No hubo Nobel para Don Nica

Por Jorge Etcheverry

El Nobel vino y se fue. No sé si este año alguna instancia chilena presentó la candidatura de Nicanor Parra. En todo caso el ambiente mundial, que a veces sirve como barómetro para los premios Nobel, no parece ser muy propicio para esta iniciativa, sino todo lo contrario. Pero quizás sea por esto mismo y dado el estado de cosas actual, que sería buena una consagración mundial de Parra, de lo que su obra propone. Pero ya volveremos a eso. La información que siguió al premio Nobel de literatura a Jean-Marie Gustave Le Clézio, mencionó, junto a su interculturalismo, su interés por el nomadismo, forzado o no, individual o masivo, que se ha convertido en un leitmotif de la civilización contemporánea, además de su interés en los seres humanos, sobre todo en la juventud. No dejó tampoco de reconocer una obra que va desde el experimentalismo de la nouveau roman hasta el humanismo y el humanitarismo—elementos que se suelen juntar en la producción de las figuras literarias más logradas—. Pero también caben otras consideraciones. Le Clézio, además de ser francófono y nacido en Francia—Claude Simon, premio de 1985 nació en Madagascar —tiene una destacada historia literaria en Francia, caso que no se daba en el Nobel de Literatura desde que el filósofo, novelista, dramaturgo y crítico existencialista Jean Paul Sartre rechazó el premio en 1964. Sartre proclamó en la Europa bañada en sangre de la post guerra que el compromiso era un asunto de elección personal y afirmó la distancia de la conciencia que refleja el mundo—el para sí—frente a cualquier toma de posición, incluso frente a sí misma. Cosa muy oportuna luego de que las grandes y férreas convicciones ideológicas modernistas habían estado involucradas en hecatombes. Luego del Nobel de Simon viene ese largo interregno de las letras francesas. Pero el premio de este año corrige este largo lapso galo y a la vez celebra la multietnicidad y multiculturalidad y los temas de raigambre humanista. Quizás se pueda decir que en los premios Nobel de literatura juegan factores políticos. O de políticas. En los últimos años, y a nuestro parecer, los premios básicamente ‘literarios’ han sido los de J. M. Cohetes (2003), Saramago (1998), Octavio Paz (1990), Camilo José Cela (1989). Con Gunter Grass en1999, Doris Lessing en 2007 y Harold Pinter en 2005, estamos en presencia de un ganado reconocimiento a vetustas carreras literarias de la modernidad. Como decía, es difícil negar el componente político de este premio. En1953 se lo dieron a Sir Winston Leonard Spencer Churchill. Pero por ejemplo nunca se le concedió a Ezra Pound, claro que hay que mencionar que los aliados lo encerraron en una jaula en Italia por sus simpatías fascistas, pero también por su anticapitalismo, pero que quizás los rusos o los yanquis le hubieran dado pega si hubiera sabido hacer misiles como Werner Von Braun.

Pero a lo que íbamos. Si se agregara un Nobel a Nicanor Parra a los de la Mistral y Neruda, Chile adquiriría un perfil poético abrumador y la literatura en castellano se anotaría otro gran poroto. Pero el área hispanófona mundial tiene una imagen ambigua: tiende a la neutralidad en las guerras de los países anglófonos desarrollados con el mundo musulmán integrista Hay un giro hacia la izquierda en América Latina, en vías de definición y un poco a contrapelo con lo que pasa en América del Norte y Europa. En Chile la dictadura es cosa del pasado y hay un régimen con presencia socialista que gobierna al país más globalizado—no sin cierto éxito—de América Latina. Suponemos que Chile es una especie de puzzle para los académicos suecos que ponderan los diversos factores en juego cuando conceden este premio. Pero en estos tiempos de la vuelta de los fanatismos sobre todo religiosos, el estado de ánimo que propone la antipoesía distanciado mediante la ironía, el humor, la parodia, es un antídoto necesario frente a los integrismos. Un poco lo que era la obra de Sastre en la postguerra. Se puede discutir la originalidad de Parra, pero como todo eslabón significativo de la cadena de obras culturales y de lenguaje, la antipoesía acusa y reconoce influencias, y el así llamado ‘espíritu de la época’ permea su obra. Como en el caso de Marcel Duchamp, Andy Wharhol y el mismo Dalí, su innovación radica en tomar elementos preexistentes—en este caso de los diversos registros del lenguaje—y combinarlos en un objeto nuevo, ya no al azar a la manera del Dadá o los surrealistas, sino al servicio de una deconstrucción de los mitos cotidianos, de manera tal que banaliza y relativiza lo sacrosanto y establecido con el esguince de una sonrisa irónica.

Nicanor Parra era una figura ambigua para muchos que comenzábamos a afilar nuestras armas en las batallas de las tendencias poéticas del Chile de la segunda mitad de los sesenta. Había diálogos a veces enconados, a veces etílicos, en bares, cafés, en las aulas o jardines de los campus universitarios, en las calles, o detrás de las barricadas, a lo largo del país y preferentemente en el escenario de Santiago. Carlos Zarabia, nomme de guerre de Julio Piñones, hoy uno de los poetas más destacados del Norte chileno, dijo en una entrevista por televisión de Antonio Skarmeta a la Escuela de Santiago en 1968, que leer a Parra era como leer al Condorito, la popular tira cómica. Eso representaba un poco la posición de la Escuela de Santiago en ese entonces. En lo que mí respecta, con el tiempo y el exilio, primero involuntario y luego aceptado, y pese a ser un poco lo que en Chile llaman un tonto grave, me he ido reconciliando con nuestro propio humor e ironía individuales y nacionales, a la vez que se me desmigaja y endurece el pan matutino de las metas e ideales juveniles. Así, Nicanor Parra ha ido asumiendo un lugar cada vez más señero en mi horizonte poético.

