Película circunscrita al género de las fugas carcelarias, destinada
al consumo del espectador que busca entretención de su visionado.
Lejos del espesor dramático de cintas como Fuga de Alcatraz (Don
Siegel), Papillon (Franklin Schaffner), Sueños de
Fuga (Frank Darabont), El Gran Escape (John Sturges)
y Expreso de Medianoche (Alan Parker), la chilena Pacto
de Fuga toma prestado el cascarón de este tipo de películas
(planificación, estrategia para reducir escombros y un póster de
chica desnuda para despistar a los gendarmes). En la anécdota es
demasiado similar a Sueños de Fuga (1994), aunque su reconstitución
de época sea sobresaliente, situándose a la altura de producción
que se espera de este género.
La tensión por ser descubiertos está bien lograda y la claustrofobia
permea mucha de las escenas que básicamente transcurren al interior
de una celda de presos políticos de la dictadura de Pinochet. Hay
espacios de la ex Cárcel Pública de Santiago reconstruidos fielmente
y vemos presos confinados en una sección especial del penal, en
cuyos tejados recibían las visitas de sus familiares. Los personajes
principales pertenecen a las filas del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez (FPMR) y la cinta insinúa su participación en el atentado
al general Pinochet y en el desembarco de armas en Carrizal bajo,
ambas operaciones fallidas que determinarán la permanencia de los
reclusos en el mencionado recinto carcelario. León Vargas (el ingeniero)
liderará la operación, no tiene nada que perder, su esposa e hija
fueron asesinadas por los militares, vistazos recurrentes a su
fotografía recuerdan el dolor. La cinta hace hincapié en los ideales
de estos reclusos y en la pérdida que debieron afrontar para oponerse
a una de las dictaduras más crueles del continente (se refiere
a muertes de familiares o al rompimiento de lazos conyugales).
El 29 de enero de 1990 se produjo la mayor fuga de la historia
carcelaria de Chile: 49 presos políticos vieron la luz, cuarenta
días antes de que asumiera Patricio Aylwin a la presidencia de
la República, luego de haber triunfado en las elecciones posteriores
al Plebiscito de 1988, donde la opción por el NO (a la continuación
de la dictadura) allanara el camino al retorno de la democracia.
Esta película chilena se enfoca en el suspenso y resta épica a
los personajes. Si bien hay guiños al FPMR, no hay imágenes que
permitan diferenciarlos de los presos comunes. El guion es unidireccional:
no muestra escenas paralelas que caractericen a los reclusos como
miembros de la lucha armada contra la dictadura. Nada de imágenes
reveladoras, salvo breves explicaciones sólo entendibles para los
chilenos y que hacen muy difícil la lectura para un espectador
extranjero.
La banda sonora incluye algunas canciones de la época (Los Prisioneros,
Aparato Raro), pero es la versión moderna de “Libertad” de Ana
Tijoux, la canción elegida para hacer una suerte de video clip
de imágenes yuxtapuestas que dan cuenta del conflicto interno de
los personajes. Es bien extraña esta última elección de montaje
que emparenta más con el mundo de la música, dejando de lado las
elipsis más propias del lenguaje cinematográfico.
Hay otras escenas, por el contrario, hermosas y metafóricas como
una vista general al túnel con los presos avanzando hacia su libertad,
o la escena de Rafael Jiménez (el otro protagonista) quedándose
a bordo de una micro, sentado en el último asiento y con todo el
porvenir por delante, sabiendo que acaba de escapar de una condena
de muerte.
Hay mención a la Vicaría de la Solidaridad como apoyo fundamental
a los presos políticos, pero insisto, sólo está insinuado en una
película más enfocada en la acción trepidante. Mejor es el
trabajo sobre personajes como los gendarmes, el alcaide y sobre
todo el fiscal Andrade, exhibiendo este último la mejor muestra
de brutalidad y excesos que caracterizaron a la dictadura de Pinochet.