DON
PEPE
I
LA
FUERZA DE UNA SONRISA.
Don
Pepe, como le decía cariñosamente la gente del pueblo,
era un alcalde cordial y de aspecto bonachón que había
sabido ganarse la estima de los vecinos.
Esta
era la tercera vez que asumía la alcaldía de Peñaclara,
un antiguo pueblo lleno de historia y recuerdos, hoy día
casi olvidado tratando de subsistir penosamente con sus escuálidos
recursos.
Su
estilo de gestión era, a decir lo menos bastante curioso,
y con este proceder sólo había logrado congelar
cualquier iniciativa de progreso en su comuna.
El
se limitaba a recibir amablemente en su despacho a quien lo solicitase
y nadie partía de allí sin una promesa, un buen
apretón de manos y la famosa sonrisa de don Pepe. Por supuesto
que pocas promesas se cumplían y entonces, junto a esa
gran masa anónima que apoyaba a don Pepe como primer edil
de la comuna, se fue creando lentamente la que parecía
ser una creciente oposición.
No
faltaban las quejas formales, documentadas, oficializadas, pero
don Pepe sabía bajarle el perfil a cualquier reclamo en
su contra, habiendo llegado a ser un maestro en ese oficio.
Los
funcionarios de Peñaclara, por su parte, se las arreglaban
como podían. Algunos se desesperaban ante la inercia y
la abulia de don Pepe frente a problemas importantes, pero otros
se aprovechaban sacando partido de esta misma actitud, siguiendo
la máxima de: «a río revuelto, ganancia de
pescadores». Así, la comuna se había hecho
prácticamente ingobernable y se encontraba atascada en
la desidia y en la inoperancia más espantosa.
Debido
a esto, si alguna persona emprendedora avistaba radicarse en el
pueblo y lo hacía, no pasaba mucho tiempo para que ésta
se mudara, abrumada por la indiferencia y lasitud del entorno,
dejando así a Peñaclara sin nuevas ideas ni posibilidad
de renovarse.
A
decir verdad nada parecía resultar por esos rumbos. Inevitablemente
cualquier nueva empresa fracasaba y el asunto, a decir de muchos
se ponía cada vez más negro, como para preocuparse.
Don
Pepe, sin embargo, continuaba religiosamente asistiendo todos
los eventos sociales, fuera cual fuera su importancia o urgencia,
pero en cambio seguía negándose a decidir sobre
asuntos más trascendentes, los que esperaban retenidos,
consciente o inconscientemente, en algún rincón
de su memoria o su escritorio.
Con
el tiempo llegó de nuevo la época de elecciones
y don Pepe se vio obligado a entrar con sus mejores sonrisas y
apretones de mano a la contienda política, si quería
ser reelegido. Claro está que no eran pocos los que hervían
en ganas de arrebatarle el trono a don Pepe. Entre ellos se contaban
algunos antiguos políticos ávidos de poder y ambiciones
personales, y también otros vecinos con menos experiencia,
pero que impelidos a participar en virtud de la desesperanza y
el cansancio de verlo todo estancado, comenzaron a proclamarse
como candidatos. Algunos se afanaron en crear interesantes programas
de desarrollo y se hicieron asesorar, a sus costas, por destacados
profesionales. Los Políticos en cambio, con más
experiencia, urdían sus redes sin mucha esperanza, conscientes
de la fuerza de atracción que tenían la sonrisa,
los abrazos y apretones de mano de don Pepe.
Don
Pepe, por su parte, continuaba como si nada, con la misma estrategia
de decirles que sí a todos y hacer exactamente lo contrario,
porque a fin de cuentas , no en vano había ganado ya con
esa táctica en tres oportunidades.
Dicen
que los tiempos cambian, pero al parecer ni don Pepe ni los votantes
de Peñaclara tenían conciencia de aquello, porque
al decir de los analistas políticos locales la votación
sería aproximadamente la misma de las elecciones anteriores.
Es decir, don Pepe asumiría nuevamente la alcaldía
por cuarta vez y sin grandes problemas, apoyado por una gran parte
de los peñaclarinos.
Entonces,
un grupo de vecinos sorprendidos y alarmados por la posibilidad
de ver a don Pepe nuevamente rigiendo los destinos de su comuna,
decidieron organizarse y, a pesar de los malos augurios, intentar
hacer algo al respecto apoyando las nuevas propuestas. Organizaron
una serie de eventos dirigidos a la juventud para tratar de conquistarla,
otros dirigidos a la tercera edad y otros para los marginados
de la comuna. Promovieron igualmente los programas de desarrollo
más convenientes y hasta intentaron infundir en los habitantes
una mística de progreso. Pero, todo esto sin que lograran
obtener mucho éxito.
