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“La verdadera novela negra está hecha mitad de crimen y misterio, y mitad de talento literario. Deja chiquita a mucha literatura rebuscada e incompresible de nuestros día”
Raymond Chandler

El género negro: su gestación anglosajona y colonización hispánica
Por Cristián Brito Villalobos

El llamado género negro, narrativa policial o novela negra, debe ser asimilado y estudiado ya no como un subgénero o una escritura periférica, ya que a pesar de que su alcance y venta es muy elevado entre los lectores, no por ello su trascendencia e importancia en la literatura es menor, de hecho adquiere cada vez mayor relevancia para y en las letras.

En el presente artículo se pretende analizar el fenómeno de la novela negra tomando como eje central el estudio realizado por el escritor argentino Mempo Giardinelli en su texto El género negro . Para ello se deben considerar diferentes aristas relevantes que permitirán comprender de mejor forma qué es y cuáles son sus principales características.

Los primeros ‘disparos’

Al hablar del género negro debemos, primero que todo, definir sus principales características. En este sentido y como ya se puede inducir en las líneas precedentes, la novela negra desde sus inicios hasta nuestros días ha sido víctima de un desmerecido menosprecio, siendo, en palabras de Giardinelli, continuamente calificada como un subgénero, o una especie de hijo ilegítimo de la literatura “seria”. Sin embargo, y a pesar de tal descalificativo colectivo, no ha impedido su instauración y consolidación definitiva en todo el orbe. Ahora nos remitiremos tanto a los primeros autores que lo cultivaron como a las primeras obras que se encasillan dentro de su vasta historia. El verdadero padre del género negro es Edgar Allan Poe (1809-1849) y su origen espacial el siglo XIX. Poe escribió las tres primeras historias en las que el crimen es asunto central: Los asesinos de la calle Morgue (1841), El misterio de Marie Roget (1842) y La carta robada (1849). En la primera inauguró el enigma del “cuarto cerrado”, en el que se incentiva al lector a la revelación a través del método deductivo. Existe una gran y extensa lista de nombres que suceden a Poe, entre los que destacan Arthur Conan Doyle (1859-1930)- creador del mítico detective Sherlock Holmes-, Dashiel Hammett (1896-1922) y Agatha Christie (1890-1976), entre muchos otros. Un factor determinante en el nacimiento del estilo y del desarrollo del género negro, es el largo camino que éste recorrió para lograr sus características propias. A este respecto, resulta menester mencionar los préstamos que esta literatura recibió de otros géneros que podrían ser considerados como muy cercanos, me refiero en especial a la llamada literatura gótica o de horror (Mary Wollstonecraft Séller, Nathanael Hawthorne, Barm Stoker, Howard Phillip Lovecraft), la de aventuras (Herman Melvilla, Joseph Conrad, Jack London, John Dos Passos) y la literatura del oeste norteamericano (Francis Brett Harte, Ambrose Bierce y Zane Grey, entre otros). De allí tomó el género negro casi todos los elementos que hoy lo caracteriza: el suspenso, el miedo que provoca ansiedad en el lector, el ritmo narrativo, la intensidad de la acción, la violencia, el heroísmo individual. Así, Hammett primero y Chandler posteriormente, sumados a una legión de autores, sentaron las bases de la novela negra: la lucha del “bien” contra el “mal”, la intriga argumental y, siempre, la ambición, el poder, la gloria y el dinero como factores dables a torcer el destino de los seres humanos.

Un apartado muy relevante en la gestación de la novela negra, es el lugar que ocupó la llamada novela de vaqueros. En este sentido, es importante señalar que en la literatura norteamericana del siglo XX es posible advertir dos propuestas determinantes: una desestima el romanticismo liviano; la otra adopta la brutalidad y la violencia como formas reales de expresión. Esta idea, brillantemente expuesta por Jorge Luis Borges en su prólogo a los cuentos de Bret Harte , ayuda a explicar que: “la influencia de la novelística del Oeste estadounidense sobre el moderno género negro. Más aún, se asegura que esa influencia es, a fin de cuentas, una línea de continuidad: no pudo haber novela negra (de Hammett en adelante) sin la literatura romántica y de acción de los autores decimonónicos de los Far West”. Entres los autores de este género destaca principalmente Francis Brett Harte, considerado como el más eficaz cronista del Oeste. Padrino literario de Mark Twain, admirado por Dickens, Kipling y Borges. Este último sostiene que Harte fue el motivador de la ruptura literaria de los norteamericanos del siglo XX. El principal parentesco entre los personajes de ambos géneros es obvio: todos los modernos detectives son duros, solitarios, aventureros y sólo confían en sí mismos.

