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Las crónicas porteñas de Manuel Peña Muñoz

 Por Juan Antonio Massone

 

Entre los libros que conquistan adhesión de lectura gratificante , los que deparan la infrecuente cita de palabra y alegría de escribir gozan de un puesto relevante aunque infrecuente entre nosotros. Porque justamente esa complacencia de la palabra es lo primero que trasuntan las obras de Manuel Peña Muñoz (1951) cronista, viajero,profesor entusiasta,novelista ,estudioso, protagonista de curiosos homenajes y de más curiosos como inesperados reclamos que aquellos suscitan. Pero, sin duda, una de sus categorías más sobresalientes es la de ser porteño, esa calidad especial de hombre encaramado en cerros y en ventoleras, habitante de pasajes y registrador de rincones que encarna con absoluta propiedad nuestro autor.

Hace algunos años, publicó El niño del pasaje (1989), libro memorialístico que agazaja de goce estético a quien conoce el desarrollo de sus peripecias y recuerdos. Alegría similar depara Mágico sur, obra premiada en España. A la misma voluntad y gracia de recordar obedecen sus libros dedicados a la literatura de infancia, amplio y delicado tema del que Manuel es no sólo experto, sino un entusiasta conocedor de títulos, autores, personajes e ilustraciones. Su Historia de la literatura infantil chilena (1982), los ensayos Para saber y cantar, el libro del folclor infantil chileno (1983), Folclore infantil en la educación (1994), Había una vez...en América (1995), Alas para la infancia (1995),para mencionar algunos de los títulos que se le deben, sin olvidar sus propios cuentos de este tenor imaginativo, demuestran todos ellos que las materias fundamentales de la escritura de Manuel Peña son la recordación y la infancia.

A base de ambas identificaciones los formatos narrativos de la memoria y el cuento, así como también los del ensayo y la antología han recibido de él un trato de emotividad, de simpatía , de enorme capacidad de observación recreativa de tiempos y de ambientes que mejor refulgen en esa levedad de contar sin acrimonia ni esfuerzo notorio ,de gestos y lugares, personajes y costumbres de tiempos pretéritos , o en trance de convertirse en nostalgia, a los que rinde homenaje el autor.

Alguna vez, hace ya diez años, mientras caminábamos por calle Moneda, le insinué recopilara sus crónicas sucesivamente publicadas en diarios. Esa alegría reunida, esa emoción de tener en nuestros manos una fracción importante de cuadros y camafeos de porteñanía , es la que nos depara este Ayer soñé con Valparaíso, en una espléndida coedición de DIBAM y Red Internacional del Libro.

Es peligroso , para mí, ceder a toda tentación narrativa al referirme al libro de Manuel Peña. Del talento de contar carezco absolutamente y no ensayaré impostaciones de circunstancias en perjuicio de los presentes. Me limitaré a decir que Ayer soñé con Valparaíso, prologado por la también porteña escritora Sara Vial, es una fiesta de remembranzas. Sus ochos capítulos : ocho álbumes generosos de evocaciones que son rescoldos, cenizas germinadoras , regresos y periplos a través de los aposentos del alcázar de la memoria, como mentaba a esta mágica facultad San Agustín.

Historia e intrahistoria, olencias y figuras, personas y ritos de los días, así de la imaginación como de la afectividad , se suceden en el libro, apoyadas de material fotográfico ad hoc en que se detiene la fugacidad para mejor hallarse en la hospedería del tiempo conservado. El jirón evocador personal fúndese en la rediviva existencia de una ciudad contada y cantada muchísimas veces por nuestros literatos, pero que no se cansa de ofrecer a sus amadores la gracia esfumada de su niebla y de sus intrincadas callejas. Valparaíso se va, se está marchando al recuerdo, y sin embargo, por eso mismo nunca muere, pues su condición de espacio abierto al océano y al viento, transfor ma los trazos de sus costumbres en ritos de celebración que expresan tanto respeto como emotividad a su condición algo inerme en que le ha relegado la modernidad.

Como nostálgico fervoroso y permanente, Manuel Peña es un viajero dentro y fuera del país. Parafraseando el título de un libro de Tito Mundt, podría atribuírsele una declaración más o menos permanente de sus andanzas: "Vengo del próximo viaje". Porque el escritor no es propiamente un turista , sí un reportero de emociones y de emanaciones de ambientes y de anécdotas, cristalizaciones de lo humano que , luego, vierte con alegría reviviscente y apenada comprobación de caducidades en esas verdaderas postales emotivas de sus crónicas.

