La vida, una suma de historias
por Gonzalo Araya

Nunca había leído una obra de Volodia Teitelboim, el destacado escritor y político chileno, fallecido a comienzos de año. Nos dejó una larga lista de obras que le sobreviven: novelas, ensayos, biografías, memorias. Amante eterno de la poesía, que cultivó en forma intermitente desde su primera juventud, nos regaló trabajos sobre los principales poetas del país (Mistral, Huidobro, Neruda).

Luchador infatigable contra la dictadura, mantuvo un programa radial por más de diez años desde Moscú (Escucha Chile) que se transformó en el único vehículo para denunciar las atrocidades del régimen militar y que le granjearon, entre otras cosas, la pérdida de la ciudadanía chilena y su sentencia de muerte. Abogado y periodista, un intelectual de la vieja guardia, acogido en los más importantes ámbitos académicos del orbe, supo concitar el repudio mundial hacia ese oscuro período de nuestra historia.

Centrándonos en su obra literaria -que lo llevó a la obtención del Premio Nacional de Literatura en el año 2002- admito que no me había tentado a tomar uno de sus libros. Y sí elegí este título, que es el tercer volumen de las memorias (Antes del olvido III), fue más por conocer detalles de su vida y por la proximidad temporal de los temas tratados en ésta con mis vivencias y recuerdos, ejercicio que fue muy satisfactorio.

El anciano de la tribu (como gustaba llamarse en esta última etapa) nos regala -gracias a su memoria prodigiosa y su talento narrativo- momentos mágicos, anécdotas increibles, personajes inolvidables, acontecimientos vitales en la historia reciente, mundial y nacional, imágenes maravillosas de su juventud y de su tierra, ternura, amor, fuerza, tenacidad y por sobre todo humanidad.

Un lector atento y de cierta edad no podrá dejar de reconocer tantos hechos (que claramente tenemos olvidados) que aparecen vívidos tras las palabras de Volodia. No se deja de aprender asimismo, hay acontecimientos que logra relacionarlos dándole un nuevo sentido, que explica el por qué de tantas cosas. Es interesante igualmente constatar cómo Volodia se iba adaptando a las nuevas realidades, a las nuevas tecnologías, en etapas tan tempranas y curiosas para hoy como la llegada del teléfono o de la televisión.

En fin, una obra entretenida, amena, contada por un anciano de la tribu, con el derecho que le da su condición de tal, evocadora, que bien vale la pena leer.