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HISTORIAS DE SANTIAGO DE CHILE
(Fragmentos)

Por Waldemar Verdugo Fuentes


INDICE de Fragmentos Escogidos:

Inscripción - El Libro - El Ermitaño de Santiago - El cóndor cautivo - El Trazador de Calles -
El explorador de la sala América - El Escritor Ciego - Final.


INSCRIPCIÓN

Cuando este templo de Santiago
se terminaba de construir,
sin techo aún, y comenzaron las ceremonias,
cada cierto tiempo irrumpía un feroz cóndor rojo, enorme,
que bajaba en picada desde los Andes de Chile,
se bebía el agua divinizada del cáliz
y se elevaba con rapidez a lo alto.
Esto sucedía regularmente,
y la visita del cóndor fue consagrada al ritual.


EL LIBRO


Una vez cierto vecino se encontró con el ángel de los caminos, que cruza las grandes ciudades cada tanto, y finaliza en Santiago la más lejana, para recomenzar su andar.
El ángel sostenía un libro en su mano y el vecino le preguntó qué contenía:
-En este libro escribo nombres de amigos de Dios que viven en esta lejanía.
El vecino le preguntó:
-¿Pondrás mi nombre?
El ángel dijo:
-Eres un vecino que no visita los templos ni practica la oración o conserva la tradición. Tu no eres amigo de Dios.
-Pero soy amigo de sus amigos -respondió-. No soy muy feliz, pero trato de cumplir bien mi oficio, respeto a los vecinos y amo a mi familia, que he formado en este lugar remoto de la Tierra, alejado de toda esperanza.
Por un instante el ángel no pronunció palabra, y luego dirigiéndose al vecino le dijo:
-He recibido instrucciones de registrar tu nombre en el libro, porque la esperanza nace de la desesperanza.

 

EL ERMITAÑO DE SANTIAGO

Un día, un venerable ermitaño que había pasado muchos años en contemplación y aislamiento en las tierras altas de la cordillera protectora de la ciudad, más arriba de la Cascada de las Animas, que era un asceta que sobrepasaba a muchos otros ermitaños por la agilidad de su pensamiento, al despuntar el alba recibió la visita del ángel que cruza los caminos elevados de la Tierra. El ermitaño sintió que había llegado el feliz resultado de sus austeridades y la confirmación de que subía más y más en el camino de la perfección.
-Ermitaño -dijo el ángel-, debes servir de mensajero e ir donde cierto hombre caritativo de esta remota Santiago para informarle que el Altísimo ha decretado que, a causa de sus buenas obras, morirá exactamente dentro de seis meses y será llevado directamente al Paraíso.
Encantado, el ermitaño que siempre se veía calmado esta vez bajó corriendo los senderos cordilleranos, y antes de acabar la tarde ya estaba a las puertas de la casa del hombre caritativo en el centro de la ciudad.
El hombre caritativo, después de escuchar el mensaje, inmediatamente aumentó sus buenas obras, esperando ayudar a más gente aún cuando ya se le había anunciado el Paraíso; ahora apoyado por el ermitaño que se puso a su servicio pensando que quizás ese era su deber, aún cuando también lo guiaba la vanidad de ver cumplida su profecía.
Pero pasaron tres años completos y el hombre caritativo no murió, continuando su trabajo con la mayor normalidad. El ermitaño sintiéndose frustrado porque su predicción había resultado falsa, molesto, porque después de todo parecía que había sufrido una alucinación en la soledad andina, herido, ya que la gente lo señalaba en las calles de la ciudad como un falso profeta que pretendía hablar con ángeles, fue convirtiéndose más y más en un amargado, hasta que nadie podía soportar su compañía y menos él mismo.
Entonces fue que decidió nuevamente subir a los montes altos y nunca más volver entre las gentes. Pero, no bien hubo dejado atrás las últimas luces de Santiago, se le apareció el ángel en el camino.
-Mira -le dijo al ermitaño-, que cosa tan frágil eres aún. En verdad, el hombre caritativo se ha ido al Paraíso, y de hecho "ha muerto" en una cierta manera conocida solo por algunos, mientras todavía disfruta de esta vida. Pero tú, tú continúas siendo casi inútil, a pesar de practicar la caridad estos tres años y que te resultaba tan doloroso hasta no resistir. Ahora que has sentido ciertos dolores que produce la vanidad, quizás seas capaz de comenzar a entrar en los caminos altos. Aquí el asunto no es si puedes aprender por medio del silencio, por medio de la palabra, por el esfuerzo o por obligación. El tema no está en qué se haga sino en cómo se hace. Cuando te dicen "llora" no quieren decir "llora siempre". Cuando te dicen "no llores", no quiere decir que debes comportarte siempre como un payaso. Un hombre puede pensar muchas cosas. Puede pensar que es uno aunque generalmente es varios. Hasta que llegue a ser uno no puede mantener ninguna idea exacta de lo que es. En tu ermita andina, solo, lo aconsejable es que vigiles tus sueños, que cuando el sueño de un hombre es mejor que su vigilia, sería preferible que no se duerma.

 

EL CONDOR CAUTIVO

En la calle Franklin de Santiago la capital, donde se comercian tantas cosas, un vendedor de pájaros tenia un cóndor en una jaula, todo apretujado. Pocas veces un cóndor andino es apresado. Y éste era espléndido. Ya se sabe que los vendedores de pájaros dominan el lenguaje de las aves, y finalmente el cóndor habló preguntando al hombre:
-¿Qué quieres?
Este, habituado al milagro, sólo respondió:
-Quiero detenerte. ¿Y tú qué esperas ahora que eres mío?
-Quiero mi libertad -repitió el magnífico-, mi libertad.
La gran ave del chileno sólo quería seguir siendo libre.
El pajarero -digámoslo- ni siquiera pensaba en el precio posible si decidiera vender el cóndor, pero no tenía la menor intención de hacerlo: porque en un santiamén vendió todos los otros pájaros que llevaba, ante el estupor que causaba en las gentes ver al ave mayor cautiva.
Cuando se quedó sin más pájaros, dijo el hombre al cóndor:
-Al amanecer, iré a la cordillera, por el rumbo en que te capturé....
El cóndor estremeció su plumaje, y escuchó el tono sarcástico en la voz del hombre al preguntarle:
-¿Envías algún recado?
-¡Sí! -exclamó de inmediato-. Por favor, grita en voz alta que estoy cautivo, cuenta en voz alta a los montes sagrados que me tienes prisionero. Nada más.
El vendedor de pájaros sonrió. Lo sabía ave inteligente por antigua. Ahora veía en el recado cierto vago sentido; al fin, tomándolo con buen humor, al subir a la cordillera gritó:
-"¡El cóndor está cautivo. El cóndor es mi prisionero!"
Y de inmediato vio un hecho inusual: un cóndor idéntico al nuestro cayó despeñándose por la quebrada inmediata al hombre, quedando muerto allí mismo.
Quién sepa cómo fue que ocurrió, que lo diga.
Para el hombre fue de lo más especial, y terminó diciéndose:
-"Este debió ser un pariente de mi propio cóndor. Mi noticia fue la causa de su muerte". Al volver ese atardecer, así fue que narró todo el suceso al gran ave cautiva. No bien terminó de narrar, el cóndor se desplomó. Así es, cayó muerto en su misma jaula, como fulminado. El vendedor de pájaros sufrió toda esa noche, intentando inútilmente revivir el cuerpo inerte. "La noticia de la muerte de su pariente lo mató. ¡Qué desgracia para mi negocio!".
Y sin más que hacer, al amanecer luego de intentar lo imposible por revivirlo, tomó el cuerpo del ave magnífica y lo puso en el patio. En cuanto el vendedor de pájaros se alejó un poco, el cóndor, como un resorte se elevó al árbol más próximo. El hombre, estupefacto, oyó, haciendo burla de su voz, al cóndor gritar:
-“¿Tienes algún recado?” “¿Tienes algún recado?” ¡La "muerte" de mi pariente fue la solución. Lo que te pareció una mala noticia, era para mí la respuesta al recado de cómo escapar, era la forma de lograr mi libertad! ¡Ahora soy libre!”
Y se remontó de inmediato hacia los Andes sagrados, mientras repetía burlonamente:
“¿Tienes algún recado? ¿Tienes algún recado?”.

