Quédese
acostada no más mamita
por Mónica Isabel Castro
Plaza
Quédese acostada no
más mamita, si yo ahora la voy a atender. Voy a
abrir un poco las ventanas para que se ventile la pieza,
mire que de tanto estar encerradas aquí las dos,
sin que nadie nos visite, se está poniendo un olor
un poco pesado. No, si yo no digo que usted no haga aseo
o no mantenga las piezas impecables, pero usted sabe que
hay que dejar que entre un poquito de aire. Le voy a
traer otras frazaditas, para que no le venga una
corriente y le vaya a dar tortícolis , y si quiere
le traigo unas motitas de algodón para que se
ponga en los oídos. Se acuerda. Tanto que
sufría de los oídos y tanto médico
que gastamos - no si no le estoy sacando en cara los
gastos - lo que yo digo es que nunca pudieron encontrarle
nada, y la tía Silvia que decía que era
pura hipocondría, y usted se enojaba tanto, pero
para mi que los médicos de ahora se la llevan
mandándola a una a sacarse exámenes, porque
a ellos les conviene que una se la pase enfermo, si no
ganarían harto menos de esos tremendos sueldos que
se sacan. Ya, póngase los algodones en los
oídos y tápese bien para poder abrir una de
las ventanas, no si no las voy a abrir todas, usted
preocúpese de taparse bien no más. Yo le
voy a preparar mientras tanto una sopita de pollo que a
usted le gustan tanto. Bueno, no me quedan tan buenas
como las que usted cocinaba, para el año nuevo,
esas que repartía a los tíos y los primos
para componer la caña. Los tazones de
consomé quedaban limpiecitos, sopeados con el pan
amasado que yo le ayudaba a preparar. Se acuerda esa vez
que nos quedamos sin pan amasado porque yo le
derramé toda la levadura, que se estaba
fermentando, usted estaba furiosa, se acuerda, hasta me
llegó un par de palizas. Por aquí tengo la
cicatriz, pero no se enoje mamita que le acuerde de esto,
si son cosa que ya pasaron. Ya, me voy a la cocina, de
ahí le voy a seguir conversando, para que no se
sienta tan solita. Hace tantos meses que no nos vienen a
visitar el Ricardo, la Sole, la Carmencita. Qué
les habrá pasado. Lo último que supe de la
Carmencita era que está trabajando de vendedora en
una AFP, ejecutiva de ventas que le dicen y que se
compró un auto de último modelo y que
todavía sigue soltera. Tanto pretendiente tener, y
que no le guste ni uno solo. De la Sole fíjese no
he sabido nada, pero del Ricardo, un perdido, tanto
quererlo usted señora y regalonearlo, ahora anda
como borracho perdido, robándole hasta a la mujer.
Me llamó la Merce hace como dos días,
llorando la pobre porque no sabía que hacer, y yo
que lo único que podía decirle era que
tuviera fe en nuestra señora del Carmen, en un
milagro, pero ella no paraba de llorar. Y le mandó
saludos a usted, dijo que ya no tenía ganas ni de
salir de la casa. Bueno si usted no quiere no seguimos
hablando, que el Ricardo era como sus ojos, pero ya ve
que no da señales de vida. Irá a terminar
muerto en alguna esquina, con el frío que hace y
con usted mamá que preferiría tenerlo a
él cuidándola, que a mi, a la más
debilucha de los tres, a la hija por la que nadie daba
un peso. Pero bueno aquí está la sopa,
bien calientita, para la pena, no se vaya a poner a
llorar, tómesela toda, porque usted misma sabe lo
reponedoras que son, con esto se le va a pasar hasta el
dolor de espalda. Se acuerda que se pasaba semanas
enteras acostada por ese dolor, nosotros que
éramos chicas no entendíamos mucho, pero
todos esos días usted nos hacía harta
falta, por que con el dolor casi no nos hablaba, y cuando
se levantaba andaba como enojada, de repente le
venía como una fuerza y se ponía a
gritarnos tan fieramente que nosotros con los chiquillos
nos arrancábamos para la pieza y usted golpeaba y
golpeaba hasta que teníamos que salir y nos
hacía ordenar los juguetes, nos botaba todo los
que encontraba en el suelo, y a mi me botó una
muñeca que yo quería tanto, le sacó
la cabeza y la botó al basurero. Después se
fue a acostar de nuevo y ya no nos habló
más. Pero se quejaba de su dolor de espalda y
decía que nosotros teníamos la culpa de su
enfermedad. Que nosotros la íbamos a matar. Cuando
usted se durmió me fui a la cocina y recogí
mi muñeca y recogí la cabeza. Yo me
imaginaba que le dolía y pensaba que podía
sangrar, pero mi muñeca no tenía sangre,
así que cuando usted estaba dormida, entré
a su pieza y le saqué el costurero y le
cocí toda la cabeza, y mi muñeca
volvió a tener una cabeza pero con una cicatriz.
La escondí debajo de mi cama para que nadie la
encontrara de nuevo.
Se quedó dormida, mamita y
mejor que no haya escuchado la historia porque como le
dije son historias pasadas. No se tomó la sopa. Se
la voy a tener que recalentar para cuando se despierte.
