LOS
PRIVILEGIOS DEL LIBRO
Eduardo Anguita
Para apreciar debidamente
el libro y lo que afectándole – favorable o desfavorablemente
-, afecta por consecuencia a los seres humanos, que son sus destinatarios,
es conveniente definirlo.
En sí mismo representa
un modo de comunicación, sabiduría y humanización, distinto
y singular dentro de la categoría del lenguaje; esto es, una forma
privilegiada de la lengua escrita. Como tal, perfecciona y establece de manera
perdurable lo que permanece entre todas las expresiones del pensamiento, y
por tanto, registra con fehaciente rigor todas las mudanzas que van sucediéndose
en la historia de nuestras ideas y costumbres, en la imaginación y
en la investigación, comprendidas las propias mudanzas del lenguaje.
En éste su reino, cumple, además, en grado relevante, la función
más elemental de todas: conjugar ecuánimemente la lengua oral,
rica en expresividad y vida, pasión y poder adaptativo, con la fidelidad
memorable de la escritura: que es tesoro para todos los tiempos. Percibimos,
a través de décadas de leer, escribir y reflexionar, que la
lengua escrita y la lengua hablada se copertenecen; y bien podría darse
el caso de que aquélla se mantuviera incólume y apartada de
todo trajín, sin perder porción importante de su vigencia, como
ha sucedido con el latín: “ esa lengua muerta”, de cuya
fortaleza y poder de síntesis siempre necesitamos echar mano; en tanto
que la lengua oral, abandonada a su ductibilidad, en tiempos de grandes conmociones
mundiales corre el riesgo de erosionarse, vacilar, tartamudear y confundir
sus significados.. En Chile –para no referirnos a otros países-
desde hace un buen número de años, el menoscabo del habla es
cada vez más evidente. El rasgo más notorio es su empequeñecimiento
cuantitativo. En las conversaciones que escuchamos en la calle, en los sitios
de reunión, en los hogares, en los lugares de trabajo, cualquiera sea
la posición social de los habitantes, nuestro “ castellano”
exhibe la indigencia de su vocabulario. Se habla con no más de 500
a 1.000 palabras. La sustitución e invención de locuciones expresivas
no alcanza a suplir el déficit de sustantivos, adjetivos, verbos, modalidades
oracionales, reduciéndose progresivamente nuestro capital de vocablos,
tal como ocurre con los glóbulos rojos en un organismo que languidece
víctima de anemia perniciosa.
La pobreza del habla conlleva
la del pensar, y viceversa. La pobreza del lenguaje se traduce, no sólo
en grosería en su acepción de tosquedad de la conciencia, sino
que produce una rencorosa actitud hacia la Palabra, una “ precocidad”
agresiva en contra de lo que no se posee. La debilidad de la expresión
arroja, además, otros síntomas: imprecisión y nebulosidad
mentales.
De haber podido presenciar
Saussure este espectáculo lingüístico se habría
acongojado. Uno está percibiendo la exasperación que emanan
las pláticas, por ejemplo, de ciertos sectores numerosos de jóvenes,
cuyos diálogos estallan en ademanes mímicos, fragmentos de palabras
y, no pocas veces, gritos guturales, cuya violencia es impotente para llenar
el hueco que ha dejado una lengua en ausencia. Pero, nuestros hablantes, como
hombres que son, necesitan comunicar y expresarse, sino con la corrección
del lenguaje literario, con la fuerza y la eficacia propias de la lengua oral
y que se requiere para darse a entender y no quedar sumidos en la mudez y
la sordera.
Incluso las personas consideradas cultas deben hacer un esfuerzo para no sucumbir
en ese caos, pereza mental o inercia anímica; y así es como
recurrimos, en parte, a hablar como si estuviéramos escribiendo. Presenciamos
el fenómeno, normal en todo el mundo, de que hablamos de una manera
cuando estamos muy en confianza, y de otra cuando ya no lo estamos tanto.
Dos lenguajes paralelos, pero el informal increíblemente más
pobre; y no tan vivo, como quería Charles Bally, discípulo de
Saussure. Se observa, además, un derrame continuo de la lengua escrita
en el dominio del habla; la incrustación de términos y giros
tomados de los libros y de la prensa, expresiones que, las más de las
veces, son extraídas de disciplinas con terminologías propias:
de la sociología, la medicina, la pedagogía, la literatura,
la psiquiatría. Es una especie de “tercer lenguaje”: híbrida
mezcolanza de palabras y giros populares con vocablos que supondrían
conocimientos superiores. La compensación es espontánea y, naturalmente,
nos e ciñe a normas; sirve de tónico a la lengua oral pero desvirtúa
conceptos.