 

EL TRAZADOR DE CALLES

Hay luna creciente esta noche, el viento está frío pero nunca tanto como en el norte, es indudable que el frío arrecia hacia el sur. El lugar bien elegido está, no en vano entregamos la vida por la ciudad... ¿qué fue ese ruido?... ah, sí, es el ruido natural de los soldados cuando ajustan a sus hombros las correas del fusil, ha llegado el alférez y su ayudante, dos hombres con armas que me acompañarán: una verdadera gracia del cielo en esta falta universal de todo.
-“¡Hola muchachos! ¿Todo bien para iniciar el camino?”, digo.
Se ven tranquilos y en buena hora, mañana inauguramos esta calle, pero por sus extensiones deshabitadas a todo lo largo siento como si los indios se aparecerán para jodernos. Veo aparecer indios por todos lados luego que nos incendiaron la ciudad, resguardada por una muralla de paja brava, tierra y agua de más de una vara de largo y de un palmo de alto... cuando pienso que después del incendio, de mis primitivas ochenta manzanas tiradas a cordel no quedó ni rastro. Esta calle no debe desaparecer. Es nuestra máxima extensión como ciudad. Esos indios que veo son siempre las sombras; son sólo aprehensiones mías, será una calle segura de andar. Quien entre por aquí a las calles de este Santiago de Nueva Extremadura entrará a un tablero de ajedrez. Trazado en la roca misma de la cordillera que le sirve de mesa, al ras quitadas las raíces de los árboles, aún con restos de madera y piedras sueltas bajo las botas.
Desde que les enviamos oro al Perú, los grupos de hombres y sus mujeres se han sucedido desde el norte unos tras otros. Don Pedro tenía razón: entregar nuestro oro era la única acción posible para atraer a los nuestros. Mañana doña Inés ha prometido venir en persona a inaugurar la calle ella, que ya casi no sale con tanta obligación sobre sus hombros... ahora con una escuela a su cargo para recibir a los niños que vienen en este grupo: dicen que son unos ochenta hombres con sus familias, que incluyen unos treinta niños... que usarán por vez primera este trazo que ya se me hace conocido, de acuerdo a lo proyectado, también la luz creciente alumbrándonos es como un tesoro visible de noche. Escucho un tiroteo en la distancia inmediata.
-¡Es justo frente al puente!- exclama el alférez.
Y apresuramos el paso hasta llegar al sitio. Ahora sabemos que alguno intentó cruzar sin identificarse. Son dos los guardias, ancianos, “demasiado ancianos” pienso, y me estremezco al verlos tan asustados. Muy juntos, temblando al pensar que quizás pudieron ser ellos los lanzados desde el puente... habían ordenado el alto tres veces, al no recibir respuesta estos hombres hicieron lo que los tiene hasta aquí vivos: abrieron fuego.
Eran dos los cuerpos que desbarrancaron al río. Los dejamos muy inquietos y jurando por sus vidas que sólo cumplen con su deber; y que, en lo que a ellos concierne, el tránsito de niños que se iniciará a través del puente será seguro.
Seguimos en silencio inspeccionando el camino de noche, es curioso que el trazado de una calle sólo es correcto si la noche lo acepta, al menos así pienso, no me parece que una calle bien trazada sea oscura... mis cálculos son los precisos, sin dudas este es el sitio del valle donde la luz mantiene de día y de noche la ciudad toda iluminada, este valle es pura luz; ahora se me hace agradable cruzar con el alférez y su cuadrilla, hubiese venido solo como cada vez que hago mi trabajo, pero, esta vez, mejor estoy prevenido, y garantizo el paso seguro hasta donde llega mi trazado del grupo que entrará a la ciudad a partir de este amanecer, y en cualquier momento a partir de mañana, trayendo desde el norte a tantos de una vez que lograron llegar... aquí doña Inés comenzará por alfabetizarlos.
Esta ha sido mi tarea: comprobar que el trazado de la primera entrada norte al tablero de ajedrez es el más acertado para proteger los vecinos de los rebeldes naturales. Reconocidos los aledaños, el límite es este río, al sur la Cañada de San Lázaro, al oriente el cerro que los naturales nombran “Huelén” y nosotros “Santa Lucía”, y al poniente la chacra de Diego García de Cáceres.
-"Es seguro el trayecto. Pasará el grupo sin novedad. No creo que eligieras mejor trazado"... oigo decir al alférez. El compañero también ha vivido intensamente: herrero, marino, cargador, y soldado. Mientras le escucho hablar pienso en lo acertado que fue para mi propia vida llegar hasta aquí. He cumplido. Yo, Alarife Pedro de Gamboa he procedido a trazar estas calles y las bautizo con los nombres de los vecinos más notables, y otros que se me van ocurriendo, como Calle de los trapitos, de los Afanes, de las Animas, del Galán de la burra... ¿qué será de ella?