Durmió varias horas y no se
dio cuenta, no se preocupe que ya le cerré las
ventanas porque ya llegó el atardecer. Nadie ha
venido mamita.
Pero de todas formas la voy a
maquillar un poquito, con sus pinturas, tan antiguas, que
no haya querido que le compre algo más moderno,
algo en el Pre - Unic, que son cosa barata y buena, de
marca, pero usted insiste en que quiere su polvera, con
espejo, su rouge en ese tono rojo que ya ni lo fabrican y
la colonia Jean Les Pains, que es lo único que le
acepta a la modernidad. Voy a cubrirle primero la cara de
polvo, ese que asusta porque hace que se vea como una
muerta, la sombra en los ojos, da gusto su carita que
casi no tiene arrugas, sus párpados están
estiraditos, la sombra celeste se desliza como por un
pedacito de seda. Pero le pongo dos tonos como me
enseñó una esteticista que conocí
conversando en la micro; abajo uno más oscuro,
arriba uno más claro, para iluminar la mirada; y
el rouge, rojito como sangre, como efecto especial, como
si su boca sangrara después de un balazo en una
película de vaqueros. Yo no he visto
películas de vaqueros, pero me han contado. A
usted no le gustaba que fuéramos al cine, se
acuerda, decía que mostraban puras cochinadas y
que hacía que los jóvenes se perdieran del
buen camino. Una vez le pedí permiso y por toda
respuesta recibí una cachetada que nunca me he
podido olvidar. Su mano quedó marcada en mi
mejilla por varias horas, y yo me miraba en el espejo y
me imaginaba que me había puesto una
maldición de la que no me iba librar. Yo no digo
que esté maldita, pero esta vida cuidándola
a usted me hace pensar que ya estoy marchita. Como muerta
por dentro, como que ya no tuviera
corazón..
Ya quedó toda maquillada, se
ve bien buena moza, vamos a esperar si de aquí
hasta que anochezca alguien viene a visitarnos. El otro
día me encontré con el señor que
atiende el almacén de la esquina y me dijo que
cualquier día hacía una pasadita, que
echaba de menos que ya no fuera usted la que iba a hacer
los encargos. Yo le expliqué de su enfermedad
larga, que la dejó postrada, que no le permite
caminar. El me miró con pena y entonces se
despidió con una aire triste. En una de esas se
anima a venir hoy día, y podemos conversar de las
novedades de allá afuera, mire que yo salgo no
más para las compras del mes, unas cajitas de
té, harina para hacer el pan, azúcar,
arroz, tantas cosas, y como el maestro que había
quedado de venir no apareció más estamos
sin televisión, así que ni de las noticias
nos enteramos. Ya mamita, si quiere se duerme no
más, yo le voy a sacar la pintura para que no se
le vaya a echar a perder el cutis. A mi no me dejaba
pintarme, se acuerda, me decía que parecía
una perdida, bueno, con otras palabras, pero para que las
vamos a repetir. Así me fui quedando soltera,
acompañándola a usted, lavándola,
mudándola, no, si yo no se lo saco en cara, le
digo no más, y usted me mira con esa cara perdida
, ni siquiera se mueve un poquito para decirme que
está incómoda, o que quiere que le caliente
la sopita. No es que yo quiera seguir hablando del
asunto, pero usted mamita no dejaba que entrara ni un
pretendiente, y se acuerda esa vez que me pillo
besándome con el
Carlos parece que se
llamaba, me agarró de una oreja me llevó a
la casa bien rápido y yo miraba al Carlos de lejos
y trataba de explicarle con la mirada lo que estaba
pasando, pero usted entró conmigo, cerró de
un portazo y ahí me dio como veinte o treinta
azotes, pero sabe lo que a mi más me dolía,
mamita, era el Carlos, que se había quedado sin
entender nada y que nunca más volvió a
preguntar por mi. Y yo me quedé esperando por
varios años a que apareciera, pero parece que se
olvidó bien rápido de mí, tal como
usted me dijo. Me ponen tristes estas cosas, sabe mamita,
pero no vaya a pensar que le guardo rencor por las cosas
que pasaron, pero se me fueron haciendo así como
heriditas, chicas, que ahora con el tiempo me
están doliendo más, como si cada vez que
usted me gritaba que yo era una prostituta barata, o me
golpeara con su varilla, o me acusara de mentirosa cuando
yo le contaba que mi papá me andaba tocando esas
partes en el pasillo y que se metía algunas noches
en mi cama para pedirme que yo le hiciera cosas, esos son
como clavos y yo soy como una puerta y quedaron en mi
piel que es como la madera, unos hoyos que ya nadie puede
reparar. Y ahora yo la cuido mamita, pero usted no me
cuidó a mí. Ahora yo le limpio las heridas,
con algodón, con ese alcohol que no duele. Le
limpio las heridas, los cortes que todos los días
le hago con la gillete del papá, parecidas, muy
parecidas a las que usted me hizo, pero como usted es mi
mamita a usted no le duelen, porque mamita usted ya
está hace días muerta.