PROPOSICIONES PARA UNA TAXONOMIA DEL ESCRITOR

Diego Muñoz Valenzuela

 

Hay quien recomienda - lamentablemente con bastante razón - leer a los escritores y no conocerlos en persona. La verdad es que muchas veces resulta decepcionante el encuentro en vivo, producido al margen de los textos, sobre todo en esta nueva era donde dominan la fanfarria y el mercado. Pero al conocerlos surge, con el transcurso del tiempo, la tentación de taxonomizarlos, agruparlos en categorías bien definidas de personajes que pueden ser reconocidos con cierta facilidad si disponemos del modelo adecuado. Eso es lo que trato de esbozar en lo que sigue, a modo de contribución al develamiento de nuestra criticable especie.

La primera clase que me viene a la cabeza es la de los Excritores, aquellos que alguna vez escribieron un libro (en general, de escasa trascendencia e ínfimo valor) y viven de la gloria remota y las más de las veces presunta, asistiendo profusamente a conferencias, recitales y seminarios, siempre atentos a pontificar sobre cualquier tema y a criticar con dureza, sobre todo a los colegas más productivos. Los excritores tienen una elevada tendencia a afiliarse a entidades que remarquen de manera visible su condición de escritor, y persiguen con denuedo y ansiedad investirse de cargos que pongan de relieve sus méritos.

En el otro extremo encontramos a los Excretores, que se dan maña para publicar con altísima frecuencia, muchas veces abarcando varios géneros (ojalá todos), sin poner cuidado en la calidad de la materia escrita que lanzan al medio ambiente sin la más mínima consideración por la polución intelectual que provocan; toman por asalto los salones literarios y disputan el protagonismo con los Excritores. En un mismo año pueden publicar varios libros: poesía, teatro, novela, ensayo, cuento, causando la envidia de los excritores, aunque éstos declaren que su aporte ya asume proporciones satisfactorias.

La farándula del mercado ha traído consigo a la nueva especie predadora de los Exitores, ávidos lectores de la lista de libros más vendidos, ilustres defensores de la irrupción del libre mercado en los gustos literarios de las masas, e iluminadores de los encuentros más selectos y exclusivos, donde pueda escucharse -parafraseando a Lennon- el sonido cantarino de las pulseras de oro y diamantes; muy sensibles a la depresión que produce el olvido cíclico de sus "clientes", siempre atentos a buscar nuevas marcas bien guiados por las inclementes artes del marketing.

 Por otro lado, los Inclitores son las "vacas sagradas", tocados para envidia de sus congéneres por la varita mágica de los premios relevantes, que viven esta condición con diferentes grados de dignidad. Por cierto que no faltan los que sufren el tormento de la tentación de sobrepasar vallas mayores. El Premio Nacional, magramente otorgado cada dos años (dicho sea de paso, por una ley mezquina que no reconoce una de nuestras escasas competencias a nivel internacional, y que demora demasiado en cambiar por la inacción propia de nuestro estado en materia de cultura), causa variadas obsesiones y enfermedades entre los inclitores, debido a sus veleidades extremas: demora demasiado en llegar, o bien no llega jamás. Afortunadamente hay otros que escriben, hablan con cautela, reciben los homenajes con humildad y siguen siendo los que siempre fueron.

Los Escrutores resultan especialmente temibles en las escasas reuniones dedicadas a analizar nuestra literatura. Todo lo saben, tienen una opinión sobre cada piedra que pueda levantarse, hablan como si sus frases estuvieran siendo simultáneamente grabadas en bronce, convencidos de que su paso por el mundo dejará más huella que el cometa Halley. Suele existir una ruda y amplia brecha entre sus palabras y su obra creativa.

Los Inscritores son los que se afilian a cuanta sociedad, asociación, ateneo o taller encuentren a su alcance, buscando acumular credenciales, diplomas y actividades curriculables que puedan sustituir de manera eficiente el lento reconocimiento a una obra sólida que se da en nuestro modo de existencia. Compiten con los escritores por la dirección de las organizaciones.

Los Escriptores generan textos tan complejos que nadie pueda atreverse a criticarlos; así logran un temprano reconocimiento; nadie osa atacarlos por temor a quedar como ignorantes o como imbéciles, nadie desea ganar su ira porque suelen estar bien conectados. Lo críptico es seguro, quizás se venda poco, pero se asegura la participación en congresos internacionales y el espacio en revistas de elite.

De moda están también los Escrotores o Esclitoris que han sabido identificar los beneficios de la literatura erótica, confundiendo lo subido de tono o la descripción brutal con sensualidad, que depende mucho más de la atmósfera de voluptuosidad que debiera afirmarse en la sugerencia del lenguaje.

Suficiente por ahora, espero contribuciones de los que puedan concordar con esta taxonomía preliminar. También espero comentarios y ataques de quienes piensen que el sayo no les gusta, pero que les viene.