Infrarrojo, de Víctor Ruiz

por Juan Antonio Massone del C.

 

Es sencillo. A los seres humanos no nos satisfacen los hechos para dar con nuestra

plenitud. Por eso, los tiempos afinaron un medio como el lenguaje,herramienta y símbolo con el cual podemos vernos y comprender aquello que nos asiste despiertos o en el sueño. La palabra tiene el prestigio que alcanza la vida. La Escritura enseña que Dios creó por medio de esa palabra dadora de vida. Preeminente, entre las partes de la oración es el verbo. Otra vez se nos dice por mano de Juan: “En el principio era elVerbo, y el verbo estaba en dios, y elVerbo era Dios”.

Palabra originaria la divina; procreadora la del poeta. A imagen y semejanza de la primera, la del poeta no otorga vida, pero la comunica en la expresión. Es una forma de habla íntima, un idioma desgajado de la rutina instrumental en que queda sometida la palabra y termina por olvidarse de quienes somos.

Todos los poetas reconocen un doble idioma en su vida. De un lado, el habla de su tribu con el cual comparte la común peripecia de su tiempo; del otro, aquel hondor propagado en sí como efecto de darse cuenta y de atisbar ese más allá en el que, a la vez, es sujeto y destino de cuanto significa ser persona.

Víctor Ruiz ha emprendido la aventura de edificar en sus palabras una comprensión de una historia trascendental: la sagrada. Vista y concebida como clave misteriosa y legado de lecciones, sus poemas reviven aquella galería de acontecimientos y de personajes bíblicos que tienen espesor significativo y significante en los siglos y, lo que no es menos importante, en el camino inmediato del presente.

En unas palabras premilitares del libro, escribimos: “Poema-meditación que hace de los motivos de sus poemas un téngase presente de vivir con sentido. Respaldado en la Sagrada Escritura, el poeta ofrece un elenco de situaciones desde el Génesis al Apocalipsis; de cada uno obtiene un motivo, una acentuación que sabe acoger con palabra infatigable para ejercer esa misiónde inquietar y de restaurar en lo humano el imperio de dignidad y de meta sin ocasos. Infrarrojo es lírica existencial lo mismo que consideración crítica. Su destinatario: ese lector que puede despertar, o que, viviendo enla vigilia, acaso necesita del espaldarazo con que el poeta saber recordarle correspondencias entre criatura y Creador, entre amor y existencia”.

Y es que el libro de Víctor es un largo poema con las debidas estaciones que se extienden desde el capítulo “Bajo el llanto de la ley”, pasando por los “Poemas sempiternos”, “Sobre el regocijo del amor inmerecido” hasta dar con la “Meta”. Como una travesía o unperegrinaje, el poeta de este libro comprende que el universo y la vida misma son obra del gran Poeta. Y es enla confianza de ese transformador de muerte a vida, de nada en todo, de implacable venganza en amor liberador unta sus palabras de hombre en las plenarias del Verbo.

Víctor Ruiz se incorpora a una larga tradición del poema religioso, es decir, de aquel que sugiere y dice de relaciones intensas, dramáticas, sensibles, arcanas,temerosas o dulces que sucede entre Dios y el ser humano. Tradición fecunda en Chile y en la anchura en donde impera nuestro idioma castellano. En nuestro país, algunos nombres resaltan a este respecto: Gabriela Mistral, Roque Esteban Scarpa, Francisco Donoso, Miguel Arteche, Fidel Sepúlveda, Joaquín Alliende, entre muchos más.

Lo diferente de Ruiz es su fidelidad al texto que origina la escritura de cada uno de los suyos, versiones en que mantiene el aliento bíblico, mientras traduce cuanto requiere vivir esa enseñanza.

“Muchos ha querido encadenarme

para que el fuego de la poesía que no inventé,

pero de la cual soy esclavo voluntario,

sea acallada.

 

Debo destacar hijo del viento,

Que el fuego que tengo no me consume.

Y que cuandoya no esté sobreesta tierra, te acerques a la hoguera de versos

Que practiqué,

Y el huracán de las palabras que entrelacé,

Avive el fuego que sembré en ti.

 

Hasta siempre…hijo mío”

Cierto, otros autores pueden ser más líricos y ondulantes sus dichos. En elcaso de nuestro poeta, la ceñidura bíblica es sayal austero. Nada de suntuoso el lenguaje de los poemas, en este caso. Con todo, lleno de intención vital, suficiente a comprender la recta línea que les gobierna. Si por momentos pudiese caer en algún previsible resultado, en la mayoría de los casos avanza una forma mayor de compromiso con la consciencia. Lo importante es vivir con sentido, parece enfatizar. Lo aparente es pátina de polvo sobre lo perenne que nos lleva en los tiempos.

 

“Somos espuma de sangre,

susurro nocturno,

profano, polvo de tierra,

sumergido en el viento santo”.

 

El infrarrojo es más que un título, quizás sea mejor decir que corresponde al color penetrante que permite ver las realidades en la noche más empecinada. Infrarrojo es capaz de hender las sombras de la vacilación y de las turbaciones, las mismas que aumentan lobregueces y reparten miedos. Desde luego, la similitud con la virtud teologal de la fe es, de suyo,una analogía que merece tenerse en consideración.

Porque supone esclarecimiento del espíritu, este poemario dispensa otra dirección: invita, apela directamente a un lector cercano con tal de que se percate de que no va solo en la biografía personal ni en la historia. Una vez y otra recuerda de la materia de que estamos hechos y de la íntima fragilidad que se nos muestra en zozobras y desventuras. Y, sin embargo, no ceja de mostrar esa condición radical de ser hijos de Dios.

Me parece logrado el conjunto de los textos, sin que por ello alcancen todos el mismo nivel. Como es sabido, nunca o casi nunca alguien mantiene pareja vigilia en la palabra, ni siquiera en un mismo poema, comprobación de la variopinta realidad sita en un acto tan consciente y enigmático como lo es escribir.

Con mucho de ventrílocuo, la voz del poeta se reviste, nada menos, que de las tonalidades seculares de los diferentes libros bíblicos. Al hacerlo, cumple con ser él mismo un peregrino de dilatada trayectoria de los tiempos. ¿Sabrán escuchar los ojos al leer el fondo inquieto de estos poemas? ¿Podrán éstos abrirse paso en la velocidad indiferente para alojar en el silencio aquella simiente que es siempre un llamado de esperanza? ¿Cabe la posibilidad de que algunos de estos versos provoquen el nacimiento de otros en algúnlector? ¿Llevará alguien a replantearse el sentido de tantos afanes?

Como se ve, el libro de Víctor Ruiz Huerta al tiempo de ser un periplo largo en la historia, es también pródigo en interrogaciones. Parece esgrimir menos lirismo que dirección de palabra punzante, o quizás semeje un perfil de montaña cortado en tajos por los inquietos siglos. Acaso los mencionados rasgos correspondan a otras de las virtudes de esa calidad infrarroja de la sencillez esencial que es siempre una palabra albeada de convicción en su bienvenida.