El
cuento inconcluso
Continúe
usted con la historia.
Diario
de un cesante
Primer día.
Otro
día en blanco, que pasará sin pena ni gloria, viéndome
como me quedo pegado mirando el techo de mi casa, sin que se me ocurra que
hacer.
Las horas pasarán vacías, lentas, cargadas. Atravesarán
mi vida y se perderán así, sin más, en el pasado. Sin
otro recuerdo que este sentimiento de impotencia, de ser bueno para nada,
de estar permanentemente en derrota y al margen, de no tener espacio para
ocupar tanta energía acumulada.
Parece que una mano invisible hubiese decretado mi muerte civil prematura
y entonces por un oscuro acto misterioso cesaron las oportunidades, los
sueños, las ganas.....
No, las ganas no. Sigo siendo un tipo con muchas ganas.
El mundo sigue girando y en algún lado y en algún momento
se me abrirá la puerta que necesito para volver a ser alguien, una
persona. Al menos eso espero. Aunque a la verdad ya casi no espero nada.
Mis sueños se levantan y caen con igual facilidad. Tengo la sensación
de no valer un peso, de estar muerto en vida, de estar sucio y feo como
un trapo abandonado.
Segundo día.
Hoy
me visitó mi hermano Victor y me preguntó cómo me iba.
Yo me encogí de hombros y bajé la cabeza. Ya estoy cansado
de estar dando explicaciones y de estar contando mi tragedia a todo el mundo.
Por eso no salgo. No quiero toparme con nadie.
Mi hermano entiende, yo sé que el sufre conmigo, es solidario, pero
a él no le va mucho mejor tampoco. Cuando se fue me dejó algo
de dinero sobre la mesa, debajo del mantel. Yo me di cuenta cuando ya se
había ido. No quiso entregármelo directamente por temor a
que me negara.
Estoy cansado de ser el pobrecito. El desgraciado a quien hay que tenderle
la mano.
Primero todos pensaban que yo era un flojo a quien no le gustaba trabajar
y que esta maldita suerte me la merecía. Pero con el tiempo han visto
que esto no es verdad. Yo he tratado y tratado y tratado.
A veces pienso que puede ser una maldición que alguien me lanzó.
Pero no puedo imaginar porque ni cuando. Supongo que así no más
es la vida.
Al menos hoy tendré algo con que comprar unos tallarines y comerme
unos panes con mantequilla.
Tercer día.
Hoy
desperté diferente, no sé porque, pero es así. Y mi estado de ánimo no puede
ser mejor. Siento que puedo hacer lo que quiero y soy dueño de mi tiempo.
No dependo de nadie y no estoy sometido a horarios ni tengo que ponerle
caras amables a nadie. Estoy pensando en que soy un privilegiado.... Puedo
hacer tantas cosas eso sí, que no sé por donde empezar. Podría ser por escarbar
la tierra del patio y sembrar algo para verlo germinar y crecer. Siempre
he creído que no hay nada más emocionante que ver crecer algo que uno ha
sembrado, cuidarlo y observar su desarrollo. Será un amor en el cual me
sentiré unido a un ser vivo que depende de mis cuidados y yo de su belleza
y existencia. Esta idea me hace recordar el predicamento del Principito
en relación al aspecto de domesticación entre dos que se aman y de los rituales
que se crean entre ellos... Me siento en un estado de exaltación y expectación.
Voy a decidir ahora mismo qué voy a sembrar, puede ser una planta ornamental
o quizás un árbol frutal. El árbol frutal sería un amor màs perdurable,
creo que sería una buena elección. Tomaré un bus y me iré a La Granja, ahí
me darán un consejo al respecto. Mañana puedo continuar con otro projecto
que hace tiempo ronda mi cabeza y llenará mis horas en total armonía con
mi tiempo y mis deseos..... ..........
por
Sandra
Cuarto
día.
Tenía
dos pares de zapatos. Ya es verano, comienza a hacer calor así que
el par que usaba para el invierno estaba destinado a pasar 4 a 5 meses oculto
en el último rincón de mi ropero. En lugar de ese destino
futíl, he preferido convertirlos en dinero, y con ese dinero comprar
semillas de manzano.
