LEPRECHAUN.

por JOSE MANSILLA CONTRERAS.

A propósito del cuento Leprechaun de Jaime Casas Barril, Editorial Lom, 2004.

 

Leprechaun, se constituye en nuestra imaginación como aquel personaje de los sueños, un enano que traído por un marino irlandés (Jhon Joe Joyce), llega a las costas del sur de Chile y en medio de copas, ruidos de botellas y conversaciones embriagadas decide quedarse para configurar la esperanza de dos seres que en los altos de sus emociones dialogan con el universo cargado de estrellas y de misterios en el cono azulado de un país que no termina por comprenderse. Es la autorreflexión que desboca las más variadas interpretaciones sobre la realidad de un tiempo pasado, tiempo que es la fábula de los días actuales y en que ninguna explicación ha generado clausuras necesarias. Y tal vez por aquello, los ideales pueden guardarse en la intimidad en espera de mejores exégesis, aunque el aire se lleve todavía la masa informe de un pequeño ser que es la esencia notable del viaje humano hacia su realización.

Leprechaun, congrega por sí mismo, la esperanza posible de una prostituta (Carmencita) que íntimamente sabe que, a pesar de los usuarios de su cuerpo, el amor existe. Viene vestido de realidades desconocidas, disfrazada de un hombre (Tomás) que desciende de la revolución, un imperfecto militante que piensa y actúa en pro de una sociedad mejor. Dos seres humanos que desde la marginalidad dan paso al encuentro de sus soledades y anhelos en el necesario afán de comprender un mundo que en su centro articula una normalidad que no se compadece con aquello que sucede en los bordes, operaciones que se reordenan para inquietar el orden y la aparente tranquilidad, donde nada sucede, salvo la fugaz aventura de dos amantes que interceptan los presagios oníricos y que en su verbalización ayudan a torcer un destino predefinido por alguna fuerza instalada en los misterios de la vida.

Es el diálogo enojoso con aquel juez y su actuario que representan la justicia, justicia que en boca del hombre (narrador) y la mujer (La Negra), suena más bien a artificio, en una orquestación que conduce por los intrincados caminos de las instituciones, en las cuales interesa enrielar a todas las personas, pues pareciera que no deben existir otras variables como el concepto de libertad, por ejemplo, que diga que hacer el bien, es otro modo de configurar la realidad humana, no una construcción compleja que tras vueltas y vueltas, los implicados queden ubicados en el mismo lugar con la sensación de que nada se mueve o cambia. Surrealismo o desboque delirante a estas alturas del laberinto, un enrevesado círculo que guarda las comunicaciones que faltan por hacerse públicas que expresen verdades cercanas a las rupturas vividas.

Es el retrato de un mundo que en el dominio público, no se distingue, que se encuentra en el lado invisible de nuestra sociedad, pues no articula discursos ni despliega intereses en los Medios de Comunicación de Masas. La lengua y el pueblo mapuche, que aparecen mencionados brevemente en este relato, dan cuenta de una historicidad legítima que representa a un grupo social relevante en el país que se esfuerza por ser escuchado y valorado en toda su dimensión humana. Las prostitutas, develadas a través de la mujer protagonista (Carmencita), forman parte de una sensibilidad que no es en absoluto distinta a las expectativas de otras personas en la sociedad y que debiéramos considerar en su particular visión, sin explicaciones morales que las coloque en las sombras como hasta ahora. Es la marginalidad que constituye un subsistema que se retroalimenta en función de diversas operaciones de sobrevivencia, ritos y costumbres que conforman subculturas negadas en la comunicación global y en las vitrinas de expresión masiva.

El sueño es por ahora – y también históricamente- la constitución de la esperanza, en que otra realidad es posible, más fraterna y cooperativa, exenta de la competencia y el uso de la fuerza como forma de imponerse. Lejos del uso del discurso social que ex profeso no menciona determinadas realidades y que por tanto no las valida públicamente.

Leprechaun en su persistencia revela que el sueño individual y colectivo, nos mantiene vivos, aunque, la más de las veces, la realidad se manifieste adversa: “Busco al Leprechaun y el cuaderno de los sueños. Ambos continúan desaparecidos...”