Ernesto Langer Moreno
 
El web de un escritor

 

 

 

 


DON PEPE
I

LA FUERZA DE UNA SONRISA.

Don Pepe, como le decía cariñosamente la gente del pueblo, era un alcalde cordial y de aspecto bonachón que había sabido ganarse la estima de los vecinos.

Esta era la tercera vez que asumía la alcaldía de Peñaclara, un antiguo pueblo lleno de historia y recuerdos, hoy día casi olvidado tratando de subsistir penosamente con sus escuálidos recursos.

Su estilo de gestión era, a decir lo menos bastante curioso, y con este proceder sólo había logrado congelar cualquier iniciativa de progreso en su comuna.

El se limitaba a recibir amablemente en su despacho a quien lo solicitase y nadie partía de allí sin una promesa, un buen apretón de manos y la famosa sonrisa de don Pepe. Por supuesto que pocas promesas se cumplían y entonces, junto a esa gran masa anónima que apoyaba a don Pepe como primer edil de la comuna, se fue creando lentamente la que parecía ser una creciente oposición.

No faltaban las quejas formales, documentadas, oficializadas, pero don Pepe sabía bajarle el perfil a cualquier reclamo en su contra, habiendo llegado a ser un maestro en ese oficio.

Los funcionarios de Peñaclara, por su parte, se las arreglaban como podían. Algunos se desesperaban ante la inercia y la abulia de don Pepe frente a problemas importantes, pero otros se aprovechaban sacando partido de esta misma actitud, siguiendo la máxima de: «a río revuelto, ganancia de pescadores». Así, la comuna se había hecho prácticamente ingobernable y se encontraba atascada en la desidia y en la inoperancia más espantosa.

Debido a esto, si alguna persona emprendedora avistaba radicarse en el pueblo y lo hacía, no pasaba mucho tiempo para que ésta se mudara, abrumada por la indiferencia y lasitud del entorno, dejando así a Peñaclara sin nuevas ideas ni posibilidad de renovarse.

A decir verdad nada parecía resultar por esos rumbos. Inevitablemente cualquier nueva empresa fracasaba y el asunto, a decir de muchos se ponía cada vez más negro, como para preocuparse.

Don Pepe, sin embargo, continuaba religiosamente asistiendo todos los eventos sociales, fuera cual fuera su importancia o urgencia, pero en cambio seguía negándose a decidir sobre asuntos más trascendentes, los que esperaban retenidos, consciente o inconscientemente, en algún rincón de su memoria o su escritorio.

Con el tiempo llegó de nuevo la época de elecciones y don Pepe se vio obligado a entrar con sus mejores sonrisas y apretones de mano a la contienda política, si quería ser reelegido. Claro está que no eran pocos los que hervían en ganas de arrebatarle el trono a don Pepe. Entre ellos se contaban algunos antiguos políticos ávidos de poder y ambiciones personales, y también otros vecinos con menos experiencia, pero que impelidos a participar en virtud de la desesperanza y el cansancio de verlo todo estancado, comenzaron a proclamarse como candidatos. Algunos se afanaron en crear interesantes programas de desarrollo y se hicieron asesorar, a sus costas, por destacados profesionales. Los Políticos en cambio, con más experiencia, urdían sus redes sin mucha esperanza, conscientes de la fuerza de atracción que tenían la sonrisa, los abrazos y apretones de mano de don Pepe.

Don Pepe, por su parte, continuaba como si nada, con la misma estrategia de decirles que sí a todos y hacer exactamente lo contrario, porque a fin de cuentas , no en vano había ganado ya con esa táctica en tres oportunidades.

Dicen que los tiempos cambian, pero al parecer ni don Pepe ni los votantes de Peñaclara tenían conciencia de aquello, porque al decir de los analistas políticos locales la votación sería aproximadamente la misma de las elecciones anteriores. Es decir, don Pepe asumiría nuevamente la alcaldía por cuarta vez y sin grandes problemas, apoyado por una gran parte de los peñaclarinos.

Entonces, un grupo de vecinos sorprendidos y alarmados por la posibilidad de ver a don Pepe nuevamente rigiendo los destinos de su comuna, decidieron organizarse y, a pesar de los malos augurios, intentar hacer algo al respecto apoyando las nuevas propuestas. Organizaron una serie de eventos dirigidos a la juventud para tratar de conquistarla, otros dirigidos a la tercera edad y otros para los marginados de la comuna. Promovieron igualmente los programas de desarrollo más convenientes y hasta intentaron infundir en los habitantes una mística de progreso. Pero, todo esto sin que lograran obtener mucho éxito.

