Santa María de las flores negras

Por Alexis Candia C.

 

Santa María de las flores negras, la última obra de Hernán Rivera Letelier, publicada en 2002, es una novela histórica que corre a contrapelo del desarrollo experimentado por este género en las últimas décadas. Lejos del historicismo crítico que supone la Nueva Novela Histórica (NNH) que, en opinión del Seymour Menton, predomina en Latinoamérica desde 1979; Rivera Letelier adapta ciertos códigos de la narrativa histórica romántica y realista para dar lugar a una pieza que resulta anacrónica y anquilosada, arraigada en las polvorientas flores del desierto literario.

Hernán Rivera Letelier soslaya, entonces, los aportes de Alejo Carpentier, Reinaldo Arenas y Carlos Fuentes – algunos de los autores más destacados de la NNH latinoamericana - e ignora por completo al Postmodernismo, paradigma predominante en la actualidad y que, según Lyotard, se caracteriza por la muerte de todos los centros y la incredulidad hacia todas las metanarrativas, entre las que ocupa un lugar destacado, a todas luces, la Historia. Lo anterior responde, en gran medida, a que Santa María de las flores negras no intenta recusar a la historia o suplir al discurso oficial – que constituye la materia prima de la novela -, sino más bien recuperar para la memoria colectiva la matanza de la escuela Santa María de Iquique, hecho poco valorado pero en ningún caso tergiversado ni desconocido por la Historiografía.

La última novela de Rivera Letelier constituye una novela histórica debido a que, tal como establece Anderson Imbert, es un relato que cuenta: “una acción ocurrida en una época anterior a la del novelista” (La nueva novela: 33) El autor pampino adapta, entonces, las claves de la novela histórica decimonónica, pasa por alto los importantes aportes de la NNH - establecidos por Seymour Menton y Fernando Aínsa - y conforma un relato simple y eficaz para el consumo masivo.

Santa María de las flores negras asimila determinadas claves de la novela histórica romántica - que tuvo su apogeo durante el siglo XIX en Latinoamérica -, tales como el diálogo estrecho con la historia oficial y la implementación de una narración en orden cronológico de los acontecimientos. De esta forma, la novela no tiene mayores diferencias con los testimonios históricos de Sergio Villalobos, Carlos Bascuñán o Mario Garcés, entre otros, sino que adecúa con gran exactitud los hechos, las fechas y los personajes consignados por el discurso oficial. Por otra parte, tiene una estructura aristotélica que inicia la narración desde el épico descenso de los salitreros de la oficina San Lorenzo hasta el apocalipsis iquiqueño.

Otro de los elementos que Rivera Letelier extrae de la novela histórica romántica es la carencia de objetividad y la visión idealizada de la historia presente en Santa María de las flores negras. En ese sentido, se encuentra el abanderizado relato que llevan a cabo los dos narradores en tercera persona de la obra. Mientras el primero es la voz colectiva de los obreros de las salitreras; el segundo es un huelguista que narra las venturas y las desventuras del círculo que confluye alrededor de Olegario Santana y Gregoria Becerra.

Ciertamente, la posición de los narradores determina la intensa subjetividad de la novela. La siguiente descripción del general Roberto Silva Renard y de los salitreros antes de la matanza resulta ejemplar: “Al pasar por entre la muchedumbre, su actitud era altiva y arrogante, y se le notaba en la mirada el desprecio absoluto hacia el proletariado. Nosotros – las mujeres, los hombres y los hijos - con nuestro rostro bañado en sudor y los ojos enrojecidos por el polvo, lo mirábamos con una mezcla de odio y admiración (…) lo que más asombro nos causaba era darnos cuenta de que el general no transpiraba un ápice; que bajo ese sol infernal que nos quemaba a todos, el parecía envuelto en un aura helada” (Santa María: 202) La anterior descripción resulta, prácticamente, una oposición binaria vida/muerte entre el frío de Silva Rernard y el calor de los pampinos.

