La reducción
del hombre al texto literario
Hemos citado
a Barthes cuando afirma que el viejo positivismo literario, al reducir
el texto a sus raíces biográficas, a la psicología
del autor o a la sociología del medio, da por supuesto que la literatura
en sí es algo obvio y que no hace falta preguntarse por su naturaleza
. Barthes postula, en cambio, un análisis inmanente del texto en
sí: intención óptima, si no fuera que, al exigir
al texto un "retroceso infinito del significado"' - en evidente
consonancia con el signo del signo del signo, etc., arriba descrito ,
termina por caer en un nuevo reduccionismo de sentido inverso al positivista,
pero no menos estrecho. En efecto, así la obra termina por no remitirnos
nunca al hombre ni al mundo, sino sólo a sí misma como si
se tratara de un absoluto: el Texto, réplica literaria de la hipóstasis
de la Lengua en la lingüística estructural.
La orientación
formalista del estructuralismo literario tiene mucho de esclarecedor y
afirmativo. Pero debe decirse que esta orientación, en su aspecto
más valioso, dista mucho de ser una innovación de Jakobson,
Barthes, etc. Muy al margen del estructuralismo, encontramos ya esta poética
del poema en su sentido inmanente y por cierto que sin los excesos estructurales-
en autores como Rilke, Valéry, Eliot, Pound; en el formativismo
de Luigi Pareyson en el new criticism anglosajón, en Wellek y Warren,
en Wimsatt y Beardsley, etc. Todos ellos rechazan la disolución
de la obra literaria en lo biográfico, psicológico, social
o histórico; entienden la obra literaria como substantiva, y aspiran
a conducir su análisis hacia aquel punto donde la ciencia se hace
forma, donde la experiencia se hace lenguaje hasta identificarse con él.
Sin embargo, ninguno de esos autores soñó con hacer del
texto un absoluto estructural que sólo remito a sí mismo;
para todos ellos, el sentido último de la obra apuntaba al hombre,
a la existencia, al mundo.
No hay por
qué negarse a recibir los valiosos aportes que el estructuralismo
agrega a esa teoría literaria . Le debemos, por ejemplo, una distinción
más nítida entre el autor y el narrador, entre el poeta
y el hablante lírico interior al poema, una tipificación
rigurosa de las especies principales de narrador y de hablante; una clasificación
útil de las modalidades del punto de vista o perspectiva del discurso,
etc. Pero debe agregarse que incluso esos aportes están llenos
de préstamos ajenos; por ejemplo, interesantes Páginas de
la Poética de Jakobson recogen conceptos antes y mejor formulados
por Viléry, Empson y Pope, que sería largo detallar, En
cambio, lo que a menudo agrega el estructuralismo a tales aportes es precisamente
su absolutismo formalista.
Escribe
Dufrenne que el estructuralismo nos "invita a pensar que la verdad
del escritor está en su obra, y no en los propósitos de
su portera o de su psiquiatra", pero que ha cumplido esta tarea al
precio de "la neutralización del sentido", lo que significa
"la neutralización del hombre"'. Y añade que "la
obra es un objeto que se basta a sí mismo, pero a condición
de que ella se cumpla en el acto que la promueve a su existencia propia,
es por eso que no cesa de llamar al público; ella cree e. el hombre,
aún cuando su autor finja no creer ( ). Una máquina puede
recibir y registrar ni, mensaje, puesto que está programada según
el código en el cual es transmitido, sin comprenderlo una obra
requiere al hombre, y este hombre a quien se dirige está más
presente en ella que su autor. Ella lo requiere porque tiene un sentido:
porque ella dice algo del mundo. No se puede querer la muerte del hombre,
igual como no se quiere la muerte del arte"'. El fenómeno
literario consiste, pues, en un lenguaje con hombre dentro ' con sus penas
y alegrías, con su sentido peculiar de la vida, del amor, del dolor
y de la muerte. Do allí que le sea fatal el absoluto de la forma
pura, del mero procedimiento, de la letra muerta.
La ciencia
literaria estructura¡ define como su objeto propio, no las obras
literarias (que equivaldrían al habla de Saussure) sino la literaturidad
en general (que equivaldría a la lengua del Sassure). Es una pretensión
natural si quiere ser ciencia: sólo hay ciencia de lo universal.
Pero va aquí s, revela la impotencia del intento: se trata de un
círculo vicioso, porque la literaturidad es lo universal que se
abstrae de un conjunto total de obras singulares consideradas como literarias.
Pero , por qué se las considera tales, y de dónde su literaturidad?
En el fundamento de esta disciplina debe existir un juicio de valor, un
acto intuitivo orientado a un objeto formal que los antiguos llamaron
belleza: acto que la vieja filosofía del arte y la nueva fenomenología
pueden justificar, pero no el estructuralismo, que jamás trata
de objetos particulares.