Así la prensa,
y agudamente el libro, lejos de ser letra muerta, son palabra viva; en tanto
que el habla –“lenguaje vivo” como diría Charles
Bally- sobrevive, penosamente, gracias a la necesidad apremiante de comunicación
y a las inyecciones de urgencia que le concede la lengua escrita.
El libro, definido en
este primer plano de la lengua escrita, está, hoy día, en todo
el mundo civilizado siendo factor dinámico de toda comunicación
– desde la conversación hasta la especulación más
abstracta-, es algo efectivamente insistituible: es todos los sentidos y toda
la conciencia en desarrollo vital puestos en acción dentro de cada
individuo y, acrecentando su poder, en el diálogo, en el coloquio,
el estudio, la motivación creadora y la autoconciencia en contacto
con las otras autoconciencias del medio social.
Por comparación
con los medios audio visuales, si bien estos cumplen con una específica
labor de informar ( y en lo posible enseñar) dado el carácter
móvil de sus imágenes acústicas y ópticas, no
dejan tiempo ni lugar para la reflexión, el discernimiento, el juicio,
y ni tan siquiera para la reacción personal y la actividad intelectual
del espectador.
Mac Luhan le asignó una supremacía por sobre el lenguaje escrito.
Más espectacular que inteligente, piensa que a la “galaxia Gutemberg”
la está remplazando la “galaxia faraday”. Estimamos que
sí, y estimamos que no. El mayor peligro a que puede conducir el abuso
de los medios audio-visuales es el detrimento de la lengua escrita; del libro
particularmente. Reducirlo todo a imágenes que se muestran como cosas
concretas es desplazar de la mente el mundo de las ideas, pues éstas,
hasta la más modesta, no pueden representarse como cosas. Sin embargo,
de hecho, en la televisión, se intenta cosificarlas; como esto es realmente
imposible, lo que está ocurriendo, eso si, es cosificar al hombre mismo,
convertirlo en un receptáculo pasivo, víctima de los hechos
que registran sus sentidos, y expulsar, de ese modo, al pensamiento y al espíritu.
Hacer del hombre un objeto es privarlo, finalmente, de su condición
esencial de sujeto, pensante, activo y formador de sí mismo y de su
historia. Pero aparte la naturaleza excepcional del libro y su forma verbal
escrita, hay que valorizarlo por su contenido. Es múltiple. Estimular
la creación, la edición, la distribución, la venta, la
producción y la lectura de libros significa mucho más que estimular
el comercio de un artículo o de un producto. Es, desde luego, no sólo
un producto de autores y editores, sino un vehículo, un instrumento,
una herramienta: en términos económicos, forma entre los llamados
medios de producción, pues su función es servir para la producción
de otros productos: los de la inteligencia, la investigación y la creación,
destinados al saber puro o al saber aplicado, al mejoramiento de las ideas,
de los modos de vida, de la moral, de la espiritualidad, del desarrollo físico
y mental, de la realización de los valores religiosos y, desde luego,
instruye y da a conocer todo aquello que en teoría o en la práctica
sirve al hombre, en su vida cotidiana más sencilla, como, en niveles
superiores, en los estudios de disciplinas y profesiones; tanto en la enseñanza
de artes, artesanías o prácticas útiles en la existencia
diaria, como hacer gimnasia o mudar una guagua. El libro provee de todo. Su
dominio abarca desde el manual de cocina hasta “El banquete” de
Platón.
Cuando pensamos en lo
que se hace en muchos países que aspiran a crecer y mejorar, y que
promueven la lectura, la investigación, la educación, el desenvolvimiento
de la imaginación y el conocimiento de lo que uno es y de lo que la
Nación propia ha sido, es y puede llegar a ser en la historia, y se
advierte que en ese predicamento fomentan la producción de libros y
su más amplia difusión desde la infancia hasta la extrema edad,
nos damos cuenta –y nos asombramos por su obviedad- de que al estimular
eficazmente a autores, editores, profesores, distribuidores, libreros y lectores
no es a un solo producto – el libro- al que se está estimulando.
Es a muchos de sus contenidos más eminentes. No basta con abrir el
catálogo de una casa editora chilena ( que, sin duda, coincidirá
bastante con el de otras editoriales) para darnos cuenta de que el producto
que deseamos se proteja y robustezca es muchos productos, a saber: El arte,
la biología, la química, la medicina, la física, la técnica,
la matemáticas, la filosofía, la sicología, la antropología,
la sociología, las ciencias políticas, la economía, la
historia, la geopolítica, la geografía, la ecología,
la filología, la pedagogía, la poesía, la literatura.
Fuera del hombre mismo, lo más próximo que tenemos es el libro.
El libro, nuestro semejante.