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EL "CAUPE"

(Luis Alberto Acuña)

 

 

Divertido. Hay mucha gente así. Son verdaderos prototipos. Yo sé de uno de ese calibre, pero con un final distinto. Le decían "el Caupe". Llegó ya a la oficina con ese apelativo.

La historia es novedosa... y cruel. Yo no sé de los comienzos de ella, pero fui un testigo del desenlace, y se me quedó grabado. Era un "cabro" entonces...

Cuando llegué a Alianza -una oficina salitrera ni peor ni mejor que las otras- el Caupe hacía mucho tiempo que estaba ahí. Yo creo que era un buen hombre, es decir, lo creo ahora.

Sin ser joven -seguramente bordeaba los cincuenta-, aún mantenía un corpachón atlético. Y, aunque le blanquearan las sienes, los grandes mostachos negreaban la cara expresiva.

 

Dicen que de muchacho, y mucho después, no había mujer que se le resistiera. Que había sido buenmozo, fuerte como un toro y pendenciero. Imagínense la de maridos engañados, novios que se quedaron esperando y falsos donjuanes con más falsas esperanzas.

 

Claro que eso había sido antes. Ahora los hombres seguían respetando sus puños y su cuchillo, y las mujeres su antigua fama donjuanesca. Pero ya no se volvían locas por él como antaño. Eso sí, conservaba tres admiradoras de siempre.

 

Dicen también que se había sosegado, y que hacía tiempo no compartía su vida nada más que con una. Con las otras mantenía una relación externa y afectada, para no desmerecer su reputación.

 

En suma, era un simple amigo y camarada ostentoso de las mujeres que aún lo querían. Seguramente Clarisa sabía de esto y no