Envío al Alférez y el soldado adelante para que recorran el tramo inmediato después del puente, les veo adentrar el cargador con precisos movimientos y sin ruidos de sobra. Calcularé desde la ubicación mía hasta donde, desde aquí, el puente se pierde en la distancia... voy cruzando y observo estas aguas torrentosas que corren; algún día, cuando ya no esté, ellas seguirán corriendo y yo seguiré también en este trazado que divide en dos las aguas... quedó el puente nada de endeble, y estas barandas, aunque aún improvisadas, están seguras... es nada más que árboles uniendo las riberas, cubiertos con agua y paja brava, pero seguro de cruzar. El terreno elegido fue el más propicio sin dudas, aquí efectivamente es menor el caudal de las aguas por la elevación natural que se viene arrastrando desde la altura del gran cerro al que los naturales llamaban “Pehuén” y doña Inés ha consagrado a San Cristóbal, nuestro patrono caminante. No poco hemos caminado para llegar hasta aquí. La noche es clara, y me infunde valor el imaginarme todos los sentidos en alerta precisa, dispuesto a reaccionar a la más insignificante señal de enemigos. Ahora el alférez y su hombre se me pierden entre la vegetación de la cañada...
-“¡Maese Gamboa!”- les escucho nombrarme. Y agitando mi farol les hago señas en la noche. -“¡Allá voy!” -grito, alumbrando mi camino, pero instintivamente alejo la luz de mi cuerpo. Nunca se lleva el farol a la luz del cuerpo, sería uno blanco fácil... alejo el farol lo más que me permite el brazo. Así me adentro en el sendero natural más allá del puente... es fascinante que la claridad no se pierde un instante, el camino se extiende como un chorro de luz natural hacia la distancia.
Me uno a ellos y seguimos como antes, los tres. La luz de la luna y las estrellas que casi se tocan, hacen ver el camino como bañado en agua de cal, de vez en cuando una ave nocturna nos sobresalte desde las ramas de los altos árboles que cobijan al cóndor. Disfruto de la brisa fresca que se deja caer de la cordillera o que viene del mar no tan lejano, no sé, pero agradezco este frescor que ayuda a mantenerse equilibrado. También disfruto del olor que trae el agua que baja de la cordillera imponente, puro olor a mineral y vegetal enriquecido con diversidad de aromas. Con el alférez apuramos el paso y así lo hace el soldado para no quedar rezagado. De pronto ocurrió. Un brillo metálico rebotó contra nosotros, venía sorpresivo deteniendo nuestro paso allá adelante, parecía un objeto brillante, ubicado a propósito en la mitad del camino.
-“¡Cuidado!” -susurró el alférez y ordenó- ¡Dispersémonos!
Y salimos de inmediato del sendero entrando entre los árboles. Ninguno podía separar los ojos de lo que habíamos descubierto.
-“¿Son indios ocultos?”- susurra preguntando el soldado.
Apenas podemos distinguir de qué se trata. El pequeño objeto se hace amenazante ubicado estratégicamente a la orilla del camino, con ese brillo extraño, es una forma ovalada en que rebota la luz natural del valle y la luna, fulgente, ubicada estratégicamente...
-“¿Es una trampa?”- insiste el soldado.
-“No sé”- responde el alférez.
-Debe ser una trampa de los indios -oigo decir el hombre-. Una de esas trampas que ponen con puntas de flechas que se disparan al solo roce, acabando toda vida a su alrededor. ¿Será de esas?
-“No sé” -responde el alférez-. “Nunca vi una de esas trampas”.
-“Yo tampoco”- admitió el soldado. Agregando: ”Pero muchos dicen que los indios de más al Sur la utilizan siempre, estos deben tener algunas...”
Habíamos tomado posición sigilosamente a corta distancia del objeto que nos cortaba el paso.
-“¡Cúbranme!” -ordenó el alférez-. “Me acercaré”.
Iniciando el camino hacia esa cosa extraña.
-“También iré” -agregué, y sin más entregué el farol al soldado, tomé su fusil y seguí. Ibamos con toda cautela. A unos cuantos pasos del obstáculo, sin mirarnos siquiera, nos erguimos y dimos pasos rápidos hacia lo que fuera, nuestros fusiles prontos, avanzando con la dignidad de quien recibe una condecoración. A cada paso el objeto se hacía más extraño, estaba como envuelto en una luz opaca, extraña, aumentando nuestro temor.
-“-¿Qué será compañero?” -le susurro.
-“-No lo sé, pero es algo que tiene una forma horrible. Debemos presentarnos seguros, que no advierta que avanzamos temblando, para no perder nuestra confianza en que venceremos, o quizás qué ocurriría”.
Y nuestros pasos sonaron seguros. Clavábamos a propósito los tacones contra las piedras, haciendo ruido para espantar eso, lo que fuera.. y para ahuyentar nuestro propio temor. Ahora estamos solo a unos cuantos metros, siento las manos húmedas, casi resbalando mi fusil. Me paro un instante en el rostro del alférez y lo veo brillando por el sudor a pesar de la brisa que siento ahora fría. Es justo en ese instante en que le veo soltar una carcajada. Y luego también río. El miedo voló y la alegría nos llenó la boca y el corazón, porque la trampa enemiga se había erguido en cuatro patas, una de ella atrapada en la trampa, y ahora era un cerdo descomunal cuya piel lustrada se volvía pura plata reflejando la luz de todo. Corrimos para hacerlo prisionero mientras grita el alférez:
-“¡Nos trajo comida la calle nueva!”.
-“Y junto con el amanecer”- afirmo. Porque ya la noche está rasgándose en jirones, y, con emoción, empiezo a ver claramente el puente y más allá el trazo nuevo bien dispuesto.