Si bien Parra carece del reconocimiento universal de Gabriela Mistral, Pablo Neruda o Vicente Huidobro, bien se lo merece. La antipoesía de Parra es el polo complementario de su poesía, y más aún de la de Pablo de Rocka, cuya demasía y exuberancia es la antítesis de los antipoemas, de versos breves, cuyo emisor poético es un hombre común, antiheroico, con un lenguaje coloquial y cotidiano, opuesto al yo lírico a veces hipertrófico que nos habla en la poesía tradicional. La antipoesía tiene universalidad contemporánea, ya que acoge y asimila elementos del habla popular y de la culta, clichés y lugares comunes, estereotipos, dichos y refranes, pero a la vez los niega por medio de la ironía y la parodia. El carácter chileno, popular, campesino y urbano del antipoema no descarta las influencias extranjeras, de las cuales ningún autor puede estar libre, y menos aún desde la difusión masiva. Hay quienes han afirmado que Nicanor Parra da cabida en su poesía a elementos surrealistas y de la poesía anglosajona, específicamente de los Beatnicks, Lawrence Ferlinghetti y Allen Ginsberg, aunque según Mario Benedetti, la antipoesía puede ser una propuesta para la acción: “Tanto los beatnicks como Parra asisten a la decadencia de la humanidad, pero mientras los primeros no se consideran proselitistas, sino vencidos de antemano, el chileno usa toda su agresividad para modificar la realidad que detesta”.

En la antipoesía está también la poesía española de Machado y García Lorca Se le ha rastreado o supuesto inspiración del nihilismo, el marxismo y el existencialismo. Pero pese al humor y la socarronería campesina, la antipoesía tiene un fondo atormentado y lúgubre. En algún momento se proclamó incluso que tenía inspiración religiosa. Estas aseveraciones de lectores y críticos muestran que la antipoesía junta opuestos, o a lo mejor los rechaza en su mutuo conflicto. Por ejemplo, al leer el antipoema:

Cuba sí
Yanquis también

el lector le contrapone la consabida consiga “Cuba sí, yanquis no”, de los sesenta y setenta, ya presente en su memoria.

O si tomamos este otro:

La izquierda y la derecha unidas
Jamás serán vencidas

vemos que el poema es en realidad una variación de la consigna política chilena en 1970, año de la elección de Salvador Allende:

La izquierda unida
Jamás será vencida

Así, el antipoema usa elementos preexistentes y por así decir los parasita, a la vez que al ironizarlos les resta importancia, los niega, los hace cómicos, los futiliza o relativiza. El antipoema permite ver la realidad a través de sus fragmentos y escombros. No hay que olvidar que el filósofo alemán Martín Heidegger dijo que el mundo aparecía tras el horizonte de los útiles rotos. Los valores y expresiones de los diversos sectores de la sociedad contemporánea y su abanico de ideologías se entrecruzan en el espacio que les brinda la antipoesía y se anulan mutuamente. Pienso que esta voz poética es análoga a las grandes voces narrativas occidentales del siglo XX: Kafka, a quien Parra admiró y por quien fue influenciado, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, José Donoso, Musil, Coetze, Sábato, Onetti y Manuel Rojas. En su representación a la postre negativa de la realidad actual, Parra le otorga al ser humano una universalidad que va más allá de las diferencias de color, nivel económico y género, y lo lleva hacia una conciencia emergente unificadora. La antipoesía es un llamado a no dejarse encandilar por las apariencias, las pequeñas anécdotas sociales, los signos de estatus, las granjerías en que se debaten los seres apresurados de las urbes, envueltos en la cháchara incesante de las ‘habladurías’ y yendo de la pantalla grande a la pantalla chica impulsados por un ciego ‘afán de novedades’. Este subgénero poético relativiza las militancias y afiliaciones totalizadoras y nos hace sospechar de toda declaración absoluta y seria. Después de todo, estamos en una época orweliana en que se desatan guerras por la paz, los presidentes se venden como la coca cola, la noósfera de Teillard de Chardin cubre el planeta de basura, los programas televisivos le muestran al telespectador arrellanado en su sillón especies naturales y pueblos autóctonos al mismo tiempo que se aproxima su extinción, un poco a la manera en que los sacerdotes españoles iban documentando en América las culturas autóctonas que el imperio aniquilaba.

A medida que las circunstancias históricas se hacen menos y menos ‘humorísticas’, crece como contrapeso natural la figura de Nicanor Parra. Esperamos que haya en un futuro muy cercano otra iniciativas para convertirlo en Premio Nobel. Ya que avanza por la novena década de su vida y sigue con una sonrisa irónica la seriedad y gravedad con que grupos y naciones bregan por mantener o validar la frágil identidad de sus historias y modos de vida en este marco de globalización alienante. Este premio Nobel para Nicanor Parra hubiera sido una pequeña válvula de escape para expresar, a través del humor, la parodia y la ironía, las contradicciones y diferencias de este mundo del fin de la historia, en apariencia multifacético y vistoso, pero en realidad más y más homogéneo, frente al que no pareciera haber alternativas.