Meditaciones Preliminares


Consciente o inconcientemente, en el curso del presente trabajo sobre Jorge Teillier, se me aparecerá Enrique Gómez-Correa, tal como quedó prefigurado en libro anterior. No espero aún establecer aquellas pretenciosas relaciones teóricas que podrían -quizás después de un tercer estudio-, emerger como un árbol o, más modestamente, como un equilibrado arbusto. Mi relación con la naturaleza es secreta e intensa, pero si bien las vidas y las obras de dos poetas -simple y eternamente poetas- me interesan y me apasionan, no es menos cierto que me habla de “maravillas” esa hiedra llamada "suspiro" que mi madre cultivaba con sabiduría ingenua en El Llano y que yo he trasplantado con misterioso impulso en mi refugio de Olmué, donde hoy se eleva por sobre los ramajes de arbustos y boldos y hace brillar luces como galaxias azules muy arriba, rodeando las copas de los altos molles y del majestuoso quillay.
Tanto esa naturaleza simple, a veces intervenida, como estos grandes cultivadores de la espiritualidad -Enrique y Jorge-, me emocionan porque corresponden, en conjunto, a una inefable y exuberante manifestación de vida. Bajo esos signos, escribo.

En algún momento he debido colocar en orden cuanto artículo, nota o reportaje sobre Teillier he atrapado en mis archivos. Son muchos y están indizados al final. Pero no son todos. A través de ellos observo cómo el poeta ha sido tratado, cómo ha sido interpretado desde que abordó la embarcación pública. Hay cosas que sirven para mejor comprender las miradas aten-tas y, ciertamente, conmovidas y reveladoras de algunos testigos y cronistas. Estas notas im- portantes me dejan -dicho sea como una expresión corriente pero honesta- la "vara muy alta". Es que hay gentes que conocieron a Jorge Teillier, como persona, mucho mejor que yo. Y estare-mos agradecidos de quienes supieron traspasar las redes tan finas que él supo entretejer en torno de sí mismo, y las han comunicado. Porque fueron más densas que aquellas publicadas en diarios y revistas.
Si bien es cierto que el cuerpo de este trabajo es la entrevista del Capítulo 1, no he podido prescindir de los complementos con la idea simple de que este dossier sirva de plataforma para nuevas revelaciones de la vida y obra del poeta lautarino. En la entrevista central sé que hay respuestas enmascaradas, elegantemente distractivas; pero, en el momento de enunciar las preguntas –que él no conocía de antemano-, nunca traté de provocar un acoso intelectual con preguntas adicionales porque de todas maneras aquellas iban a reflejar un estado de ánimo y ayudarían a dibujar en escorzo a un personaje poco comunicable, muy introvertido, muy enmascarado a veces. Es decir, nunca he tratado de elaborar un test de inteligencia o de conocimientos literarios. El juego apunta a resultados más amplios, más universales. Apunta de igual modo a ir mostrando los componentes de una estructura desconocida. Wally me ha dicho que a través de mi libro aprendió a conocer a su esposo y al poeta, Enrique Gómez-Correa, que en vida fue igualmente esquivo y celoso de su mundo interior, fenómeno sicológico muy común entre los artistas de verdad.