El
manzano me recordará el patio de mi casa, en donde uno de esos árboles
me cobijaba del calor, sostenía la casa de madera que construyó
mi padre, y que Víctor y yo nos disputábamos en acalorados
combates de agua y espadas de madera. Las frutas rojas y jugosas eran la
recompensa del vencedor, pero el perdedor siempre era invitado a compartir
el botín, ya que siendo sólo dos hermanos de padre viudo,
conocíamos el peso de la soledad que opacaba el brillo de sus ojos,
y entendíamos que de una u otra forma nos necesitábamos.
Escogí
las últimas horas de la tarde para sembrarlas en el patio trasero,
cuando el calor inclemente deja paso a la brisa que traerá la noche
a rastras. No poseo herramientas, así que tras humedecer la tierra
con la manguera, con mis manos excavé lo suficiente para depositar
las semillas en dos montoncitos. Quería dos manzanos, como Víctor
y yo siempre quisimos dos dos entradas al cine, dos pantalones largos, dos
algodones de dulce, y todos los placeres y alegrías compartidas que
nuestro padre fué capaz de darnos.
Todo
el día, mientras esperaba que bajara el calor, me lo pasé
tirado en mi cama, en mi cuarto fresco por la penumbra obligada en que lo
mantengo ahora, sumergido en la imágen de mis dos manzanos crecidos,
en las dos casas-árbol, y en Víctor y yo encaramados en sendas
fortalezas y enfrascados en húmedos combates y tiernas amenazas de
guerreros fraternales.
¿Se
verá ya mañana un brotecito de ellos? Creo que estoy demasiado
ansioso para dormir.
Marco Rauch
Quinto
día.
Por
la mañana cuando desperté, lo primero que hice fue asomarme
por la ventana, creyendo ilusamente, que mi manzano ya tendría algún
brotecito. Al pensar en ello, me puse a reír...
Después de darme un relajante baño, desayuné pan con
mantequilla y un trozo de queso, que me alcanzó también con
la plata que me dejó mi hermano. Estaba en esto cuando oí
el teléfono, me apresuré a contestar. Era ella, quería
hablarme de no sé qué cosas, pues mi mente se nubló...
y salí corriendo.
Cuando nos encontramos en la plaza, no me saludó como siempre. Sabía
que algo así sucedería. Todo ocurrió demasiado rápido
como para darme cuenta a tiempo que ya no la vería más. Y
ahora, tirado aquí en la cama, sólo ahora, siento que la he
perdido. No tengo ánimo de buscarla, de suplicar, no quiero... Cerré
los ojos y lloré. Debo haberme dormido, porque cuando desperté
estaba muy entrada la noche. Me quedé así... pensando en mi
vida, tomando mil decisiones y ninguna. Convenciéndome que después
de esta vida habrá otra y tal vez allí, lograré lo
que en esta no pude.
Recordé que la puerta de entrada estaba abierta, me levanté
con gran pesar, nunca encontré mi casa más grande y vacía
como hoy.
Al salir, el viento refrescó mi rostro y abrí los brazos para
que enfriará un poco mi cuerpo y mi mente también. Tras cerrar
la puerta, me fui directo al patio con la intención de regar mi manzano;
me agaché para tocar la tierra, y de golpe me vinieron unas inmensas
ganas de llorar, y las lágrimas caían sin que yo hiciera mayor
esfuerzo...
Cuando me serené, comprendí que no sería necesario
regar mi manzano.
Ana
Manríquez
Sexto
día.
Pronto
es Navidad y mientras las vitrinas de las tiendas se adornan con toda clase
de adornos navideños yo me encuentro en la miseria más espantosa,
me siento solo y creo, definitivamente, que ni esta situación ni
este mundo pueden arreglarse.
He pensado mucho en el suicidio y creo que es cuestión de tiempo
si esto me sigue dando vueltas en la cabeza. Tengo muchas, pero muchas ganas
de mandar todo a la mierda y punto. Pero supongo que ni para eso me quedan
fuerzas.