Luego de todo lo ya dicho, sigue en una nebulosa lo que realmente es la novela negra. Para Giardinelli pueden distinguirse tres formas constantes, se diría que ya clásicas, de narrativa negra:

1) La novela de acción con detective-protagonista;
2) La novela desde el punto de vista del criminal;
3) La novela desde el punto de vista de la víctima.
Es relevante señalar que en los últimos años se han generado otras variantes que son necesarias mencionar:
1) La novela del detective-investigador;
2) La novela del punto de vista de la “justicia”, entendida genéricamente como el “el brazo-literario- de la ley”;
3) La novela psicológica;
4) La novela de espionaje;
5) La novela de crítica social;
6) La novela del inocente que se ve envuelto en un crimen que no cometió;
7) Las novelas de persecución, tanto desde el punto de vista de las víctimas como de los criminales;
8) Los thrillers, es decir aquellas novelas que sólo buscan provocar emociones fuertes.
Finalmente es importante señalar que no es el crimen mismo lo que define al género. Lo que lo especifica y constituye es el hecho de que el crimen, en la novela policiaca, es el tema central, su razón de ser y su conclusión.

La novela negra en América Hispánica

En este punto se debe aclarar que la novela negra anglosajona tiene un eco muy profundo en las producidas en nuestro continente. Los legados e influencias dejados por los autores, principalmente norteamericanos, siempre han servido como modelo estilístico en la narrativa policial hispanoamericana. Sin embargo, en Latinoamérica cambia su concepción y motivo de ser. Es importante señalar que la relación entre las literaturas norteamericana e hispanoamericana todavía no ha sido estudiada suficientemente. Tanto así que sobre las interrelaciones existentes entre ambas literaturas casi no hay bibliografía. Y sobre la influencia que ejerció la narrativa de los Estados Unidos sobre los escritores latinoamericanos, lo único que hay son entrevistas o notas en las que diferentes autores la admiten. En un momento, con el surgimiento del boom se pensó que la influencia de los escritores latinoamericanos y sus obras se extenderían por el mundo; ahora ya no hay dudas de que en los 90 se ha constituido en la tendencia narrativa universal. Las novelas norteamericanas de la primera mitad del siglo XX cambiaron el curso de la historia de las letras, de la misma manera que en los últimos 30 años las grandes novedades han tenido su origen en América Latina. Regresando a lo que a la novela negra concierne, el aporte de los escritores llamados “duros” o “though writers” norteamericanos, - entre los que se encuentran por citar algunos Hammett, Cain y Chandler- le añadió al género negro violencia, humanidad y, sobre todo, credibilidad, intentando dar una respuesta o aproximación al problema de la violencia . La innegable norteamericanidad presente en las obras del género en Latinoamérica está presente principalmente en los autores pertenecientes a la llamada generación del “postboom” quienes develan en sus textos el crudo realismo de la acción novelada , la rudeza y verosimilitud de los diálogos e inclusive la posibilidad de representación dramática que tiene la narrativa norteamericana.