Posee el refinado don de alternar el concimiento con la evocación. Le detiene un sentido interno de discreción sugestiva. El goce de su quehacer trasúntase en cada página como si el asunto de que trata le cautivara como ningún otro. Por eso mismo, en este libro corre a parejas el entusiasmo de la atención y la devota entrega del recuerdo. El narrador colabora con el viajero; el don de la curiosidad despierta a que invita el novelista complementa al trazo del visitante y forjador de la historia ,pequeña o grande, de lo humano, y de la cual se levanta el velo que la preserva, a la vez como un regalo inverosimil o una confidencia de luces vespertinas.

Pero Manuel Peña es también fotógrafo y coleccionista de pruebas testimoniales y menudencias del pulso cotidiano de otros tiempos. Su casa es como suslibros:extensión de signos visibles y de atmósfera de tiempos perdidos y recuperados. Caobas, ediciones, antiguos menajes, fotografías o máscaras son algunas piezas del repertorio alcanzado por una pátina de secreto homenaje y de habla silenciosa que se dirigen unas a otras en el conjunto. Y esas cosas son pistas testimoniales del tiempo y sus caprichosos recovecos de que no se harta el asombro de este entusiasmado

rastreador de huellas.

A menudo sus crónicas dan noticias actualizadas de personas que otrora animaron viejas casonas, se acompañaron de linaje tan distinto de cosas y de oficios, de cortinas o de instrumentos , o animaron veladas y protagonizaron venturas y desventuras de afecto, lejanía, entusiasmos y tristezas , sólo que con ritmos y tonalidades distintas a las nuestras. Pero, al cabo, la misma humanidad de ensoñaciones y de afanes es la que regresa ,intacta, en este libro.

Mundo de dimensión humana y de vastas lejanías oceánicas el reconstruido por nuestro autor. El cosmopolitismo de Valparaíso muestra riqueza y variedad de tradiciones.La época preferida de la nostalgia que lo hechiza corresponde a la primera mitad del siglo XX, aunque no se abandone la centuria previa, ni tampoco un largo episodio posterior como el dedicado a rememorar la amistad con María Luisa Bombal.

Podría afirmarse otro beneficio nada menor de este compendio de gracejo que es esta obra: el enriquecimiento de la crónica histórica y pintoresca nacional iniciada hace mucho por Jotabeche, Manuel Concha , Javier Vial Solar, llevada a la cima, con las debidas singularidades, por Joaquín Edwards Bello , Enrique Bunster y Julio Arriagada Herrera, más conocido por el seudónimo de Archivero, para dar cabida aquí sólo a unos pocos aunque elocuentes representantes de este formato fronterizo de literatura y periodismo. Manuel Peña Muñoz aporta su visible calidad de recreador de ambientes, de espacios hogareños, de enredaderas y postigos , custodios de antiguas materialidades y también de sones o silencios en los que el tiempo pasó, explayó oportunidades para luego hospedar , en los repechos de nostálgicas maderas y peldaños sucesivos de poner a prueba el vigor y la esperanza de transeúntes, todo un horizonte de divagaciones y de lejanías, un memento de evanescidas plenitudes, esplendores de formas en que lo humano apuntó huellas de sus afanes, en los que no quiso se olvidara el amor ni los ímpetus de progreso,ni de la confianza en lo divino.

Valparaíso, el de este libro, es latencia de un perseverante embrujo: el del tiempo, nuestra limitada oportunidad, los contados días que la selectiva memoria aquilata en extraños fervores , como una forma entrañable y nupcial de eternizar lo fugitivo. El sueño de ayer que dice el título resulta ser una circunstancia que no ceja en el entusiasmo de recuperar el ciclo de años pretéritos,recuperación que ,como nadie ignora, significa poner otra vez la vida en el corazón. Así es como la melancolía acude entrelazada al establecimiento de efigies reconstruidas que otorgan la jubilosa certeza de

participar o de ser ejecutante de un acto reparador , acaso de un conjuro para que el olvido retroceda y Valparaíso recupere antiguos impulsos o regrese , como en este libro, a quedarse complacido y, por cierto, inolvidable.


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