POETAS, CRÍTICOS Y POESÍA
(Texto leído en el Coloquio sobre Crítica literaria en la prensa escrita del siglo XXI
organizado por el Dpto. de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile)
 
Por Alejandro Lavquén


Hablar de nuestro panorama poético, actual, resulta algo complejo, sobre todo en unas pocas líneas, porque la poesía chilena vive y se nutre más de mitos que de realidades en el imaginario colectivo, incluso en el de los propios poetas. Además de los mitos, se percibe una especie de obsesión íntima, entre muchos de los vates, sobre todo de las últimas generaciones, por ser Él Poeta, en palabras simples: únicos en su especie, originalísimos, fundacionales, destructores de cánones y con una opinión de sí mismos inconmensurable, lo que da pábulo a rencillas subterráneas y a un ambiente de permanente insidia, la que se manifiesta con todo su esplendor en el proceso de evaluación de los fondos concursables y justas literarias. Allí, poetas juzgan el trabajo de otros poetas. Por su parte, la crítica es muy limitada respecto a lo que se escribe, y muchos de quienes la ejercen, privilegian su lucimiento "sintáctico figurado" a la hora de escribir sobre una obra, dando origen a textos que la mayoría de los lectores no comprenden, pero quedan con la impresión –en muchos casos- de que el crítico es un erudito, aunque en la realidad sea un interdicto irrecuperable. El caso de algunos académicos es similar, escriben interminables y latosos ensayos en los cuales pretenden saber más que el propio poeta sobre los versos que éste ha escrito. Cuando un crítico juzga y no gusta del poema o conjunto de ellos, los análisis hablan, por ejemplo, de "crisis de los cánones literarios", "poco trabajo escritural", "dispersión de experimentos en la materia", "lo tradicional", etcétera. En fin, palabrería, porque si somos objetivos, concluiremos que un buen poema es un buen poema porque está bien escrito y punto, nada tienen que ver los experimentos, los cánones, las vanguardias o las tradiciones.

Después de leer –con cierto espíritu masoquista- muchos de estos tratados, he llegado a la conclusión de que lo mejor que debería hacer un crítico cuando le gusta un libro, es decir: "Buen libro, excelente, léalo, no se arrepentirá". Eso basta y sobra, incita al lector y deja que elabore su propio juicio acerca de lo que leerá. Los lectores no son tan tontos como piensan algunos.

Me parece que para hablar seriamente de poesía y de críticos, tendríamos que partir reconociendo que aquello de Él Poeta, es una tara mayúscula, una deformación fomentada por megalómanos que a la larga no tendrán mayor importancia en la literatura, salvo una o dos excepciones. Si leemos con atención, nos daremos cuenta de que en el país existen quizá demasiados buenos poetas, lo que debería ser valorado en la dimensión que corresponde. Pero esto pareciera asustar a ciertos intelectos (principalmente críticos y académicos), que piensan que nunca lo "demasiado" puede ser signo de calidad. Personalmente atribuyo estos argumentos a la mentalidad oligárquica de los chilenos.

Los poetas, en especial los de regiones, prácticamente no tienen acceso a los medios masivos de comunicación (léase de tiraje nacional) para difundir sus obras, además de que son escasos los diarios y revistas que difunden la literatura. Esto provoca que se formen agrupaciones literarias que, en el fondo, actúan como grupos de poder para acceder a fondos concursables y conquistar espacios en la prensa, generando relaciones de complicidad con periodistas y críticos. En ese momento los poetas, en la mayoría autoeditados o editados por pequeñas editoriales que sobreviven al "tres y al cuatro", pasan a ser sus propios relacionadores públicos. El sistema los obliga a ello. Lamentablemente, los medios masivos se centralizan en Santiago, donde un número no menor de poetas sólo se lee a sí mismos y a sus amigos más cercanos. Se dan discursos sobre generaciones y estética (algunos creen que por el hecho de incluir la palabra "caca" en un poema lo hace mejor poema), se cita a Pound, Eliot, Trakl, Baudelaire, Rimbaud, Ginsberg, etcétera. Y no digo que sea malo leer a estos autores, pero en ocasiones da la impresión de que no pocos poetas capitalinos desearían haber nacido en París, Londres, Roma o Nueva York. Para otros, sólo existen Teillier, Lihn, Lira, J.L. Martínez, Rojas o Parra hasta la saciedad. Todos canonizados por sus fieles lectores-poetas, que buscan el canon perfecto, donde también, claro está, poder ubicarse ellos. Cada día me convenzo más de que aquella frase de Teillier: "un día seremos leyenda", era una broma que fue tomada en serio por los futuros poetas, porque caló muy hondo. No se puede ser auténtico imitando, aunque lo que se imite sean anécdotas, trasnochadas o excentricidades. Todo esto, sumado al sistema imperante, impide que la poesía, en su conjunto, se masifique democráticamente, a pesar de existir instancias como Chile-Poesía y Poquita Fe, que se la han jugado –de alguna manera- porque la poesía esté presente en todos lados, trabajando con poetas de regiones. Lo mismo que editoriales como Ediciones del Temple, La Calabaza del Diablo, Cuarto Propio, Al Margen Editores, Mago Editores, Mosquito, LOM y RIL, entre otras.