El racismo, la violencia, la corrupción y el crimen fueron los principales ingredientes que tomaron los llamados escritores “duros” para componer sus obras. Sobre este punto es oportuno mencionar que la realidad violenta y despiadada llegó a Latinoamérica en forma de colecciones populares de circulación masiva, es así como hoy puede asegurarse que no hay escritor latinoamericano contemporáneo que, en su juventud, no haya sido fanático o frecuentador habitual de esta literatura. Afortunadamente, esa influencia no ha sido tan determinante como para llevar a estos autores a la imitación. Al contrario. Cada uno según su estilo, han mirado y abordado la temática social según su propia idiosincrasia. Para el crítico chileno Jaime Valdivieso, la narrativa policial latinoamericana se caracteriza por la presencia de personajes impulsados, desde adentro, por una conciencia moral bíblica y una voluntad demoníaca. De esta forma coexisten por un lado; personajes apáticos, fatalistas, alienados por las fuerzas externas: la sociedad, la naturaleza, el Estado y por el otro; en nuestra narrativa, más que actuar los hombres sobre los hechos, éstos actúan sobre ellos. Considerando lo anterior, se puede deducir que casi no hay novela policial latinoamericana que aborde, aunque sea tangencialmente, las formas propias del racismo, violencia y desesperanza. La obsesión por el dinero no se observa como determinante en la literatura latinoamericana, y tampoco en nuestra narrativa policial.

Ya se ha mencionado la relevancia de la novela negra norteamericana en los autores de nuestro continente, especialmente en el modo de narrar pero no en las motivaciones de las historias contadas. Si el núcleo en los autores el norte es el dinero mismo, en nuestros literatos las estimulaciones para escribir se centran más en las diferencias sociales que produce la tenencia o carencia de dinero. Ellos describen las miserias de las luchas por la posesión del dinero, a diferencia de los escritores latinoamericanos que encuentran que más importante que el dinero son los efectos de su injusta distribución. Lo cual es más marcado aún en los 90, pues en esta década América Latina está viviendo su propia Gran Depresión: crisis económica y política, marginación social derivada del desempleo, distancia abismal entre clases sociales, degradación individual y familiar y la represión siempre amenazante, forman parte del paisaje.

Por otra parte, gran relevancia en la narrativa policial latinoamericana la conforma la corrupción, ya sea esta política, policial, económica o moral, este es un tema siempre potencialmente presente. La coincidencia entre las literaturas negras del norte y sur radicaría principalmente, desde una perspectiva teórica, en el basamento político-ideológico de la corrupción en tanto factor de corrosión y deterioro moral. Socialmente hablando, y ya tocando un tema netamente idiosincrásico, la relación de un norteamericano con el poder es muy diferente a la de un latinoamericano: ambos se resisten, pero el primero está convencido de que puede “hacer algo” para cambiar las cosas, en cambio en el segundo caso es muy difícil encontrar un escritor latinoamericano que confíe en el sistema de su país. Casi nadie se fía en el poder establecido, más bien se vive en una constante sublevación frente a él y, aunque se quisiera modificarlo, es un hecho que se ha ido perdiendo la fe.

Hay en consecuencia mucho más escepticismo, un enorme cinismo y una gran sensación de frustración. Esto ha producido, para Giardinelli, una gran paradoja: tenemos estupenda literatura, pero en muchísimos casos pésimas personas.
Se puede concluir diciendo que los móviles siguen siendo los clásicos del género vale decir: el dinero, el poder, las mujeres. Pero lo que ha cambiado es la óptica: el género ya no se aborda desde el punto de vista de una dudosa “justicia”, ni de la defensa de un igualmente sospechoso orden establecido. La actual literatura negra latinoamericana lo cuestiona todo. Los márgenes de “la ley” entre nosotros ni son tan rígidos ni están tan claros.

Autores chilenos cultivadores del género negro

En nuestro país el género policial se cultiva desde hace largo tiempo. Sin embargo, sólo en las últimas décadas ha logrado establecerse dentro de la “industria editorial” sólidamente. Los primeros autores destacados fueron Alberto Edwards, René Vergara y José María Navasal, por citar sólo algunos.
El arraigo más notorio del género se comenzó a presentar en los 80 debido principalmente a sus alusiones políticas en el marco de la férrea censura pinochetista. En los 90 - ya en democracia-, se afianza esta línea con una generación de nuevos escritores, entre los que resaltan: Luis Enrique Délano y su hijo Poli Délano, Ramón Díaz Eterovic, Roberto Ampuero, Luis Sepúlveda, Diego Muñoz Valenzuela, Gonzalo Contreras, Sergio Gómez, entre otros que seguramente se unirán a esta lista.



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