Mauricio Darlo se llama. Tiene la piel curtida por
el sol y el agua salada y fría con la que convive todas las mañanas.
Estaba un domingo por la tarde, más exactamente desde las 2 de ese
verano del 97,en la cancha. Tiene una caña infernal, que a esas
alturas de la vida es una anécdota más. Cuando aspira el humo del
cigarro que tiene en sus dedos siente que el estómago se le revuelve,
pero justo cuando cree que va a tener que vomitar, todo mejora y logra
tragar aire. Don Mauro, como todos lo conocen, está cansado, necesita
un trago de vino, tinto por supuesto, sólo un trago más para llegar
al final del partido sin sobresaltos. No reconoce casi ninguna cara
entre la gente que habitúa la tribuna andes del estadio Playa Ancha.
Sólo esos viejos regordetes y adinerados que van siempre y que no se
contentan nunca, ni cuando el equipo caturro golea.
El calor sofoca, el equipo parece que corre cada
vez más poco, y las ganas ya no se ven a flor de piel."Estos
gueones juegan por la plata nomás", piensa."No como antes,
cuando los muchachos eran todos cabros conocidos, de por ahí, todos
porteños claro. ,Niños wanderinos hasta la médula"Las caras
están largas, aburridas, solo algunos hinchas ebrios animan la
escena. Él saca su caja de vino de entre sus ropas, su chaquetón
recio y pesado, bebió un sorbo largo. Era como si tomara agua
hirviendo, sintió un escalofrío general, y luego un bienestar casi
inmedible, que duró lo mismo que un pestañeo. Una larga bocanada al
cigarrillo, y ya todo cambia, se hace menos insoportable el día
domingo, y justifica el no haberse quedado en su casa, golpeando a sus
hijos o pateando a su maldito perro. Don Mauro se para, palabrea a los
jugadores, palabrea al público que no grita, palabrea a los jugadores
del otro equipo y luego se sienta, sabiendo que el trabajo está echo,
el desahogo le permitirá llegar al próximo fin de semana, soportar
la apestosa semana de trabajo y decepciones. Se acuerda por un momento
de lo que pasará el lunes, la pesca ha estado la mala y la mar
mañosa como una mujer vieja. Nada que un buen sorbo no aleje por el
momento, a concentrarse en el partido, en la cancha.
Los ratos se le hacen cada vez más cortos, el
primer tiempo se acaba y todo el mundo se para de sus asientos para
reconstruirse o caminar por un pan con palta y jamón para soportar el
hambre que a esa hora aprieta la guata. Don Mauro no siente hambre,
sabe que luego se dejará caer en la casa del ramón
"EL
Moncho me salva la tarde", seguramente van a tomar algo y a matar
el sol mientras la hora de ir a la cama se acerca. Toma un trago
largo, lo encuentra ya más seco que los anteriores, más grueso y
rico.
Los quince minutos pasan rápido, los equipos ya
están en la cancha, casi nadie se ha dado cuenta de ello. A don Mauro
le dan ganas de mear. Junta sus huesos lastimados y se para
dolorosamente. Camina hacia el baño chocando con toda la gente que se
apura para acomodarse a ver el segundo tiempo. Entra al baño, el
lugar apesta a orines, en la puerta esta sentado el viejo que pide
unas monedas por un trozo de papel. Mauro entra al baño por un
costado, evitando el trámite. No piensa ocupar papel. El viejo lo
mira de reojo y gruñe un puñado de malas palabras. Don Mauro baja su
marrueco apresuradamente, necesita mear. Cuando por fin logra soltar
el chorro, siente que alguien le toca el hombro. Es el mismo viejo de
la puerta.
-Oye tú, toma un trozo de papel y pásame 50 pesos
que sea po.
-No tengo plata hombre, vuelve a tu asiento
tranquilo.
-¡hey! A ti te conozco hombre, tú eres el
pescador, tu vives acá en playa ancha.
Don Mauro voltea la mirada y apenas lo observa. No
le interesa en lo mas mínimo encontrarse con alguien ahí, en ese
momento, no quiere hablar con nadie. Sube su marrueco y voltea. Busca
un cigarro en su chaqueta y lo enciende.
-No te recuerdo, viejo. No sé quien eres.
-Si, si, yo me acuerdo de ti, nunca me he olvidado
de tu rostro infeliz.
Mauricio Darlo frunce el ceño, no puede recordar
con claridad ese rostro más viejo y enfermo que tiene en frente. Es
un viejo gordo y bajo de estatura, con el color típico de alguien que
ha tomado buenas cantidades de vino malo en los últimos años. Tiene
olor a encierro, a moho. Don Mauro no puede recordar nada acerca de
él. Lo aparta con el brazo, no es primera vez que le pasa algo así,
alguien que le quiere recordar alguno de sus pecados de juventud, algo
que hizo que jamás le había importado, que jamás le importaría.