EL EXPLORADOR DE LA SALA AMÉRICA.

¿Puedo ahora cometer un crimen contra nuestra costumbre? Sé que nada es más desagradable en todos los lugares del mundo que hacer preguntas. Sé que nada es menos chileno, y, fuera de Chile, nada es tan peligroso.
Sin embargo, cuando fue transportado desde la Antártida un iceberg, enterito, hasta España para exponerlo en la Feria de Sevilla, pregunté: ¿qué razón tiene arrastrar tan grande masa de hielo por todo el mar Atlántico hasta la península ibérica? ¿y luego instalar allá todo un sistema para mantenerlo helado?, porque, francamente hubiese resultado penoso que se nos derritiera en plena muestra... pero no, aceptémoslo, la idea fue un éxito; si la misma reina Sofía, cuando llegó al sitio su primera pregunta fue: "¿y cómo está el iceberg?", íntima, preocupada como de la salud de un ser vivo; otro día un anónimo visitante, luego de verlo, en el Libro de visitas escribió: "Parece un gran hombre sentado en un trono magnífico, todo azul, transparente, iluminado".
Aquí parte esto. Así fue que al leer que el autor de la idea de transportar icebergs desde la Antártida ofrecería una charla al respecto, y en la Sala América de nuestra Biblioteca Nacional, fui a enterarme. y aquí estoy, como explorador aficionado de la Antártida famosa, ingenuamente esperando que suceda quién sabe qué. Pero digámoslo de una vez: quien primero insinuó trasladar el iceberg a Sevilla (aunque otros se atribuyan el hecho), este profesor Heriberto Undurraga, es lo suficientemente respetado para, por sí mismo, garantizar la seriedad de sus afanes; nuestro mediador ante las avanzadas de otros países que trabajan en el continente blanco, además de su loable desempeño profesional, está avalado por todos los acontecimientos del devenir nacional en los que ha tomado parte. Si su vida privada ha sido notoriamente escandalosa, eso es -justamente- privado, así es que ni siquiera debemos hacer alusión a ello, además toda la verdad nunca es bueno que sea dicha para no matar la emoción, y, al fin ¿qué importa? El hombre nació en Santiago. En su currículum incluye serios estudios en su especialidad: la geología marina; famoso es su libro "Utilización de Bosques húmedos de caducifolios", escrito durante su prolongada permanencia en la isla Hoste, a orillas del canal Romanche, donde vivió, literalmente, solo al abrigo de su inteligencia. Al iniciarse la década de 1960 se trasladó a una de las Shetland del Sur, uniéndose a los pioneros en esa área. Ya desde entonces realizaba tareas de enlace entre el gobierno de Chile y otros países que tienen derechos en la Antártida. Pero no se piense que no ha estado en contradicción con la Moneda, no, qué va: tradicionales son las ácidas críticas que ha hecho por la -también tradicional- política despectiva que se ha mantenido hacia las comunidades indígenas que habitan en la periferia antártica chilena. En 1971 asumió la dirección del entonces nuevo Ministerio de Asuntos Antárticos: el brusco fin de la Unidad Popular, como sabemos, acabó con esa cartera y, nuestro hombre, la noche del 12 al 13 de septiembre de 1973 fue detenido al mismo tiempo que sus principales colaboradores. Advertido, hubiese podido huir pero eligió compartir la suerte de sus hombres y, condenado a muerte, le fue conmutada la pena por tres meses de prisión en Los Capuchinos: esto, como también sabemos, debido a la intervención decidida de un general, quien advirtió a los otros generales que, en verdad, el profesor Undurraga "es el único que sabe a ciencia cierta qué hay en la Antártida chilena" (según justificó un periódico oficialista de la época). A partir de este oscuro episodio, sobre el que se corrió un tupido velo, confesémoslo, es público que sus actos han seguido de acuerdo con sus principios. El caso es que al ser enviado de vuelta a los hielos, desde un comienzo y a la luz del día, se puso al frente de la avanzada de pioneros que intentan, cada vez más, ganarle a la zona extrema, estudiándola y cuidando nuestros derechos. Sí, no se ha elogiado bastante su labor en estas dos últimas décadas, pero han confirmado sus funciones múltiples gestiones exitosas que ha realizado en la porción del pastel helado inmenso que nos corresponde, y que no viene al caso citar aquí... ahora lo veo entrar al escenario preparado para él en esta sala Ercilla, y veo a un hombre de austera apariencia; de timbre recio en la voz; impone respeto con su sola presencia; opinando, diría que éste es un hombre de ciencia y acción, más o menos viejo y muy propio, a pesar de sus lentes para el sol, notoriamente juveniles, colgándole de dos tirantes multicolores. Pienso en cuán criticado fue cuando propuso la idea de llevar el iceberg a Sevilla; a los comentarios analíticos que dijeron los políticos que opinan de todo, se sumaron opiniones en contra de varios sectores. Los más dijeron: "¿Por qué no llevar un moai, como siempre? El traslado es más económico, son misteriosos y no se derriten, y al fin que nadie más tiene". Se publicaron también expresiones ofensivas; recuerdo que alguien calificó su idea como "plan de una mente afiebrada". En confianza, debo decir que, en su momento, también pensé que era una locura, aún cuando reconocía que quizás era buena idea poner a la venta hielo al por mayor a los países que lo requirieran, y exponer la mercadería siempre es el primer paso de cualquier negociación... ahora quisiera ver la cara de sus detractores, a quienes el profesor ignoró olímpicamente desde el comienzo de su charla, que inicio diciendo:
"-El destino del iceberg era lo menos. Aquí la razón era tener una excusa para retirar tan enorme cantidad de hielo, sin dar demasiada luz al gas".
En lo que a mí respecta, permítaseme decir que no sé cómo no imaginé lo que había detrás de esto, porque si no importa que el destino del iceberg fuera su exposición en la Feria Mundial de Sevilla, otra razón había, pero basta de palabrería y oigamos:
-"Seré conciso" -escucho decir al profesor Undurraga-. "El caso es que acampando entre la isla Adelaida y la Tierra de O'Higgins sentí que el universo contenía su aliento; el viento helado de súbito no sopló y el sol detuvo su carrera. Uno de mis hombres, a punto de degollar un cordero, dejó caer el cuchillo de sus manos. Todos sentimos que nos envolvió la extrañeza. No éramos más que ocho; uno de ellos, hombre del sur, murmuró : "Esto es lo que sucede siempre que el guardián de la entrada al Reino Interior, en su umbral bajo el manto blanco que lo guarda, convoca a su pueblo oculto". Así habló y los demás lo miramos en silencio; esa fue la primera vez que oí hablar del mundo subterráneo, una de cuyas puertas se esconde en la Antártida chilena.
"En la zona todos somos afuerinos, pero los de más al sur tienen la impresión de la nieve en el alma, y nacen sabiendo de ella secretos inmensos. Debo decir que ya conocía ciertos rumores de este acceso fabuloso a esa ciudad ocultada. En el sur, Pacha Pulai, Ciudad de los Césares, Isla de la Luz y otros nombres se refieren a una misma cosa: cierta remota población escondida, con sus calles, edificios y toda una civilización. Pero pocos, que se sepa, han podido llegar ahí, y muchos lo han intentado. También, debo decirlo, unos han mentido al respecto; otros dijeron verdad. Sé el caso del pescador Artemio Guillén, natural de la isla Navarino: cuenta este ciudadano que mientras realizaba sus labores de cada día, en alta mar, se vino una tormenta y fue arrastrado con su embarcación más allá del Paso Drake, donde un enorme remolino lo atrapó, volviendo luego en sí -según dijo- en una playa de arenas doradas y vegetación extraña, con mucho sol y en la ribera de una ciudad bellísima. Declaró Guillén: "Las construcciones estaban revestidas de perlas, y las personas, con dos lenguas, podían hablar separadamente idiomas distintos. Vi tortugas de dieciséis patas y gatos de un solo ojo". Este hombre declaró que desde aquel extraño sitio se le devolvió, sin más, a la isla Navarino. No sé cómo explicarlo, pero supe entonces que me enfrentaba desde ya a un gran misterio que siguió acechándome en un proceso largo de cosas que oí, pero seré breve:
