Matías Rafide y su espejo en sombras
por Juan Antonio Massone

 

No en vano nos ciñen algunas palabras, porque también nos han buscado mientras las llamábamos. A veces prefieren eludirnos para que mantengamos la perseverancia en el anhelo de saber quiénes somos, quién sueña en el fondo de nuestros ojos, más allá de la apariencia habitual en que solemos guarecernos al correr de los hechos y de las costumbres.

En esas palabras necesarias existe una de las claves de nuestra cifra personal. Más que espejo que nos duplica, son alas para llevarnos lejos. Hay resonancia de mar en el pequeño caracol; una lluvia completa en la delicadeza de una gota o de una lágrima. Así en la poesía que habla desde el silencio, deja espacios blancos y culmina en algún verso donde respira más profundo el ímpetu de ser.

Espejo en sombras, la más reciente obra de Matías Rafide, está precedida de un estudio a cargo del académico de la Lengua en Antofagasta, Osvaldo Maya Cortés, quien expone con particular cuidado y acierto una caracterización justa y muy válida del libro, con sello Ediciones Ala Antigua, en un formato muy cómodo, acompañado de algunos bocetos de autor voluntariamente anónimo. Como sea, la edición estuvo al cuidado de Gustavo Donoso, poeta él mismo, a quien se deben las palabras de la contraportada.

Esta obra añade otro eslabón en el decir pausado que iniciara en 1950 al publicar La Noria. Otros años conocieron de sucesivos libros: Ritual de soledad; Itinerario del olvido; Fugitivo cielo; El corazón transparente; Tiempo ardiente; El huésped; Autobiografía minúscula; Antevíspera; Presagios; las antologías Sueños y espejismos; Horizontes y sueños, por mencionar únicamente sus poemarios.

Al detenernos en los rótulos del poeta, nos percatamos de que en ellos existe una clara propensión a marcar un trasfondo de caducidades y una desmaterialización del mundo aludido. La soledad campea por sus fueros y el tiempo trabaja hilando su prontitud de siega. Existen—como en uno de los títulos—esos presagios que recuerdan lo por venir y deslizan torpor en el presente. Cuanto deba suceder está a la puerta, con cierta inminencia presentida en el ánimo, a duras penas en brazos de una sonrisa desvaída.

A Matías Rafide le llega bien el poema transparente, breve, como sentencia del tiempo. Gota de rocío y solo de violín. Si hubiere sido pintor habría revelado mundos a punta de gradaciones sin miedo al silente blanco. Igualmente, las sombras que hospedan al espejo, ese objeto de fidelidades que duplica el mundo, al revelarlo. En las sombras, los planos se confunden; mejor dicho, adquieren una disposición tan impensada como caprichosa. Aquéllas despojan de importancia cuanto la luz impone diferencias a las envergaduras. Por obra de la poesía, el mundo cesa en los hechos, para luego nacer desde el silencio que grita, canta, alaba o maldice, sobre todo anhela aquella portentosa porción en la que pretendemos habitar sin ocaso.

Esos presagios—en los poemas de Rafide-- pueden ser sombras, que acepta convocar el espejo, y la hora sabe filtrar. La poesía se torna instante; con el soplo de alguna nube volandera coincide el uso de los puntos suspensivos, presentes en casi todos los poemas de este libro. ¿Cuál es el papel que cumplen? ¿Ahondan ámbitos o actúan de contenidos céfiros? ¿Son aliento, recado o efluvio de significados latentes en lo vivo?

Como se sabe, en la puntuación respira el texto. Extensiones e intenciones se confunden en nupcias que la poesía consagra y enaltece. Con los puntos suspensivos tiene que ver tanto el suspenso como la suspensión, porque si interrumpen el flujo expreso de las palabras, intensifican lo alusivo, el tal vez, lo probable. Entonces cesa el mundo que impedía alzar un velo para mejor acoger sus trasfondos.