Jorge Teillier corresponde a un fruto selecto producido al término de un proceso dentro de la educación nacional de un lapso histórico irrepetible. Tal como dijera alguien: la cultura y el espíritu chilenos del siglo XX están estructurados por el liceo y por la universidad. El carácter gris, el tono reservado y la expresión menor, provienen de los ancestros: se cultivó al interior del aislamiento cultural del país durante varios siglos. La concepción intelectual de lo social y filosófico, en boga al centro de este mismo siglo, se debe en gran parte a las enseñanzas de quienes recibieron el pensamiento progresista europeo sólo como una pátina superficial dejando firme el cuerpo dogmático agazapado de unas costumbres llamadas “novecentistas” y que ejercen influencia hasta muy al interior de este período. Pablo De Rokha, Gómez-Correa, el propio Teillier, por citar sólo unos pocos, pese a sus doctrinas políticas bastante materialistas y concretas, se evidenciaron como arduos, finos y memoriosos lectores de La Biblia. Recién, en el umbral del XXI, percibimos un cambio notable en la mentalidad y en las esperanzas de realización de las gentes menuda y joven. Por lo tanto, el “fenómeno Teillier” tenemos que ubicarlo exactamente en el punto de desarrollo de una historia personal. El poeta, lamentablemente, en cuerpo y alma, en razón de cosas duras que afectaron su hábitat familiar y que destrozaron su inocencia, se quedó recluído, profundamente encapsulado y sin saber expresarse con más vigor; quizás como el “niño del tambor”, pero sin la agresividad de éste.
Aquel trayecto, hasta su punto final –no pienso en Fukuyama-, tiene que ver con las educaciones primarias, secundarias y superiores de la época de Jorge. Esos profesores respetables, idealistas, dados íntegramente a la misión forjadora, no se han vuelto a dar porque la sociedad también ha variado. La desaparición de las Escuelas Normales, la pérdida de identidad de un Pedagógico huérfano de la Universidad -eliminados de golpe por intereses divisionistas de una política-, han sido factores determinantes. La Casa de Bello, que cobijó generosamente lo mejor de las mentes científicas, filosóficas, intelectuales y artísticas del país, y que fue hogar de cerebros privilegiados de otros países, sufrió un cambio de cuyas consecuencias no hay toma de razón. Por supuesto que el ciudadano de hoy no sabe que fue operado y que se le implantó un corazón calculador –más cargado al materialismo que una ideología anterior- y tecnócrata.
Creemos que Jorge Teillier, víctima inconsciente, inocente, de muchos rigores y seg-mentaciones emocionales, desde la infancia, se refugió en el centro de un modo muy particular que aflora con persistencia en su obra literaria y que lo resume su biografía. Estas informaciones constituyen las materias medulares de este libro.
Decía el historiador Mario Góngora que la cultura espiritual chilena es poética y que no ha salido de las aulas universitarias. Pero hay que corregir: ya salió de ese nivel y la forma de ser chilena ya no es poética. Cómo va a ser poética cuando una parte valiosa de nuestro pueblo recorre el mundo tal cual reinventados “patiperros”: lo que tenemos ahora es una transculturización acerca de cuyo futuro y cercana deducción no hay medidas exactas ni visiones verticales, como si la cosa profunda debiera manifestarse primero en la superficie para captar su tragedia o su esplendor. Hay, es cierto, una mejor información de lo que ocurre en la “aldea de cemento” y en el globo, pero la cultura profunda del nuevo chileno es vacilante, enrarecida, atada aún de los pies con los lazos de un pretérito orgulloso pero estéril en la visión de la humanidad. Yo creo que los jóvenes que ahora leen con devoción los poemas de Jorge Teillier se involucran emotivamente con la luz y el calor del interior de la cápsula idealizada y mítica que él dejó en calidad de legado. Es que la soledad tan sólo es percibida por quienes también arrastran un sentimiento parecido, por quienes poseen una percepción de lo desconocido, agradable y somnífera como una droga. Me refiero a esa Frontera geográfica de mitad del siglo XX y de antes, que adquiere las proporciones y calidades de un líquido amniótico; lugar de evasión segura y prestigiosa, donde supuestamente –sospechan- se puede crecer.
Cuidado especial había que tener para no dejarse impresionar por la fama superficial de bohemio e irresponsable que tenía nuestro poeta. Hecho que no han podido superar casi todos sus exégetas, amigos y periodistas, principalmente estos últimos. Es fácil confundir su irre-ductible personalidad con la de un goliardo de la Edad Media, alguno de los cuales escribió en la inmortalidad estos versos: “Meum est propositum / in taberna mori”, algo así como que “me he propuesto morir en la taberna”, en el sentido de un vivir hasta el final. Si bien en la última poesía de nuestro bardo ha fluido la ironía, nada hay allí de satírico o de crítica religiosa destruc-tiva. Al contrario, sus reprensiones políticas, sociales y espirituales no hieren a nadie. Pero sí él rechaza la hipocresía y el aprovechamiento de la estatura intelectual y es, bajo este aspecto, un referente moral de primer orden para la tribu de artistas.
Si debiéramos hablar de una filosofía, de un estado de conciencia lúcido pero desligado de la contingencia brutal, Teillier lo dijo mucho mejor y con una forma de videncia que admira: “Mi mundo poético era el mismo donde ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve”. Que cada lector saque sus conclusiones.