"Otro día, habitantes ribereños de Tierra del Fuego me refirieron una creencia, según la cual, hace mucho tiempo, una tribu de cientos de hombres con sus familias, intentando huir de las exigencias de los españoles, se ocultó en una ciudad subterránea a la que se llega por una puerta que hay escondida entre los hielos. Ahora, en la zona es común que aparezcan algunos a quienes alguien les ha cortado la lengua; los lugareños dicen que son personas que, por casualidad, han llegado a ese reino también accesible por los remolinos de los mares antárticos, y ya devueltos a la superficie, sin lengua se les impide hablar de lo que han visto. En nuestras bases antárticas chilenas, es cierto, se han encontrado algunos hombres mutilados de su lengua, vagando, casi helados, en los alrededores de los refugios; como si alguien, a propósito los hubiera dejado por allí cerca, abandonados. Cuando yo mismo encontré a uno de estos hombres, perplejo, por señas refirió lo que había vivido. Luego lo narró por escrito, tal cual leeré para ustedes:
"Yo, pescador Luis Natales Castro; natural de Punta Arenas, con domicilio conocido en esta ciudad, en mi sano juicio refiero que encontrándome en mis labores entre la isla Lennox y la isla Nueva, en las aguas conocidas como Paso Richmond, al amanecer del día 7 de abril mi embarcación fue arrastrada por la corriente, oscureciéndose todo a mi alrededor. Quizás perdí el sentido un tiempo, pero me desperté tirado en una playa de arena como de polvo de oro, y rodeado por unas personas iguales a nosotros, si acaso levemente más altos; vestían holgadas túnicas y su piel era alba en unos y bronce en otros. Ellos me llevaron a una ciudad que se veía en la distancia encerrada por altas montañas de hielo; pero no hacía frío. Me transportaron en un automóvil que se movía levemente elevado del suelo, como si se deslizara por el mismo aire, y no hacía ruido. Vi otros aparatos mecánicos que no se conocen en Chile; ese era como otro mundo en este mundo, aunque a nadie parecía despertar curiosidad mi presencia. Vi animales y pájaros conocidos y mariposas aleteando suavemente entre las flores de todos colores. Me dieron a comer pescado sencillamente cocinado, acompañado de una fruta extraña que directamente tomaron de la rama de un árbol, y la fruta sabía a pan. Tal parece, el lugar resguarda la entrada a un reino maravilloso que se encuentra bajando al centro mismo de la Tierra. Oí que preside la entrada un llamado Guardián del Umbral, muy respetado allí, quien habita en la forma misma de los icebergs, siendo su ser y la nieve él mismo. En el sitio, un gran palacio de lapislázuli marca el hogar del Guardián, que en su vestidura de hombre al mismo tiempo dirige el destino de su pueblo custodio; a partir de este palacio nacen las calles que dan a lugares que no vi, pero que parecen perderse hacia una gran avenida que baja por el horizonte, curvo tal cual el nuestro. Oí que les es propio otro sistema estelar, con su sol y sus estrellas. Vi edificios de coral y ámbar, de marfil y nácar, cercados por árboles de maderas perfumadas de aromas que envuelven todo. Sin contar lo que no puedo recordar y lo que temo citar, digo que, al parecer, allí ninguna religión los ha convencido que son malos, sin embargo, son feroces con los extranjeros. Luego de ver lo que he visto fui encontrado, sin lengua, el día 14 de este mismo abril; me encontró el profesor Heriberto Undurraga y un grupo de hombres, en las cercanías de la Base Gabriel Gonzáles Videla, donde llegué no sé cómo. Firmado".
"Luego de encontrar a Luis Natales Castro, entonces solamente comprendí que, de cualquier modo que se interprete, había algo misterioso. A partir de ese momento, durante estos últimos veinte años realicé mis exploraciones, cada vez que podía. Mis viejos amigos, que desde siempre navegan por esas aguas con sus frágiles embarcaciones, haciéndole punta al hielo, me hablaron con frecuencia de las puertas de acceso al umbral del reino interior: todos afirmando que un gran iceberg la esconde, y bajo el iceberg, la puerta que es una plancha de diamante macizo, de unos ocho metros cuadrados, probablemente de naturaleza meteorítica, toda labrada con signos que son letras de un idioma olvidado que quien lo lee, entiende: Esta es la entrada al Reino Interior.
“Aunque pocos la han visto, y menos la han cruzado. El nochero Rafael, anciano curandero Alacalufe, ha dicho: "En la Tierra todo está constantemente en transición y cambio. Lo único que no cambia es el espíritu del hombre, porque es aliento inmortal. Hace tanto tiempo, tanto que nadie recuerda, hubo aquí vida anterior a la nieve. Entonces, cuando aquí habían árboles y flores creció un gran imperio que llegó a gobernar todo el sur del mundo entero. Un rey sabio entre ellos comenzó a edificar su reino hacia el interior de la Tierra, y cuando los hielos envolvieron todo, hacía ya unos años que su imperio era un enorme mundo subterráneo; con los siglos sucesivos, que suman cientos, fueron agrandando su reino interior y nunca más necesitaron lo que había en la superficie. Hoy, nadie sabe hasta dónde se extiende, hay quienes dicen que a lo largo de todos los continentes. Han llegado a poseer la sabiduría y son celosos de ella y de su civilización regida por el llamado Rey del Mundo, que es sucesor dinástico. Este ha llegado a conocer todas las fuerzas de la naturaleza, lee en todas las almas y designa lo que se escribe en el Libro del Destino, sólo a sí mismo accesible. Invisible a los profanos, sólo los niños y muy pocos le ven cuando sube a la superficie, porque lo hace cada tantos años pero sin denunciar su presencia. En su reino, imparte tal justicia que todos están dispuestos a ejecutar sus órdenes. Cada puerta de acceso a este reino interior del Rey del Mundo, está custodiada por un guardián, que vive en el umbral con su propio pueblo. Eso sé".
"Otro Alacalufe, Yagún, me ha dicho: "A este reino interior llegan todos los barcos perdidos. El Guardián del Umbral Antártico no muere, porque es también el hielo mismo, eso se sabe. Pero se dice que cuando, por sí mismo, se cansa, y decide partir, su alma pasa a veces al alma de un niño que nace el día de su muerte, y más frecuentemente se transmite al más joven de sus hombres; entonces comienzan en los templos del reino interior solemnes ceremonias mientras los adivinos estudian el futuro en las escamas de los peces: estos ritos han de confirmar el cuerpo donde el alma del Guardián ha de seguir viviendo; para esto recorren todo el imperio y observarán; el mismo Rey del mundo les ayuda en su tarea con señales e indicios: un lobo blanco aparece cuidando la casa del elegido y nace allí una fuente de agua viva. También en los caminos se escuchan las voces de los espíritus del aire que pronuncian el nombre del nuevo Guardián antártico. Ya descubierto, se reúnen en secreto todos los datos acerca de él y se transmiten al más anciano de los hombres vivos, quien, según los ritos, debe confirmar la elección: si el nombre del predestinado es el mismo escrito en el libro del Porvenir, que sólo el más anciano consulta, se confirma la decisión. Si el viejo Guardián vive aún, el nombre de su sucesor se mantiene en secreto; si su espíritu ha abandonado ya la vida, todos rinden honores al recién designado, que debe peregrinar al palacio mismo del Rey del mundo interior, en el centro de todo, y que, según cuentan, es un palacio que gira en el cielo interno. Allí, el mismo Rey, al recibirlo pone su mano por una sola vez en su cabeza, y permite que le vean cada uno de los que lo acompañan: luego éstos jamás olvidarán su rostro, que es, en verdad, el reflejo de quien lo ve, porque el rostro del Rey del Mundo, es todos los rostros conocidos y ninguno a la vez; esta equidad incomparable de su forma es una de las causas de que su nombre sea venerado y permanezca. El, al tocar al Guardián de una de las puertas que cuidan el Reino Interior, también, es verdad, toca a cada ser vivo, por eso se estremecen las almas en la superficie. El Guardián antártico, lo repiten todos, vive además en la forma misma del iceberg que custodia la puerta de diamante. Así es".
