Les Dejo el Mar de María de Lourdes Victoria Muguira: Semblanza Crítica

Por:Eugenia Toledo-Keyser*

 

Hay diferentes maneras de plantearse la vida y la memoria; una manera es a través de la novela histórica y de eventos; otra manera es a través de una narración que describa las relaciones personales entre personajes, en forma realista.

Este último es el caso de la reciente novela Les Dejo el Marde la escritora mexicana, María de Lourdes Victoria Muguira, Ediciones B: México, 2005.

Les Dejo el Mar es la primera obra de largo alcance escrita por María Victoria. Y es una obra que irrumpe en el actual panorama literario mexicano con fuerza y positivismo en un mundo usualmente caracterizado como negativo, caótico y destructor.

María Victoria es una escritora vocacional. Su novela Les Dejo el Mar es producto de un intenso trabajo personal y una rica investigación, hecha en tres países y dos continentes, sobre su familia y los miembros que compusieron su pasado y que aún son parte de su presente.Sin duda, en esta novela la vida y la obra están asombrosamente entrelazadas, alimentándose de forma recíproca. Lo cual no significa que esa relación haya sido fácil de componer.

Podemos decir que la novelista tiene un estilo especial, minucioso y descriptivo. La novela no contiene temas ni la misma voz de las corrientes actuales de las escritoras mexicanas feministas, ni tampoco se adscribe al llamado “realismo mágico latino-mexicano”. No es esta una novela que critica o que se dedica a derrocar los aspectos negativos de una sociedad latinoamericana.

Les Dejo el Mar responde al canon de “novela de familia”. Es una estructura vertical que corresponde a la cronología de las generaciones de Muguiras, Victorias y Victoria-Muguiras, y una estructura horizontal que abarca las relaciones entre sus miembros, siendo los eventos más fundamentales las muertes de dos mujeres claves en la novela: Pilar Álvarez de la Reguera y Pilar Muguira Revuelta. Otros personajes toman protagonismo en la obra como la abuela Felicia, Anita Moreno (Mamá Anita), Neftalí Victoria (Papá Talí) y Licho (Neftalí Victoria Armengual). La obra no termina como en la típica novela que va de la formación de la familia a su desintegración, sino en renovación y luz.

María de LouredsLo interesante en esta novela es la fuerza y lucha personal de hombres y mujeres de empuje, individuos que no se dejan derrumbar por los avatares de la vida y los problemas candentes y demoledores de sus sociedades, sino que hacen horizontes para sí mismos a toda costa y a pesar de todo. Hay mucho que aprender de la condición humana en este texto a través del espejo que ofrecen los personajes: la lucha contra el hambre, la pobreza, la mala fortuna, las vueltas de la vida, la tenacidad, el progreso, el amor y el triunfo, la orfandad y la responsabilidad asumida por hombres y mujeres empeñosos que, aunque caen, se levantan y siguen cumpliendo su papel social contra viento y marea.

La novela, enmarcada en 439 páginas, es la saga de las tres familias mencionadas. Su estructura temporal abarca desde el comienzo del siglo XX hasta fines del mismo siglo y el inicio del XXI. Los años se suceden en forma de vaivén, van y vienen. La autora recurre al intercalado de los años para seguirle la pista a sus personajes; así se repasan las décadas desde 1900 hasta 1960 (con tres capítulos) y la primera década del 2000 (un capítulo en Seattle, WA., U.S.A., 2003). Cada década lleva una instancia explicatoria al inicio con un título; en total la obra está dividida en diez fragmentos más un árbol genealógico y un final importante a modo de epílogo o definitivo remate titulado: “Una luz en el horizonte”. En el, la narradora se dirige a sus lectores haciendo una especie de apoteosis final sobre el personaje Licho y sus hijos. Cierra la obra con una ceremonia ritual (visita a la iglesia y flores a la Sagrada Familia) y un paseo a las orillas del mar. María Victoria crea así una pintura crepuscular, donde sus personajes absorben las palabras heredadas del abuelo pescador quien, justo antes de morir, se despide de su hija diciendo: “Este es mi último y único testamento: mi cuerpo a los peces; mis balsas a mis lancheros; y a mis nietos…les dejo el mar… (p. 118).

El mar de Veracruz es la metáfora de la novela. Significa la visión de los personajes, de aquellos que lo cruzaron desde España al nuevo continente. Simboliza el misterio de la vida y también la función de la memoria y las experiencias cambiantes de la vida contra la cual los personajes luchan, como en la escena final cuando Licho, herido después del accidente automovilístico donde perdió a su esposa, trata de salvar desesperadamente a su hijo Manolo de las olas que ya lo arrastran a las profundidades del mar. El mar es el pasado contenido y el presente haciéndose o desarrollándose con fuerza arrolladora.

