Óscar Hahn: La belleza del dolor
Por Cristián Brito Villalobos

 

Recuerdo que uno de mis primeros acercamientos a la poesía se produjo tras la lectura de los antipoemas de Nicanor Parra. Lo que más llamó mi atención fue la capacidad del juego que Parra impregnaba en cada verso; su innata persuasión y la atracción lúdica que irradiaban sus textos y que, a la postre, trasladaba su poesía hacia una lírica más cercana y dócil al lector medio; poemas llenos de figuras juguetonas y formas deformes llenas de sentido. Esto último es tanto o más evidente en sus conocidos Artefactos. Parra a mis ojos fue capaz de bajar del olimpo la poesía como un canto restrictivo sólo para oídos preparados, para llevarla a un terreno más simple, pero no menos profundo, colmado de segundas lecturas. Como él mismo lo señala en su Montaña Rusa: “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne”. Debo reconocer que Parra sembró mi gusto por la poesía. Pasó el tiempo y nuevas lecturas se fueron cruzando y ensancharon mis conocimientos poéticos. La poesía chilena, como sabemos, está llena de grandes exponentes. Así, ilustres apellidos como Lihn, Teillier, Millán, de Rokha, Zurita, Barquero, Rojas, Mistral, Neruda, Huidobro, Anguita, Llanos Melussa, Chihuailaf, Lastra, Cárdenas, Calderón, Lira y Bolaño, entre tantos otros, fueron engrosando mi ideario poético chileno.

De los últimos textos narrativos/líricos que he leído, sin duda que el diario “Veneno de Escorpión Azul” (2006) de Gonzalo Milán fue uno de los más conmovedores y honestos que recuerde y que más me ha marcado. El texto deriva a una fehaciente muestra de lo que es un escritor de verdad; un poeta de sangre. En su diario/testamento, Millán escribe una bitácora de los que serían sus últimos días, un diario extremo y emotivo que se prolongó hasta poco antes de su muerte, ocurrida cinco meses más tarde a su inicio. El escorpión azul, cuyo veneno es utilizado en el tratamiento del cáncer, aparece aquí en una heroica batalla contra el cangrejo, que es la figura que encarna la enfermedad. Con esa imagen de fondo, el poeta preparó su despedida, dejando su vertiginoso rastro cotidiano, en el que la urgencia por cerrar capítulos, despedirse de los afectos, hacer memoria y apreciar cada instante transcurrido pugna permanentemente con los sentimientos que suscita la posibilidad remota, pero presente de sobrevivir, tal vez para continuar con eso que tanto requería para realmente sobre/vivir: escribir. Meditaciones, introspecciones, apuntes de hechos domésticos, poemas sobre la muerte, rabia, asombro, impotencia, melancolía, pedazos de un mundo que se apaga y que sin embargo suele destellar divinidad al desmoronarse son los principales conceptos que dan vida a este texto doloroso e inolvidable y que encumbró de una manera póstuma la figura de Millán a la altura de los grandes vates criollos; aquellos que en la poesía se les va la vida; esos escritores que nacen con la poesía en las venas.
La muerte como sabemos es uno de los grande temas literarios. Desclasificar su significado a través de simulacros artísticos de conocimiento la transforman en más que un concepto, casi en un personaje con características propias y universales. Un héroe que se pasea por el inconsciente colectivo y que es capaz de hacerse presente en la literatura como una figura/ser omnipresente.
La muerte siempre está presente, y en la poesía en especial se ha transformado en aquella sombra ineludible. Entonces, citarla, hablar y, finalmente, elucubrar sobre su inminente llegada es, obviamente, un lugar común que atraviesa la literatura, transformándola en un concepto transversal y desconocido, característica que le otorga un verdadero y genuino poder de seducción. Pero, ¿cómo rescatar de su inevitable presencia algún dejo de belleza tras el dolor que conlleva? Una vez más encuentro la respuesta en la literatura, pero esencialmente en la poesía, ese lugar inhóspito donde esta doncella de traje negro y trágica fama cobra tal pureza, ritmo y sincronía verbal que la hace danzar en los salones más oscuros y en las más iluminadas cavilaciones. Su extraña e inquietante belleza le ha quitado el sueño ha muchos, pero sin duda que en la obra del chileno Oscar Hahn es donde más coqueta la he visto. Conozcamos entonces un poco sobre este lírico profanador de tumbas.
Biografía de Óscar Hahn
Tras el velo de la desolación: Una luz de belleza

Desde la aparición de su poemario “Mal de amor”, Hahn nunca cesó en su escritura. Su más reciente texto lleva por nombre “Pena de vida” (Lom, 2008) donde la muerte se exhibe como una presencia constante, dura e ineludible. En este espléndido texto lleno de imágenes y reflexiones sobre la parca y su oculta belleza de un final incierto y la no/existencia de Dios, Hahn madura su idea del mundo contemporáneo y recorre un sendero por su ser interior; por esas tripas poéticas que lo conforman y embargan cada vez que se asoman, tal como lo devela este hermoso y cuestionador poema:

Estrella fugaz
Sin el Dios del amor
sin el amor a Dios
así pasan los años
Así pasa volando
la vanagloria

de mi mundo
Mientras tanto el tiempo

ese gran genocida

afila sus guadañas
Y en lo más hondo
de mi corazón
los dioses brillan

por su ausencia

Lo cotidiano del lenguaje que utiliza Óscar Hahn, ese lenguaje sencillo, donde lo trivial aparece como lo fundamental, conforma una suma de versos creíbles, estructurados en metáforas narrativas que se enlazan con la imaginación. Siempre apegado a su propuesta, no necesita recurrir a abstracciones o a una arquitectura lingüística sensacionalista ni apegada a la academia. Lo fundamental en su lírica es la reflexión, lo que permanece de esta vida etérea, concepto que se aprecia en uno de sus poemas más decidores.


La muerte está sentada a los pies de mi cama
Mi cama está deshecha: sábanas en el suelo

y frazadas dispuestas a levantar el vuelo.

La muerte dice ahora que me va a hacer la cama.
Le suplico que no, que la deje deshecha.

Ella insiste y replica que esta noche es la fecha.
Se acomoda y agrega que esta noche me ama.

Le contesto que cómo voy a ponerle cuernos
a la vida. Contesta que me vaya al infierno.
La muerte está sentada a los pies de mi cama.
Esta muerte empeñosa se calentó conmigo
y quisiera dejarme más chupado que un higo.
Yo trato de espantarla con una enorme rama.
Ahora dice que quiere acostarse a mi lado

sólo para dormir, que no tenga cuidado.
Por respeto me callo que sé su mala fama.
La muerte está sentada a los pies de mi cama

La poesía de Hahn acecha como la muerte, se introduce en el mundo onírico, en la oscuridad más negra, esa que quita el sueño y que perdura más allá del fin. Tal como Millán nos dejó aquel entrañable diario, al leer a Hahn queda la sensación de estar frente a un doloroso y bello testamento, plagado de alegorías y hermosas e imborrables imágenes, que sin duda lo transforman en un ser inmortal que vive en cada uno de sus versos.