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DISPAROS EN UNA CENA FALLIDA

por Jorge Vidal

 

Al meter las manos en mis bolsillos me encontré con la sorpresa de que solo había trescientos cincuenta míseros pesos (lo de sorpresa es un decir, más bien fue una constatación. ¿Cómo iba a tener más dinero si hacía como un mes que estaba sin trabajo?). Y de verdad tenía hambre; pero no de pan y queso (era lo único que comía últimamente). Estaba hambriento de un buen plato de comida real, es decir algo caliente y sabroso; lo que fuera, ahora si además existía la posibilidad de un buen vaso de vino, mucho mejor; casi un paraíso.

¿Pero dónde ir, sin que mi presencia fuera desagradable?. Lo pensé un poco (casi nada), me puse mi casaca y partí. Eran las nueve de la noche, hora casi emblemática para cenar. Caminé las treinta cuadras que me separaban de su casa y al llegar (obvio) golpeé. Obvio también, nadie me abrió; volví a golpear y más obvio aun, nadie salió. Decidí esperar, un poco ofuscado por no encontrarla, encendí el último cigarrillo y me quedé a ver qué pasaba. La cortina de la casa continuase entreabrió.

- ¿Sabe usted a qué hora llega Raquel?, pregunté a modo de saludo.

- Generalmente entre las nueve y las diez.

- Gracias, le respondí.

- Dije, generalmente, pero no sé si hoy llegará a esa hora. No soy su gendarme.

La cortina se volvió a cerrar. Era evidente que para la señora Lucía (así se llamaba la vecina), mi presencia no le era grata; pero no podía culparla, ni siquiera lo era para mi familia.

Gracias a Dios, lo que generalmente ocurría, ocurrió. Iban a ser la diez cuando la vi darle un beso al chofer, bajarse del auto y vuelta darle otro beso al mismo chofer por la ventanilla. Finalmente el besado partió haciendo gala de quizá los cuántos caballos de fuerza de su motor. Por mi parte, ya me estaba despidiendo de mi buen plato de comida, cuando me vio.

- ¿Y tu que haces aquí? (se agitó un poco y le costo encontrar la llave.

- Quise venir a verte.

- ¿Y acaso no me pudiste llamar para avisarme?.

- (Silencio de mi parte).

- Pasa, siéntate y espérame un rato (me dijo al fin).

Las costumbres de ella al menos no habían cambiado. Abrió la puerta, tiró las llaves sobre la mesa, la chaqueta sobre el sofá y finalmente fue al baño. Desde que la conocí, siempre fue igual el rito de la llegada. Sólo un cambio, antes (cuando vivíamos juntos) me pedía que fuera a la cocina y calentara la comida; ahora nada. "Comida", pensé, por poco olvido a lo que venía. Al cabo de un rato volvió un poco menos agitada. Se vía bien con esa falda (siempre ha tenido buenas piernas, por eso las usa cortas; las faldas, no las piernas).

Partió a la cocina a hacer los que antes hacía yo y regresó.

- ¿Se puede saber a qué viniste?.

La guerra comenzaba y yo no estaba dispuesto a que me pegaran así en despoblado. De modo que me suavicé un poco.

- Ya te dije, tenía ganas de verte.

- Bueno, ya me viste.

Era el primer disparo, y realidad yo no sabía muy bien como eludirlo.

- Podrías al menos preguntarme cómo estoy ¿o ya no te interesa?.

Mi disparo fue casual, casi sin intención, pero surtió efecto en ella.

-Ok, ¿cómo te ha ido?.

- No tan bien como a ti, por lo que veo.

Segundo disparo certero mío y con plena intención.

- ¿A qué te refieres?.

Intuí que ella estaba preparando el revólver nuevamente, pero no me compliqué en desarmarla.

- A la escenita que acabo de ver. Tu, el chofer y los besos.

Me lanzó el disparo casi a quemarropa y en pleno corazón. Fue una bala vengadora.

- Mira, tu y yo hace mucho tiempo que terminamos, y disculpa que te lo recuerde, fuiste tú el que me dejó. De modo que ahora soy libre de hacer lo que me plazca y con quien me plazca ¿ok?.

Cargué mi revólver y disparé sin miramientos.

- Eso de "hace tiempo" es relativo. ¿Dos meses es mucho tiempo para ti?. En todo caso ya veo que es una pregunta estúpida, es obvio que son casi dos siglos.

Noté de inmediato que el disparo la había herido de muerte.

- El punto para mí, no es el tiempo transcurrido, sin que tu me abandonaste.

Fue una bala que ella tiró por tirar, nada más.

- Mira, el hecho es que hace apenas dos meses que no estamos juntos. Yo estoy sin trabajo, sin pareja, más solo que nunca y tú en cambio parece que me enterraste y renaciste. Todo al mismo tiempo. Podrías haber esperado a que el cadáver se enfriara, al menos.

Mi disparo fue mortal y fulminante. A ella se le acabaron las balas (cuidado que las armas la carga el diablo)y bajó la guardia. Toda ella era culpa.

- ¿Te sirve de algo decir que aun te amo?.

Muerte total para ella. En el momento preciso en que iba a decirle que no servía de nada, menos con la escenita que acababa de ver en el auto; ella agudizó su olfato y fue a la cocina.

-¡Mierda! - escuché que decía- Se me acaba de quemar la comida y no tengo nada más para ofrecerte.

Muerte total de parte mía. Mi cadáver yacía inmóvil sobre la alfombra. Adiós a la comida real, al vino paradisíaco. Adiós al cigarrillo que ella me ofrecería después de cenar. Adiós a su cuerpo que seguramente me deleitaría luego de comer, beber y fumar. Era en realidad la última bala que ella tenía y la descargó sin querer sobre mi estómago (razonable, como se dijo, las armas las carga el diablo).

Me levanté del sillón y me despedí. Algo escuché que por favor me quedara. Cerré la puerta y vi a la señora Lucía, que si bien no era gendarme de ella, si lo era de mí, por el modo en que me miraba.

Hacía frío, caminé lo más rápido posible las treinta cuadras, llegué a la pieza, abrí el armario, saqué un pedazo de pan y trocé la última rebanada de queso que me quedaba (algo tenía que dejar para mañana). Me fui a la cama. No pude pegar los ojos en toda la noche.

 

 

 

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