En otros
términos, la mera selección del objeto de esta ciencia proviene
de tina facultad extra y pre-científica: el gusto literario, el
sentido estético, elementos que - por subjetivos - el estructuralismo
rechaza. Y sin embargo depende de ellos para formar su categoría
abstracta de literaturidad, pues sólo tales juicios seleccionan
y definen qué es literatura en el indefinido espacio de los textos
y del lenguaje en general. La subjetividad que esta ciencia " pretende
alejar, lo es necesaria - quiéralo o no- para constituir su objeto,
y tal acto de gusto o sentido estético -que se considera arbitrariamente
como sinónimo de subjetivismo- le siegue siendo indispensable en
su desarrollo, pues sin tal acto y su objeto - la execrada belleza- ninguna
teoría Y ninguna crítica literaria puede dar un solo paso.
La pretensión
de ciencia literaria crea al estructuralismo situaciones contradictorias.
Barthes reconoce que el análisis estructural, más que partir
de los hechos literarios, "está por fuerza condenado a un
procedimiento deductivo, se ve obligado a concebir primero un modelo
hipotético
de descripción, y a descender en seguida poco a poco, a partir
de este modelo, hacia las especies que a la vez participan de él
y se separan de él"'. Son evidentes la aporía y la
ambigüedad de esta extraña ciencia deductivo de la literatura.
Objeta Boudon: "Nadie dudará de que, en su aplicación,
estos modelos hipotéticos de que habla Barthes son, con frecuencia,
hasta tal punto hipotéticos que desafían toda tentativa
de verificación o de falsificación. En suma, no son realmente
hipótesis, si admitimos que la noción de hipótesis
comporta las de verificación o falsificación ( ). Estos
modelos son proposiciones a veces ingeniosas, pero que resulta imposible
invalidar o confirmar" '.
El estructuralismo
como ciencia de lo literario universal no se hace responsable de la crítica
literaria de obras singulares, lo que resulta muy natural desde su punto
de vista, pero también muy cómodo, ya que así se
torna inverificable. Debemos reconocer que ciertos autores estructuralistas
nos han aportado excelentes piezas de análisis o crítica
literaria: así el propio Barthes sobre Racine, así Todorov
sobre los cuentos de Henry James. Pero es evidente que lo mejor de tales
análisis es escasamente estructural, y muy tributario, en cambio,
de la fenomenología, o simplemente del buen gusto y la perspicacia
personal de sus autores. Sugiere Boudon que esos trabajos estructuralistas
son, parodiando una expresión empleada por Leíbníz
a propósito de la geometría analítica de Descartes,
"un efecto de su genio antes que de su método".
En cambio,,
y a la inversa, en los últimos años hemos sido invadidos
por una legión de críticos estructuralistas que no tienen
el gusto ni el talento de Todorov, Jakobson o Barthes, y que por eso mismo
se encuentran a sus anchas en el estructuralismo, ya que les entrega herramientas
casi mecánicas de disección del texto literario al margen
de la apreciación de su belleza. El resultado son esos penosos
destripamientos de obras literarias, a las que se aplica una especie de
tecnología lingüística, expresada en un argot insoportable,
lleno de áridas clasificaciones y de lamentables organigramas que
nada explican al querer explicarlo todo. Es evidente el daño que
tal estructuralismo de segunda o tercera mano ha causado a la enseñanza
literaria; en alumnos jóvenes, bien dotados de sensibilidad artística,
ha producido hacia las otras una fobia semejante a la que suelen sentir
esos temperamentos por las ciencias exactas.
Por último,
y aunque se haya abusado tanto del misterio de la poesía (expresión
que paraliza nuestra inteligencia, al sugerirle una adoración muda
o una suerte de religión de la obra de arte), hoy se hace necesario
evocar ese ingrediente real de misterio que rodea a la belleza, para recordar
que ella no es del todo racionalizable, y que no puede explicarse científicamente.
Podríamos citar innumerables versos ante cuya misteriosa grandeza
el concepto mismo de ciencia parece absurdo. Lo diremos con Gilson: "Después
de tanta reflexión me encuentro con la misma admiración
incrédula en presencia del lenguaje. Cuando Chateaubriand escribe:
"Parecía oírse ese pájaro sin nombre que consuela
al viajero en el vallecito de Cachemir", ¿qué sentido
tienen estas dos líneas mágicas? ¿En dónde
reside ese sentido? ( ). Todas las constantes filosóficas del lenguaje
están para mí ligadas a este misterio, que me sigue siendo
impenetrable pero que me ha parecido importante confesar" .
Texto extraido
del libro " Sobre el estructuralismo" de José Miguel
IbañezLanglois
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