La contienda electoral fue una verdadera batalla campal. Entre los candidatos se sacaron la mugre a punta de descalificaciones y acusaciones, la mayor parte gratuitas. Así el pueblo de Peñaclara fue entonces el espectador de un verdadero agitamiento político.

Las promesas volaban y los incrédulos votantes observaban escépticos.

El único que no prometió nada fue precisamente don Pepe. El se limitó a sonreír y estrechar las manos de los vecinos, dejando planear un cierto aire de incredulidad con respecto a sus contendientes.

Finalmente, la gente, como en años anteriores, no se interesó mucho tampoco por las nuevas propuestas, mostrándose indiferente y apática, y se inclinó, inexplicablemente, a seguir junto a don Pepe. El al menos, decía ésta, encarnaba la calma y la continuidad, y cada uno podía estar seguro de ser siempre escuchado por un hombre amable y bien dispuesto, aunque todo siguiera igual.

Entonces no hubo caso. La fuerza de la costumbre los había ya habituado a ese estilo absurdo, pero cordial, de irse muriendo lentamente. Todos juntos, hacia la misma tumba, como si estuvieran condenados a ese destino increíble, volviendo una y otra vez sobre lo mismo.

II
EL MARTIRIO DEL CONTRIBUYENTE

A Peñaclara se llega, desde la capital hacia la costa, por dos grandes avenidas cercadas por plátanos orientales, y por una de estas largas y floridas avenidas llegó doña Sara para instalarse en el pueblo.

Al otro día de su arribo decidió salir a recorrer el lugar llegando hasta la plaza principal que llena de gente parecía un lugar festivo y atrayente. Se mezcló con la multitud y trató de escuchar la conversación de los grupos de jóvenes que fumaban y compartían alegremente. Se sentó en un banco y allí se quedó por un buen rato hasta que decidió volver a su casa.

Durante toda esa primera semana se instaló en su nueva morada, arregló sus cosas y la decoró a su gusto. Conoció algunos de sus vecinos y dio por terminada la mudanza.

Al comenzar la siguiente semana se dirigió a la Municipalidad de Peñaclara con la intención de informarse sobre las actividades de la comuna. En ésta le atendieron gentilmente y ella pensó que tenía buena suerte de llegar a una comuna como esa, en donde recibían tan bien a los vecinos.

Después de un tiempo tuvo ánimo y se armó de valor y para ir al municipio a ofrecer su proyecto.

La persona que la atendió le sugirió proponer el asunto directamente a la alcaldía, por lo que debió concertar una entrevista con don Pepe.

La reunión se fijó para fines de ese mismo mes, dentro de dos semanas, a las doce horas en punto.

Don Pepe la recibió después de tener que esperar dos horas, y su sonrisa la cautivó desde el principio. Hizo su solicitud y el alcalde estuvo de acuerdo en todo, incluso mandó llamar a uno de sus subordinados para que se encargara del asunto. A doña Sara le prometió, además, que él seguiría el tema personalmente, y muy de cerca, porque le parecía interesante.

Después de todo esto doña Sara dejó la alcaldía contenta. El empleado le tomó sus datos y pareció formalizar la solicitud aceptada de palabra por el alcalde.

La cosa había sido más fácil de lo que ella había pensado y motivada, comenzó a planificar el siguiente paso.

El lunes siguiente volvió al municipio llevando todos los documentos que le señalara el funcionario y los dejó allí para que estos siguieran el trámite acostumbrado.

Pasaron entonces dos semanas y nada. Le pidieron paciencia, y en eso pasaron otras dos semanas.

A esta altura doña Sara un poco preocupada con el curso de los acontecimientos decidió recurrir de nuevo a don Pepe porque, después de todo, él mismo había ordenado darle curso a su solicitud y de pronto, todo parecía estancado.

Consiguió una reunión para dentro de cinco días, a las cuatro de la tarde en punto.

De nuevo tuvo que hacer una antesala por cerca de dos horas y cuando ya parecía ser su turno, se le acercó la secretaría para decirle que don Pepe lo sentía, pero que no podía recibirla debido a que tenía que salir rápidamente. Aunque no debía preocuparse porque su asunto estaba listo.

