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LOS AMORES MÍNIMOS DE NERUDA

Por Jorge Carrasco

 

Neruda fue un hombre que siempre estuvo amando. El amor era para él una actividad cotidiana, una compulsión que lo empujaba a ignorar compromisos, a exacerbar en los demás prejuicios de dudosa decencia. Teitelboim le contabiliza en su estadística amatoria varias decenas. Él mismo admitía que se prosternaba ante la belleza femenina en todas sus formas.

Los ojos se me fueron / tras una morena que pasó. / Era de nácar negro, era de uvas moradas, / y me azotó la sangre / con su cola de fuego. /

Pasó una clara rubia / como una planta de oro / balanceando sus dones. /

Detrás de todas / me voy. (El inconstante).

El poeta les juraba a sus amantes amor eterno. Pero estos amores no resistían el desgaste del tiempo y la inconstancia del vate: eran reemplazados prontamente por un nuevo entusiasmo amoroso. Terusa, Rosaura, Josie Bliss, Delia del Carril, Matilde Urrutia, son nombres que el público conoce porque tuvieron cierta continuidad en el corazón del poeta.

Junto a estas mujeres oficiales, el poeta registró amores que duraron lo que dura el destello del contacto físico. Estos amores pequeños, fugaces como una chispa, permanecieron fijos en la memoria del poeta hasta el día de su muerte. Son desconocidos para el público, pero son reconocidos, incluso, en su libro de memorias ¨Confieso que he vivido.

Frente a la posibilidad del amor físico Neruda ostentaba un particular sentido de la hombría. En momentos de urgencia pasional, arremetía y enfrentaba la situación con machismo de adolescente..

Cuenta el poeta en sus Memorias que estando una noche en un campo de la familia Hernández, en tiempos de la trilla, alguien se le acercó misteriosamente en la parva donde él dormía. De pronto se despertó y sintió algo cerca. Era una mano que le invadía sus miembros adolescentes. Pronto tuvo todo un cuerpo robusto encima. Amplios senos, anchas y redondas nalgas, dos trenzas en la cabeza. Se unieron silenciosamente, temerosos de despertar a los demás hombres. Era ella la mujer de uno de los Hernández.

Otro encuentro carnal fue en Colombo, capital de la isla de Ceylán. Neruda había alquilado una chummerie, una especie de bungalow oriental. Estos departamentos no tenían baño instalado sino un excusado en el fondo del patio. Dice el poeta en sus Memorias: ¨Era una caja de madera con un agujero al centro, muy similar al artefacto que conocí en mi infancia campesina, en mi país. Pero los nuestros se situaban sobre un pozo profundo o sobre una corriente de agua. Aquí el depósito era un simple cubo de metal bajo el agujero redondo ¨.

Tras su uso, el cubo amanecía todos los días intacto. Un amanecer el poeta descubrió el secreto. Quien tenía por labor eliminar el vergonzante contenido era una hermosa joven, vestida con sari rojo y dorado, y con ajorcas en los pies descalzos. A los llamados y regalos del poeta, esta mujer - que pertenecía a la raza tamil, la casta de los parias - respondía con absoluta indiferencia. Apremiado por la urgencia de su deseo, una mañana Neruda la tomó en sus manos y la empujó hacia la cama. Dice Neruda: ¨Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con los ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia ¨.

El tercer encuentro fue con una muchacha judía , llamada Kruzi. Era, según el poeta ¨ rubia, gordezuela, de ojos color naranja y alegría rebosante ¨.Estaba destinada a un rico comerciante chino. Neruda la conoció en el barco que lo trasladaba a Batavia, isla de Java, para hacerse cargo de su nuevo consulado. Esa noche hicieron el amor en el gabinete del poeta, luego de la fiesta de finalización de la travesía.

Neruda la siguió viendo. No era sólo la pasión la causa de los encuentros. Ella había sido detenida por los agentes de inmigración y conminada a subirse al primer barco que se dirigiera a Occidente. Kruzi, siguiendo los consejos de Neruda, logró ver al comerciante chino y pasó con él una noche de amor. Del chino recibió la amante desesperada un regalo original: un puñado de calzones femeninos envueltos en perfume de sándalo. El mercader chino era un coleccionista de esas exóticas prendas. Neruda, conmovido, le pidió a su amiga un ejemplar y le exigió además una dedicatoria. Dice el vate en sus Memorias: ¨Los vaporosos calzones, con su dedicatoria y sus lágrimas, anduvieron en mis valijas, mezclados con mis ropas y mis libros, por muchísimos años. No supe ni cuándo ni cómo alguna visitante abusadora se marchó de mi casa con ellos puestos ¨.

El cuarto encuentro ocurrió en Buenos Aires, en la fastuosa casa de Natalio Botana. Acompañaba a Neruda el poeta Federico García Lorca. La mujer de la ocasión era ¨alta, rubia y vaporosa, que dirigió sus ojos más a mí que a Federico durante la comida ¨.

Luego de comer, se dirigieron los tres a la torre de la mansión. En lo alto de la casa, Neruda tomó a la poetisa entre sus manos y se abocó a quitarle su vestimenta, ante los ojos atónitos de García Lorca. Neruda, al instante, le pidió a Federico que fuera a ponerse junto a la escalera para no ser descubiertos. Federico corrió a cumplir con el favor, pero con tal apresuramiento que no pudo evitar caerse por las escaleras. Neruda y su amiga debieron interrumpir los aprestos pasionales para socorrer al torpe de Federico, quien se había herido una pierna y permanecería cojo durante dos semanas.



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