de verdaderos intérpretes de aquellas presencias que, evocadas con admiración, sintetizan largos períodos de la medicina nacional.

Las páginas de Huella y Presencia son, sin menoscabo de otros esfuerzos, documentación imprescindible cuando se desee completar los aportes señeros a la historia de la medicina chilena que se debe a los doctores Enrique Laval, Ricardo Cruz-Coke, Sergio de Tezanos-Pinto, Camilo Larraín por no mencionar más que un cuarteto de apasionados memoriosos durante la segunda mitad del siglo XX. Quienes escribieron en esta publicación enriquecen con sus recuentos y sus nombres esa empresa mayor que significa combatir el olvido, la indiferencia y la desesperanza.

Siete ediciones de esta publicación como siete son los días de cada semana. Esta última entrega confirma la riqueza testimonial de las anteriores, pero las sobrepuja en amplitud deasuntos. No puedo demorarme en prolijidades acerca de cada uno de los textos, sin que el moroso tratamiento dejara de exigir de ustedes paciencia larga, pero deseo resaltar la hetorogeneidad de las direcciones temáticas de este epílogo. A la siempre interesante “Trayectoria académica” del primer capítulo, aportes y recuerdos testimoniales de primer orden, síguele uno muy atractivo en torno de “El arte y la ciencia”, materia sobre la que siempre pesa tanto prejuicio vertido en opiniones de ambos mundos. Desde luego, los trabajos de la presente edición colaboran en esclarecer experiencias concomitantes. El tercer capítulo recae en “Distinciones y Homenajes”, galardones y recuerdos de quienes fueron y son protagonistas de esta Facultad; las páginas de Huella y Presencia se enriquece con los trabajos de sus “Invitados especiales”, quienes, a su turno, colaboran con ricos documentos en los que campea el saber y las significaciones de una tarea permanente más allá de los ámbitos de esta institución. El capítulo V trata de “Proyección académica hacia el año 2010”, cuyos trabajos acerca de la ciencia no menos que del plano docente conocen de una mirada prospectiva que desafía al trabajo actual y a esa extraña fisiognómica del tiempo como son los vaticinios. “El sentido del arte en Mario Toral” anuncia el esclarecido trabajo de Mimí Marinovic; el siguiente, constituye un capítulo de opinantes acerca de Huella y Presencia, un conjunto de valoraciones que hacen las veces de “Cartas al director”; el capítulo consagrado a reunir “Semblanzas de funcionarios administrativos” cumple a mostrar cabalmente el aporte indispensable de quienes sostienen y tornan posible mucho del quehacer cotidiano a que se consagra el plantel profesional de la salud. Por último, el capítulo “Documentos históricos” recuerda amplitudes y derivaciones de quienes, en su momento y desde muy diversas experiencias, pusieron su atención en algún aspecto sobresaliente en la brega por la vida, finalidad que sostiene la tarea y misión vuestra.

Las siete entregas de Huella y Presencia tuvo de editora a Amanda Fuller. Muy raquítico sería el mencionarla de paso. Hace algunos meses escuché aquí diversos encomios a su persona y a su labor. Me asiste el convencimiento de que mi ponderación de ella y de su trabajo no excederá a las convincentes palabras que, de uno en uno, y de más en más, se profirieron en noviembre de 2004.

Sólo diré que numerosos son los verbos necesarios de conjugar en una tarea editora. Solicitar, recordar, ordenar, clasificar, insistir antes del amable contentamiento de hojear el volumen en el que tanto se ha pensado. Abeja de la esperanza y animadora adelantada—las palabras me llevan a escribirlas inicialmente en A--, quizás porque esta editora se llama Amanda y el tono que la distingue es el afecto. Creo, Amanda, que has dado con el registro más elevado como lo es el afecto fecundo, prueba y corona de que lo único que tiene valor intransable es cuanto conoce origen y ejercicio neto desde lo cordial.

Pero si la Huella en esta revista ha tenido hospedaje, su valía mayor es que hizo de nombres y de trabajos, de jornadas y de testimonios, una edificación de Presencia. Porque en cada oportunidad que alguien dedica esfuerzo creativo a estatuir y a proponer delante de los demás la necesidad de las presencias, lo que hace en verdad es tornar presentes a quienes fueron en otros días y permanecen vigentes en sus lecciones más hondas.

Hacer presente es una memoria renovada y renovadora que descubre latidos poderosos, dignos de animar el hoy y lo por venir. Y, ya que manifiesta un anhelo de apertura a los tiempos, puede considerarse dicho cometido como otra partera del espíritu, pues no sólo en personas físicamente próximas es válido el aserto platónico que reza: “Y siun alma quiere conocerse, en otra alma ha de contemplarse”. Los otros se alojan también en nosotros si, convencidos de que no somos los fundadores del mundo, aceptamos escuchar el espíritu con que animaran sus trabajos y sus días. Quienes fueron precedentes nos viven a despecho de incurias y desdenes, a pesar de que nos gane, a menudo, el espíritu cegatón de Epimeteo, ese gran imprevisor, distraído como estaba en la inmediatez y remiso de lo más perdurable y necesario de vivir.

Huella y Presencia nombrada en singular es obra hecha y derecha de pluralidades humanas. No sólo su rótulo, antes el espíritu de unidad y proyección histórica que la ha solventado en las colaboraciones de docentes, administrativos y de ocasionales invitados, es emblema de la siempre deseable perfectibilidad humana y, tratándose del quehacer mayor que es la medicina, las páginas de esta revista confirman que toda iniciativa generosa y perseverante es una modalidad muy necesaria y laudable en contra de la muerte.