La
contienda electoral fue una verdadera batalla campal. Entre los
candidatos se sacaron la mugre a punta de descalificaciones y
acusaciones, la mayor parte gratuitas. Así el pueblo de
Peñaclara fue entonces el espectador de un verdadero agitamiento
político.
Las
promesas volaban y los incrédulos votantes observaban escépticos.
El
único que no prometió nada fue precisamente don
Pepe. El se limitó a sonreír y estrechar las manos
de los vecinos, dejando planear un cierto aire de incredulidad
con respecto a sus contendientes.
Finalmente,
la gente, como en años anteriores, no se interesó
mucho tampoco por las nuevas propuestas, mostrándose indiferente
y apática, y se inclinó, inexplicablemente, a seguir
junto a don Pepe. El al menos, decía ésta, encarnaba
la calma y la continuidad, y cada uno podía estar seguro
de ser siempre escuchado por un hombre amable y bien dispuesto,
aunque todo siguiera igual.
Entonces
no hubo caso. La fuerza de la costumbre los había ya habituado
a ese estilo absurdo, pero cordial, de irse muriendo lentamente.
Todos juntos, hacia la misma tumba, como si estuvieran condenados
a ese destino increíble, volviendo una y otra vez sobre
lo mismo.
II
EL MARTIRIO DEL CONTRIBUYENTE
A
Peñaclara se llega, desde la capital hacia la costa, por
dos grandes avenidas cercadas por plátanos orientales,
y por una de estas largas y floridas avenidas llegó doña
Sara para instalarse en el pueblo.
Al
otro día de su arribo decidió salir a recorrer el
lugar llegando hasta la plaza principal que llena de gente parecía
un lugar festivo y atrayente. Se mezcló con la multitud
y trató de escuchar la conversación de los grupos
de jóvenes que fumaban y compartían alegremente.
Se sentó en un banco y allí se quedó por
un buen rato hasta que decidió volver a su casa.
Durante
toda esa primera semana se instaló en su nueva morada,
arregló sus cosas y la decoró a su gusto. Conoció
algunos de sus vecinos y dio por terminada la mudanza.
Al
comenzar la siguiente semana se dirigió a la Municipalidad
de Peñaclara con la intención de informarse sobre
las actividades de la comuna. En ésta le atendieron gentilmente
y ella pensó que tenía buena suerte de llegar a
una comuna como esa, en donde recibían tan bien a los vecinos.
Después
de un tiempo tuvo ánimo y se armó de valor y para
ir al municipio a ofrecer su proyecto.
La
persona que la atendió le sugirió proponer el asunto
directamente a la alcaldía, por lo que debió concertar
una entrevista con don Pepe.
La
reunión se fijó para fines de ese mismo mes, dentro
de dos semanas, a las doce horas en punto.
Don
Pepe la recibió después de tener que esperar dos
horas, y su sonrisa la cautivó desde el principio. Hizo
su solicitud y el alcalde estuvo de acuerdo en todo, incluso mandó
llamar a uno de sus subordinados para que se encargara del asunto.
A doña Sara le prometió, además, que él
seguiría el tema personalmente, y muy de cerca, porque
le parecía interesante.
Después
de todo esto doña Sara dejó la alcaldía contenta.
El empleado le tomó sus datos y pareció formalizar
la solicitud aceptada de palabra por el alcalde.
La
cosa había sido más fácil de lo que ella
había pensado y motivada, comenzó a planificar el
siguiente paso.
El
lunes siguiente volvió al municipio llevando todos los
documentos que le señalara el funcionario y los dejó
allí para que estos siguieran el trámite acostumbrado.
Pasaron
entonces dos semanas y nada. Le pidieron paciencia, y en eso pasaron
otras dos semanas.
A
esta altura doña Sara un poco preocupada con el curso de
los acontecimientos decidió recurrir de nuevo a don Pepe
porque, después de todo, él mismo había ordenado
darle curso a su solicitud y de pronto, todo parecía estancado.
Consiguió
una reunión para dentro de cinco días, a las cuatro
de la tarde en punto.
De
nuevo tuvo que hacer una antesala por cerca de dos horas y cuando
ya parecía ser su turno, se le acercó la secretaría
para decirle que don Pepe lo sentía, pero que no podía
recibirla debido a que tenía que salir rápidamente.