Lo que rebalso el vaso fue cuando escuché a uno de esos desgraciados
políticos decir que todo iba bien en el país. Justo después
de eso alguien tocó a mi puerta para pedir un pedazo de pan porque
tenía hambre. Y para más remate entonces fue que me di cuenta
de que no quedaba gas para darme una ducha de agua caliente. Se me juntó
todo, es verdad, pero..... Hasta cuándo nos agarran para el hueveo,
digo yo.
No he podido encontrar trabajo. Es que tengo unos documentos protestados
que me hacen un ser sospechoso. Para el colmo de lo increíble es
que si no encuentro pega no puedo pagar tampoco mis deudas. Pero eso todo
el mundo lo sabe y a nadie le importa.
Todas las puertas siguen cerradas para mi desgracia. Para el gobierno no
soy más que un número de un índice económico.
¿ y si no salgo nunca de estas malditas estadísticas?
Puchas
que es duro esto de ser cesante. Mejor me duermo. Mañana, a lo mejor
si tengo suerte, no despierto.
Marco
Antonio Ruiz
Séptimo
día.
Otro
indeseable despertar
Durante la noche en mis sueños era feliz, los niños jugaban.
Eran mis niños los que jugaban, mi esposa cocinaba y yo jardineaba.-
Cuando los llamo para comer siento que se alejan, y se alejan, desapareciendo.-
Despierto y miro el techo, trato de alcanzar en mi mente ese maldito sueño,
Esa feliz esperanza de vida, tratando con desesperación de volver
a dormir y conocer a esa mujer y esos niños que no conozco pero que
en Mi existen, nombres, lugares, trato y trato, pero no duermo.-
Decido no levantarme, tratar de dormir con esos fantasmas, con esas voces,
con esas alegrías.
El sueño eterno seguramente seria la solución, pero el buscarlo
asusta y cuando logro dormir ya no estan, se fueron los perdí, con
suerte algún día, o mejor dicho alguna noche podrían
regresar.-
Esta atardeciendo y me levanto de la cama.
En la oscuridad camino por calles sin nombres ni direcciones
Lo que más deseo es que llegue el sueño y dormir.........soñar.-
Eduardo
Diaz Huerta.
Octavo
día.
Hoy
me levanto un poco distinto y más animado que los otros días,
además tengo un poco de café y unas galletas, cosas que no
había conseguido hacía tiempo.
Me siento preparado para un enfrentamiento ya que debo ir a la Empresa Fossex
a ver una posibilidad de trabajo, lo que tampoco había hecho,gracias
a mi gran desánimo.
Salí,tomé un bus y llegué al lugar, ahí había
mucha gente afuera y todos en actitud de espera y con rostro de querer preguntar
algo.Tuve que hacer una fila y al final llegué al escritorio de un
hombre aparentemente muy cansado, quizás con más sueño
que yo y no representando mucho interés en lo que estaba ha ciendo.
Me dijo que mi nombre le era familiar y que yo había llenado muy
bien la ficha contestando adecuadamente las preguntas que acostumbraban
a hacer en esa empresa pero,también me dijo que sería conveniente
que yo tuviera y hablara con algún conocido de la Gerencia o de "más
arriba" ya que en ese momento había un solo puesto y los postulantes
eran cien o más.
Sin angustiarme salí por la pequeña puerta lateral y me dirigí
a la calle,donde me encontré con mi amigo Pablo que venía
de hacer lo mismo que yo y me dijo que no me preocupara porque mientras
esperábamos él tenía un negocio muy bueno y además
me invitó a almorzar porque podía hacerlo. Durante el almuerzo,entre
otras cosas, me dijo que deberíamos formar la Asociación de
Profesionales de la Cesantía,que hacía mucha falta en este
país...
Horacio
Carvallo
Noveno
día.