-¡Sí, tú eres el mismo gueon de hace diez
años!- Mauricio Darlo voltea, ya no está de ánimo liviano como
antes, de echo comienza a enfurecer. Vuelve a observar el casi
grotesco rostro que lo molesta. Algo llama la atención en ese par de
ojos. A pesar del cansancio obvio, a pesar de la mala noche, a pesar
de la edad, ahí hay rabia, odio, emoción por el encuentro esperado
desde hace mucho. Mauricio Darlo trata de apresurar sus pensamientos,
trata de llegar luego a una conclusión lógica, trata de adivinar que
ha pasado con ese hombre quizás hace cuanto tiempo. La exaltación es
evidente.
-Dime de una vez quien eres gueon, antes que te
saque la madre por la boca -
El viejo tirita, ya casi no puede hablar de
emoción de miedo, de ira reprimida, del mayor de los sentimientos.
Con débiles pasos se acerca a Darlo, lo toma de las solapas y acerca
su rostro al oído para susurrar unas palabras. "Tu gueon, no te
acuerdas, mi gente en cambio no se olvida de ti, desde hace
mucho". Darlo esta pasmado, no logra encontrar la clave, no logra
aclararse. Una vez más el viejo se le acerca al oído,"una vez
cagaste mi vida gueon, y cagaste a todos los que conozco, acuérdate
nomás gueon". Darlo trata de apartarlo, pero el viejo esta firme
de sus solapas. Él nunca ha sentido remordimientos, ahora no es eso
lo que lo mueve, solo es el pavor que tiene al frente echo hombre lo
que intriga y casi hace que tema un poco. Sabe que un "no sé de
que me hablas" no sirve en estos casos, sabe que hay algo más,
algo de verdad.
-Soy Gustavo Espinosa gueon, el "tabo",
¿te acuerdas de algo ahora?-
Darlo siente que el pavor le sube como una gota de
sudor frío por el espinazo, como un tirón de adentro. De pronto hace
más frió, de pronto el ruido de afuera, de la cancha, se apaga por
completo. Darlo siente como es atravesado por un par de ojos llenos de
dolor, de algo fuerte, casi interminable.
Entonces todo vuelve a su mente, a tropezones, un
montón de imágenes que al principio no importan. Años de olvido,
bastan pocos segundos para que algunos hechos queden donde deben estar
para siempre, martillando para siempre sin parar, sin dejar huella
aparente, pero cambiando todo sin remedio. Darlo ya sabe exactamente
ante quien está lidiando, contra quien va a tener que luchar desde
ahora y en cualquier momento. Después de mucho tiempo el miedo en su
forma pura golpea a Darlo con furia, sin siquiera preguntar.
Imágenes de la mujer golpeada, gotas de sangre que
salpican la muralla de la pequeña pieza donde Darlo vivía de joven
con Isabel, gritos, insultos, vasos de vino a medio tomar y un olor
apestante a cigarros mezclado con humedad. Darlo golpea el rostro de
esa linda joven una y otra vez, mientras se escuchan los llantos de
hambre de su primer hijo, en el cuarto de al lado. El mundo se le
viene encima y se desquita con lo único que tiene. Luego sabía que
podría dormir muy tranquilo, extrañamente relajado y confiado que
después de despertar, todo estaría donde antes, y su mujer estaría
ahí para darle desayuno. Seguramente habrá despertado con dolor de
cabeza, con resaca. Ya no se acuerda muy bien. Si recuerda haberse
levantado tambaleando y haber caminado al comedor, recuerda como se
inclino y como trato de resucitar a ese cuerpo inerte, recuerda como
zamarreaba su cabeza, como la llamo una y otra vez, también recuerda
que un llanto de niño lo sacó de su estupor. Trata de imaginarse
llorando, trata de inventarse alguna escena en su mente, quizás para
tener el derecho posterior a pedir perdón, pero le es imposible. No
lloró ninguna lagrima. Después sólo fue huir, arrancar por mucho
tiempo antes de volver.
"El tano" se vuelve furia, dolor. La
herida de un hijo que se pierde por algo ajeno a la voluntad de Dios
es algo que no se olvida, menos se perdona. Muchos años de rencores
se concentran en ese momento. Don Gustavo esta ahí para algo, y no lo
dejará pasar.
Mauricio Darlo da un paso hacia atrás, Gustavo lo
abofetea con fuerza, Darlo se sorprende, esta a punto de caer sobre
sus espaldas, se siente mareado pero logra apoyarse en el muro del
baño, afuera los ruidos de la cancha vuelven, la gente grita, la
hinchada a despertado. Darlo trata de incorporarse rápido, aunque
tiene la mente nublada. Siente un dolor agudo en el estómago, se
levanta y observa un manchón rojo que se va agrandando acompañado de
una sensación de calor incomparable, pero que para él no es
desconocida. Darlo está herido. Levanta la vista y ahí esta el
apestoso rostro de Don Gustavo, mirándolo, ahora con otra expresión
en su boca, satisfacción. Darlo se desvanece, no es como las heridas
que había sufrido antes. El metal a perforado el estómago y no hay
nada que hacer. Don Gustavo Espinosa "El tabo", mira todo
con calma, Darlo agoniza, cae de espaldas al fondo del baño, encima
de los orines. Las fuerzas se le van rápido. Don Gustavo se sienta en
el banquito, respira hondo, trata de calmarse. Lo logra, busca un
recuerdo grato en su añosa mente, el dulce rostro de una niña que
hace mucho no ve.