"Un gran chamán, el Ona Kure, me ha confiado que ahora efectivamente el Reino Interior se extiende a través del planeta entero. Dice haber oído a su padre que la leyenda del pueblo antiguo que debió refugiarse en la entraña de hielo, no encierra gran cosa sorprendente. Que es sabido que en los dos océanos mayores del Este y del Oeste había remotamente dos continentes, nada más. Cuando cayó la primera de las dos lunas de la tierra, todo cambió, y los que lograron salvarse lo hicieron refugiándose en el Reino Interior, que ya era una civilización sabía cuando sucedió el cataclismo.
"He oído otras cosas -dijo el Ona Kure-. El camino interior está dentro de cavernas profundas, raramente iluminadas por un resplandor como el día, que permite desde el principio el crecimiento de la vida. La puerta de entrada antártica está custodiada por el gran iceberg que abre a la bella ciudad del Guardián, semejante a la capital misma del Reino Interior, aunque menor de tamaño. Vive allí el pueblo custodio una larga vida sin enfermedades, y no dejan que el crimen atraviese sus fronteras".
El yagan Bogdo, que me acompañó, junto a otros, a la Plataforma de Ronne, dijo que, "ahora extendido su imperio a todo el planeta, la capital del Reino Interior está en el centro exacto del círculo de la Tierra. Hay quienes llegaron allí y luego retornaron a la superficie trayendo sabiduría oculta a nosotros. Los que habitan allí manejan fuerzas visibles e invisibles, lo que aprendieron en un proceso que también manejará nuestro propio mundo dentro de miles de años. A ellos pertenecen esos extraños objetos voladores en que suelen subir a la superficie y viajar más allá de los cielos conocidos. Se dice que el gran Rey del mundo puede hablar con Dios como yo te hablo". Debo decir que el tono con el que hablaba el yagan Bogdo me impedía formular la menor objeción. Se comprende fácilmente que todo esto contribuyó a aumentar mi curiosidad y mi afán de profundizar en el asunto. Pregunté: "¿Ha visto alguien al Rey del mundo subterráneo?".
-Sí -contestó el Ona Kure-. Muchos han visto su carruaje iluminado cruzando a veces el mar; es como un barco magnífico envuelto en sol y música. Lo han visto en Llicaldas y Trentrén, y en Quicavi, donde visita al Rey de los Calcus. Se dice que cuando abandona el barco, el Rey del mundo cabalga en un elefante marino que maneja con riendas de algas. La gente que cruza su camino, aunque no lo vea es agraciada con milagros: los ciegos recobran la vista, los sordos oyen y los paralíticos dominan su cuerpo. Nunca nadie ve su rostro, tal es el brillo de su mirada, pero cuanto él observa sufre un cambio.
-Sí -contestó el yagan Bogdo-. He sabido de muchos que lo han visto, sin ser niños, pero todos olvidan cualquier posible semejanza de su cuerpo, tal es la impresión.
-Uno de mis antepasados llegó al Reino Interior- dijo el Alacalufe Yagún-. El salvó a uno de esa tierra que encontró moribundo en las cercanías de la isla Diego Ramírez. Lo salvó y por ello fue invitado.
"El sabio Yagún aseguró saber que algunas de las edificaciones del pueblo custodio, en la entrada antártica, son de verdad grandes bibliotecas, cuyos estantes de piedra cristalizada soportan la carga de libros escritos cuando el hombre aprendió a hacerlo, algunos en lenguaje olvidado y sobre asuntos extraordinariamente variados. "Hay -dijo- toda una construcción en que exclusivamente se preservan tablas de arcilla con inscripciones talladas en los primeros tiempos; grupos de hombres y mujeres estudian y copian estas tablillas, conservando y divulgando la primera sabiduría de la que vienen todas las cosas que se saben, y las que no sabemos. Una sala está reservada a los escritos de todos los Guardianes, que han sido muchos desde que se levantó la ciudad del pueblo custodio. Mi antepasado, según oí decir a mi padre, aseguraba que todos en el mundo subterráneo mueren algún día, igual que nosotros. Porque nada aquí en la Tierra está llamado a permanecer; todo cambia. Es cierto que viven más que nosotros, pero no mucho más". El Ona Kure también aseguró que en el Reino Interior mismo habían bibliotecas maravillosas:
"En una de ellas, en un cofre de diamante preservan la biografía del Dios Primero, que se autoescribe: cuando un nuevo Rey del mundo asume el poder, se abre este cofre y, por una vez, él puede leerla, transmutándose al fin de su nueva investidura, que lo hace sagrado ante los demás seres vivos del universo entero. Se dice que una vez, un príncipe violó el sello que protege la historia del Primordial, y al abrir el cofre quedó al instante cegado: fue desterrado al mundo exterior y de este príncipe descienden todos los ciegos". Narra el Alacalufe Yagún que, por la tradición oral que conserva su familia, sabe que la vida evoluciona en el Reino Interior desde antes de todo lo conocido:
"El hombre interior -dice Yagún- está unido a la tradición, y las conmociones de la superficie no influyen en su acaecer. Allí el Rey del mundo, sin embargo, está atento a cualquier desastre fenomenal que pueda suceder; él mora encarnado en un cuerpo humano poderoso; su espíritu le viene del Dios único, como su sabiduría y la investidura de su poderío. Muchos del mundo exterior éste nuestro, han sido invitados a vivir en el Reino Interior parte de sus vidas. Como Om y Am, dos hombres de la antigüedad. En el norte, en vastas regiones aún hoy comienzan sus oraciones invocando el santo nombre de Om. Para nosotros, hasta ahora en la región ocupada desde siempre por los araucanos, el santo Am siempre ha sido presencia invisible y lo debe ser aún más allá en la región del olvido. También Paspa, el fundador de la religión amarilla estuvo allí: se dice que durante su estadía talló la gran estatua del Buda con los ojos abiertos que está en uno de los jardines del Reino Interior. Jesús mismo, el Cristo también estuvo con ellos de propia voluntad: se dice que al llegar era un joven aún, pero el propio Rey del mundo le cedió su trono, más el Hijo de Dios le dijo lo que tantas veces diría luego:
"Mi reino no es de este mundo".
-"Ya sabemos que hay asuntos de los cuales sólo la historia puede emitir un juicio definitivo; la verdad misma exige que los testigos únicamente refieran lo que han visto y oído..." -escucho decir al profesor Heriberto Undurraga, que se ha quedado unos segundos mirando fijamente sus lentes para el sol colgando de las tiritas multicolores. Quien con toda calma se despidió diciendo:
-"Debo decir, finalmente, que la cantidad de hielo que quitamos con la excusa de llevarlo a la Feria Mundial de Sevilla, no fue suficiente. Es cierto que algunos han dicho ver en el Iceberg la figura del Guardián pero es dudoso, porque, insisto, no fue suficiente lo excavado. Aún así, si bien no quedó expedito el camino a la puerta de entrada al Reino Interior, se ha dado un gran paso".

