Continuación de la historia inconclusa.

(a modo de ejemplo)

Tuvo tres pretendientes. El primero era un hombre acaudalado que al verla se sintió poseído y la cortejó durante meses. Ella no cedió y siguió dándole falsas esperanzas, pues desde un principio ella pensó que éste no era su príncipe.

Recibió sus rosas y regalos, aceptó sus invitaciones al teatro y permitió que le tomara la mano. Pero nada más. Por lo que el pretendiente se aburrió.

 

El segundo era un músico bohemio, iluminado y alegre que logró entusiasmarla. Pasó tardes enteras acompañándolo en el bar mientras éste tocaba su instrumento sin despegar los ojos de ella. Era loco y especial, veía la vida con optimismo, pero no tenía donde caerse muerto. Su visión de las cosas era simple y no tenía mayores pretensiones, se contentaba con la música, el vino y algún pan.

Al poco tiempo María pensó que esto era como estar siempre en la luna y, no sin cierta tristeza, lo mandó cambiar.

 

El tercero era un cura. ( y aquí comienza lo increíble de esta historia) un cura joven y a cargo del confesionario de la parroquia.

María se le había acercado como confesor y su dulce voz en el oído del sacerdote comenzó a hacer estragos en el alma del religioso.

Su lucha debió ser horrible, pero después de un tiempo sucumbió al amor por una mujer. Aprovechó la cercanía del confesionario para obtener mayores detalles de su amada y lentamente la fue preparando para lo que él tenía que decirle.

María quedó atónita con su revelación. Sentirse amada así por un hombre santo no la dejó indiferente y durante tres o cuatro domingos no asistió a la iglesia.

El cura creyó morir y la buscó.

A esta altura el comidillo en el barrio era atroz, a pesar de que el sacerdote aparentaba cumplir únicamente con su deber religioso.

María no sabía qué hacer ni qué decir. El cura le había prometido renunciar a sus votos y, además, matrimonio.

Ella le respodió que no, que cómo podría, que era una locura, que no tenía ni pies ni cabeza, algo espantoso, que qué iban a decir las personas.

Pero el sacerdote, enamorado como estaba colgó la sotana y se le arrodilló implorándole matrimonio.

Literalmente la persiguió y embrujó, pues al cabo de unos meses María cedía ante la insistencia de ahora ex sacerdote.

 

El matrimonio empezó bien ya que el ex religioso, a pesar de su falta de experiencia, resultó ser un amante extraordinario y María, que por fin conocía los placeres de la carne, lo amó sin medida, entregándosele cada vez más.

Se fueron a vivir a un pequeño departamento mientras el esposo buscaba algún empleo como profesor de religión o filosofía.