En cuanto a la difusión, el papel de la crítica no es del todo ecuánime, juegan en ella factores de compromiso de los medios con las grandes editoriales y la amistad, es por eso que considero que para la gestión de difusión resultan mejores las reseñas de libros, que una extensa crítica, aunque se tope con la molestia de los autores, que, en general, quieren que escriban sobre sus poemarios varias páginas de encomiables opiniones, y que poco menos se diga que "descubrieron la pólvora", o como dicen hoy, que "la llevan". En la página donde cabe una crítica pueden caber veinte o más reseñas. En el actual estado de cosas me parece que lo más justo es promover la mayor cantidad de títulos para que el lector opte, y no promover sólo los que les parecen mejores a los críticos, y esto lo digo independientemente de la calidad que pueda tener uno u otro poemario, siempre habrá libros bien y mal escritos. Otra consideración es que, en definitiva, los gustos, aparte de cuestiones técnicas, gramaticales o estructurales obvias, son variados y arbitrarios (en el buen sentido) con respecto a los del vecino, y los críticos no son infalibles ni dueños de la verdad. Harold Bloom, por ejemplo, dice que Nicanor Parra es la cúspide, yo podría expresarle que dice eso porque que jamás ha leído a Pablo de Rokha, y entraríamos en una discusión interminable e inútil, pues ni yo lo convencería a él de lo contrario, ni él a mí. Entonces, que mejor que dejar que los lectores elijan y disfruten cada texto de poesía a su antojo, sin presiones. Todos tenemos nuestras preferencias personales. Si a alguien le importa, por poner un caso, un comino Neruda y prefiere a Carlos Pezoa Véliz, eso debe ser respetado absolutamente, es la gracia de la diversidad. En mi caso particular, y para ser franco, debo confesar que, antes que leer a Martínez, Lira, Rojas o Parra, opto y disfruto más leyendo a poetas como Pavel Oyarzún, Úrsula Starke, Daniela Pizarro, Raimundo Nenen, Isabel Gómez, Dinko Pavlov, Pablo Karvayal, Esteban Navarro, Marcela Muñoz, Rodrigo Urzúa, Patricio Manns, Pedro Lastra, Óscar Hahn, Winnét de Rokha, Absalón Opazo, Daniela Tapia T., Bernardo Andrés González, Pavella Coppola, Verónica Zondek, Ernesto Guajardo, Juvenal Ayala, José Ángel Cuevas, Ingrid Castillo, César Millahueique, Eduardo Barahona, Yenny Paredes, y otros que sería largo enumerar. Son mis opciones, lo que no invalida las de los demás, tampoco me interesa imponerlas, como tampoco quiero que se me impongan otras a mí de manera imperativa.

Ahora, si alguien dijera, es que estos poetas son inferiores a Martínez, Lira, Rojas y Parra, por dar un ejemplo. Está bien, analicémoslos, diría yo, con textos en mano, estoy seguro de que nos encontraríamos con más de alguna sorpresa. Aunque también podría resultar una discusión inútil. Lo importante, es contribuir a la difusión de todos los poetas sin excepción, independiente de las preferencias de cada uno. Eso es aparte. Tampoco es bueno intentar imponer los gustos a otras personas a fuerza de sofismas o beatificaciones de uno u otro poeta, para eso tenemos a Santa Teresita de los Andes. Es perfectamente posible convivir y dialogar a pesar de las discrepancias. Eso sí, quisiera aclarar que mi argumentación, del derecho de todos a la difusión de sus obras, no significa que no encuentre que hay poetas malos, no, en ningún caso, porque sí los hay, y muchos, pero no son dañinos, salvo aquellos que no tienen mayor sentido de autocrítica y se sienten en la cumbre del Parnaso. Como verán, hay poetas y críticos para todos los gustos.

Finalmente, quisiera agregar dos cosas:

La primera es que en Chile lo que ha prevalecido, en el campo de la poesía, es la creación generada fundamentalmente por poetas pertenecientes a las clases sociales altas y medias de nuestra sociedad, a pesar de que existe una extensa obra elaborada por la clase obrera, realizada principalmente por los trabajadores del salitre. Mientras en las últimas décadas del siglo XIX se comenzaba a gestar el modernismo en Chile, que luego daría paso a las vanguardias literarias de la primera mitad del siglo XX, paralelamente, en el norte del país, se desarrollaba una generación de poetas obreros o populares, que alzaban su canto desde las oficinas salitreras. Por ello, resulta arbitrario hablar de la historia de la poesía chilena sin mencionar e incorporar la rica creación de la clase trabajadora. Lamentablemente así como los libros de historia omiten la importancia de la clase obrera y los pueblos originarios en la formación de nuestra nacionalidad, las antologías omiten la literatura obrera en nuestra educación.

La segunda cuestión, es expresar que la extensa tradición poética que España ha dejado en Hispanoamérica es uno de los motivos que lleva -a no pocas personas- a pensar que en nuestro continente la práctica de la poesía comienza a desarrollarse con posterioridad a la invasión española tras la llegada de Colón a América. Pero la realidad es distinta, aunque lamentablemente poco conocida, incluso por el público lector habitual. Los textos precolombinos de los pueblos más desarrollados socialmente, y que aún se conservan, nos entregan una idea del concepto poético que ellos tenían. Una poesía con un fuerte sentido religioso de comunicación colectiva entre los hombres y sus divinidades. Además de los textos sagrados, se encuentran una cantidad de poemas educativos, líricos, épicos y eróticos, muchos de los cuales fueron transmitidos en forma oral y luego llevados a la simbología escrita.

Por estas razones, si bien es legítimo mirar hacia París, tratándose de poesía me parece más profundo mirar hacia nuestras raíces. Creo que esto deberían hacerlo poetas, críticos y lectores, aunque sea de vez en cuando.