EL ESCRITOR CIEGO.

Debo comenzar agradeciendo la invitación a compartir con ustedes en esta magna casa de la ilustre Sociedad de Escritores de Chile. Para un escritor ciego, como yo, una conferencia pública es como hablar conmigo mismo: la ceguera a uno lo aparta irremediablemente de las cosas. Pero afirmo a quien quiera oirme que la ceguera tiene también belleza. Es una pérdida inmensa, irreparable; pero no nos priva de compartir con un semejante la amistad, el buen humor y la imaginación. No me cuesta saber donde estoy porque esta casa de Simpson 7 refugió con delicadeza mis primeros balbuceos en las letras; hoy cuando saludo a Fernando y la señora Mirna, sus cuidadores, son como eran hace treinta años, cuando les conocí. Todos mis amigos tienen los rostros que retuvo mi memoria, y entre estas paredes de piedra de la cordillera ahora puedo ver los rostros de algunos que se han ido: Oreste Plath y Pepita Turina, María Flora Yáñez, José Donoso, ahora mismo veo para ustedes la noche en que se juntaron aquí María Luisa Bombal y Juan Rulfo, fue una noche memorable: luego el ilustre inventor de Pedro Páramo dijo, rememorando a Confucio luego de su encuentro con Lao-Tze: “Los pájaros vuelan, los peces nadan, los cuadrúpedos corren. Al que nada se le agarra con red; al que corre, con una cuerda; al que vuela, con un arco. En cuanto al dragón que se eleva hacia el cielo llevado por el viento y las nubes, yo no sé como se le puede coger. He visto a María Luisa. Ella se parece al dragón”. Una noche, la Bombal entró con Jorge Luis Borges del brazo, y él confidenció que siempre que lo invitaban a Chile visitaba entidades oficiales o universitarias, pero su ilusión era ser recibido en la SECH: le hicimos una regada bienvenida. Borges solía retener cuanto podía la mano de su interlocutor. Ahora entiendo por qué, cuando sé que el otro solo se alcanza por medio del tacto; ya que el amor y la inteligencia residen en él. Ahora encuentro más significado en una sola persona que en todas las personas que podía abarcar con la vista. Mi mano es para mí lo que la vista es para ustedes. Todos los actos de mi vida ahora dependen del tacto y el oído, pero el tacto es como un eje central. Lo que me permite salir del aislamiento y la oscuridad de los ciegos. Al rozar suavemente las formas comienza el júbilo y la práctica del oficio. Como Job siento que una mano me ha hecho, me ha dado una forma que se deteriora día a día, para seguir moldeando mi propia alma. Doy vida a cada cosa ahora con mi sola mano: los rasgos claros y firmes del cuerpo humano; el arco suave del mundo vegetal o los cuadrados de la madera y el metal. Casi todo lo que me emociona es como otra mano que me toca desde el fondo de la noche y al hacerlo me revela la existencia misma.
Al dar la mano siento en lo más íntimo el calor y la protección que me comunica. Ahora comprendo al Salmista cuando canta: "Confío siempre en el Señor; su mano me sostiene y vivo seguro". Hay algo de divino en la fuerza de la mano humano. Ahora, nunca se borra de mi mente la sensación de una mano afectuosa. Guardo en mis dedos el recuerdo de las manos poderosas de Francisco Coloane al estrechar las mías, cálidas y llenas de júbilo. La mano de Fidel Araneda Bravo transmitía toda su simpatía y caballerosidad. La Madre Teresa lo curaba a uno incluso del cansancio de vivir, reteniendo la mano de su interlocutor entre las suyas durante casi toda la conversación.
Las manos son siempre personales. Unos me ofrecen la mano con temor, recelosos, ofreciendo cortésmente sólo la punta de los dedos, que se retraen sobre sí mismos apenas rozan los míos. ¡Cuán distinta es la mano amiga, franca, abierta de palma a palma! También la mano rápida, hábil y sedante de la enfermera o el médico. En las manos de la gente acaudalada, que nunca ha trabajado, se revela todo el desarrollo de un carácter sin moldear, por sus redondeces informes y piel tersa. En ocasiones se encuentra la mano menuda de muñecas flexibles, cuya letra tiene la misma gracia y distinción que la de las personas cultas. La mano descubre los secretos inconcientemente, no se puede disimular. Si el espíritu está abatido, la mano está desanimada, relajados los músculos; éstos se ponen tensos cuando nuestra mente está excitada o el corazón alegre. Nuestra mano es el órgano de aprehensión, cuán importante es considerando los dos diferentes vocablos del verbo aprehender: comprender y asir. Cuando saludo a un amigo, no veo su rostro actual pero su mano me traspasa la madurez del tiempo: ahora mismo, al saludar a Orlando Cabrera Leyva, a Luis Sánchez Latorre y Hermelo Aravena Williams, que me acompañan esta noche, he sentido su gentileza y humildad al ocuparse de un hombre ciego. Ellos saben que con la ayuda de mi mano capto cosas que con la visión no conocía, digamos que tengo acceso al mundo físico, intelectual y espiritual de la mano que retengo entre las mías. Mi humanidad considera el universo regido por una acción primordial: la de la mano. Mi vida se distribuye entre lo que se encuentra en una mano y en la otra.
Es cierto que mi oído es como si hubiera despertado de un largo sueño. Escucho el suave roce de las alas de cada pájaro que cruza, las gaviotas que se han venido a vivir a orillas del río, el zorzal, las golondrinas y los gorriones, alcatraces y aguileños que siempre andan jugando huyéndole al cóndor que habita estas lejanías. Ahora conozco el delicado sonido de los cardenales abriéndose entre los dobleces de sus pétalos, y hojas de inconfundible frescura irguiéndose entre los roqueríos a la orilla del mar, cuya música me llega como un eco. El sonido que me hace sentir dichoso es la risa delicada de un niño. Cada átomo de mi cuerpo equivale a un registro de vibraciones.
También mi olfato se ha aguzado. Estoy en estrecho contacto con la atmósfera, cuyo radiante vigor nos envuelve a todos; sabemos que como los peces en el agua, vivimos nosotros en esta atmósfera que desde antes se nombra de muchas formas. Yo creo que es la médula de la energía vital, la energía emocionante del aire cálido y arrobador. Siento en mi rostro innumerables ondas de calor y sonido en una gran variedad y combinaciones infinitas. El aire es distinto según el lugar, la época y la hora. Las brisas fragantes y puras del mar son distintas de las caprichosas a la orilla del río aquí en Santiago, las cuales son húmedas e impregnadas de olores minerales. El aire vigorizante, liviano y seco que baja de la cordillera nunca puede ser confundido con el fuerte y salado que viene del mar. La lluvia del invierno es densa, recia y apretada. En la primavera cobra nueva vitalidad; es leve y variante y cargada de miles de aromas palpitantes que provienen del mundo verde. El aire a mediados del verano es denso y seco, saturado de calor. Cuando una brisa refresca la quietud sofocante trae con ella menos aromas que en abril y mayo, cuando el otoño está en su gloria. A ratos el torrente de frescura que barre con rapidez el aire pasado del verano tiene cierta semejanza con el frescor estimulante del invierno, cuando la lluvia se hace fría y desapacible, sin aromas. La lluvia de la primavera es fragante, ligera y cargada del aroma propio de la vida, que limpia la atmósfera, enriquece los ríos y arroyos que bajan de los Andes chilenos. Los aromas terrosos y el de la salvia son propios de la primavera; el del verano está impregnado del maíz, los otros granos y la paja madura. A medida que la estación avanza hacia el otoño, seductores perfumes llenan el aire, flotan en él aún después de alejarse del pasto con rocío, de las flores y los árboles que van despertando hasta que en la primavera hablan libremente del tiempo bueno y sus cambios, de la muerte y la renovación de la vida. El olor fresco y vitalizante de la albahaca flota todo el año, así como la lavanda y el floripondio que crecen salvajes. También mi paladar ha sufrido un cambio fundamental: ahora distingo exactamente un buen vino de uno más o menos, porque, francamente, no he probado en Chile un vino malo. Los sabores que recuperé de mi niñez fueron el del pastel de choclo, el charquicán y el mote con huesillos. La ceguera despertó mis otros sentidos de tal manera que no sé con seguridad si es el del tacto, el olfato, el oído o el gusto el que me comunica en forma tan directa con el mundo.