Seymour Menton sostiene que la novela histórica romántica está caracterizada por: “la rivalidad entre los protagonistas heroicos y angelicales y sus enemigos diabólicos” (La nueva: 36) Ciertamente, la obra de Rivera Letelier responde a esa lógica. Si los mineros simbolizan a los espíritus nobles que luchan por la justicia, la libertad y la igualdad; los capitalistas extranjeros representan la explotación, la miseria y el hambre.

Lamentablemente, ésta tendencia hace que Rivera Letelier se sumerja en lo que Roberto Bolaño llamaba su ‘bendita cursilería’, que se extiende desde los nombres de algunos personajes – Liria María, Juan de Dios e Idilio Montaño - hasta imágenes que caen, una y otra vez, en lugares comunes: “El mar entero es su santuario y ellos los sacerdotes oficiando misa. Ella llora de amor. Él parece morir de felicidad” (Santa María: 213)


Además, algunos personajes de la pieza literaria, al igual que en la novela histórica romántica, están: “llenos de angustias metafísicas y preocupaciones filosóficas, que sienten la vida como un problema insoluble y se creen víctimas de un ciego destino que determina la existencia humana” (Relectura: 7) En ese sentido, se encuentra Olegario Santana, antiguo veterano de la Guerra del Pacífico, cuyo pesimismo y desconfianza responde a las duras experiencias que la vida le ha mostrado, especialmente la miseria del hombre. Santana esconde una oscura sabiduría que aun le permite anticipar la masacre entre los vítores de los huelguistas por el arribo del intendente titular de Iquique: “¡Los que van a morir te saludan, hijo de la grandísima!” (Santa María: 153)

Santa María de las flores negras está protagonizada, tal como dicta el modelo de Walter Scott implementado por la novela histórica romántica latinoamericana, por una serie de protagonistas ficticios que interactúan con los personajes históricos que, de una forma u otra, intervienen en el relato. José Briggs, Carlos Eastman, Martín Rucker y el general Silva Renard son algunos de los que se encuentran en esa categoría.

No se puede soslayar, por cierto, la escasa capacidad de Rivera Letelier para conformar los perfiles de los personajes, que – salvo Olegario Santana - responden a simples estereotipos funcionales a las necesidades narrativas de la novela. El sindicalista anticlerical, el obrero irreverente, el volantinero inocente, la doncella angélical y el niño travieso son solo algunos ejemplos en ese sentido. Además, no es suficiente con que el narrador determine el carácter de los personajes, sino que éstos deben construir sus personalidades sobre la base de sus intervenciones. Lamentablemente, Rivera Letelier no ofrece más que personajes similares al desierto florido incapaz, por cierto, de superar las inclemencias del tiempo.

Santa María de las flores negras adopta de la novela histórica realista su afán por la documentación que, sin lugar a dudas, es uno de los mayores logros de la obra. No sólo por la sólida recreación de los eventos y de los personajes históricos que participan en la pieza, sino por el cuidado de los ambientes, los productos y, especialmente, por el lenguaje de la época. Pese a que el autor carece de una prosa limpia y precisa – a ratos parece excesivamente formal -, no se puede sino reconocer sus esfuerzos por recrear la lengua de los trabajadores salitreros.

Hernán Rivera Letelier rehuye la utilización de los capullos literarios de temporada por un conjunto de flores amortajadas por el polvo de la historia. Santa María de las flores negras espejea uno de los eventos más trágicos de la historia nacional a través de un par de pétalos muertos: las formulas decimonónicas del siglo XIX. En suma, Rivera Letelier no erige – tal como deseaba - la novela definitiva sobre la matanza de la Escuela Santa María, sino más bien una obra baja en riesgos formales y con los suficientes toques folletinescos para la industria cultural. Si tan sólo Rivera Letelier hubiera prestado mayor atención a los hechos que estudió, según confesó en una entrevista, durante tres años, habría comprendido que para alcanzar los sueños no basta con repetir las formulas probadas, sino que es necesario, también, cruzar el desierto en búsqueda de las flores negras o de las innovaciones estilísticas, aún cuando todo pueda acabar con un disparo en la cabeza.