Una mujer
en la ventana
sueña estaciones
imposibles…” (p 79)

Es el instante que se ahonda en los vericuetos del ansia, por donde se van los ojos a consagrar, hacia dentro, una configuración de espacios o de creación deseada del mundo por vivir. ¿Será un regreso, un pudo haber sido, la forma de lo que alienta el silencio?

Todo es viaje, en este poemario. La vida, una actitud, la mirada. Así como lo actual es augurio y nostalgia el pretérito, lo por venir se anuncia al compás de las fugas. Constancia de trenes, de embarcaciones, de pasos por el mundo dicen a las claras de que nos hallamos ante una palabra poética de raigambre secular en cuyo semblante se percibe el progresivo agotamiento de los plazos vitales.

En Matías Rafide existe un poeta de la contemplación y de la orfebrería. Se toma su tiempo entre un libro y otro. Nada tiene que ver con premuras, las que quizás apurarían otros desenlaces. Y ensarta gemas y pule aristas con paciente actitud. Es el motivo de que varios poemas de Espejo en Sombras sean un deslizarse, un proyectar sombras delante del espejo. Instantes absolutos los de la percepción vinculadora de esto con aquello; pero rápida inmersión de lo uno con lo otro, en las aguas del tiempo.

Semejante trato de la palabra, sin demasiados aderezos, nos lleva a decir que la voz poética congenia con la alusión personal tanto como con la ejemplaridad proporcionada por escenas del silencio transformadas en poemas. El ver es aquí una percepción relampagueante, instantánea, sólo que prolongada en instantes intensificados por un destino: la continua despedida.

 

Busco una calle
Una casa sin nombre…
Un verde paraíso…

Aún viajo de pie
a las estrellas. Sin embargo
indefectiblemente
regreso entre paisajes
de exilio que me conducen
hacia esfinges aciagas…

Locura o sueño
de una ciudad siempre lejos
donde sólo el olvido
resplandece…

(Sólo el olvido resplandece)

 

La cumplida contundencia del sino no se aviene a tono altisonante, a diatribas, o a deslizamiento humorístico, ni menos a contagio de lo soez. El temple y la clave de nuestro autor difieren tanto del prosaísmo como de lo críptico. Bástale a la realidad de la condición humana mostrar la prestancia y la fatiga en un suceder peregrino. A Rafide le importa coger vuelos, ver dentro de lo real que esconde la gente, los objetos, la sinuosa memoria, y dar de ello una traducción que podemos asimilar en una muy perceptible confirmación de lo efímero con su efecto en el ánimo y en el valor debilitado de las supuestas grandezas.

¿Qué sentimiento primordial de lo humano se alza de este libro? Me atrevería a decir que el de la cavilación desengañada. No se trata de pesimismo; más bien corresponde a una larga asimilación de la caducidad impregnada en todo. Al saber de ese decaimiento, de cómo huyen pasos, recuerdos,belleza, juventud se obtiene un clima vesperal, abierto ocaso con todo el brillo de un sol que se despide. Coincide el espíritu de Matías con esa larga tradición del esplendor aminorado, tan rico y profuso en la poesía árabe. ¿Quién es la voz que habla interioridades de pecho palpitante en la poesía?

La respuesta es siempre más atildada y más cierta cuando la ofrece un poeta de verdad como lo es Matías Rafide:

 

“Abandonado
A la orilla del cosmos
Desnudo, sin maquillaje
Ni abalorios…

Río efímero
Esfumándose en
Fragmentarias islas…”

(Solo)

 

Leer un poemario como Espejo en sombras, no constituye una eventualidad llana solamente; me parece ser esa lectura un convite y, en cierto modo, una necesidad del lector. Es preciso conocernos, aumentar el ver, saborear lo dulce y lo agrio de nuestra condición humana. A través de ese derrotero nos lleva Matías Rafide en esta obra que agradecemos y admiramos.