El nuestro es uno de los pocos países
de la América Hispana donde se enseña el idioma castellano y
las cátedras llevan el gentilicio de Castilla. Esto, inferimos, como
democrática y respetuosa actitud frente a los otros tres idiomas peninsulares:
gallego, catalán y vascuense. Con ocasión de la reciente visita
a Chile del periodista y profesor, amigo Xosé María Palmeiro,
mi hija Sol, desde sus ocho años de edad, le comentó: “tú
hablas gallego y también español, pero no hablas castellano...”
Claro, no le sonaba como la lengua de Neruda, Huidobro y la Mistral, suavizada
aquí por vientos australes, al punto que en la prosodia cotidiana no
podemos distinguir la zeta de la ese o de la ce; todas suenan igual, con un
seseo quizá de origen andaluz que dulcifica el habla.
Leopoldo Sáez Godoy, prestigioso y sagaz lingüista chileno, nacido
en la lluviosa ciudad de Valdivia, acaba de publicar, a través del
sello editorial del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago
de Chile, el interesante libro “La creatividad lingüística
de los chilenos”, donde se incluye siete artículos que ofrecen
aspectos significativos de la dinámica actividad lingüística
de los chilenos en las últimas tres décadas. Esta obra es la
continuación de otros notables trabajos suyos, tal su anterior publicación
“Cómo hablamos en Chile”, LOM Ediciones, año 2000.
Sáez ha centrado gran parte de su actividad de investigación
académica en el fascinante ámbito del lenguaje hablado, esa
materia coloquial que constituye el “habla de la tribu”. Así,
el autor se pregunta: ¿Por qué razón aparecen nuevas
palabras en el léxico de una lengua? Y se responde: “Porque las
sociedades evolucionan, los hablantes piensan y hacen cosas nuevas o miran
de otro modo el mundo. Para manejar estos pensamientos, objetos y perspectivas
nuevas necesitan palabras nuevas”.
La actual revolución tecnológica que hoy conocemos con esa fea
y vulgar palabra globalización –susceptible de ser pinchada por
un alfiler, según el poeta Armando Uribe- conlleva acelerados y masivos
cambios en el lenguaje, dejando en el camino muchas palabras y creando nuevas
denominaciones y conceptos de modo vertiginoso. Nuestro castellano pareciera
en clara desventaja respecto al inglés, cuyos mecanismos de creación
lingüística son muchísimo más ágiles y adaptables
a nuevas realidades, sin el lastre del academicismo hispánico, aferrado
habitualmente a la “letra muerta”, a una gramática inmovilista,
cada día más alejada de la oralidad tribal. Así lo entiende
Leopoldo Sáez, cuando nos dice:
“El hombre va creando constantemente objetos nuevos, referentes que
para entrar en el intercambio comunicativo necesitan de un nombre que los
identifique y represente el conjunto de sus características. Fax, teléfono
celular, tarjeta de crédito, buscapersonas, correo electrónico
son objetos nuevos del mundo global; en nuestro pequeño mundo (chileno)
creamos cuchuflí, lomito, caluga (núcleo de una extensa familia
léxica: calugón, calugazo, caluguear, calugueo, caluguera, caluguiento,
tirarse a las calugas ).”
Para el profesor Sáez “el español tiene variados recursos
de composición para crear elementos léxicos con formas nuevas”,
a través de combinaciones de variados elementos por medio de los cuales
el chileno exhibe su particular visión del mundo y los seres, nominándolos
y transformándolos bajo su mirada caracterológica, con los matices
ese humor incipiente que llamamos “picardía criolla”. El
propio Leopoldo Sáez, al modo de los grandes ensayistas, hace gala
de fina ironía que le sirve como eficaz herramienta para develar los
misterios del lenguaje cotidiano y sus artilugios creativos, en los diferentes
estratos sociales que componen la polifacética sociedad lingüística
chilena.
Discrepo con mi amigo lingüista en la denominación “El español
de Chile”. El idioma nuestro es el Castellano, en su variante chilensis;
también lo son el mexicano, el argentino, el colombiano, etc. No quiero,
por ningún motivo ni manifiesta omisión, dejar fuera a las otras
tres lenguas vernáculas de las Españas, una de las cuales constituye
mi preocupación lírica y filológica. Tampoco me atrevo
polemizar con el profesor Sáez, ni menos recibir sus ya temibles emails
que hacen temblar al más pintado de los catedráticos o académicos
de esta casa de estudios, al punto que debe uno recurrir al diccionario para
no caer en abstrusas interpretaciones y devolver sarcasmos como obuses, o
granadas, o misiles, como suele decirse en la nueva jerga bélica del
siglo XXI...