Aunque no debía preocuparse porque su asunto estaba listo.
El
empleado encargado también le aseguró que lo suyo
estaba listo, que sólamente faltaba un pequeño trámite
administrativo, y que no se había podido cursar hasta ahora
porque el asesor legal estaba ausente en un seminario, por varios
días.
Al
fin una explicación razonable, pensó doña
Sara.
Pero,
como el tiempo siguió pasando sin que algo se concretara,
decidió intentar hablar nuevamente con don Pepe. Con éste
se había encontrado en los pasillos, y la había
saludado, pero siempre apurado, escabulléndose entre la
gente.
Le
anotaron una reunión para el próximo miércoles,
a las cuatro de la tarde en punto.
Doña
Sara llegó puntual, pero don Pepe salió cinco minutos
antes, para evitarla, sin darle importancia a que ella estuviera
citada.
Este
episodio golpeó con fuerza a doña Sara la que ahora
no entendía qué sucedía, y que consideró
esta actitud de don Pepe como un desaire a su persona.
Le
ofrecieron a cambio hablar con el asesor legal, y éste
más encima le dijo que no tenía ni la menor idea
de lo que se trataba. Que volviera el próximo lunes.
Entre
decepcionada y herida profundamente en su amor propio doña
Sara decidió, sin embargo, no cejar en su empeño
y llegar hasta las últimas consecuencias, dispuesta a no
dejarse atropellar. Todo esto era muy extraño, considerando
el cariñoso primer recibimiento de que se le hiciera víctima.
Se
convirtió entonces en una persona habitual del municipio
yendo varias veces por semana, y tuvo que entrar a ese juego cínico
de las sonrisas de pasillo y aprender a hacerse la desentendida,
como casi todos a su alrededor. Aunque le dolía el darse
cuenta de que la pisoteaban al arrastrarla de ese modo, de que
mil veces hubiese preferido encontrarse con gente más franca,
más directa, más sana. Parecía que todos
ellos querían obligarla a desistir por cansancio, como
si esa fuera la costumbre, cualquiera fuera su propósito.
El
funcionario encargado, al verla, ya casi la ignoraba, haciéndose
el desentendido. Una vez que logró abordarlo en un pasillo
éste le dijo que ahora el secretario municipal tenía
sus documentos, y que desgraciadamente él se encontraba
ausente por dos semanas. Aunque le aseguró que su asunto
ya había sido aprobado por el señor alcalde.
Decidió
entonces escribirle una carta a don Pepe, pero éste tampoco
le contestó, ignorándola.
Doña
Sara estaba a punto de darse por vencida y quiso intentar un último
recurso: hacerle guardia a don Pepe, y pedirle explicaciones.
A
las ocho de la mañana del otro día estaba esperándolo
en el patio de la municipalidad. Don Pepe al divisarla sonrió
con la mejor de sus sonrisas y la invitó, muy amablemente,
a subir a su oficina, como si nada hubiese pasado.
Doña
Sara sucumbiendo ante tanta amabilidad titubeó, y en vez
de exigirle explicaciones aceptó seguirlo para conversar
con él sin comentarios.
En
su oficina don Pepe comenzó la conversación quejándose.
" Usted no sabe - le dijo - las cosas que ocurren en este
municipio. Los consejales no me dejan tranquilo aportillándome
todos los buenos proyectos. Y estos funcionarios que como usted
ya sabe, tampoco responden en sus funciones. Para tomar una decisión
- continuó - cuesta un mundo, no se imagina usted todo
lo que hay que lidiar. Pero su solicitud - se interrumpió
de pronto - su petición ya fue aprobada desde el primer
día, la tardanza es culpa de esta desagradable burocracia
que existe en nuestro país. Pero no se preocupe, tiene
que tener un poco más de paciencia."
Doña
Sara le contestó : " pero, don Pepe, es que ya han
pasado casi tres meses y el asesor legal cuando le pregunté,
me dijo que no sabía de que le estaba hablando."
"
No le haga caso" - la interrumpió don Pepe, levantándose,
queriendo con este gesto dar por terminada la reunión.
A
doña Sara no le quedó más que partir después
del caluroso y largo apretón de manos de don Pepe. Pero
claro que se fue con la promesa de que al comenzar la próxima
semana todo estaría listo, sin falta, como se lo había
prometido, y que además, sería él mismo quien
le avisaría personalmente.
Como
es de suponer, a la semana siguiente todo siguió igual.