La
mañana estuvo nublada el día de hoy, pero la amenaza de aguacero no pasó
de ser más que eso. Mi hermano vino a visitarme al medio día, trajo una
caja de arroz chino porque, según él, quería almorzar conmigo. Pero su rostro
tenía un raro semblante y enseguida me di cuenta que me ocultaba algo, pero
no le dije nada. Traje dos platos y un par de cucharas de la cocina y nos
serví. Durante el almuerzo no pronunció ni una sola palabra. Yo no quise
interrumpir su silencio, sólo lo observaba desde el otro lado de la mesa.
–“Cuando se sienta preparado hablará” – pensé-. Después de recoger los platos
y dejarlos en la cocina nos fuimos a sentar en la sala. Por fin se decidió
a hablar. -ahora siento que hubiera sido mejor que su silencio continuara-.
Me contó que había visto a María, iba del brazo de un hombre, reía y se
le veía feliz. Supongo que aquél tiene la posibilidad de brindarle lo que
ahora yo no puedo ni ofrecerme a mí mismo. Cuando Víctor se marchó corrí
a mi habitación, busqué en un cajón de mi armario las cartas, tarjetas y
demás recuerdos que María me había dado durante nuestros años de relación,
los puse todos sobre la cama y volví a repasarlos uno a uno. No pude recordar,
aunque traté, ni un solo instante en que no hubiera sido feliz con ella,
ni una sola pelea por su causa. Y la odie, la odie por ser tan buena, tan
perfecta, ¿ahora cómo podré olvidarla?. Hubiera continuado por horas en
mi abstracción pero una rara fuerza procedente de mi interior me hizo saltar
de la cama, busqué una bolsa y eché en ella todos los recuerdos. Iba a tirarla
a la basura pero en ese instante la fuerza me abandonó, entonces se me ocurrió
sepultarla en lo más profundo del armario.
Luz
Dary y Nunes Rivas
Décimo
día
María
enterrada en el fondo del armario con sus recuerdos. Las semillas enterradas
en el fondo del jardín con una vaga e infantil esperanza de que el
primer brote sería el punto de inflexión de mi vida. Y yo
mismo enterrando dia a dia las migajas de esperanza de que mi realidad diera
un vuelco. Y tras tanta sepultura un sentimiento amargo de apatía.
Dormí muy mal anoche, turbado por ramalazos de recuerdos entrecortados
e imagenes inconexas. María corre hacia mi a una velocidad vertiginosa,
y dos segundos antes de tocarme frena en seco. Extasiada contempla dos enormes
manzanos de ramas retorcidas con un único fruto enorme y apetitoso.
Estira la mano para tomarlo y un escalofrío me recorre, sin que pueda
hacer nada para evitarlo. La escena se diluye y despierto con una sensación
extraña. Y ya no consigo conciliar el sueño. Esa angustia
recurrente que me gana cada vez que intento poner mi cabeza en orden me
inmoviliza como a un condenado amarrado a la silla.
Las nubes comienzan a colorearse con los tímidos rayos que asoman,
y me encuentra el alba completamente abatido. Otro día difícil,
agrio. El cuervo negro del suicidio rondando mi cabeza y algo tan simple
como una llamada, un indicio que me abra las puertas de una vida útil
y sin necesidades, que no termina de aparecer. Y menos mal que estoy solo,
que nadie depende de mi. Ni tan siquiera yo mismo, que me guste o no dependo
de Victor y del mercado.
Me asomo a la ventana. Me acaricia una brisa fresca, la luz abraza poco
a poco la ciudad que se va sacudiendo la modorra. Y yo no puedo disfrutarlo;
yo sigo anclado en mi noche persistente y penetrante como la llovizna de
verano. Camino hacia el patio trasero, evocando esa mujer y esos niños
de mis otros sueños, tan irreales como ya hoy lo es María,
y espontáneamente mi mente queda en blanco. Dos pasos más
y observo perplejo el verde pálido de dos incipientes retoños.
Clavo mis rodillas en la tierra y acerco mi rostro a ellos tanto como me
es posible mientras una sonrisa autónoma esculpe mis labios. Y los
tiernos brotes reciben el segundo riego de mis humores... bastante más
dulces esta vez.
Tal vez algo esté empezando a cambiar después de todo...
Javier
Fuentes