Cada suceso tiene su propio sentido en el libro, nada de lo que ocurre se pierde o dilapida. Incluso las descripciones de detalle parecen imprescindibles. Asistimos a una sucesión de años y lugares que avanzan con sus propios contenidos. La ausencia o pérdida de las dos madres se convierte en una experiencia única y singular a los ojos de los lectores. Apreciamos la interacción entre hombres y mujeres en la obra, especialmente de los que deben aprender a vivir sin la madre o la esposa o la hija. (Citase el capítulo llamado “Sin respuestas, consuelo, ni olvido”).

La influencia de las mujeres es vívida en las dos familias, empezando por la tatarabuela Adelaida quien se hace cargo de sus nietos en una sociedad donde dominaban las voces masculinas. Son los años 20 y los niños quedan despojados de la fortuna de sus padres por manos sin escrúpulos. Otro personaje interesante es la figura de Leonor Armegual Moreno (Mamá Anita) quien se esfuerza por cambiar la existencia de los suyos a fuerza de trabajar e inventar la manera de darles una vida mejor. Es una empresaria que inicia varios negocios, una mujer buscavidas.

Los personajes masculinos que comparten protagonismo en el texto son también dibujados como trabajadores e inteligentes, incluso algunos representan la calidad de pioneros en sus campos profesionales. Papá Talí o Neftalí Victoria Rivera es un personaje fascinante en la obra por sus incursiones en la ciencia farmacéutica. La corriente terapéutica de la farmacopea no se consolidó hasta 1952 en México, cuando laboratorios extranjeros norteamericanos penetraron el mercado. Anterior a ello la empresa estuvo en manos de doctores y farmacéuticos mexicanos como una ciencia de experimentación e inventiva, rica porque México es el país ideal por sus plantas medicinales, las hierbas indígenas y los fitomedicamentos. Así Neftalí Victoria vigila a su familia en las prácticas de la preparación de las fórmulas magistrales cuando no las prepara él mismo, tomando notas y escribiendo las recetas en su cuaderno. Esos “preparados caseros” como solían llamárseles son, sin embargo, la base de la farmacopea de hoy y parte de la medicina alternativa.

Los preparados galénicos son tan preponderantes en la novela que la autora los coloca a modo de introducción en los capítulos relativos a papá Talí o a su familia, todos entre los años 1922 y 1937. Por ejemplo, en el Capítulo16 (1932, Veracruz) se lee la receta para el dolor de muelas y la gingivitis; en el Capítulo 7 (1928, Veracruz) se nos da la receta para las verrugas; y así sucesivamente.

Neftalí salva vidas, al igual que su familia y participa en la empresa, ayuda a los de escasos recursos y aminora las pestes; y también alecciona a su hijo Licho cuando, en lugar de aceptar su asignado a su lado, para sacar las farmacias adelante, decide emprender la carrera de medicina, profesión poco renumerada.

A modo general, acotaremos que María Victoria elude la introspección sicológica o el análisis sico-social de sus personajes, entregándonos en cambio, un detalle de sus acciones, hace uso de licencia poética mezclando la realidad con mundos inventados. La obra no es tampoco la biografía exacta de las generaciones que compusieron su familia. María Victoria demuestra efectivamente cómo su novela conjuga una tensión fructífera entre la ficción y la información. Y también logra abrir el texto al territorio extenso y ambiguo de México, permitiéndonos asistir como espectadores a las historias del pasado y a la belleza natural de la zona veracruzana, especialmente. Al desestabilizar conceptos fijos sobre la importancia del origen de las personas, sugiere la posibilidad que todos tenemos de reconfigurar nuestras herencias y orígenes personales, culturales y nacionales. En ese sentido, Les Dejo el Mar es una tentativa noble y positiva que derriba barreras de violencia y exclusión (tan populares en la novela actual) para construir en su lugar un territorio que no ponga, en tela de juicio, el discurso con el que se expresan, su corporeidad lingüística y su mundo circundante. Todo ello refleja la lucha del individuo en su sociedad. El foco está puesto en las “maneras” de enfrentar la vida, en su exterioridad centrada en el hacer, en su movimiento y rehacer. Por un lado, se construye a los personajes de una forma innovadora pues se concentra en la relación y la acción; y por el otro lado, a lo mejor inconscientemente de parte de la autora, el mundo de esa narrativa no sólo se limita a los niveles aparentes de la normalidad, lo razonable y creíble sino que la representación se amplía, mostrando cómo, en el siglo XX se fue afianzando y fundando la clase media mexicana. En medio, y al margen de su historia tumultuosa, aparece una clase de valores morales y espirituales fijos. Esta es la empresa de las generaciones Muguiras y Victorias: demostrar los valores asociados con el trabajo, el sacrificio, la familia y la independencia.

Recapitulando, diremos que Les Dejo el Mar añade otro significado a la relación que existe entre la construcción de la identidad personal y la identidad nacional mexicana.

Nosotros, los lectores, aplaudimos Les Dejo el Mar porque encontramos que el mundo que relata incide en lo que se puede denominar “la recuperación de lo humano.”