Vivimos en un mundo de ideas y es la impresión de las cosas que existen las que trasmiten las ideas que lo forman. Mi mundo está construido sobre una base de impresiones táctiles, gustos, sonidos y aromas. Ahora estoy impedido de todos los colores, se me fueron perdiendo como un lento atardecer de verano. Estoy impedido de ver los brillantes de una puesta de sol o al mediodía, o los azules de los Andes o los verdes del mar, pero a pesar de ello es un mundo donde se respira y se vive. Ahora cada objeto está íntimamente ligado a mi mente con la idea que tengo del objeto, la cual combinada con la memoria me proporciona el sentido de la realidad, de la belleza o lo discordante, aunque especialmente es con la ayuda de mis manos que puedo llegar a sentir lo que existe. Todo lo palpable es móvil o estático, sólido o líquido, grande o pequeño, cálido o frío, y estas cualidades están infinitamente matizadas. El aterciopelado de los pétalos de rosa no es el mismo del durazno maduro o de la piel de la mejilla de un niño. La dureza del metal no está ni remotamente relacionada con la de la madera, así como la vida que palpo de la roca es algo diferente a todo roce. Todo el mundo verde que toco tiene vida, los árboles, las plantas, las algas y flores del mar y la tierra, la hierba silvestre; cada ser tiene su pálpito. Entonces, lo que ahora llamo realidad lo advierto sólo en ciertas combinaciones de todas estas cualidades. Las numerosas combinaciones que resultan ahora de mi tacto, el oído, los aromas, el gusto son lo que cobran realidad en mi mente y constituyen mi mundo.
Cualquier objeto tangible pasa en una forma completa a mi cerebro, ocupando el mismo lugar que en el espacio físico porque afirmo que nuestra mente es tan inmensa como el universo mismo. Cuando estoy a orillas del mar ahora está vivo el océano entero frente a mi; sé entonces que es mi mente que lo abarca todo. Es como la gran cordillera de los Andes, no la veo pero la siento inmensa, imponente en mi propio cerebro. Soy dueño de una gaviota que, según creo, cayó desde un nido en los altos eucaliptus a orillas del río, se crió y come de mis manos, suele posarse en mi cabeza, estirar el cuello y cantar, estremeciéndome. Cierta vez, luego de perderse varios días, al volver depositó un pequeño pez en mis manos. La forma del pez me recordó los ondulados domajes de arena en la playa, estaba vivo y coleteaba aún. Estos pequeños hechos maravillosos me han salvado del gran caos.
Admito que hay en el universo visible innumerables prodigios que ahora ignoro, pero también hay pequeñas sensaciones íntimas y maravillosas que yo ahora percibo y con las cuales no había soñado jamás. A veces creo que al perder la visión, al mismo tiempo en mi cuerpo han nacido miles de ojos atónitos que descubren un mundo nuevo cada día. La oscuridad en lugar de apartarme del mundo me ha abierto sus puertas hospitalariamente, como si hubiera esperado preparada mi ceguera. Creo que en verdad la naturaleza se ajusta a las necesidades de cada individuo. Es cierto que se me ha complicado el rescatar en papel lo que en mi mente ahora trabajo incansablemente, con más tiempo para ello, porque, sin duda ahora tengo más tiempo solo, y debo limitarme a escribir en papel solo cuando alguien amable toma mis notas. Sin embargo, en todo lo demás soy el mismo.
La ceguera no cambia en absoluto el curso de nuestras realidades interiores. Para un ciego, como para cualquiera, es evidente que es la imaginación quien permite explorar y descubrir el mundo de la belleza. Si se aspira a ser algo que aún no eres -algo noble, mejor- cierra los ojos por un instante y trueca la realidad por el ensueño, para acercarte a tu ideal, que de alguna manera ya existe si lo imaginas. La perfección de nuestra visión no depende de cuánto somos capaces de ver, sino de cuánto somos capaces de sentir. Ahora que estoy ciego he sentido el despuntar del alba a la orilla del mar. He sentido a un rosal cargado de rocío y fragancia. He percibido la encorvadura del lomo de mi gaviota y sus múltiples formas escondidas bajo las alas suaves y sedosas, que se hacen graciosas durante el juego. Siento la vitalidad de los niños por su risa y sé también de la tristeza lamentosa sólo oyendo el ritmo de una respiración cercana, así como la plenitud de la dicha, que no es poco frecuente.
Ahora, generalmente muy temprano salgo a caminar subiendo Santiago a los senderos altos. Trato siempre de ascender lo más alto, si es posible hasta donde sólo las plantas osan trepar, majestuosas, siento entonces la caída de las aguas en la Cascada de las Ánimas y el aroma a pinos, araucarias, eucaliptus, robles y sauces milenarios, todos los sonidos me reaniman. En estos paseos de ciego me he sentido aún más viejo que el primer hombre, que todo lo que alcancé a ver de la tierra, que los pájaros, los peces, las plantas. Por unos instantes, no pocos, he sido el primer vago esquema que Dios hizo. Sólo las aguas del mar y las estrellas de los cielos fueron mis mayores. Ahora el mundo real sólo existe en mi mente.
Durante los años anteriores a la aparición de mi ceguera, yo desconocía mi propia vida. Hasta entonces vivía en un mundo al que no puede considerarse tal. Nunca examiné o elegí nada de antemano. No era ni de día ni de noche. Simplemente fui trabajando lo suficiente para cubrir mis necesidades que eran muy pocas, la movilidad, los países lejanos de paso, un refugio modesto, bajo diversas escrituras en las estrellas, otras bondades y tiempos, obstáculos y aciertos, siempre cambiando, a veces bien a veces mal. Mi existencia activa no tenía ni idea de la inmortalidad del linaje humano ni miedo alguno a la muerte. Pertenecía al mismo género de asociación instintiva que impulsa a los animales a defenderse de la lluvia. Ahora, he descubierto el cerebro y el alma en la yema de mis dedos, en el sonido, el olfato y el gusto. Puedo establecer comparaciones entre un estado mental y otro; antes ignoraba todo cambio o proceso que hubiera tenido lugar en mi cerebro. Es como si me hubieran enterado, junto con cegarme, de que yo era "algo". Comencé a existir para mí. La ceguera le dio a mis otros sentidos su valor, ampliando la noción de mi raciocinio. Es cierto que desde antes estaba despierto al amor, a la alegría y a todas las demás emociones. Pero, sólo ahora es que estoy vivo.
Antes de nuestro diálogo amable, quisiera recordar un cuento:
En un gran banquete en cierto país monárquico, cada cual estaba sentado según su jerarquía, aguardando la aparición del rey. En eso entré yo, un hombre chileno común, de aspecto mísero por mi ceguera y los años. Sin embargo, fui a sentarme en el trono del rey. Mi actitud desconcertó a todos, pero nadie atinó a hablarme, excepto el Primer ministro, quien, obviamente, no era lector mío, pues secamente ordenó a viva voz que me identificara. ¿Era un embajador? -No: más. ¿Era un ministro extranjero? -No: más. ¿Era un enviado del rey? -No: más.
-Más alto de quienes he nombrado, sólo está el rey -dijo irónico el Primer ministro-. ¿Es usted, acaso, el rey?
-No; por encima de él.
-¿Es entonces Dios? -preguntó ciertamente molesto.
-Estoy aún más allá -respondí.
-¡Nada hay más allá de Dios!
-Yo soy esa nada -grité.
Y ya no me molestaron hasta que llegó el rey y le cedí su silla. Gracias.

FINAL
La definición de la palabra acabado es:
esto significa acabado.


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(c)Waldemar Verdugo Fuentes
Fragmentos de "Historias de Santiago de Chile".
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