Sexo, historia, alienación.
Nota sobre Mil veces mujer...A pesar de todo, de Rosa Alcayaga Toro, Editorial Gráfica Euclides, San Miguel Santiago, Chile, 2001.

por Jorge Etcheverry

Uno de los fenómenos que caracteriza a la cultura contemporánea es la presencia diferenciada de una literatura femenina. Mujeres escritoras han existido desde los orígenes mismos de la escritura —hay una lista de nombres universales que va desde Safo y Sor Juana hasta la Anaís Nin y por qué no decirlo, Isabel Allende. Lo que se ha agregado en las últimas décadas es el reconocimiento institucional y crítico de que se trata de una literatura específica, con su propio mercado y canales de difusión, con su propia perspectiva sobre el objeto de la literatura, es decir, los avatares de la existencia humana en todas sus manifestaciones y bajo todas las condiciones.

En Chile la literatura femenina, no siempre feminista, aparece un poco más tarde que en el “hemisferio norte”—alias del mundo desarrollado en los documentos de las organizaciones para el desarrollo— y brota tanto de la toma de conciencia de la especificidad social, de género, y quizás cultural de la mujer en el país, como de la influencia extranjera, lo que no es raro, ya que además del fenómeno de la globalización, la inserción de Chile en la economía global de mercado le ha dado un renovado prestigio en el país a lo que proviene sobre todo de América del Norte, en ese proceso tan mecánico como natural que hace que la cultura sea determinada por la realidad económica y social.

Además de la problemática de la mujer, otro de los componentes textuales de este libro de relatos de Rosa Alcayaga es el marxismo, que subyace a las diversas manifestaciones políticas y culturales de la(s) izquierda(s) y que ha argumentado con el feminismo que la desigualdad perenne de la mujer se debe enfocar en el marco de la lucha de clases. Pero esta colección de cuentos brinda su espacio también a otros componentes, que van desde el exilio, ya connatural a la cultura chilena contemporánea, hasta la experiencia del sexo en la mujer madura. La textura de este volumen es rica en materialidad y concreción, distinta quizás de la mayor parte de la escritura que podría denominarse masculina, más cercana al lenguaje que a la materia, a los acontecimientos de la trama que a la exploración minuciosa de la relación con el otro. Además, este libro está lejos de cierta narrativa femenina más de ‘corriente principal’, que discurre fácilmente en el terreno del lenguaje y enhebra anécdota tras anécdota de personajes bellos o estereotípicos, acercándose a la soap opera, que por otro lado se insinúa incluso en cierta cinematografía chilena reciente.

En este volumen de cuentos, o mejor de narraciones breves, la forma es variada, ya que abarca lo que sería el poema en prosa, como el texto Sexo masculino (p.53), el minicuento, presente en Un alcatraz de oro para cada niña (p.105), o la nouvelle, Conocí la muerte volando en una camisa blanca (p.129). En la prosa existen múltiples niveles de narración y ficción, desde esa voz que un lector percibe como la del autor, hasta el narrador impersonal omnisciente que no nos habla directamente a nosotros en tanto lectores. Las narraciones de este volumen podrían haberse hilado en una novela en primera persona, que el lector asumiría de partida como autobiográfica, ya que si algo unifica a los relatos, es la voz que los entrega, a la que percibimos de manera inmediata como unitaria y subyacente a estos textos que se presentan como ficción, pero que se leen como realidad, como autobiografía o testimonio, siendo esta dimensión lo que les otorga en gran medida esa rica concreción a la que antes nos referíamos.

Una suerte de pansexualismo existencial permea estos relatos. El erotismo que es casi marca registrada en la literatura escrita por mujeres, aquí es tan natural como funcional, nunca gratuito, sino engarzado en la escueta y casi inexistente trama de la mayoría de los relatos, en que el acontecer sirve más bien de gatillo para mostrar circunstancias vitales. En una sociedad sacada de sus clavijas por el golpe de estado de 1973 —que de algún modo es un ‘acabo de mundo’, si asumimos la unidad de la voz que hilvana estos textos— el sexo tiene un aspecto dual, positivo y negativo. Por un lado asume un papel central de autovalidación y encuentro con el otro en una atmósfera de desencuentro urbano, y por otro se revela como elemento central de la explotación y degradación femeninas, de la desigualdad social y cultural de la mujer.

La mencionada pluralidad de formas en el libro, la ocasional muestra de la tensión a que se somete el lenguaje, los frecuentes pasajes reflexivos, señalan hacia un sentido en construcción. Es como si todos los aspectos que se intenta integrar y configurar rebasaran en cierto modo las posibilidades no sólo de entregar, sino de captar ese sentido global que se escapa. Así, hay una actitud narrativa que no se agota en la entrega de un significado claro a través de una forma determinada, sino que parece buscar tanto ese sentido como su expresión adecuada, fenómeno por otra parte presente en otros autores chilenos, que hace que su prosa asuma a veces marcadas características experimentales.

Así, esta obra puede ser vista como un work in progress, que parece hacerse frente y junto al lector. Además hay un hiato entre la temática de la condición y situación femenina, tematizada en la mayoría de las narraciones, y el aspecto por así decir histórico, presente en forma puntual a lo largo de los relatos como marco de referencia o circunstancia, que constituye el tema de la novela corta Conocí la muerte volando en una camisa blanca, que se lee como testimonio vivencial del golpe militar. Aquí se da espacio a una contradicción entre el ideal y la realidad. La experiencia vivida en el momento del golpe es lo que permite rescatar el ideal, ya que éste vuelve a asumirse de manera retrospectiva como la única actitud posible, en términos humanos y por tanto auténticos: “Ni perdón ni olvido. Es una decisión personal. Un acto personalísimo” (p. 154). Un tema reiterado es el de la ilusión; “A nosotros nos hablaron del proletariado. Que sólo bastaba la mayoría en las urnas. Nunca quisimos creer que podíamos perder. Ilusos” (p.154). Esa autenticidad y fusión en lo colectivo se dan dentro del marco ideológico de la llegada al poder de la izquierda mediante elecciones, en un contexto en que la lucha de clases es el motor de la historia, lo que crea una contradicción básica. La experiencia colectiva vivida como histórica es lo que en definitiva rescata esa experiencia desde la inadecuación de los medios respecto a los fines y la ecuación errada respecto al poder: “Recordé las palabras de los jóvenes vietnamitas. Sin armas no serán nada” (p. 152). Es la solidaridad en la tarea compartida, el sacrifico personal reproducido colectivamente en pos de una sociedad justa, y la marca de sufrimiento lo que señalará desde ahí en adelante dos campos irreconciliables, el de los victimarios o sus cómplices y el de las víctimas.

El libro parece decirnos que, en definitiva, si se frustró el sueño de sentido colectivo, en que se podían redimir los sufrimientos y carencias individuales, lo que queda debe asumirse cara a cara y sin tapujos, siendo lo más importante la asunción del ser concreto, es decir en esta caso mujer, aquí en la tierra y en este Santiago (u otra megaciudad contemporánea cuyo estado de ánimo (Stimmung) es la alienación), en que envejecemos y nos sentimos solos, y que la relación con otro se busca como el premio de consuelo para la salvación personal frente al colectivo perdido.