El empleado encargado también le aseguró que lo suyo estaba listo, que sólamente faltaba un pequeño trámite administrativo, y que no se había podido cursar hasta ahora porque el asesor legal estaba ausente en un seminario, por varios días.

Al fin una explicación razonable, pensó doña Sara.

Pero, como el tiempo siguió pasando sin que algo se concretara, decidió intentar hablar nuevamente con don Pepe. Con éste se había encontrado en los pasillos, y la había saludado, pero siempre apurado, escabulléndose entre la gente.

Le anotaron una reunión para el próximo miércoles, a las cuatro de la tarde en punto.

Doña Sara llegó puntual, pero don Pepe salió cinco minutos antes, para evitarla, sin darle importancia a que ella estuviera citada.

Este episodio golpeó con fuerza a doña Sara la que ahora no entendía qué sucedía, y que consideró esta actitud de don Pepe como un desaire a su persona.

Le ofrecieron a cambio hablar con el asesor legal, y éste más encima le dijo que no tenía ni la menor idea de lo que se trataba. Que volviera el próximo lunes.

Entre decepcionada y herida profundamente en su amor propio doña Sara decidió, sin embargo, no cejar en su empeño y llegar hasta las últimas consecuencias, dispuesta a no dejarse atropellar. Todo esto era muy extraño, considerando el cariñoso primer recibimiento de que se le hiciera víctima.

Se convirtió entonces en una persona habitual del municipio yendo varias veces por semana, y tuvo que entrar a ese juego cínico de las sonrisas de pasillo y aprender a hacerse la desentendida, como casi todos a su alrededor. Aunque le dolía el darse cuenta de que la pisoteaban al arrastrarla de ese modo, de que mil veces hubiese preferido encontrarse con gente más franca, más directa, más sana. Parecía que todos ellos querían obligarla a desistir por cansancio, como si esa fuera la costumbre, cualquiera fuera su propósito.

El funcionario encargado, al verla, ya casi la ignoraba, haciéndose el desentendido. Una vez que logró abordarlo en un pasillo éste le dijo que ahora el secretario municipal tenía sus documentos, y que desgraciadamente él se encontraba ausente por dos semanas. Aunque le aseguró que su asunto ya había sido aprobado por el señor alcalde.

Decidió entonces escribirle una carta a don Pepe, pero éste tampoco le contestó, ignorándola.

Doña Sara estaba a punto de darse por vencida y quiso intentar un último recurso: hacerle guardia a don Pepe, y pedirle explicaciones.

A las ocho de la mañana del otro día estaba esperándolo en el patio de la municipalidad. Don Pepe al divisarla sonrió con la mejor de sus sonrisas y la invitó, muy amablemente, a subir a su oficina, como si nada hubiese pasado.

Doña Sara sucumbiendo ante tanta amabilidad titubeó, y en vez de exigirle explicaciones aceptó seguirlo para conversar con él sin comentarios.

En su oficina don Pepe comenzó la conversación quejándose. " Usted no sabe - le dijo - las cosas que ocurren en este municipio. Los consejales no me dejan tranquilo aportillándome todos los buenos proyectos. Y estos funcionarios que como usted ya sabe, tampoco responden en sus funciones. Para tomar una decisión - continuó - cuesta un mundo, no se imagina usted todo lo que hay que lidiar. Pero su solicitud - se interrumpió de pronto - su petición ya fue aprobada desde el primer día, la tardanza es culpa de esta desagradable burocracia que existe en nuestro país. Pero no se preocupe, tiene que tener un poco más de paciencia."

Doña Sara le contestó : " pero, don Pepe, es que ya han pasado casi tres meses y el asesor legal cuando le pregunté, me dijo que no sabía de que le estaba hablando."

" No le haga caso" - la interrumpió don Pepe, levantándose, queriendo con este gesto dar por terminada la reunión.

A doña Sara no le quedó más que partir después del caluroso y largo apretón de manos de don Pepe. Pero claro que se fue con la promesa de que al comenzar la próxima semana todo estaría listo, sin falta, como se lo había prometido, y que además, sería él mismo quien le avisaría personalmente.

Como es de suponer, a la semana siguiente todo siguió igual.

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