A mediados de enero de 1988, concurrí al mundo terrenal de Jorge, en San Pascual, Las Condes. Allí conocí a una mujer delgada y muy eficiente en sus atenciones como anfitriona. Era Cristina Wenke, con un aire de artista descifrable a la primera mirada. Iniciaban una velada sabatina con el pintor Alberto Steiner y un matrimonio amigo. Después de las presentaciones y de unos minutos prudentes, el poeta fue raptado sin que éste diera señales de oposiciones o de desconfianza (no le agradaban las situaciones formales de salón). Nos encerramos en un depar-tamento de Providencia, entre las 21 y las 23 horas. Fue devuelto a su hogar un poco más saturado que cuando lo llevamos. Pero habíanse pactado amistosamente los parámetros de una serie de nuevos encuentros para grabar las materias de “Arquitectura del Escritor”. Estamos hablando del año 88, cuando era importante buscar “alianzas” para salir del círculo de estrechez comunicacional, pues el propio Jorge no tenía ya medios constantes para su trabajo intelectual y literario, no tenía canales para reestablecer los puentes de correspondencia con el mundo que verdaderamente aprecia el conocimiento y la cultura. Estas entrevistas se llevaron a cabo tal cual se pactaron, en tres tardes sabatinas sucesivas. La primera sesión de trabajo se realizó el 31 de enero. Más de dieciséis años después se dan a conocer los contenidos de las grabaciones en casetes de audio. Y sólo en estos momentos aprecio que la fluidez de las entrevistas, el término feliz de ellas, constituyeron una hazaña en cuanto a sostener una presencia tan “inmaterial” como la de Jorge Teillier. Lo digo con cariño y admiración por él. Sin embargo, tal milagro es fruto de una ganancia intelectual que él compartió, tal como a su vez lo reconociera Gómez-Correa. El hecho es que se sintieron, ambos, llevados sistemáticamente a revelar pensamientos a lo mejor postergados y a recurrir a importantes cuotas del archivo de la memoria, definiciones y especulaciones teóricas, redondeando con esa experiencia su propio universo, esa entelequia que que retorna como un fantasma no advertido desde un espejo. Este juego proporcionó a ellos dos, sin lugar a dudas, placeres intelectuales. Ambas grabaciones duran cerca de seis horas cada una. Sintetizadas en el libro anterior y en las páginas actuales, obligaron tan sólo a eliminar las muletillas y tropiezos comunes del lenguaje coloquial. Pero ambas son fieles y representativas. Una ya está en la Biblioteca Nacional y la de Jorge Teillier irá pronto. Ellas son documentos activos de dos grandes poetas chilenos del siglo XX.

Para entregar completa y dignamente este trabajo, se necesitaba ayuda. Ésta emanó del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (año 2000) para calmar las cuotas de desesperanza y remordimiento míos porque siempre me pareció injusto mantener en catacumbas un caudal literario tan importante como éste de Jorge Teillier. Algo parecido había ocurrido con los materiales de Gómez-Correa, los que vieron luz gracias a su familia.
El rastreo de la información conexa ha sido arduo y difícil. Pero, encontrar, por ejemplo, los poemas juveniles de Teillier, con la ayuda de Annabella Brüning, constituyen una sa-tisfacción –a pesar de que siempre estuvieron allí, en la Hemeroteca, al alcance de cualquier estudioso perspicaz- y un punto de referencia vital para entrar en la saga del gran poeta de La Frontera. Providencial ha sido la reciente publicación de “Prosas. Jorge Teillier”, de Ana Traverso (Editorial Sudamericana, Santiago, 2000); providencial porque este importante libro de 448 páginas facilita a cualquier lector introducirse en el universo menos conocido de Jorge Teillier, aquel que contiene su prosa sembrada en comentarios literarios, en crónicas, en recuerdos, en monografías y en ensayos. Con este aporte de Ana Traverso se recogieron, de paso, los “milagros de la corte literaria chilena” de un lapso de más o menos veinte años, destacables veinte años.
Si bien esta obra quedó completa en muchos aspectos en el año 2000 –nunca se podrá dar por terminada ni perfecta-, apareció después el problema de su edición. Problema no menor dadas las circunstancias económicas que rodea a todo el mundo editorial por las causas que sean y que son conocidas. Este libro estuvo en manos de algunos escritores y personajes que estuvieron ligados por amistad antigua a Jorge Teillier. Me parecía normal que todo lo concerniente al poeta de Lautaro, sería recibido con emoción y beneplácito –me refiero a escritores con poder dentro de editoriales importantes-. Sin embargo, no fue así. Las esperas se hicieron interminables y angustiosas hasta que el Consejo del Libro y la Lectura 2004 aceptó el proyecto. Por esta razón, es que la entrevista de 1988, a corazón abierto de Jorge Teillier, más textos e investigaciones relacionados, ahora está en manos también abiertas.
Gracias, una vez más, a quienes han hecho posible el inicio, el enriquecimiento, el tér-mino y la difusión de este trabajo. Gracias, en especial, a las personas que estuvieron muy ligadas a las penas y alegrías del poeta, y que sin reticencias nos hablan de sus disipaciones y virtudes, porque a todos nos ha interesado, más que nada, rescatar su alma como el monumento de una espiritualidad pura y trascendente.

Hernán Ortega Parada
Olmué, Agosto del 2004